jueves, 28 de noviembre de 2013

Presentación

La verdad se corrompe tanto por la mentira como por el silencio.
Cicerón


El objeto de este blog es simplemente aportar una humilde voz castellana y castellanista a diversos debates históricos. 

Vivimos en un momento y en un país en los que las historiografías periféricas han encontrado un blanco fácil para sus frustraciones y resentimientos en la Castilla desunida y desconcienciada. Por su parte, la historiografía española prefiere o contemporizar con esas pulsiones o centrarse en valorar la trayectoria común del conjunto del Estado, frecuentemente "olvidándose" de defender el pasado histórico de su soporte principal, que ha sido y es Castilla. Creemos que esta situación no es ni justa ni beneficiosa para los castellanos y pondremos nuestro granito de arena en la tarea de combatirla. 

Y como avance de intenciones, nada mejor que este texto del eximio historiador D. Claudio Sánchez Albornoz, sacado de su libro "España, un Enigma Histórico" y que resume perfectamente nuestro pensamiento.


D. Claudio Sánchez Albornoz

Algo es sin embargo seguro: Castilla no forzó a ninguno de los pueblos peninsulares a renunciar a su personalidad histórica para hacer a España. Y enfrentando la afirmación de Ortega y Gasset: "Castilla hizo a España y la deshizo", como ayer en las Cortes Constituyentes, me permito hoy aseverar: "España deshizo a Castilla".
Se ha acusado y sigue acusándose a Castilla desde Cataluña y Vasconia y hasta desde Galicia, de haber aplastado sus libertades antañonas, por obra de su centralismo político  y de su espíritu imperialista dentro de la Península. ¡Castilla centralista! Peregrina tesis. Sabemos cuáles fueron las capitales de Cataluña, Aragón, Navarra y Portugal y que en esos reinos la vida giró en torno a la ciudad umbilical donde el gobierno residía. El de Castilla peregrinó sin reposo del Cantábrico hasta Andalucía; fue no menos trashumante que nuestros rebaños de merinas. ¿Dónde estuvo el centro y la capital de Castilla antes de que Felipe II estableciese en Madrid la corte de su compleja monarquía, extendida por tres continentes?.
Ni Castilla impuso un centro político a España - fue Felipe II quien, obligado a luchar por líneas exteriores, fijó en Madrid la sede de su gobierno- ni los castellanos practicaron en la Península una política imperialista. Nadie discute hoy que la lengua de Castilla triunfó de las otras hablas penínsulares, no por imposición oficial alguna sino por el peso específico de los ingenios que en ella escribieron. Fue enorme el desnivel que apartó a los hombres de letras de la gran Castilla, que iba desde las playas cantábricas hasta el Peñón de Gibraltar, de los escritores de los otros pueblos españoles durante los siglos XVI y XVII, en que empezó a hacerse España.
Y sólo enardecidos por una sañuda emulación, hija de la hispana pasión y del hispano orgullo que torturan por igual a todos los peninsulares, pueden hablar de su sojuzgamiento por Castilla, catalanes, vascos y gallegos. Los vascos han llegado al siglo XX gozando de todos los privilegios de los castellanos y sin levantar ninguna de sus cargas. Los gallegos no tenían libertades que perder, porque desde siempre habían vivido sometidos al señorío de obispos, abades y nobles -nunca estuvo Galicia representada en las cortes castellanas porque sólo acudían a ellas los concejos urbanos libres y ninguno lo era allende el Cebrero- y han continuado hasta ayer dominados por sus nuevos señores, los caciques; por caciques de su tierra, no por caciques castellanos, importa recordarlo. Y si Cataluña  perdió sus fueros, no fue por obra de Castilla sino del primer Borbón de España. Los castellanos fueron sujetados por la realeza antes que ningún otro pueblo hispano, sin que en el duro trance del alzamiento de las Comunidades recibieran socorro ni aliento de quienes después hubieron de seguir su misma suerte. 
Y si todos nos abandonaron en aquella hora crítica, sobre Castilla gravitó en seguida la carga inmensa de la política imperial de España; de una política que los españoles habíamos heredado de la Corona Aragonesa y en especial de Cataluña. Los Austrias llegaron a reinar sobre España porque Fernando el Católico procuró vincularse con los enemigos de la tradicional enemiga de sus reinos patrimoniales, Francia. Castellanos y franceses habían sido en cambio aliados durante más de dos siglos y habían peleado juntos muchas veces. Carlos V y Felipe II fueron los legítimos continuadores de la política de los grandes reyes catalanes, Pedro III y sus hijos; no de los soberanos de Castilla. Y sin embargo a ésta tocó sacrificarse en empresas que le eran ajenas. España ha sido obra de todos los pueblos que de ella forman parte; pero el abandono en que todos dejaron a Castilla la hundió en el abismo. Por eso dije en 1931 y digo hoy que España deshizo a Castilla.