Pestañas

martes, 24 de diciembre de 2013

Guerra de Sucesión: ¿Por Qué Castilla Fue Felipista?


Admirará la posteridad el amor, la constancia y la fe de los reinos de Castilla que a porfía, no cansados, sino estimulados de la desgracia de su príncipe, ofrecían sus bienes, sus haciendas y sus vidas para reparar el daño.
Comentarios a la Guerra de España. Vicenzo Bacallar
   
La Guerra de Sucesión (1.701-1.715) está de moda. El tricentenario de la conclusión de la misma en Barcelona, y la visión que de este hecho se ha venido dando desde el nacionalismo catalán ha provocado un aluvión de publicaciones, columnas de periódicos y opiniones radiofónicas como pocas veces se ha visto en un acontecimiento histórico. No es extraño que unos sucesos tan importantes, complejos, y por lo que parece, con tanta trascendencia en el debate político actual hayan sido estudiados desde muy diversos puntos de vista. Sin embargo, consciente o inconscientemente, se ha hecho girar el debate historiográfico sobre la Guerra y las repercusiones de la misma en el territorio catalán, desplazando un tanto todo los demás. Nos proponemos aquí dar unas simples pinceladas sobre  Castilla y La Guerra de Sucesión.

Se ha convenido tradicionalmente en que Castilla fue partidaria de Felipe V de Borbón, mientras que los territorios de la Corona de Aragón, especialmente Cataluña, lo fueron de su rival Carlos (III) de Austria. Se trata, por supuesto, de una simplificación evidente, puesto que ambos príncipes tuvieron partidarios y detractores en todos los territorios, pero tampoco se puede decir que sea completamente falaz. En Castilla, la opción felipista fue siempre la mayoritaria. Y pese a la toma de partido de muchos de los principales nobles por el austracismo, se fue haciendo aun más hegemónica conforme avanzaba la guerra, y lo que es más extraño, independientemente de la suerte de las  batallas que se iban librando. 


Carlos de Austria, pretendiente al trono español 
(no lo consiguió, pero se consoló con el austriaco, que heredó tras la repentina muerte de su hermano)

Mucho se ha escrito sobre las razones de Cataluña para rebelarse contra Felipe V y apoyar a su rival solo tres años después de jurar lealtad al Borbón en las Cortes de Barcelona de 1.701. Debió pesar el sentimiento antifrancés, muy extendido en el principado y con hondas raíces históricas. También parece que aunque Felipe V prometió mantener todos sus privilegios, e incluso los aumentó, hubo catalanes que no terminaron de creerse que cumpliría lo pactado. No puede decirse que estuvieran en lo cierto, pues Navarra y el País Vasco, que se mostraron leales al bando borbónico, vieron respetados todos sus fueros. Otros quizá pensaron que se podía sacar aun más tajada del pretendiente austriaco. En ese caso, simplemente les salió el tiro por la culata. 

Pero, Castilla, ¿por qué permaneció fiel a Felipe V?. Una primera respuesta nos viene casi sola. Si la Corona de Aragón apoyó al partido austríaco con la idea de mantener sus fueros, ese argumento no podía ser utilizado en Castilla. Los mismos Habsburgo ya se habían encargado de laminar las libertades castellanas tras la derrota de los Comuneros, hasta dejar sus fueros en algo casi testimonial, y desde luego, poco o nada efectivo. En las Castillas tampoco había temor a que la instauración de los borbones sangraran al país a  impuestos, porque los Austrias, mayores y menores, ya la habían exprimido hasta el límite. Castilla hacía doscientos años que se encontraba sometida casi por completo a la voluntad real, y no era creíble que la misma dinastía que la fue sujetando con tan despiadada mano se convirtiera de repente en su libertadora. El mismo secretario del pretendiente austríaco, Juan Antonio Romeo constataba:
Porque las disposiciones en Castilla son libres de la Real Voluntad de V. M. sin consideración de fueros, puede V.M. dar la planta que quisiera y hallare más conveniente, sin que nadie se oponga
Probablemente nunca se le ocurrió pensar al Sr. Romeo que la dinastía a la que él lealmente servía había tenido mucho que ver en tan importante menoscabo de la representación de los súbditos castellanos.

Otro factor que se ha argüido para explicar la preferencia castellana por Felipe es el religioso. Parece claro que en una sociedad tan católica como la castellana de comienzos del XVIII, la religión no pudo dejar de representar un importante papel. Ciertamente los propagandistas borbónicos hicieron cuanto pudieron por despreciar el catolicismo de Carlos en base a la estrecha alianza de éste con los protestantes ingleses, y holandeses. Pero convendría matizar la importancia del factor religioso por dos motivos. Primero por que muchos eclesiásticos se declararon partidarios del pretendiente. Tal es el caso del cardenal Portocarrero, quizá el de mayor influencia, y que tras apoyar inicialmente la causa felipista se pasó posteriormente a la austracista. Y por otra parte, no hay que olvidar la toma de partido del Papa precisamente por Carlos (III) en 1.709, llegando a reconocerle como "Rey Católico de las  Españas", lo que supuso un fuerte aldabonazo para sus pretensiones. 

Por otra parte, en Castilla, tras dos siglos de continuas guerras con el país galo, también existía cierto sentimiento anti-francés, pero no era tan intenso como el que se respiraba en Cataluña. No en vano, a diferencia de ésta, Castilla no tenía litigios fronterizos con el país vecino, y durante la Edad Media ambos reinos habían sido frecuentemente aliados. El resentimiento contra los franceses no era seguramente mayor que el que se concedía a los ingleses, competidores cada vez más poderosos y osados en el Nuevo Mundo

Un argumento que jugaba claramente a favor de la causa de Felipe V eran las circunstancias de su proclamación. Ciertamente había sido designado sucesor en el testamento de  Carlos II, y posteriormente había sido jurado como Rey. Por más que los propagandistas austracistas se esforzaran en invocar distintos pretextos para declarar inválidos ambos acontecimientos, lo cierto es que el pretendiente austríaco partía en la carrera  por el trono con un serio déficit de legitimidad. 

Los indudables éxitos que el rey francés Luis XIV, conocido como "El Rey Sol", había cosechado al frente de su país, suponían por si mismos un claro elemento propagandístico a favor de su nieto. Durante su largo reinado había racionalizado la administración, mejorado la hacienda pública, y modernizado el ejército. Francia era poderosa como en sus mejores tiempos, se había rehecho de las sucesivas derrotas sufridas a manos de los tercios durante el siglo XVI y ahora era el estado hegemónico dentro de Europa. Es natural que muchos castellanos, constatada la decadente inoperancia de la antigua dinastía, viesen en Francia un modelo a seguir.

Por último, la misma evolución del conflicto se encargó de suministrar argumentos bien elocuentes en contra del austracismo. A lo largo de la guerra, el pretendiente Carlos consiguió entrar en Madrid en dos ocasiones. Bien es verdad que ninguna de las dos pudo mantenerse demasiado tiempo en la capital, pues la falta de suministros, y el acoso de los partidarios felipistas le obligaron a retirarse enseguida. Pero la presencia en la Meseta de su ejército, mal abastecido y lejos de sus bases, se tradujo en una pesadilla para los castellanos. Sus tropas, un variopinto conjunto compuesto principalmente de alemanes, ingleses, portugueses y catalanes cometieron todo tipo de tropelías y abusos. Parla, Alcorcón, Barajas, Aravaca, Leganés, Daimiel entre otras muchas localidades fueron saqueadas. Y lógicamente la antipatía general  de los castellanos hacia la causa austracista alcanzó  entonces las máximas cotas. El marqués de San Felipe lo expresaba así:
No daba paso que no fuese infeliz el rey Carlos en Castilla, porque era menester para la obediencia usar del mayor rigor, que degeneró en ira, y en tal desorden que ejecutaban los alemanes e ingleses las más exquisitas crueldades contra los castellanos.
No es extraño que, cuando tras retirarse por última vez de Madrid, las tropas del pretendiente fueron derrotadas en Brihuega y Villaviciosa por el ejército franco-castellano al mando del duque Vendome, éste fuera recibido en Madrid con aclamaciones de ¡Viva Vendome, nuestro libertador!.


Batalla de Villaviciosa, ganada por Felipe V
Tras ella los ejércitos austracistas salieron de Castilla para no volver

Después del segundo fiasco madrileño de Carlos (III), su causa en España estaba finiquitada. Carecía de suficientes soldados y medios económicos y las circunstancias internacionales también jugaban claramente en su contra. Pero sobre todo, para entonces Castilla ya le era completamente hostil, tal y como confesaba el duque de Moles:
Porque por mucho que los castellanos nos fueran contrarios, siempre podíamos tratar de halagarlos, domarlos y endulzar su ánimo; mas ahora hemos perdido la estima de la clase noble y de los ciudadanos que nos eran favorables, y hemos confirmado el odio y la antipatía mortal de la plebe que siempre nos había sido contraria.      
 Era cierto. Y no podemos dejar de pensar que quizá, en el fondo, Carlos de Austria solo había recogido la animadversión que la  poca sensibilidad y la discriminación de su dinastía hacia el pueblo castellano habían ido sembrando a lo largo de dos siglos. 

viernes, 20 de diciembre de 2013

Llorente y el Origen de los Fueros Vascos (I)


No por eso se piense que yo extraño adoptasen los vascongados la opinión de su antigua soberanía; pues ya se por los historiadores que suele ser lisonjero a todas las naciones el creer que su patria tuvo elevados principios. Los griegos defendieron que sus ciudades habían sido construidas por diferentes dioses. Los romanos atribuyeron a Marte la fundación de su capital: casi todas las gentes fingieron fábulas de esta clase; y contrayéndonos más, tenemos iguales ideas en la Castilla misma. 
Noticia Histórica de las Tres Provincias Vascongadas. Juan Antonio Llorente


El País Vasco ha tenido históricamente una legislación diferenciada de la común de Castilla. Un compendio de fueros o leyes viejas que han evolucionado con el tiempo y que tampoco eran iguales en cada uno de los tres territorios Alava, Vizcaya y Guipuzcoa, ni aún en ocasiones dentro de cada uno de ellos. Dichos territorios tenían instituciones y ordenamiento jurídico propios, pero también privilegios con respecto a sus vecinos castellanos. Por ejemplo, la exención de impuestos y de levas militares. De algún modo, este régimen especial ha llegado hasta nuestros días en la forma del concierto o cupo vasco.

Conforme nos adentramos en la Edad Moderna, muchos se preguntaron la razón de que estas provincias tuvieran un tratamiento tan ventajoso por parte de la monarquía. En línea con el espíritu de la época aparecieron y se recompusieron leyendas que procuraban aclarar esta circunstancia. Algunos  lo explicaban no por concesiones reales, sino por una supuesta independencia originaria de los territorios vascos al comienzo de la reconquista. Los privilegios serían las condiciones que habrían pactado posteriormente los vascos para aceptar a los reyes castellanos. Obviamente, a los naturales de las provincias vascas y a  las familias nobles de allí originarias tal teoría les resultaba la mar de satisfactoria, y no dudaron en darle pábulo. Fue reiterada en sucesivos relatos de genealogistas, y poco a poco, asumiéndose por la población. Y aunque, como ocurre siempre que los hechos carecen de demasiado fundamento, las versiones variaban sensiblemente, podría resumirse la leyenda así:
Los vizcaínos, después de haber rechazado a los invasores sarracenos, se encontraron con que los leoneses tampoco pudieron resistirse a la tentación de dominarlos e invadieron su país. Pero en  ayuda de los locales llegó un gran guerrero (inglés, escocés, vikingo, o incluso, de la propia cantera,  vizcaíno, que en esto los genealogistas no se ponían de acuerdo), conocido como Jaun Zuria. En castellano Señor Blanco,  denominación  que se anticiparía en más de un milenio a los coloristas nombres utilizados en Reservoir Dogs. A sus órdenes los vascos derrotaron a los invasores en Padura o Arrigorriaga y les persiguieron hasta el Árbol Malato, que a la sazón, estaría en un monte de Alava. Tras la victoria, los vizcaínos agradecidos nombraron a Zuria primer señor de Vizcaya. Y solo cuando los Reyes de Castilla pasaron a heredar el señorío,  empezaron a depender de ellos, siempre a condición de mantener sus privilegios. Algo parecido arguían los guipuzcoanos y los alaveses.

 Retrato idealizado de Jaun Zuria, el legendario primer señor de Vizcaya. En base a las pruebas documentales, su existencia real es bastante menos factible que la del Rey Arturo

Pero con la Ilustración y la extensión del método científico empezó la Historia su forcejeo por alejarse lo más posible de mitos, leyendas y relatos propagandísticos. Y sobre este particular tuvo mucho que decir un clérigo  llamado Juan Antonio Llorente. 

Llorente nació en el pueblecito riojano de Rincón del Soto, (casualmente el mismo pueblo del famoso futbolista contemporáneo con el que comparte apellido) en 1.756. Se hizo sacerdote, se doctoró en Derecho Canónico y ocupó diversos cargos religiosos. Cuando era vicario general de la diócesis de Calahorra, ésta tuvo un encontronazo con las autoridades forales de Álava, y Llorente se dedicó a buscar y examinar viejos diplomas de los archivos de la  zona. Todo con el fin de acumular argumentos y razones para el pleito. Posteriormente, comprobando que las escrituras consultadas no confirmaban, sino más bien contradecían las leyendas acerca del origen de los fueros vascos, se propuso escribir un libro sobre ello. Se dirigió al gobierno en busca de apoyo económico para su obra, y también de protección para su persona, pues sabía que unos trabajos anteriores, críticos con la Inquisición, le podían acarrear serios problemas con el Santo Oficio.

El momento parecía oportuno. Durante la recien acabada Guerra de la Convención (1.793-1.795)  las tropas francesas habían invadido el País Vasco sin encontrar demasiada resistencia. Y peor aún,  la Junta de Guipúzcoa había llegado a negociar con los invasores su inclusión en Francia. Por ello surgieron voces a favor de la abolición, o al menos de la reforma de los fueros. Se veían como un sistema de privilegios medievales, que perjudicaban a las provincias castellanas vecinas sin que, por lo visto, sirvieran para garantizar la lealtad a la corona de las vascongadas. 

Así que el gobierno, o mejor dicho, "los gobiernos", porque la situación de grave inestabilidad política hizo que se  sucedieran varios, recibieron el proyecto positivamente, pero con cautela. Sabían  que cualquier asunto relacionado con los fueros levantaría suspicacias en Vasconia, y discutir su origen legendario, no iba a ser una excepción, por más que se apoyaran las conclusiones con documentos. Se sucedieron las dilaciones, y no fue hasta 1.805 cuando vio la luz "Noticias Históricas de las Tres Provincias Vascongadas".

Esta entrada continúa en Llorente y el Origen de los Fueros Vascos (II)

Llorente y el Origen de los Fueros Vascos (II)


Con los diplomas se aclara el derecho de cada uno. Sin ellos en las ocurrencias civiles nada se cree. Y si diriges tu consideración hacia la historia, esta vacilará; y será diminuto el conocimiento de las cosas de la edad media y tiempos subsiguientes, como no se fortifique y prevalezca con estos auxilios.
Noticias Históricas de las Tres Provincias Vascongadas.Juan Antonio Llorente

Esta entrada es continuación de LLorente y el Origen de los Fueros Vascos (I)


¿Pero que es lo que se decía en "Noticias Históricas..."?  En resumen, se calificaban de simples leyendas sin fundamento histórico alguno la existencia del "primer señor de Vizcaya" Jaun Zuria, y la batalla de Padura contra los leoneses. Se afirmaba que tampoco las provincias vascas habían sido independientes de los reinos castellano o navarro, y que los fueros de los que disfrutaban eran similares a los que se concedían en aquella época a otras  muchas zonas. Y si, a diferencia de éstas, con el tiempo no solo los habían conservado sino incluso aumentado, era a consecuencia de más mercedes reales.  

La Academia de la Historia  se refería así a la obra en 1.811   
"Las Noticias Históricas de las Provincias Vascongadas que comprendían dos tomos, son conocidos tiempo ha de la Academia, y en esta obra procuró el autor demostrar con toda evidencia que habiendo sido conquistadas por los Reyes de Castilla y Navarra dichas provincias, o parte de ellas en diversos tiempos, todos los privilegios que gozaban y que sus naturales creían como pacto de un país independiente en lo antiguo con aquellos soberanos, solo eran concesiones y mercedes debidas a la liberalidad de estos: verdades que después apoyó el Sr. Llorente en la "Colección Diplomática" donde la rareza y preciosidad de las escrituras, la mayor parte inéditas, se agregan copiosas ilustraciones para la geografía, costumbres y algunos sucesos de la edad media."
La reacción a la obra en las provincias vascas fue seguramente más adversa todavía de lo que Llorente podía esperar. Muchos vascos comprendieron perfectamente que un origen pactado desde su independencia original era la mejor salvaguarda de sus privilegios. Si al final resultaba que solo se debían a concesiones, bien podían ser modificados o anulados por otras disposiciones. Llovieron pues las críticas,  tanto desde las provincias forales como desde el "lobby" vasco asentado en Madrid.  Fue vilipendiado y zaherido. Se le acusó de actuar por resentimiento, de meterse en investigaciones históricas que eran incompatibles con su condición de clérigo, y hasta de falsificar diplomas según su conveniencia, bien es verdad que sin que nadie señalara cuales eran las supuestas falsificaciones. 


Juan Antonio Llorente, por Goya
Considerado a veces el enemigo público numero uno por los historiadores vasquistas

Esta última acusación sí debió sacar de sus casillas al clérigo riojano. Buena parte de su trabajo había consistido precisamente en remover incansablemente viejos archivos buscando preciosos y olvidados pergaminos. Creía, con un criterio que se puede calificar de moderno, que la historia como disciplina científica siempre debía sostenerse sobre documentos convenientemente sometidos a la crítica para evitar fraudes. De hecho, la posterioridad no ha podido probar que hubiera falsificado ninguna de las muchas escrituras presentadas, y los expertos actuales  que las han  estudiado  reconocen la integridad del autor, más allá de que haya quien pueda disentir de alguna de sus conclusiones. 

Pero lo cierto es que el debate fue extremadamente agrio y el propio Llorente se dejó llevar por la polémica. En el prólogo de su tercer tomo, el dedicado a presentar las pruebas documentales que sostenían sus teorías, respondía con dureza  a  Francisco Aranguren y Sobrado. Éste, que ejercía de Alcalde del Crimen en la Chancillería de Valladolid, fue uno de los primeros elegidos por el Señorío de Vizcaya para tratar de refutar la obra Llorente:
Ha perdido pues el trabajo y el aceite el señor demostrador, por más que la multitud de vizcaínos (que se hacen en Madrid castellanos para gozar las rentas provenientes de los bolsillos de los nacidos en Castilla) griten por tertulias plazas cafés y conversaciones particulares que me ha concluido el señor consultor; y por más que muchos paisanos suyos sean propagandistas de tales jactancias fuera de la corte.
Y es que, ciertamente, ante la batería de escrituras que presentaba como prueba el riojano poco podía hacer la habilidad retórica del legalista vizcaíno. Y aunque después de Aranguren vinieron muchos más impugnadores, la obra de Llorente sigue representando un hito importantísimo en la historia medieval de las provincias vascas y zonas adyacentes.

Paradójicamente, hay que recalcar que nuestro hombre jamás se mostró partidario de la abolición de los fueros vascos.  Se limitó a criticar su origen legendario y expurgarlo de leyendas y mitificaciones. Consta la sorpresa del representante vizcaíno a la Junta que convocó Napoleón en Bayona para dotar a España de una constitución, el Sr. Lardizabal, cuando el también asistente Juan Antonio Llorente:
...negó la nativa independencia de las Provincias, pero las hizo la gracia de considerarlas acreedoras a la especial protección de S.M. por su localidad y naturaleza del terreno.
Por contra el diputado castellano representante de la ciudad de Burgos, con bastante llaneza, pero a nuestro juicio con no poco sentido común:
...alegó que no era justo que los naturales de las Provincias que no contribuyen, obtuviesen los empleos de la nación.
Pasaron los años. Tras la Guerra de Independencia Llorente tuvo que exiliarse en Francia. Viejo y pobre, pudo regresar a España dos años antes de morir en 1823.  Los nacionalistas vascos le consideraron durante mucho tiempo una especie de historiador diabólico que había osado poner en tela de juicio la legitimidad de sus sacrosantos fueros y libertades. Los conservadores españoles no le tuvieron en mucho mejor concepto por sus aceradas críticas a la Inquisición y su condición de afrancesado. Desde sectores liberales y progresistas sí que se hizo cierta tibia defensa de su obra y trayectoria vital. Pero parece, en definitiva, que su carácter polémico y contradictorio le ha privado de ocupar un lugar en la posterioridad más acorde con sus muchos méritos historiográficos.



Bibliografía
La Independencia Vasca. La Disputa sobre los Fueros. Francisco Fernández Pardo
Noticias Históricas de las Tres Provincias Vascongadas (I).Juan Antonio Llorente
id.  (III)  

jueves, 28 de noviembre de 2013

Presentación

La verdad se corrompe tanto por la mentira como por el silencio.
Cicerón


El objeto de este blog es simplemente aportar una humilde voz castellana y castellanista a diversos debates históricos. 

Vivimos en un momento y en un país en los que las historiografías periféricas han encontrado un blanco fácil para sus frustraciones y resentimientos en la Castilla desunida y desconcienciada. Por su parte, la historiografía española prefiere o contemporizar con esas pulsiones o centrarse en valorar la trayectoria común del conjunto del Estado, frecuentemente "olvidándose" de defender el pasado histórico de su soporte principal, que ha sido y es Castilla. Creemos que esta situación no es ni justa ni beneficiosa para los castellanos y pondremos nuestro granito de arena en la tarea de combatirla. 

Y como avance de intenciones, nada mejor que este texto del eximio historiador D. Claudio Sánchez Albornoz, sacado de su libro "España, un Enigma Histórico" y que resume perfectamente nuestro pensamiento.


D. Claudio Sánchez Albornoz

Algo es sin embargo seguro: Castilla no forzó a ninguno de los pueblos peninsulares a renunciar a su personalidad histórica para hacer a España. Y enfrentando la afirmación de Ortega y Gasset: "Castilla hizo a España y la deshizo", como ayer en las Cortes Constituyentes, me permito hoy aseverar: "España deshizo a Castilla".
Se ha acusado y sigue acusándose a Castilla desde Cataluña y Vasconia y hasta desde Galicia, de haber aplastado sus libertades antañonas, por obra de su centralismo político  y de su espíritu imperialista dentro de la Península. ¡Castilla centralista! Peregrina tesis. Sabemos cuáles fueron las capitales de Cataluña, Aragón, Navarra y Portugal y que en esos reinos la vida giró en torno a la ciudad umbilical donde el gobierno residía. El de Castilla peregrinó sin reposo del Cantábrico hasta Andalucía; fue no menos trashumante que nuestros rebaños de merinas. ¿Dónde estuvo el centro y la capital de Castilla antes de que Felipe II estableciese en Madrid la corte de su compleja monarquía, extendida por tres continentes?.
Ni Castilla impuso un centro político a España - fue Felipe II quien, obligado a luchar por líneas exteriores, fijó en Madrid la sede de su gobierno- ni los castellanos practicaron en la Península una política imperialista. Nadie discute hoy que la lengua de Castilla triunfó de las otras hablas penínsulares, no por imposición oficial alguna sino por el peso específico de los ingenios que en ella escribieron. Fue enorme el desnivel que apartó a los hombres de letras de la gran Castilla, que iba desde las playas cantábricas hasta el Peñón de Gibraltar, de los escritores de los otros pueblos españoles durante los siglos XVI y XVII, en que empezó a hacerse España.
Y sólo enardecidos por una sañuda emulación, hija de la hispana pasión y del hispano orgullo que torturan por igual a todos los peninsulares, pueden hablar de su sojuzgamiento por Castilla, catalanes, vascos y gallegos. Los vascos han llegado al siglo XX gozando de todos los privilegios de los castellanos y sin levantar ninguna de sus cargas. Los gallegos no tenían libertades que perder, porque desde siempre habían vivido sometidos al señorío de obispos, abades y nobles -nunca estuvo Galicia representada en las cortes castellanas porque sólo acudían a ellas los concejos urbanos libres y ninguno lo era allende el Cebrero- y han continuado hasta ayer dominados por sus nuevos señores, los caciques; por caciques de su tierra, no por caciques castellanos, importa recordarlo. Y si Cataluña  perdió sus fueros, no fue por obra de Castilla sino del primer Borbón de España. Los castellanos fueron sujetados por la realeza antes que ningún otro pueblo hispano, sin que en el duro trance del alzamiento de las Comunidades recibieran socorro ni aliento de quienes después hubieron de seguir su misma suerte. 
Y si todos nos abandonaron en aquella hora crítica, sobre Castilla gravitó en seguida la carga inmensa de la política imperial de España; de una política que los españoles habíamos heredado de la Corona Aragonesa y en especial de Cataluña. Los Austrias llegaron a reinar sobre España porque Fernando el Católico procuró vincularse con los enemigos de la tradicional enemiga de sus reinos patrimoniales, Francia. Castellanos y franceses habían sido en cambio aliados durante más de dos siglos y habían peleado juntos muchas veces. Carlos V y Felipe II fueron los legítimos continuadores de la política de los grandes reyes catalanes, Pedro III y sus hijos; no de los soberanos de Castilla. Y sin embargo a ésta tocó sacrificarse en empresas que le eran ajenas. España ha sido obra de todos los pueblos que de ella forman parte; pero el abandono en que todos dejaron a Castilla la hundió en el abismo. Por eso dije en 1931 y digo hoy que España deshizo a Castilla.