miércoles, 17 de septiembre de 2014

Castellanofobia: el doble rasero catalanista

I esto de inventar los catalanes i de escribir a su albedrío lo que conviene a su onra o vanidad es cosa natural en ellos.
Francisco de Rioja (1.583-1.659). Aristarco

Llevamos ya cierto tiempo recopilando muestras históricas de anticastellanismo y quizá sea buen momento para hacer  alguna consideración más general sobre el tema. Aun reconociendo la  razón del verso de Ramón de Campoamor "en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira", no deja de sorprendernos las diferencias abismales de rasero que suele gastar el catalanismo a la hora de juzgar todo lo que tenga que ver con su tierra y lo que se refiera a Castilla. 

Cabría esperar de un colectivo tan sensible para con la opinión que otros puedan tener de su patria, cierto reparo y contención al expresarse sobre la de los demás,  y en lo que nos atañe, con Castilla. Creemos honradamente que demasiadas veces no ha sido así. El continuo lamento victimista sobre el poco cariño que despiertan en algunos territorios, incluidas las provincias castellanas,  ha ido acompañado (mejor dicho, precedido) de crueles ataques hacia esos mismos lugares. Hemos reunido en este humilde blog un buen puñado de ellos, y  es indudable que aun nos queda bastante trabajo por hacer. 

Dicha castellanofobia tiene a nuestro juicio un terrible agravante: que no fue casual o accidental, sino provocada por gentes que sabían muy bien lo que hacían. No se trata de un acto reactivo como a veces se alega desde Cataluña, sino premeditado. Y Enric Prat de la Riba (1.870-1917), nada menos que uno de los padres del catalanismo, lo reconoció explícitamente:
Había que acabar de una vez con esa monstruosa bifurcación de nuestra alma, había que saber que éramos catalanes y que no éramos más que catalanes, sentir lo que no éramos para saber claramente , hondamente, lo que éramos, lo que era Cataluña. Esta obra, esta segunda fase del proceso de nacionalización catalana, no la hizo el amor, como la primera, sino el odio (...) y no nos contentamos con reprobar y condenar la dominación y los dominadores, sino que, tanto como exageramos la apología de lo nuestro, rebajamos y menospreciamos todo lo castellano, a tuertas y a derechas, sin medida. 
Los catalanes que aun hoy en día y de buena fe, se preguntan sobre los motivos de que se haya extendido cierto resentimiento contra ellos en muchas zonas  (y que nosotros, dicho sea de paso, condenamos) quizá  debieran leer  el párrafo anterior. Y que juzguen ellos mismos si la castellanofobia,  que tan útil puede haber resultado  para el desarrollo del nacionalismo catalán, no está en el origen de todos estos lamentables prejuicios cruzados entre ambos pueblos. Si no es humanamente comprensible que "rebajar y menospreciar todo lo castellano a tuertas y derechas, sin medida"  provoque automáticamente una reacción de reciprocidad. 

El Cid,  según la historiografía catalanista, un capitán de ladrones. ¡Y Hollywood sin enterarse! Parece que lo de menos son todas las batallas que ganó. Incluída la de Tévar al Conde de Barcelona. ¿Vendrá de ahí la inquina?

Francisco Jaume, industrial y escritor gerundense,  ya lo denunciaba en 1.907:
una de las mentiras más indignas de los catalanistas es la de hacer creer a los catalanes que somos odiados por los castellanos, cuando es perfectamente lo contrario. Son los primeros los que odian a los segundos
Y lo explicaba de este modo:
Primero. Los separatistas se creen personas superiores a los demás. Es claro, no dicen que sean ellos solos los superiores, sino los catalanes, más adelantados que los castellanos, por cuyo motivo hay que separarse o, si no, Cataluña se ve obligada a llevar a remolque a esa masa ignorante de las demás provincias compuesta de una raza inferior a nosotros, los catalanes, y cuyo número es, por sí solo, suficiente para impedirles a ellos, los superiores, ser nunca nada. Este odio ha inspirado toda la literatura catalana; pero para disimularlo mejor, entonces se han inventado: Segundo. El odio de los castellanos a Cataluña, invirtiendo los términos. Es un escamoteo de la verdad fácil de hacer en política. Se provoca constantemente a los castellanos, y si alguno de éstos, cansado de soportar, responde enojado alguna frase contra Barcelona o Cataluña, se copia esta frase, y se dice: ¡Ved, catalanes, como somos odiados por los castellanos! Insistiendo uno y otro día han conseguido acreditar ante muchos que somos odiados por los castellanos y disimular que son ellos los que odian.
Y no solo observamos ese doble rasero en lo referente a las fobias nacionales. También a la hora de juzgar el folklore, la historia e incluso el arte. Efectivamente, según cierto catalanismo, cualquier personaje histórico, leyenda o mito castellano solo puede ser considerado algo falsario, manipulado y casposo. Cualquier sentimiento de orgullo por nuestro pasado, solo puede calificarse de patrioterismo ridículo. Cualquier monumento literario o bien se considera que ha sido exagerado e impuesto por el "centralismo imperante", o es examinado desde las más estrambóticas perspectivas para que sirva como crítica... a la propia Castilla; (nos queda pendiente escribir una entrada acerca de la surrealista visión que se ha venido dando desde el nacionalismo catalán del Quijote). Y ya lo último, que es la manía que les ha entrado a determinados sectores  por apropiarse directamente nuestras glorias. Veanse si no las publicaciones dedicadas en este mismo blog al Institut Nova Historia

Este severísimo y feroz juicio sobre lo castellano se mezcla con envidiable desparpajo con una idolatría realmente notable por todo aquello que consideran propio. No hay medias tintas, no hay claroscuros, no hay zonas grises. De Wilfredo el Velloso a la Reinaxença, pasando por los almogávares,  Pau Claris o "1.714". Todos los mitos son ejemplares, los escritores grandiosos, el pasado digno de toda admiración. 

Comprobemos  los términos que utiliza Prat de la Riba para referirse a Castilla y al Cid:
Con su espíritu de dominación, mezcla extraña de autoritarismo y anarquía, de energía y lasitud, de previsión y ceguera, herencia malaventurada de la sangre semítica que le lleva a hacer una industria de la guerra como aquel capitán de ladrones que Castilla ha convertido en su héroe nacional, como el Cid Campeador. 
Y ahora fijémonos en la visión idealizada hasta el ridículo que da su contemporáneo Víctor Balaguer de los almogávares, mercenarios procedentes entre otros lugares de Cataluña, y que en el siglo XIII camparon por Grecia y Anatolia, al tiempo que las saqueaban y devastaban:
Aquellos hombres que venían de hollar con planta indiferente los sitios donde un día se alzara Troya, héroes a su vez de una epopeya como la que inmortalizó Homero, iban a despertar con el rumor de sus pisadas y el acento de un lenguaje desconocido los ecos de las Termópilas, los huesos de cuyos defensores debieron estremecerse al sentir que por allí pasaban otros héroes.
Ni punto de comparación, ¿verdad?

El catedrático de historia de la Universidad Autónoma de Barcelona Ricardo García Cárcel en un artículo recientemente publicado ha vuelto a abundar en lo obvio:
ahora a escala nacional ni el Cid ni Agustina de Aragón tienen ninguna simpatía. Y en cambio los nacionalismos periféricos tienen los altares de los mitos sobrecargados.
Los Almogavers según Bartomeu Ribó (1.866). Estos en cambio, desde la óptica catalanista, sí que eran unos verdaderos héroes. Por lo visto no robaban, y mataban lo mínimo. ¡Y además ya gustaban de usar barretina!

Y no se trata únicamente de un fenómeno actual. Ya a principios del siglo XX el escritor guipuzcoano José María Salaberría dejó constancia de lo asombrosamente distinta que puede resultar la bara catalanista de medir:
Habladle de Numancia a un catalanista y os dirá que eso es cursi, que eso es un patriotismo pasado de moda. Si le cantáis a un catalanista la Marcha de Cádiz, dirá que el himno es ramplón y sobre todo, patriotero (...). Recordadle a un catalanista la gloria literaria de Calderón de la Barca, y sonreirá con malicia: "¡Vaya, vaya: estamos en el secreto de los clásicos españoles...!" Hoy mismo leo en "El Diluvio" una carta de Madrid en que el articulista hace un examen de las cosas y asegura que las mujeres madrileñas son bastante feas, de rasgos poco finos y de trajes deplorables. De España, pues, puede el catalanista decir lo que le place; es una exacta tierra mostrenca. Pero atreveos a insinuar que las mujeres de Barcelona son ordinarias, y el catalanista pondrá el clamor en el cielo. ¡Ya ven como nos odian los españoles! Es así, por consiguiente, que la tierra mostrenca de España se convierte al llegar a Cataluña en un objeto santo, inviolable. No podéis llamar fea a la barretina porque inmediatamente se producirá una diada de desagravio. Si opináis que "Els Segadors" es un canto burdo y retrasado, la protesta será inaudita. Ese que sonríe con suficiencia ante la gloria de Calderón se sentiría injuriado si dijéramos que la "Atlántida" de Verdaguer no pasa de ser un buen libro para optar a un premio en los Juegos Florales. Esa es la gran injusticia del catalanismo. No existe en sus juicios ninguna idea de proporción. Usa unos lentes falaces para mirar los dos patriotismos; ve a España con los cristales minúsculos y a Cataluña con los de aumento. Todo es en España sujeto de crítica y de vejación; todo es en Cataluña tema de reverencia y santidad. Se toman a sí propios tan en serio, que la menor objeción los deja estupefactos, como ante el infiel que profana el ara. 
¿No les suena?

martes, 2 de septiembre de 2014

Conservación de Monarquías


Y asi concluyo este discurso, con que conviene que en las cargas y tributos de las provincias, en quanto fuere posible, haya una debida y ajustada proporcion, sin que todo el peso cargue sobre la cabeza.
Pedro Fernández Navarrete  


Vamos a repasar hoy un curioso libro publicado hace ya algunos siglos: "Conservación de Monarquías y Discursos Políticos", de Pedro Fernández Navarrete (1.564-1.632). Su autor, logroñés de nacimiento, fue un reconocido humanista, economista, escritor y poeta que alcanzó a ser  secretario real y canónigo  de Santiago de Compostela.

El libro, que vio la luz en 1.626, es un conjunto de reflexiones sobre los graves problemas que ya entonces, y pese a la prodigiosa expansión exterior, afrontaba la Corona española, así como sobre la manera de resolverlos. Aborda en él todo tipo de temas, desde el peligro que supone la despoblación a la condena del lujo o el excesivo número de días festivos que comprometían seriamente la economía. Pero nosotros vamos a centrarnos en el discurso XXIII, titulado significativamente: "Que las cargas de la monarquía se deben repartir entre todas las provincias". 

En efecto, el capítulo citado demuestra que los castellanos de la época, o al menos la parte más ilustrada de ellos, eran plenamente conscientes del terrible daño que estaba sufriendo Castilla  al ser obligada a soportar casi en solitario todo el peso fiscal. El Estado Asimétrico organizado por los Austrias permitía que Vasconia, Portugal y los territorios pertenecientes a la Corona de Aragón se convirtieran en un antecedente de los modernos paraísos fiscales, al tiempo que los campesinos y burgueses castellanos eran brutalmente exprimidos para sufragar una interminable serie de guerras.

Retrato de Felipe III. Pedro Fernández Navarrete le aconsejó que las cargas de la monarquía no recayeran solo sobre Castilla, sino que se repartieran equitativamente entre  los diversos reinos. Su consejo no surtió efecto.

En primer lugar hace Fernandéz Navarrete una curiosa e impecable reflexión histórica: todos los imperios se han caracterizado por procurar enriquecer a la cabeza del mismo, mientras que paradójicamente el régimen de los Habsburgo, parecía empeñado en lo contrario, arruinar a Castilla en beneficio de los territorios periféricos. El asombrado autor no encuentra precedentes ni justificaciones a tal proceder.
Todas las monarquías han usado siempre enriquecer la cabeza del imperio con los despojos y tributos de las provincias y naciones, ó ganadas por las armas, ó habidas por otros justos derechos. Así lo hicieron los Romanos, enriqueciendo el erario con los despojos de África y Persia, ó, como otros dicen, de Perseo. 

Y entre otras alabanzas que el Poeta Claudiano dio a Estilicon, fue decir, que había traído al imperio riquezas no conocidas, desde remotas y heladas provincias.

Y no solo Roma, sino todas las colonias y las ciudades  a quién se comunicaban los privilegios Romanos eran exentas de pechos y tributos, gozando del derecho itálico de que tuvo origen el llamar hidalgos á los que no pechaban.
Pero, como suele decirse, "Spain is different". Aquí no solo no se benefició fiscalmente al principal soporte del Imperio sino que se le esquilmó, empobreció, y agravió sin tregua:
Solo Castilla ha seguido diverso modo de imperar, pues debiendo, como cabeza, ser la más privilegiada en la contribución de pechos y tributos, es la más pechera, y la que más contribuye para la defensa y amparo de todo lo restante de la monarquía; porque no solo da para el sustento de la casa real, y para asegurar las costas de España, sino tambien para presidiar África, reducir a Flandes, y socorrer provincias y Príncipes extrangeros.
La solución que propone el autor no puede ser más moderada y de sentido común: repartir los gastos y las levas de soldados de manera equitativa y razonable entre todos los integrantes de la monarquía.
Con todo eso parece justo, que repartiéndose las cargas en proporcion, quedara por cuenta de Castilla el sustentar la casa real, guardar sus costas y la carrera de Indias: y que Portugal pagara sus presidios, y las armadas de la India oriental, como lo hacia cuando no estaba incorporado con Castilla. Que Aragon é Italia defendieran sus costas, y sustentaran para ello los baxeles y milicia necesaria; 
De otro modo, las consecuencias de seguir con la habitual política de expolio  al pueblo castellano, podían ser desastrosas, (y efectivamente lo fueron).
por que no parece puesto en razon, que la cabeza se atenue y enflaquezca, mientras los demás miembros, que estan muy poblados y ricos, miran las cargas que ella paga: siendo más justo que las provincias que están vecinas a confinantes enemigos, contribuyan mas para su propia defensa, como en las Cortes de Madrid del año de mil quinientos veinte y ocho se pidió al señor Emperador Carlos quinto:  pudiendo decir Castilla a las demás provincias lo que el Rey Atalarico escribió á los romanos, que gastaba sus erarios y la sangre de sus Godos, para que ellos gozasen de una parlera y pacífica alegría. 
Con lo de "provincias que están vecinas a confinantes enemigos" se refería sobre todo a Cataluña, territorio fronterizo con Francia y frecuente teatro de operaciones, pero cuya defensa se llevaba a cabo fundamentalmente con dineros y soldados castellanos. 

Y es que, a principios del XVII, tras un siglo de continua discriminación  y completo ninguneo de los intereses castellanos,  la situación económica y demográfica de la península había variado  por completo. Castilla ya no era la potencia en pleno auge de antaño. Se estaba empobreciendo y despoblando  a pasos agigantados. Por contra, las otras regiones gozaban de la prosperidad económica que sus privilegios  le facilitaban. 
Que socorrer Castilla á las demas provincias es muy puesto en razon, si ella estuviese sobrada rica, conforme á lo que dixo Séneca, que el dar ha de ser, sin que el que da, se ponga en necesidad. 
Como cabía esperar, este sacrificio de Castilla en aras de los otros reinos y de la dinastía  nunca fue valorado ni agradecido. Cuando unas décadas después nuestra tierra se quedó definitivamente sin fuerzas ni recursos para seguir arrastrando el peso, y al Conde-duque de Olivares no le quedó otra que intentar que los demás también contribuyeran al esfuerzo común, la respuesta fue la desafección, el auge del anticastellanismo, y la rebelión.  

De Felipe III a Felipe VI. ¿Es posible que España vuelva a configurarse como un Estado Asimétrico que beneficie a ciertos territorios periféricos a costa de perjudicar y discriminar a Castilla?

Llaman poderosamente la atención las enormes similitudes entre el Estado Asimétrico  que padecieron los castellanos durante los siglos XVI y XVII y el que algunos parecen empeñados en instaurar en España en pleno siglo XXI. Como si pudiera haber una especie de conexión temporal malhadada entre los reinados de sendos monarcas de nombre Felipe, el tercero de entonces y el sexto actual. 

Interesadamente, se quiere hacer creer que el reconocimiento de privilegios a ciertas zonas con fuerte presencia nacionalista serviría para eliminar o al menos moderar las tensiones territoriales. Los que así opinan, o carecen de cualquier conocimiento histórico, o de tenerlo este no les ha aprovechado  nada. 

Si algo se ha podido comprobar a través de los tiempos es que jamás ningún privilegio ha servido para que ningún territorio o grupo social favorecido mostrara el menor agradecimiento a los que lo sufren o para que moderara sus aspiraciones. Antes bien, siempre consideraron que tales privilegios eran obligados y lo mínimo a lo que tenían derecho, y no han buscado sino la forma de acrecentarlos y seguir distinguiéndose de los demás. 

Que nadie tenga pues la menor duda de que un sistema político serio, moderno y estable no puede construirse sobre la base de la desigualdad y el agravio permanente, sino únicamente sobre la más exquisita igualdad en derechos y obligaciones de todas las partes constituyentes.