sábado, 18 de enero de 2014

Castellanofobia: Sabino Arana


La irreligiosidad y la inmoralidad van cundiendo en nuestro pueblo por obra y gracia de la invasión maketa, de los maketos todos, llámense integristas o librepensadores, que van sustituyendo el carácter bizkaino con su propio carácter de suyo hipócrita y perverso.
Sabino Arana. Revista Bizkaitarra. 



Sabino Arana Goiri (1865-1903) fue el fundador del Partido Nacionalista Vasco. De familia carlista, desde muy joven su pensamiento, influenciado por el de su hermano Luis, evolucionó hacia un nacionalismo radical de corte independentista, barnizado además de racismo  e integrismo religioso.


 Sabino Arana Goiri, considerado el padre del nacionalismo vasco

Según la visión de Arana, España era una nación de la que Castilla, Cataluña, Galicia o Andalucía solo constituían regiones. Por contra, el País Vasco, Navarra y algunos pequeños territorios del suroeste de Francia formarían otra nación completamente diferenciada.  En ese sentido, el odio de los patriotas vascos, a diferencia de el de sus congéneres de Cataluña o Galicia, debería orientarse más hacia el conjunto de España que hacia una sola de sus regiones, en este caso la castellana.

La política catalana, por ejemplo, consiste en atraer a sí a los demás españoles; la bizkaina, v.gr., en rechazar de sí a los españoles, como extranjeros.
De hecho, más que dos naciones, para el fundador del P.N.V., españoles, (llamados despectivamente "maketos") y vascos constituirían dos razas diferenciadas y contrapuestas. El deber de los patriotas vizcaínos consistía no en facilitar la asimilación de los inmigrantes españoles, sino en impedirla como si fuera la mayor de las desgracias. Consideraba que habría de evitarse que aprendieran euskera, pues el dominio de la lengua vasca  significaría un paso importante para la integración de los "maketos", y por tanto para la contaminación de la raza.

En Cataluña todo elemento procedente del resto de España lo catalanizan, y les place a sus naturales que hasta los municipales aragoneses y castellanos de Barcelona hablen catalán; aquí padecemos muy mucho cuando vemos la firma de un Pérez al pie de unos versos  euzkericos, oímos hablar nuestra lengua a un cochero riojano, a un liencero pasiego o a un gitano, o cuando al leer la lista de marineros náufragos de Bizcaya tropezamos con un apellido maketo.
Si fuese moralmente posible una Bizkaya foral y euzkeldun (o con Euzkera) pero con raza maketa, su realización sería la cosa más odiosa del mundo, la más rastrera aberración de un pueblo, la evolución política más inicua y la falsedad más estupenda de la historia. 
El odio hacia los españoles que traslucen a menudo los escritos de Sabino Arana es ciertamente colosal. Sirvan unos pocos ejemplos para ponerlo de manifiesto:
Olvida esta tu lengua, sí. Pero si el maketo, penetrando en tu casa, te arrebata a tus hijos y tus hijas para quitar a aquellos su lozana vida y prostituir a éstas...entonces, no llores.
Tanto nosotros podemos esperar más de cerca nuestro triunfo, cuanto España se encuentre más postrada y arruinada.
La fisonomía del bizkaino es inteligente y noble; la del español inexpresiva y adusta. El bizkaino es de andar apuesto y varonil; el español, o no sabe andar (ejemplo los quintos), o si es apuesto, es tipo femenil (ejemplo, el torero). El bizkaino es nervudo y ágil, el español es flojo y torpe. El bizkaino es inteligente y hábil para toda clase de trabajos; el español es corto de inteligencia y carece de maña para los trabajos más sencillos [...] el bizkaino es laborioso (ved labradas sus montañas hasta la cumbre); el español perezoso y vago...
Les aterra el oir que a los maestros maketos se les debe despachar de los pueblos a pedradas. ¡Ah la gente amiga de la paz...! es la más digna del odio de los patriotas. 
Pero aunque, como ya hemos dicho, la inquina de D. Sabino abarca el conjunto de lo español, no solo lo específicamente castellano, sabemos por experiencia que siempre que desde el nacionalismo periférico se reparten bofetadas, los castellanos tenemos muchísimas papeletas para recibirlas. Impresión que solo podría reforzarse al conocer la insultante etimología que se inventó nuestro hombre para la palabra "Castilla", a la que quería hacer provenir de "ke asto illa", y que se traduciría del euskera así como "(por el) humo asno muerto".
Lo que de bueno tiene el vasco no se lo debe a Castilla y sus hermanas. De lo malo, casi todo lo tiene de ellas recibido.
Porque el pueblo vasco tenía vigor sobrado y sobrada energía para ascender con paso firme la escala tendida desde su personalidad histórica [...] Pero absorbido y arrastrado por Castilla y sus hermanas, descendió en vez de levantarse y va aceledaradamente derrumbándose hacia su total ruina en vez de haberse encumbrado hasta lo más alto de la social felicidad.
Abandonad este léxico traído de Castilla, pues existe demasiado sabor de moro, color de sucio judío, de negro y de villano en esas tierras.
En cuanto a la discutible visión histórica de Arana, ésta lógicamente coincide  a la perfección con el dogma nacionalista. Parte primordial del mismo es la supuesta independencia medieval de las provincias vascas respecto a Castilla y Navarra. Así se explica el principio del fin de aquella primitiva arcadia vizcaína  a manos del  "virulento" reino castellano:
Llegó un tiempo (siglo XIV) en que el Señor de Bizcaya (Juan III) heredó el trono de Castilla, y con esto, comunicándose de continuo los bizcainos con los españoles, habría de ir inoculándose paulatinamente en el espíritu bizkaino el mortífero virus del españolismo, como el astro más grande le atrae al más pequeño que llegue a sus alcances.
Este tema, el origen de los privilegios vascos como concesiones reales y no como  pretendidos pactos entre estados presuntamente independientes, ya lo hemos abordado suficientemente en las dos entradas anteriores que dedicamos a Juan Antonio Llorente. Como cabía sospechar, el historiador riojano no gozaba precisamente de las simpatías de D. Sabino:
A un conspicuo masón le encargó la España de principios de este siglo la refutación de la independencia histórica de nuestra patria: al canónigo Llorente.
La influencia de la vida y obra de Sabino Arana Goiri sobre el nacionalismo vasco posterior es incalculable. Por más que el signo de los tiempos haya obligado a arrinconar los conceptos raciales y religiosos más exaltados de su fundador, no cabe dudar de la vigencia de muchas de sus teorías y opiniones en el ideario del P.N.V. y del universo "abertzale" en general. 

Estatua a Sabino Arana en los Jardines de Albia, Bilbao
Enfrente está Sabin Etxea

En la actualidad, la memoria de Arana continua siendo celebrada y homenajeada a lo largo de toda la geografía de Euskadi,  con multitud de estatuas y calles a su nombre. La sede central del Partido Nacionalista Vasco se encuentra  en el solar de su antigua casa familiar y es denominada precisamente "Sabin Etxea", es decir, "la casa de Sabino".


martes, 14 de enero de 2014

Castellanofobia: Pompeu Gener

Ni Madrid ni el centro de las Castillas son lugares a propósito para la capital de una nación civilizada. La inteligencia tiene que funcionar mal por la deficiente nutrición del cerebro. Así todas las concepciones que de allí nos vienen son raquíticas.
Pompeu Gener. Heregias


Pompeu Gener i Babot (1.848-1.920) conocido como "Peius", fue un periodista y escritor barcelonés. En su juventud simpatizó con el republicanismo federalista, pero posteriormente fue derivando hacia un catalanismo con tintes racistas. Vivió largas temporadas en París donde trabó contacto con los ambientes intelectuales y literarios franceses. Hombre bohemio y de carácter pintoresco, terminó ejerciendo de funcionario en el Ayuntamiento de Barcelona merced a unos amigos que tuvieron la consideración de enchufarle allí. Según se cuenta, el único día en el que hacía acto de presencia en la oficina era precisamente el día de cobro.

En 1.887 publicó "Heregías. Estudios de Crítica Inductiva Sobre Asuntos Españoles", obra que retomará y ampliará en 1.903. En este libro  expondrá sus teorías raciales, basadas en la afirmación de que mientras en la España al sur del Ebro dominaban los elementos semíticos y  negroides,  en Cataluña predominaban los arios.
En España, la población puede dividirse en dos razas. La aria (celta, grecolatina, goda) o sea del Ebro al Pirineo; y la que ocupa del Ebro al Estrecho, que, en su mayor parte, no es aria sino semita, presemita y aun mongólica [gitana].
Pompeu Gener. Combinó catalanismo, racismo y anticastellanismo. No sería el único caso.

Repartidas de esta guisa las razas por la península, resulta fácil adivinar donde sitúa Gener a los hispanos  decadentes y donde a los triunfadores, donde  a los inferiores y donde a los superiores. Efectivamente, han acertado. 
[la raza que] proporciona la mayoría de funcionarios, de adeptos, y de gente que acata y sufre resignada esa máquina dificultativa del funcionamiento administrativo-gubernamental, es la raza del Ebro al Estrecho de Gibraltar, castellanos, andaluces, extremeños, murcianos etc.
Y es que, según Gener, con estos mimbres raciales resulta inviable cualquier intento de modernizar España:
Hay demasiada sangre semítica y bereber esparramada (sic) por la península para que pueda generalizarse en la mayoría de sus pueblos la ciencia moderna, para que adquieran una conducta conforme a las universales relaciones de la Naturaleza, para que abandonen el pensamiento con ideas absolutas, o solo con palabras. [...] España está paralizada por la necrosis producida por la sangre de razas inferiores como la Semítica, la Bereber y la Mongólica, y por espurgo que en sus razas fuertes hizo la Inquisición y el Trono, seleccionando todos lo que pensaban, dejando apenas como residuo más que fanáticos, serviles e imbéciles. La comprensión de la inteligencia ha producido aquí una parálisis agitante. Del Sud al Ebro los efectos son terribles; en Madrid la alteración morbosa es tal que casi todo su organismo es un cuerpo extraño al general organismo europeo.
Pero no todo está perdido en la península. Como dijimos arriba, hay un rincón en el que aun resiste una raza aria susceptible de encarnar la ciencia, el arte moderno y el espíritu europeo. Naturalmente nos referimos a la "raza catalana":
La raza [catalana] continuamente cruzada con otras europeas, se ha mejorado. Los cruces con razas afines superiores pertenecientes al mismo grupo se sabe que son altamente beneficiosos. Al contrario, con razas inferiores, de otros grupos divergentes, dan productos híbridos, estériles.
Todas las observaciones que hemos hecho, así etnográficas como filológicas y geográficas nos indican que la energía, el vigor y la dureza de la literatura catalana provienen de la raza y del medio. Los elementos de la raza catalana son, prescindiendo del elemento autóctono primitivo, el celta, el griego, el romano, el godo y por fin el franco. Razas fuertes, inteligentes, enérgicas.
La contraposición entre la superior raza catalana y la degenerada y decadente raza castellana se convierte así en el motivo que nuestro hombre estampará una y otra vez, machaconamente. He aquí un par de ejemplos:
España mira hacia abajo. Lo que aquí priva son las degeneraciones de esos elementos inferiores importados del Asia y del África. Ellos son los que predominan, ellos los indispensables para ocupar los puestos elevados, para formar parte de una aristocracia política y literaria que las más de las veces solo es de la inferioridad. Diríase que al echar a los moros, los astures y los castellanos viejos á medida que avanzaban iban siendo presa del espíritu africano. Los sarracenos perdían pero ganaban influencia (...). Nosotros que somos indogermánicos, de origen y de corazón, no podemos sufrir la preponderancia de tales elementos de razas inferiores
El problema está entablado entre la España Lemosina, Aria de origen y por tanto evolutiva, y la España Castellana, cuyos elementos Presemíticos y Semíticos, triunfando sobre los Arios, la han paralizado, haciéndola vivir sólo de cosas que ya pasaron.
Apunta también Gener en su libro una curiosa teoría que espantaría a muchos de los actuales simpatizantes del nacionalismo catalán, malacostumbrados a identificar Cataluña con progresismo y a Castilla con la reacción; y que asimismo recuerda demasiado a ciertas ideas que causaron furor en Alemania allá por los años 30 del pasado siglo. Para D. Pompeu, los castellanos están interesados en la igualdad y la democracia...¡por causa de su inferioridad!:
Así conviene á los centrales el socialismo nivelador, la democracia unitaria que prepara una raza de proletarios habladores y pobres de voluntad, hábiles, pero que tienen necesidad de quien les dirija y les mande, de jefes, de amo, en una u otra forma; en una palabra una raza de esclavos en el sentido más profundo de la frase.

 El ayuntamiento barcelonés tiene el gran detalle de honrar la memoria de Pompeu Gener con una recoleta plaza. Repleta de arbolado y muy cerca de la playita

En cambio, según nuestro hombre, los catalanes  están muy por encima de esa democracia "simétrica" tan grata a la raza de esclavos "mesetarios". Y si hacen falta más argumentos para justificar el aristocratismo catalán, se echa mano de algún concepto nietzscheano o incluso del refranero popular, y asunto solucionado:
Conocemos que somos Arios europeos y que como hombres valemos más en el camino del Superhombre. 
El proverbio más verdadero del país es el que dice que cada catalán tiene un rey en el cuerpo 
Cualquiera diría en fin que, para el autor, los castellanos son tan inferiores que apenas son capaces  de comer y reír:
En esta parte de España no se come, no se ríe no hay altas expresiones del espíritu. En cambio, se reza mecánicamente, se roba y se cumplen venganzas, y hay puñaladas por una friolera. Todo se cura con sangre en la España castellana.
Con todo, lo más surrealista de la obra de Pompeu Gener es cuando añade a sus teorías raciales consideraciones climáticas y geográficas. Así, la inferioridad de la raza castellana provendría no solamente de su composición étnica, sino también de "el excesivo calor y el extremo frío e [sic] las alturas yermas, los terremotos de ciertas comarcas, y sobre todo la sequedad del suelo".

Y es que según él, la altura a la que se encuentra Castilla sobre el nivel del mar se traducía en la ausencia de helio y provocaba una deficiencia nutricional en el cerebro. De ahí se derivaría la ineptitud de los castellanos para dirigir correctamente el gobierno:
El mal de España viene de que la raza que emprendió la unificación, fuera la castellana
La atmósfera madrileña "es pobre en Helio y Argón" y para colmo en sus aguas faltan el "Kriptón, el Neón y el Xenón", por lo que no estaría capacitada para ser la capital. A fin de cuentas, ¿qué se podía esperar de una ciudad como Madrid, que para más inri estaba "rodeada de desiertos arábigos"

El gran escritor y diplomático Juan Valera no dudó en responder con elegante sarcasmo a los crueles ataques:
Gener nos da por perdidos. Somos monos, somos presemitas descendientes de una gentuza infecta o plebeya... ¿Qué le hemos de hacer? ¿Cómo impregnar nuestro ambiente del ozono y del helio del que carece, según el señor Gener? Para nuestra circulación mental no hay vacuna que valga...
Por su parte, el filólogo y filósofo alemán Horst Hina, especialista en las relaciones culturales entre Castilla y Cataluña, tampoco puede evitar (desde la característica y reconocida lógica germana)  recurrir a la ironía cuando estudia la obra de D. Pompeu:
Decadente, sin cultura, ajena a la realidad, acientífica, supersticiosa, venida a menos, abandonada, indisciplinada: el sorprendido lector se pregunta como semejante Castilla pudo apoderarse de una Cataluña tanto más rica y fuerte.
Pero lo cierto es que en contra de lo que pudiera pensarse, las  teorías de "Peius" tuvieron un notable eco. Los ramalazos racistas se repetirán en distintos ideólogos del catalanismo, desde Almirall a Rosell i Vilar. Únicamente después de que con los nuevos tiempos fueran consideradas muy políticamente incorrectas, pasarían a un discreto y conveniente olvido.
 

lunes, 13 de enero de 2014

La Leyenda Negra Catalana: Los Almogávares


Que caigas bajo espadas francas y en manos de catalanes
que te aten las manos con unas esposas y te estrujen el cuello con un garrote

La Maldición de la Abandonada. Balada Popular Griega


Dejábamos pendiente en una entrada anterior algún comentario más profundo sobre el imperialismo catalán. Al mismo tiempo que desde su nacionalismo se suele despreciar continuamente el pasado de Castilla calificándolo como expansionista y contrario al supuesto carácter dialogante y pacífico de Cataluña, se admiran y alaban las conquistas de  reyes y soldados catalanes en Italia y Grecia. Curioso doble rasero.  Hoy repasaremos  las campañas de los almogávares, mito romanticista evocado con frecuencia desde el catalanismo con notas tan laudatorias y rimbombantes como estas de Víctor Balaguer en su Historia de Cataluña:
Aquellos hombres que venían de hollar con planta indiferente los sitios donde un día se alzara Troya, héroes a su vez de una epopeya como la que inmortalizó Homero, iban a despertar con el rumor de sus pisadas y el acento de un lenguaje desconocido los ecos de las Termópilas, los huesos de cuyos defensores debieron estremecerse al sentir que por allí pasaban otros héroes.
Los almogávares  eran una tropa mercenaria compuesta principalmente por catalanes y aragoneses que, endurecidos en la guerra contra los sarracenos, fueron posteriormente utilizados  en Sicilia. Más tarde, y ante la situación de debilidad de Bizancio,  el emperador Andrónico II Paleólogo decidió contratar a estos mercenarios  para enfrentarles a sus enemigos turcos. Ya adelantamos que terminaría lamentando esta decisión.  El ejército almogávar  combatiría bajo las órdenes de Roger de Flor y estaría compuesto por unos 7.000 guerreros. La "Gran Compañía Catalana" llegó a Costantinopla en 1.303 y en seguida tuvo lugar la primera matanza. No de  turcos, sino de miembros de la colonia genovesa de la ciudad, a la que diezmaron en lo que se conoce como la "masacre de los genoveses".

Los Almogávares en el campo de batalla
(La epopeya de los almogávares vista desde Cataluña)

Tras aquella dudosa gesta, desembarcaron en Anatolia. Allí atacaron por sorpresa un campamento turco en Cizico. Invernaron en la zona (mientras la saqueaban) y posteriormente derrotaron nuevamente a los turcos  en Germe y Aulax. Ocuparon la ciudad bizantina de Magnesia (lo que como podemos imaginar no sentó nada bien en Costantinopla) y la convirtieron en su base.  Siguieron más victorias en Tira,  Ania y el monte Tauro, tras lo cual el emperador convenció a Roger de Flor para que retornaran a Europa. El nuevo objetivo era que ayudaran a mantener en el trono  búlgaro a un príncipe aliado suyo.

Pero la indisciplina y los estragos que iban causando los almogávares a su paso por Grecia les granjearon el odio de sus habitantes. Además, las victorias frente a los turcos, encaminadas sobre todo a la toma de botín, se habían saldado sin ningún avance territorial para los bizantinos. Todo ello terminó por convencer a Andrónico II de que la  Compañía, más que una ayuda, suponía una peligrosa amenaza para su país.  

En esta tesitura, el hijo del emperador ordenó el asesinato de Roger de Flor y algunos de sus hombres durante un banquete en Adrianápolis. Los mercenarios, sin embargo, consiguieron rehacerse y derrotar a los bizantinos en Apros. Desencadenaron entonces un terrible torbellino de destrucción  y crueldad que pasará a la historia como  "la venganza catalana". La debilidad del Imperio Bizantino le impide expulsarlos, por lo que se instalan en la península griega y toman el control de los ducados de Atenas y Neopatria, donde se mantendrán  hasta finales del siglo XIV.

Pasado el tiempo, la aventura de los almogávares en los Balcanes y Anatolia será recordada desde Cataluña de una manera tremendamente elogiosa por la historiografía nacionalista, que destacará el valor de la "Gran Compañía Catalana", el carácter intrépido de sus componentes, así como las muchas y meritorias victorias cosechadas ante turcos y bizantinos.  Aunque a veces en la alabanza se llegue a extremos tan surrealistas como estos versos del sacerdote catalanista Jaume Collell: 

Y penjant les ascones sanguinoses
l'endemá aquells valents, lleugers de peus,
ab les dones del Ática amoroses
ballaven la sardana als Propileus 
Algo así como:
Y colgando las lanzas sanguinolientas
al día siguiente, aquellos valientes, ligeros de pies
con las mujeres amorosas del Ática
bailaban la sardana en los Propileos

Pero naturalmente los pueblos de los Balcanes mantienen una visión muy diferente, y desde luego menos festiva de aquellos hechos. En lo que vendría a ser la otra cara de la moneda, cronistas bizantinos como Nicéforos Gregoras y Jorge Pachimeres remarcaron el salvajismo de aquellos guerreros que arrasaron Grecia en el siglo XIV. Y en la cultura popular de aquellas tierras quedaron sobradas muestras del resentimiento provocado por la crueldad de la horda mercenaria. 

En este sentido, la expresión "catalán" e "hijo de catalán" son equivalentes en Bulgaria a hombre malvado y torturador. Incluso uno de los más famosos escritores del país, Ivan Vazov, citó en el poema "Piratas" (1915) a los catalanes junto a los turcos como opresores históricos del país.

Para los albaneses, catalán es sinónimo de persona fea y malvada, y en su folklore el "Katallan" es una especie de hombre del saco, que se utiliza para meter miedo a los niños. El Katallan es representado como un herrero monstruoso que se alimenta de carne humana, sin rodillas, y con largas piernas.

El Katallan, personaje  del folklore albanés
(La epopeya de los almogávares vista por los balcánicos) 

En Grecia, por su parte, abundaron los refranes y dichos demostrativos del rencor hacia los catalanes. "Huir de los turcos para caer en los catalanes" sería el equivalente en ciertas regiones del castizo "salir de Málaga para meterse en Malagón". También eran habituales maldiciones del tipo  "¡Así te alcance la venganza de los catalanes!"

No todas las expresiones tenían que ver con la crueldad. También las había que hacían referencia al poco espíritu cristiano que se atribuía a los invasores, del tipo  "el catalán come carne hasta en viernes santo" o "ayuna como el catalán" en referencia a quien no ayuna.

Curiosamente, otras se burlaban de la supuesta suciedad de los catalanes, (ciertamente el ejército almogávar no debía destacar por su higiene): "el griego se lavaba y el catalán se enmerdaba". Había hasta cierta cancioncilla infantil sobre el tema:
Francos, varegos,
"pechos" catalán,
te lavas, te peinan,
y con mierda te rebozas

Y aunque podríamos añadir unas cuantas más, creemos que bastan estas citas para dejar bien claro que ni los almogávares eran los idílicos  guerreros que recrearon las crónicas catalanistas, ni los castellanos han sido los únicos españoles que protagonizaron violentas empresas conquistadoras allende los mares. 

lunes, 6 de enero de 2014

Castellanofobia : Victus

La atrofia cerebral de Carlos II era un reflejo de Castilla y su imperio coagulado. Victus. Albert Sánchez Piñol

Iniciamos hoy una serie que hubiéramos preferido no tener que comenzar, pero  lamentablemente, y habida cuenta de la abundancia de material, nos tememos que va a ser bien extensa. Recogeremos aquí muestras de la castellanofobia que nos vayamos encontrando en nuestro paseo  por la Historia y evidentemente, también por los libros de Historia. 

Empezaremos con "Victus" de Albert Sánchez Piñol. Novela muy publicitada en los medios y gran éxito de ventas a lo largo del último año en Cataluña. No es de extrañar, pues sintoniza perfectamente con el proceso soberanista que  está teniendo lugar allí. En el resto del Estado, y probablemente después de leer esta entrada el lector pueda imaginarse las razones, se ha vendido muchísimo menos. 

Se trata de una novela histórica en la que se narran las andanzas de Martí Zuviría, un joven ingeniero militar catalán tarambana y golfo que se pasea por diversos escenarios de la Guerra de Sucesión, hasta terminar viendo la luz y el sentido de la vida durante el asedio de Barcelona por parte de las tropas borbónicas. 

Obviamente la carga política catalanista que rezuma la novela no pasó desapercibida para casi nadie. El autor en diversas entrevistas ha tratado de matizarla señalando que su novela también contiene algún aspecto poco grato al nacionalismo catalán. Por ejemplo, poner de manifiesto que el mérito de la defensa barcelonesa recayó en el militar austracista de origen castellano Antonio de Villarroel, mucho más que en el homenajeado cada 11 de septiembre Rafael de Casanova (1). Ignoramos cuanto de mal le puede haber sentado a ciertos nacionalistas  el  protagonismo de D. Antonio. Pero estamos convencidos de que no alcanza ni de lejos para pretender hacer pasar por imparcial, o incluso respetuosa, una obra que desgrana machaconamente   los peores tópicos anticastellanos del catalanismo.


Estatua del Conseller en Cap de Barcelona en 1714 Rafael de Casanova (1660-1743)
Durante la guerra fue herido en un muslo. Después trabajó como abogado. 

Sobre ciertas disquisiciones históricas del protagonista, bastante opinables,  no vamos a ocuparnos demasiado. Nos centraremos básicamente en algunas de las  muchas perlas que dedica a los castellanos el "héroe" de la novela. 
Si César decía de la Galia que podía dividirse en tres partes, de la Hispania que siguió a la caída del Sacro Imperio Romano Germánico habría podido asegurar que se dividió en tres franjas, de norte a sur. Una de esas franjas verticales es Portugal. Si ustedes miran el mapa verán que ocupa el tercio atlántico de la Península. La franja más ancha es Castilla, en el centro. Y luego hay otra franja de terreno, invisible en los mapas de hoy, que recorre la costa mediterránea. Eso es, más o menos, la corona catalana (o lo fue; ahora ya no somos nada).
Aunque esos reinos eran cristianos, tenían sus propias dinastías, su idioma, su cultura y una historia propia. Se fiaban tan poco los unos de los otros que siempre estaban a la greña. Y no es extraño. Cataluña y Castilla eran dos mentalidades opuestas. Más allá del santoral, no tenían nada en común. Castilla era un país de secano; Cataluña, mediterránea. Castilla, aristocrática y rural; Cataluña, burguesa y naviera. Los paisajes castellanos habían engendrado unos señoríos tiránicos. 
Lo primero que llama la atención es la aparición sorpresiva en el alegato del "Sacro Imperio Romano Germánico" (!?). Lo segundo es que para el protagonista Cataluña viene a equivaler en la práctica a la Corona de Aragón. No sabemos como le sentará tal cosa a aragoneses o valencianos, pero podemos imaginárnoslo. En la visión maniquea bien contra mal, Cataluña contra Castilla, por lo visto tampoco tienen sitio otras realidades como Andalucía, Galicia o Vasconia. Solo la mediterránea y naviera Cataluña contra la rural, aristocrática, tiránica y para más inri, de secano, Castilla. Ya tenemos aquí  el motivo que Sánchez Piñol irá estampando una y otra vez a lo largo de su novela. 
La hidalguía española...la hidalguía española...¡Me tiro un pedo en su hidalguía! ¿Qué teníamos nosotros que ver con esa gentuza? Para un castellano de pro trabajar era una deshonra; para un catalán, la deshonra era no trabajar
Viniendo de un nacionalista catalán no podía faltar el  tópico del castellano gandul.  Aun suponiendo que fuera cierto que buena parte la nobleza castellana se mostrase especialmente vinculada a las armas y refractaria a las actividades comerciales o industriales, cabría preguntarse que porcentaje podría significar esta clase social  sobre el total de la población. Las grandes masas de campesinos, que suponían la mayoría, los  artesanos y tenderos a los que la desalmada política fiscal de los Austrias con respecto a Castilla no había obligado a cerrar el negocio y emigrar a América, desde luego que trabajaban. Les iba la vida de su familia en ello. Sabemos que no pocas respetables familias catalanas del XIX hicieron grandes capitales mediante el ilegal pero lucrativo trafico de esclavos a Cuba y Puerto Rico. ¿Sería justo por ello generalizar y decir que la burguesía catalana, o incluso el mismo pueblo catalán se caracterizan por su rapacidad y sus escasos escrúpulos a la hora de hacer dinero?. Estamos convencidos de  que no.  
[En Cataluña] Madrid no tenía derecho a reclutar carne de pólvora para sus guerras en Flandes, las llanuras de los patagones o cualquier apestoso rincón de la Florida, y en cuanto a los capitales recaudados,  la cifra que los catalanes aportaban a la corona tenía que ser aprobada por los propias Cortes [catalanas].
Habría mucho que comentar sobre este párrafo y sobre la grosera manipulación que subyace detrás. Antes que nada llama poderosamente la atención que Sánchez Piñol entre todos los sitios donde podían los castellanos ejercer de carne de pólvora se "olvida" de citar algunos bastante significativos. En concreto todos aquellos pertenecientes  a la Corona de Aragón, y que tras el matrimonio del Isabel con Fernando los castellanos hubieron de defender con su sangre y con su dinero. Nos referimos por ejemplo al Rosellón, (lo que desde el catalanismo se suele denominar como Catalunya Nord), apetencia constante de la poderosa Francia. Nos referimos a Nápoles, a Sicilia, a Cerdeña, donde la monarquía francesa también tenía intereses. Nos referimos en general a las rutas comerciales del Mediterráneo Occidental, cada vez más amenazadas por los piratas berberiscos y sus protectores, los turcos. ¿Acaso no tenían más obligación moral de contribuir a la defensa de aquellos territorios los catalanes que los castellanos?.

Tampoco acierta el autor cuando aviesamente carga a Flandes en la cuenta de Castilla. En realidad en Flandes a los castellanos se les había perdido tan poco como a los catalanes. Un rey de la Casa de Habsburgo, bastante inclinado a Cataluña por cierto, Carlos I, llegó al trono hispano tras múltiples carambolas dinásticas. Y trajo como invitado no deseado,  y menos aun solicitado, un lote variopinto de posesiones europeas por parte de su dinastía. Y las consiguientes  rencillas, conflictos y guerras que llevaban aparejadas. Otro tanto cabría decir de las confrontaciones religiosas que pronto estallarían en aquellas tierras. 

Como las libertades de Castilla fueron aplastadas por el Emperador en las campas de Villalar en 1521, su  riqueza y población pudo ser esquilmada sistemáticamente en la defensa de los intereses de la casa reinante austriaca, completamente ajenos a los castellanos. Sánchez Piñol demuestra tener poco conocimiento histórico o mucha animadversión a Castilla para pintar a la principal víctima de la situación como el único culpable.
Para los catalanes se trataba de una unión entre iguales. Castilla, con el paso del tiempo, fue olvidando ese principio fundador.
Mucho nos tememos que nada hubieran deseado más los castellanos de los siglos XVI y XVII que la unión efectivamente hubiese sido entre iguales. No se trató de eso. La parte castellana, tras la derrota de las Comunidades, se vio obligada a sostener su carga, la de la dinastía y la que correspondía a los demás reinos. Cataluña fue política y fiscalmente privilegiada. Y lógicamente, después de dos siglos de continuas levas y auténtica persecución fiscal, Castilla ya solo era  la sombra de lo que había sido cuando Isabel se casó con Fernando. No creemos que ningún reino de la corona de Aragón le arrendara la ganancia, no.


Posesiones de la Corona Catalano-aragonesa
Muchas de ellas serían defendidas con la sangre y el dinero de los castellanos en los siglos XVI y XVII
 [Las manos del castellano] solo pueden empuñar armas; lo contrario sería ensuciárselas, no comprende y menos tolera otras formas de vivir la experiencia humana: lo industrioso le repele. Si quiere prosperar, su misma concepción elevada de la dignidad, paradójicamente, lo empuja al saqueo de continentes indefensos o al miserable oficio de cortesano. 
Esta andanada merece una contestación más amplia de la que podemos dedicarle en este párrafo. Nos comprometemos a repasar algunos episodios significativos de las conquistas y expediciones catalanas en el Mediterráneo y comprobaremos si la huella que quedó por aquellas tierras tiene más que ver con la industriosidad catalana o  con la rapacidad y el saqueo.  

A Sánchez Piñol no parece gustarle prácticamente nada de Castilla. Y el paisaje no es una excepción. Cada vez que la acción se desarrolla en algún lugar castellano, el autor siempre encuentra alguna palabra despectiva para caracterizarlo. La ciudad de Albacete es definida como "un sitio tan feo como frio" y  la campiña de Almansa es simplemente "estas tristes tierras".

Como cabía esperar de cualquier nacionalista catalán de pro, Sánchez Piñol reserva una buena parte de su desdén para el supuesto origen de todos los males. Nos referimos, evidentemente, a Madrid.  He aquí una muestra:

No es Madrid la más bella de las capitales que puedan visitarse. Sus calles se abren al azar, para horror del ingeniero. Los desniveles roban perspectiva a los edificios y las fachadas son tan feas que es difícil de creer. El ornato público es mínimo [...] No fue hasta que la convirtieron en corte que ese pequeño villorrio comenzó a ganar alturas de capital.
No tenemos por que entrar en los gustos estéticos del autor, ni en sus prejuicios. Pero es totalmente falso que Madrid fuera  un villorrio antes de ser corte. Para cuando Madrid recibió la capitalidad en 1561, hacía casi cuatrocientos años que gozaba de su propio fuero. Contaba con un alcázar que había sido utilizado como residencia real muchas veces. Era una de las trece ciudades castellanas con derecho a voto en las Cortes, e incluso las había acogido  en nueve ocasiones. Es verdad que era más pequeña  que Toledo o Valladolid, las ciudades más importantes de Castilla en ese momento. Pero Madrid a principios del siglo XVI distaba ya mucho de ser el villorrio o el poblacho que sostienen algunos desde la ignorancia o la mala fe.

Por no gustar, al protagonista de la novela no le gusta ni Toledo. La despacha como una ciudad pequeña, tras la que, al pasar unos huertos, se "extendían esos páramos de vegetación miserable". Y es que cualquiera diría que a Martí Zuviría-Sánchez Piñol la simple cercanía a Castilla le parece que afea cualquier paisaje: "estábamos en tierra aragonesa, tan yerma como la castellana, pero reino aliado".

Dejamos para el final la frase que resume toda la esencia anticastellana del libro, del protagonista, y por lo que parece, también del escritor:
¿Que es Castilla? Cojan un páramo, pónganle una tiranía, y ya tienen a Castilla
¡Desde luego, qué simpático se nos pone a veces Sánchez Piñol! No disponemos aquí del suficiente espacio para relatarle, y además  probablemente sería ocioso,   las Comunidades de Villa y Tierra,   la Escuela de Salamanca, o los Comuneros, por citar algunas realidades anteriores a la época en la que se desarrolla la novela. Bastará señalarle un dato objetivo: este "páramo" llevaba celebrando cortes casi un siglo cuando se convocaron las primeras en su "libérrima" tierra.  



(1) Rafael Casanova era la máxima autoridad política y militar de Cataluña en 1714 durante el sitio de Barcelona por el ejército borbónico, en el cual  fue herido en un muslo. Cada 11 de septiembre los partidos catalanistas realizan una ofrenda floral ante su estatua, situada frente el ayuntamiento barcelonés. El dramatismo de este monumento y algunos relatos apócrifos llevaron a muchos a pensar que  Casanova había sufrido un destino similar al de nuestros capitanes Padilla, Bravo, y Maldonado. Nada más lejos. Casanova no tenía ninguna vocación de mártir. Ante la inminente caída de la ciudad quemó los documentos que le pareció podían comprometerle y falsificó una partida de defunción a su nombre. Tras ello, vivió  discretamente algún tiempo en casa de su hijo en Sant Boi de Llobregat. En 1719 obtuvo el perdón de Felipe V y pasó el resto de su longeva vida ejerciendo la abogacía en Barcelona. Falleció en 1743 de muerte natural

domingo, 5 de enero de 2014

Castilla y Cataluña: Tratado de Utrecht y Privilegios


El Rey Católico por atención a su Majestad Británica concede y confirma por el presente a cualesquiera habitadores de Cataluña, no solo la amnistía deseada juntamente con la plena posesión de todos sus bienes y honras, sino que les da y concede también todos aquellos privilegios que poseen y gozan, y en adelante pueden poseer y gozar los habitadores de las dos Castillas.
Artículo XIII. Tratado de Utrecht. 1713


1.713. Las potencias europeas  se reunen en la localidad holandesa de Utrecht. Es el principio del fin de la Guerra de Sucesión. 

Había surgido como una contienda entre los dos aspirantes a suceder a Carlos II en el trono  español, el francés  Felipe V de Borbón y el austriaco  Carlos de Habsburgo. La mayor parte de las potencias europeas tomaron partido por uno u otro. Pero tras más de una década de combates  ni Francia ni los Aliados han conseguido imponerse. Estos, (Gran Bretaña, Austria, Países Bajos, Portugal y algunos estados menores), llevaron la iniciativa durante la mayor parte del conflicto. Consiguieron grandes victorias en Flandes y Alemania  que pusieron a Francia al borde de la derrota. Sólo la desmesura de las condiciones de paz propuestas impidieron que  el soberano francés, Luis XIV, se diera por vencido y la consiguiente entronización del pretendiente austriaco, Carlos (III) como Rey de España.

Sin embargo, poco tiempo después Francia conseguia rehacerse paralizando el avance aliado hacia el norte de su territorio en la batalla de Malplaquet. Mientras, en el frente español,   Felipe V iniciaba una contraofensiva que tras expulsar a Carlos de Madrid y derrotar a su ejército  en Brihuega y Villaviciosa lograba arrinconarle en Cataluña.

Inglaterra se dio cuenta de que la mayoría del pueblo castellano había tomado decididamente partido por el pretendiente francés y que su objetivo de hacer Rey de España al candidato austriaco se antojaba muy complicado. Ante esta situación, y vista la impopularidad cada vez mayor de una guerra tan larga que estaba consumiendo cantidades ingentes de recursos humanos y económicos, el gobierno británico optó por abrir conversaciones discretas con Francia. Ésta, igualmente necesitada de poner fin al conflicto, accedió de buena gana. Ambas terminaron acordando unas bases para la paz, que posteriormente, de mejor o peor gana, no tuvieron más remedio que ser aceptadas por el resto de países contendientes en los acuerdos de Utrecht y Ranstatt.


Tratado de Utrecht (1713) por el que se concedían a  castellanos y catalanes los mismos privilegios
Muchos en Cataluña lo consideran algo oprobioso e  inaceptable

Las tropas aliadas que permanecían en Cataluña, embarcaron para no volver y el principado se encontró abandonado por los aliados y en una situación bastante comprometida. Beneficiado por un sistema de privilegios que le evitaban los gravosos impuestos que soportaba Castilla, veía que aquellos corrían serio peligro de ser abolidos. Felipe V había prometido en 1701 mantenerlos, siendo él, por su parte, jurado como Rey. Pero, sin embargo, apenas tres años después los catalanes le habían dado la espalda proclamando a su rival Carlos (III),  provocando que la guerra prendiera en la península y que la destrucción se extendiera por todas partes. Felipe ahora estaba decidido a uniformar las administraciones de la Corona de Aragón  y de Castilla, y a mantener solo las peculiaridades  del País Vasco y Navarra, territorios que le habían sido fieles.  Así lo manifestó su embajador  en Utrecht, el marqués de Monteleón:
porque en lo tocante a los privilegios que los reyes, por pura bondad, otorgaron a los catalanes, se han hecho indignos de ellos por su mala conducta
Ante este panorama, el embajador catalán en Londres, Pau Ignasi de Dalmases suplicó al gobierno británico que intercediera por el mantenimiento de sus fueros, invocando el pacto que había firmado en 1.705 con ciertos  representantes catalanes en Génova. En el mismo se estipulaba claramente que, en caso de derrota, Gran Bretaña se comprometería a proteger los privilegios de Cataluña. Pero como suele suceder en estos casos, el protector tenía sus propios intereses. El Reino Unido había salido muy beneficiado del Tratado de Utrecht. Había conseguido debilitar a Francia, su principal objetivo, y además la posesión de Gibraltar, y Menorca, más ciertas ventajas comerciales en América. No estaba por la labor de  renunciar a nada de ello a cambio de la satisfacción de las peticiones de los rebeldes catalanes. Así que cuando la reina Ana recibió al suplicante embajador Dalmases se limitó a decirle que:
había hecho lo que había podido por Cataluña y que lo haría aún, procurando por todos los medios posibles la seguridad y el cumplimiento de todo lo que se le había ofrecido y había obtenido por nuestra patria expresándome que todo lo que había hecho y hacía era de todo su corazón y del mucho amor y voluntad que nos tenía.
Se refería hipócritamente al artículo XIII del tratado de Utrecht,  por el que se reconocían a los catalanes "todos los privilegios de las dos Castillas". Es conocida  la desolación del señor Dalmases ante tal respuesta. Demasiado bien sabía él que conceder a los catalanes los "privilegios" de los que disfrutaban los castellanos equivalía en la práctica a no tenerlos. 

Tras la derrota de los comuneros en Villalar en 1521, Castilla había ido perdiendo  sus libertades. Bien sujeta a la monarquía, hubo de asumir la mayor parte de las cargas económicas y militares del Imperio de los Austrias, mientras el resto de territorios se escudaban en sus propios fueros para esquivarlas. En esa tesitura, los castellanos sufrieron una presión impositiva sin parangón que tomó la forma de un auténtico expolio. Historiadores catalanes como Albert Balcells reconocen que hasta los decretos de Nueva Planta Cataluña había sido un país fiscalmente privilegiado, mientras que Joaquim Albareda señala que a finales del siglo XVI "el Imperio era a todas luces un parásito de Castilla".

Las tristes consecuencias de esta discriminación de los intereses castellanos por parte del gobierno de los Habsburgo no tardaron en materializarse en forma de decadencia y ruina. En el curso de pocas generaciones, Castilla, que era el reino económica y demográficamente hegemónico dentro de la península, y uno de los más pujantes de la Europa del siglo XV vio perder la efectividad de sus Cortes, decaer irremisiblemente su industria y su comercio y despoblar sus campos. No podemos pues extrañarnos del desagrado del embajador Dalmases  ante la perspectiva de que su principado pasara a compartir los "privilegios" de los que gozaba Castilla.