viernes, 26 de diciembre de 2014

¿Qué Tendrá la Igualdad?

Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros.
Lema de Granja Animal después de instaurarse la dictadura del gorrino "Napoleón".
George Orwell. Rebelión en la Granja 

Libertad, Igualdad, Fraternidad, coreaban los revolucionarios franceses cuando a finales del siglo XVIII terminaron con los privilegios feudales de nobleza y clero, pusieron fin al absolutismo y eliminaron las exenciones medievales de las que disfrutaban ciertas provincias.

Libertad, Igualdad, Fraternidad, preciosas palabras que se convirtieron en lema de liberales, demócratas y republicanos de todos los lugares. ¿De todos? Bueno, puede que de todos no. Hay ciertos territorios en la península ibérica donde no terminaron de suscitar el mismo entusiasmo. En concreto, el segundo de los términos, como que chirriaba. 

No hablamos de sectores  ultramontanos y reaccionarios, carlistas, nostálgicos del antiguo régimen. Nos referimos incluso a sectores radicalmente progresistas. Libertad, por supuesto. Fraternidad, vale. Pero ¿Igualdad? Y ahí cortocircuitaba el pensamiento progre del buen nacionalista catalán o vasco. Y casi podríamos imaginárnoslo frunciendo el ceño mientras se rascaba la cabezota por debajo de la boina o de la barretina, al tiempo que se repetía confuso: "¿Igualdad? Hombre... en principio sí. Pero ¿igualdad entre nosotros y ellos? ¿Como van a ser Euskadi o Catalunya lo mismo que Castilla o Andalucía? ¡Inaceptable! ¡Nosotros somos muy especiales! ¡Merecemos un trato diferenciado!"

Sello postal de la República Francesa, emitido con motivo del bicentenario de la Declaración de los Derechos del Hombre. Representa una alegoría de la Igualdad. Parece que al norte de los Pirineos esta palabra no chirría.

Pero ocurre que, cuando exigen un trato diferente, no están pensando precisamente en uno peor... El escritor castellanófobo Pompeu Gener (1.848 - 1.920) lo expresó, como tantas otras cosas, con despiadada claridad: 
Así, somos catalanistas y no regionalistas, porque el regionalismo supone iguales derechos y por tanto iguales energías y organización en todas las regiones y eso es falso. Trabajamos, pues, para proporcionar un carácter propio y superior a nuestra tierra; (...) Y soñamos en un imperio intelectual y moral mediterráneo, por nuestra influencia sobre las demás naciones latinas, sin que ni las durezas e ignorancias castellanas nos desvíen (...)
Trabajaban pues para "proporcionar un carácter propio y superior a su tierra". Por lo menos es sincero. Tampoco puede calificársele de caso aislado. Su contemporáneo, el médico y compañero catalanista Hermenegild Puig i Sais abundaba en la misma línea allá por el 1.915:
En el concepto político Cataluña hoy está en una inferioridad numérica para luchar con el resto de España, y en el estado actual de la política española todo es cuestión de votos, cuestión de número; todos los hombres valen igual. 
¡Que todos los hombres valieran igual! ¡Menudo despropósito debía parecerle al buen doctor "el estado actual de la política española"!

Por supuesto, a nuestro nacionalista periférico contemporáneo no se le escapa que al abjurar de la igualdad se está internando en el terreno de lo políticamente incorrecto. Y por ello normalmente renuncia a abordar el asunto con el desparpajo de sus predecesores. 

Opta a menudo por expresarlo sin decirlo. Utilizando circunloquios y eufemismos; (¿de qué otra forma se puede calificar el lamentable planteamiento de "Federalismo Asimétrico"?). Aprovechándose de la ingenuidad, buena fe y falta de conciencia nacional de sus interlocutores castellanos, pretende hacer calar la idea de que no es necesariamente malo que su terruño pueda tener un tratamiento privilegiado. Aunque, eso sí, en cuanto alguien manifieste el lógico recelo o simples deseos de aclarar los términos, afirmará con total seriedad que él no se refería exactamente a un "tratamiento privilegiado" y que ¡se han malinterpretado sus palabras!.

Otras veces busca roer el mismo concepto de igualdad, al que de forma interesada confunde con uniformidad. Es raro que cualquier político catalán (ojo, no tiene por que ser  miembro de un partido nacionalista) no responda a la cuestión intentando confrontar dicho concepto con la existencia del idioma catalán y de otras peculiaridades culturales. Como si fueran cosas incompatibles.

Nadie en su sano juicio pretende que las competencias sobre el catalán sean comunes a Cataluña y Asturias, o que Aragón legisle sobre cabildos insulares como Canarias. Nadie con dos dedos de frente plantea tales disparates, por lo que resulta extraño el énfasis que parecen poner algunos en prevenirlos. 

No se trata tampoco de que todas las comunidades tengan que utilizar sus competencias de la misma forma y seguir idénticas políticas. Pero sí de que todos compitan con las mismas armas y de evitar que unos tengan que caminar a la pata coja y con una mano atada a la espalda mientras sus vecinos viajan en moto. 

En ese sentido, ¿por qué Cataluña debe tener una relación especial y privilegiada con el gobierno, fuera del alcance de las demás comunidades? ¿Y un techo competencial mucho más alto? ¿Es razonable que el Estado pierda toda influencia en Cataluña mientras Cataluña no solo mantenga, sino que incluso aumente la suya en el Estado? ¿Es de recibo gozar de una financiación exclusiva y diseñada a la carta para una determinada Comunidad? ¿Es aceptable que mientras Castilla o Andalucía deban delegar la defensa de sus intereses en el exterior al gobierno central, Cataluña pueda recurrir al mismo cuando le convenga o puentearlo cuando no? ¿Acaso no quedarían entonces los intereses de andaluces, aragoneses o castellanos claramente comprometidos frente a los de los catalanes? 

Castilla sabe por experiencia propia hacia donde lleva una política continuada de agravio y discriminación, y no es extraño que no quiera volver allí. 

De eso, y no de la existencia de lenguas y culturas particulares va el concepto de Igualdad, por mucho que algunos prefieran salirse por los cerros de Úbeda. Hablamos  de discriminaciones que los revolucionarios de los siglos XVIII y XIX combatieron y que fueron desterradas de las constituciones de (casi) todos los países occidentales, incluidas por supuesto las federales, y asumidas por (casi) todos los demócratas del mundo.

Otro sello postal, en este caso norteamericano con el lema "Igualdad para siempre". Empezamos a sospechar que la aprensión, repugnancia y tirria hacia esa palabra es exclusiva de los nacionalistas periféricos hispanos. 

Recientemente tuvimos ocasión de ojear "La Independencia de Cataluña Explicada a mis Amigos Españoles", del politólogo nacionalista Jaume López. Se trata de una de las muchas obras de reciente aparición destinadas a hacer propaganda de los postulados catalanistas ante la opinión pública del resto de España. Obviamente, por su propio objeto, suelen emplear un tono correcto y respetuoso, hasta simpático, pasando de puntillas sobre los temas más espinosos y empeñándose en mostrar la cara más amable de su ideología. Llenos de curiosidad consultamos los dos capítulos dedicados a la "Igualdad". 
La igualdad es un valor tan superior que, incluso ha servido para justificar las infraestructuras no rentables y sin ningún retorno económico. Los kilómetros malbaratados de AVE se han justificado como elemento de igualdad entre españoles (aunque eso sí, pasen todos por Madrid).
Pues para estar  dedicado a "sus amigos españoles" no parece un párrafo muy amigable. Incluye un palo en toda regla a Madrid (¡cuándo no!), y otro a diversas ciudades más pequeñas, algunas de ellas castellanas, con estación de ferrocarril de Alta Velocidad. Además omite significativamente  que  todas y cada una de las capitales de provincia de Cataluña están ya conectadas por AVE. Debe ser que en este caso la igualación ferroviaria no es pecado.

Siguen varias páginas dedicadas a fomentar el interesado y ya comentado confusionismo entre "uniformidad" e "igualdad". Y termina con otro glorioso párrafo:
Existe una historia en la mitología griega que habla de Procusto, un posadero sádico que ofrecía acomodo al viajero solitario. Cuando el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas de su lecho. Si la víctima sobresalía, cortaba las partes de su cuerpo que sobraban. Si era de menor estatura, lo descoyuntaba a martillazos y lo estiraba hasta adaptarlo a la medida de la cama. Todos idénticos. A golpe de hachazo.
Sadismo, amordazamientos, descoyuntamientos, martillazos, hachazos... más allá de la evidente y un tanto "gore" demagogia que gasta el autor, una conclusión resulta obvia: la Igualdad continúa provocándoles urticaria. Mucha. Está visto que para determinada gente, algunos pueblos siempre serán más iguales que otros.    


miércoles, 10 de diciembre de 2014

¿En Qué se Parecen el Castellano y el Turco?


El pensamiento supersticioso que anima al nuevo tradicionalismo ha ido a alojarse ahora en las lenguas, en las culturas e identidad filológicas, cuando ya casi no cabe en ningún sitio (seguramente, a la espera de ver dónde pueda alojarse mañana). Amparado en la aceptación que encuentra en estas parcelas, y en la ignorancia general que existe sobre ellas, actúa políticamente de acuerdo con estos principios de error y prejuicio con beneplácito casi general.
Juan Ramon Lodares. El Paraíso Políglota


¿Sigue sin ver ninguna semejanza entre uno y otro idioma?. Un poco de paciencia, lea hasta el final.

Es un hecho constatado que la exaltación de la lengua particular del territorio, si la tiene, constituye uno de los puntales para cualquier nacionalismo. El cariño a la misma y la voluntad de preservarla en el tiempo nos parecen  algo totalmente comprensible y  razonable. Emplearla con objeto de separar en lugar de  comunicar, que es la verdadera razón de ser de cualquier idioma, no tanto. Y menos aún  que sirva de excusa para zaherir y despreciar al vecino.

Veamos un inocente ejemplo de como ya desde principios del siglo XX el nacionalismo periférico mezclaba política y filología  y empleaba el cóctel resultante como proyectil contra el (y lo) castellano. Seguiremos al ilustre filólogo Juan Ramón Lodares (1.959 - 2.005) según lo reflejaba en su muy interesante obra "El Paraíso Políglota".
De 1.900 en adelante cambian mucho las personas y las circunstancias. Son momentos que expresa muy bien  mosén Antoni María Alcover -que fue vicario general de Mallorca y coautor de un magno diccionario catalán-valenciano-balear publicado hace setenta años- cuando relata sus paseos por Europa en el inigualable "Dietari de l'exida de Ms. Antoni Mª Alcover a Alemania y altres nacions lány del Senyor 1907". Les cuento una anécdota del viaje: mosén Antoni se ha  ido a Alemania vestido de paisano y con un diccionario de alemán para entenderse por la calle. En su visita a la ciudad de Halle conoce al Dr. Schaedel, profesor de filología románica, quien lo invita una tarde a su casa a tomar té con pastas. Pero el Dr. Schaedel ha invitado a alguien más: se trata de un profesor de francés, el Dr. Counson, que a pesar de ser belga y enseñar francés es un entusiasta del catalán. Habrá otro invitado todavía: el Dr. Peropulos, profesor de griego. Mosén Alcover llega puntual a la cita. La señora Schaedel lo sienta entre los dos profesores de lenguas vivas y un tercer invitado, secreto hasta entonces, muy circunspecto, vestido de negro, grave y callado, del que le dicen que es el doctor de la Universidad. De pronto, entre las pastas de té, el severo doctor descubre por sorpresa, y frente a mosén Antoni, unos pedazos de pan untados de sobrasada de Vich que le ofrece a la voz de: "¡Prenga aixó, si es servit! ¿Qui, no li agrada?". ¡Albricias! El médico de la universidad de Halle se apellida Villá y es de Granollers. 

Mossen Alcover.  Gran experto en filología catalana, defendió sus variedades dialectales, y terminó enfrentado con el sector  "oficialista" de Pompeu Fabra.
Al momento, en medio de Europa, sucede una tertulia políglota donde están representados el alemán de los anfitriones, junto al francés, el griego y el catalán de los invitados. Hablan de todo. Los invitados piden con insistencia a Alcover y a Villá que dialoguen familiarmente en catalán, a ver como les suena a los demás. Acceden a ello y a todos les resulta muy armoniosa, suave y culta esa lengua. Ahora les piden que hablen en español, a ver qué pasa. Hablan en español y a todos les parece una lengua muy áspera, dura, seca, demasiado metálica y eso que, advierte Alcover, Villá y él la han hablado con acento catalán, que dulcifica mucho la natural severidad que hubieran demostrado, por ejemplo, dos tipos de Valladolid.

Hay más: precisamente al profesor Peropulos, en boca de dos catalanes como Alcover y Villá, el español le recuerda al turco. Explico la indirecta que Alcover pone en boca del profesor de griego para quien no la capte: Grecia fue una provincia del Imperio turco desde mediados del siglo XV hasta 1.829, ese año, gracias a la intervención de Francia, Gran Bretaña y Rusia, se declaró estado independiente. Pues sí, señor: España era como ese Imperio otomano caduco, que durante cuatro siglos había sometido a Cataluña, quiero decir a Grecia, a ser mero apéndice provincial, y había acogotado al catalán, quiero decir al griego, la refinadísima lengua de los padres de la cultura universal, frente al bronco español, quiero decir, frente al bronco turco. Buena comparación. Sobre todo muy justa.
El presunto protagonista de la supuesta anécdota es Antoni María Alcover Sureda (1.862 - 1.932), sacerdote, escritor y lingüista balear. Fue impulsor del Primer Congreso Internacional de Literatura Catalana, y presidente de la sección filológica del Instituto de Estudios Catalanes. De esta época de cercanía al nacionalismo es el libro arriba referido. 

Posteriormente, a la hora de fijar unas normas para el catalán, él y sus seguidores se enfrentaron al grupo liderado por Pompeu Fabra. Mientras los primeros apostaban por una gramática más tradicional y con mayor influencia de las variedades dialectales, el grupo barcelonés de Fabra la fundamentaba en el catalán oriental y propugnaba unas reglas que lo separaran lo máximo posible del castellano. A pesar de ser al principio minoritaria, esta última facción era la más compacta, y sobre todo, la que contaba con el apoyo de la recién creada Mancomunidad Catalana, presidida por Prat de la Riba. Terminó imponiéndose. Derrotado en esa incruenta aunque ferocísima batalla, Alcover retornó a su Mallorca natal, alejándose del catalanismo político. Murió en 1.932 y hoy su memoria es reivindicada tanto por pan-catalanistas como por anti-catalanistas. Lo que, bien mirado, resulta todo un logro. 

Sobra decir, por si alguien lo dudaba, que el castellano y el turco no tienen nada en común. El primero  procede del latín, y es por tanto de origen indoeuropeo. El segundo es un idioma aglutinante,  como el japonés, surgido en Asia Central y que tiende a englobarse junto a otros idiomas asiáticos en  la macrofamilia altaica. 

Lo que resulta sorprendente es el afán que demostraron ciertos nacionalistas catalanes de principios del siglo XX en trazar similitudes entre Castilla y Turquía. Y es que, en 1.903, solo cuatro años antes que Mn. Alcover publicara su "Dietari de l'exida...", el escritor Pompeu Gener ya clamaba que la España dominada por la raza castellana a lo que mas se parecía
es al Imperio Otomano, el que predomina una raza Turco-altaica, guerrera y dura, paralizada por una religión absolutista, la cual domina por la fuerza á pueblos Arios como los Griegos, Eslavos, Armenios y otros sujetos a la Sublime Puerta, capaces de progreso y de verdadera civilización superior humana. 
He ahí, pues, el fondo que subyacía tras aquella inverosímil semejanza: los catalanes como los griegos, armenios, y otros sujetos son capaces de "verdadera civilización superior humana". Los ásperos turcos y castellanos, por lo visto, no. 

El amigo lector hará bien en no subestimar nunca la capacidad de trazar paralelismos injuriosos para Castilla que posee el nacionalismo periférico.