viernes, 14 de marzo de 2014

Carlos de Viana

La barra de la Justicia
permaneció bajo la losa
de una tumba donde se lee:
Aquí yace Carlos de Viana.
(...) Ay Castilla castellana,
¡Ojalá no te hubiera conocido!
Victor Balaguer. Los cuatro palos de sangre.

Carlos, Príncipe de Viana es una de esas figuras  a las que la historiografía catalanista del siglo XIX decidió reclutar para su causa sin pedir permiso. Personaje interesante, muy culto, aficionado a la música y la literatura, se mostrará en cambio como un mediocre político, indeciso y dubitativo. Su vida, muy en la línea del periodo renacentista, estuvo repleta de intrigas, traiciones y querellas familiares. Aunque en este breve espacio resulta imposible analizarlas pormenorizadamente, trataremos de hacer un somero repaso.  

Nació en 1421 en Peñafiel, cerca de Valladolid, (sitio insospechado para que vea la luz un icono del catalanismo). Era hijo  de Blanca, princesa heredera de Navarra y de Juan, hermano de Alfonso V, rey de Aragón

Carlos de Viana, nacido en Peñafiel y aliado de los reyes castellanos Juan II y Enrique IV.  Curiosamente será utilizado por la historiografía catalanista cuatro siglos después de su muerte para atacar a... ¡Castilla!.

Muy joven marchó con su familia a Navarra donde, tras la muerte de su abuelo Carlos III, su madre fue proclamada reina y su padre rey consorte. Éste,  pese a todo, seguía muy atentantamente la situación en Castilla, donde él y sus hermanos (conocidos como los "Infantes de Aragón") poseían importantes feudos e intereses y en cuya política no cesaban de inmiscuirse diplomática y militarmente. Los navarros veían mal esas costosas injerencias en reino ajeno. Los castellanos peor todavía.

Blanca de Navarra falleció en 1.441. Legó el trono a Carlos, pero a condición de  que no tomara posesión del mismo sin la aprobación y consentimiento de su padre. Lo que seguramente pretendía ser una cláusula para asegurar la concordia entre los dos tuvo el efecto contrario. Juan actuaba como rey. Carlos de lugarteniente del reino. Y como suele ocurrir, dos en un trono están muy apretados. Así que estalla la guerra entre ambos. A Juan le apoyaba el bando de los agramonteses. Carlos recibió la ayuda de los beaumonteses y también de... Castilla, (cosa sobre la que quizá deberían meditar los historiadores catalanes que siglos después insisten machaconamente en culpar a los castellanos de la desgracias del príncipe). Sin embargo, la suerte no le sonrió y Carlos fue derrotado y apresado por su padre, que mientras tanto se había vuelto a casar. Su nueva esposa, mucho más joven que él, es Juana Enríquez, una noble castellana con la que tendrá un hijo: el futuro Fernando el Católico

Llegaron al acuerdo de que el Príncipe de Viana  no tomaría el título de Rey hasta la muerte de su progenitor. Sin embargo, poco después, mal aconsejado, volvería a rebelarse. Juan invade el país y esta vez nombra heredera en su lugar a otra hija suya,  la princesa Leonor. Carlos abandona una Navarra en plena guerra civil, (que durarará medio siglo) y se refugia en Nápoles y Sicilia con su tío Alfonso V, soberano de la Corona Aragonesa, que está afincado en Italia y que apenas pisa sus dominios hispanos. 

La situación da un giro en 1.458 cuando muere Alfonso sin descendencia legítima, y Juan  pasa a ser también Rey de Aragón. Temeroso de que Carlos pudiera liderar una conspiración en su contra en Sicilia, le ordena volver a España, le perdona y le restituye sus tierras. Pero poco tiempo más tarde le acusa de traición por estar tramando una alianza con el Rey de Castilla, y ordena  encarcelarle en Lérida.


Por Cataluña se extiende una oleada de indignación. Los nobles, un poco porque creen que se trata de una víctima inocente y otro poco porque sospechan que sería un rey mucho más manejable que el temperamental Juan, se ponen de su parte. Acusan al padre de tratar de obviar los derechos sucesorios de Carlos y  preparar el terreno para que acceda al trono su otro hijo, y exigen su puesta en libertad. El gran apoyo popular y nobiliario al Príncipe de Viana hace que el Rey termine cediendo. Se llega a otro acuerdo, conocido como la "Concordia de Villafranca". Carlos es puesto en libertad y entra triunfalmente en Barcelona en 1.461...solo para morir tres meses más tarde. El frágil acuerdo alcanzado salta así por los aires y la guerra civil terminará estallando también en Cataluña. Gran parte de la nobleza  y  la alta burguesía barcelonesa se enfrenta a Juan II, que a su vez recibirá el apoyo de los siervos o "remensas", rebelados contra los abusos de los terratenientes.  Pero eso es ya otra historia.

Desde el catalanismo se ha puesto el máximo incapié en denigrar la figura histórica de Juana Enríquez. Ésta había nacido en 1.425 y fue descrita como "rubia, esbelta y de ojos muy claros", así como también poseedora de "gran talento, valer en la adversidad y encanto personal indudable". Ha sido acusada de conspirar para que su hijo (el futuro Fernando el Católico) fuera nombrado heredero en lugar de Carlos de Viana e incluso de haberle envenenado. Creemos bastante probable que Juana, como cualquier madre, deseara fervientemente el futuro más elevado para Fernando. Consta, en efecto, su insistencia en buscar el matrimonio con la princesa Isabel de Castilla (cosa que efectivamente sucedió, aunque ella no llegó a verlo) y su enfado cuando recibió la información (no se sabe si con alguna base real) de que Carlos estaba en negociaciones para "robarle" la futura pareja a su retoño. Pero entre procurar el mejor partido posible para el casamiento de su hijo y envenenar a un príncipe hay mucho trecho.

Juana Enríquez. La castellana mala de la película según los historiadores catalanistas. Una mujer valerosa que procuró interceder entre su esposo y el Príncipe de Viana, según otros menos parciales.

Existen fuentes que contradicen esa imagen de castellana despiadada  e insolente  tejida por la historiografía catalanista, diríase que buscando asemejar su perfil al de la madrastra de  Blancanieves. Para empezar, son muchas las que aluden a los intentos de Juana por reconciliar a su marido con su hijastro, así como sus esfuerzos para que éste fuera liberado de prisión. El mismo Carlos se refiere a ella en su correspondencia como "verdadera señora y madre". Cuando es recibido tras su puesta en libertad "la besa en las manos y en la boca". Y los dos juntos emprenden viaje hacia la Ciudad Condal. Son muy bien recibidos en Tortosa y Tarragona, y solo la negativa de los diputados catalanes a permitir la presencia de Juana en Barcelona impide que hiciesen juntos su entrada triunfal en esta ciudad. Pero no evitó que dejaran constancia de que Carlos les había confesado que 
tanto suplicando con gran voluntad y atención al dicho sseñor Rey por su liberación, como visitándole y con muchas otras formas, le ha demostrado y hecho obra de madre, por cuyo motivo dijo quedarle infinitamente obligado 
Parece pues que, curiosamente, la opinión que el propio Carlos tenía de su madrastra era mucho mejor que la de ciertos historiadores contemporáneos procedentes del noreste penínsular. 

Respecto al rumor que culpabiliza a Juana  de haber asesinado al Príncipe, cabe decir que no hay ni una sola prueba que lo sustente. Pese a ello, el poema citado al comienzo de esta entrada es una evidencia de que la insidia del envenenamiento ha seguido  muy  presente en el imaginario catalanista. La realidad  es que mucho antes de fallecer,  Carlos ya carecía de buena salud. Las crónicas manifiestan que padecía una enfermedad de los pulmones, probablemente tuberculosis. De hecho, cuando estaba en Sicilia se hacía transportar en litera, dada su extrema debilidad. A partir de 1460 su salud empeora incluso más. Llega al extremo, en septiembre de ese año, de peregrinar al santuario de Montserrat para implorar la curación. Se dicen continuas misas por el restablecimiento. Todo es inútil, su estado  sigue deteriorándose a la vista de todos. Por fin el 23 de septiembre de 1.461 expira. 

Los médicos diagnosticaron que la causa de la muerte fue, efectivamente, una pleurexia o inflamación pulmonar.  Todo indica pues que, en una época de elevada mortalidad, con cuarenta años cumplidos, lo que para aquella época ya suponía una cierta edad (no hay que olvidar que la propia Juana Enríquez fallecerá a los cuarenta y dos) y  tras arrastrar largo tiempo una grave dolencia, Carlos falleció de muerte natural.

En cualquier caso, nos parece un contrasentido que cientos de años después se busque desde la historiografía catalanista, por activa y por pasiva, acusar a Castilla del triste destino de este príncipe que no llegó a reinar. Como ya hemos visto, Carlos recibió toda su vida el apoyo castellano frente a las ambiciones de su turbulento padre. La razón de que éste le mandara prender fue precisamente la sospecha, fundada o no, de haber buscado una  alianza con el poderoso reino vecino. No parecen pues justos ni razonables a la luz de la Historia los intentos  de utilizar la desdichada figura del Príncipe de Viana como la enésima excusa para practicar el victimismo castellanófobo.

lunes, 3 de marzo de 2014

Castellanofobia: Madrit


La creciente afición de la política española por las teorías conspirativas ha llevado a cierto nacionalismo catalán a abrazar el alambicado revisionismo histórico que viene defendiendo Germà Bel (...)  Al parecer, toda la política de transportes aplicada en España desde Felipe II ha estado guiada por la pérfida intención de fastidiar a los catalanes en beneficio de los madrileños (...) Esta y otras excentricidades moverían a la risa si no estuvieran sirviendo para alimentar el victimismo falso con el que parte de la política catalana dificulta un análisis ponderado de nuestra realidad territorial. 
Rafael Simancas. "La Conspiración Radial". El País, 18/3/2011. 

Hemos dedicado ya varias entradas a la castellanofobia proveniente del nacionalismo periférico. Hoy vamos a centrarnos en un aspecto peculiar de la misma. Vamos a tratar sobre el odio a Madrid. Estamos convencidos de que lo segundo no es más que una manifestación de lo primero. En efecto, quien conozca la despoblación, los pueblos abandonados, las villas semi vacías de la Castilla profunda habría de ser muy desalmado para culpar a sus últimos, pobres y olvidados habitantes de todos los males que supuestamente afligen a ciertas nacionalidades históricas. Es por eso que muchos prefieren lanzar sus dardos directamente sobre Madrid. La única provincia castellana que posee el potencial demográfico e industrial que permitiría algún día el renacimiento de una Castilla próspera y sostenible.

Castellanísimo escudo de la actual Comunidad Autónoma de Madrid
Simboliza  tanto el pasado castellano de la provincia como un futuro que será castellano o no será nada.

No se trata de componer aquí una apología de Madrid. Entre sus habitantes, como entre los de cualquier otra parte, se encuentran personas buenas, malas y regulares. Tampoco es cuestión de obviar los muchos problemas a los que debe hacer frente la ciudad. Se trata simplemente de repasar algunos  aspectos de su pasado y convenir que las feroces críticas que se le hacen en base a ellos (principal aunque no exclusivamente) desde el nacionalismo catalán, están motivadas por el odio y los prejuicios, no por la razón. Veamos algunos de estos tópicos antimadrileños:

I. MADRID ANTES DE SER CORTE ERA SOLO UN PEQUEÑO VILLORRIO

Afirmación completamente falsa que de manera interesada algunos parecen querer convertir en verdadera a fuerza de repetirla. Es sabido que el traslado de la corte a Madrid se produjo en 1.561. Tres siglos y medio antes, en 1.202, Alfonso VIII le había concedido su propio fuero, lo que ya denotaba cierta importancia. 

Madrid era una de las trece ciudades castellanas con derecho a voto en cortes, e incluso había acogido la celebración de las mismas en nueve ocasiones, la primera en una fecha tan temprana como 1.309. Para entonces disponía de sus propias milicias concejiles, que habían participado a las órdenes del rey en diversas acciones de la Reconquista, incluyendo la batalla de las Navas de Tolosa. 

Otra evidencia de la categoría que tenía Madrid a finales de la Edad Media y principios de la moderna es su Alcázar. Se trataba de una antigua fortaleza de origen árabe, situada sobre el solar del moderno Palacio Real y que los sucesivos reyes habían ido ampliando y adecentando. Durante la dinastía Trastámara era ya una de las principales fortalezas de Castilla. Allí se celebraban las Cortes cuando eran convocadas en la ciudad. Allí se hospedaban los reyes cuando estaban de paso. Allí residió largas temporadas Enrique IV, hermano de Isabel la Católica, y allí nació su hija Juana la Beltraneja. 

Madrid  visto desde el oeste según dibujo de A. Van der Wyngaerde (1562) , con el Alcázar a la izquierda
Diga lo que diga el mito periférico, Madrid no era un poblachón, y tampoco fue nunca manchego.

Ciertamente, Madrid no era por entonces la principal ciudad de Castilla, pues tanto Toledo como Valladolid la aventajaban en población. También tenía menos vecinos que otras ciudades como Sevilla o Valencia. Pero con cerca de 20.000 habitantes según estimaciones, se contaría entre las diez ciudades españolas más grandes. Y, aunque muchos se sorprenderán al leerlo, en aquella época ya tenía una población similar a la de...¡Barcelona!. ¡Increible!. ¿Quien iba a sospechar que la supuesta gran metrópoli catalana, la comercial, industriosa y mediterránea Barcelona, apenas sobrepasara en habitantes al "poblachón manchego" (1) que también supuestamente era Madrid antes de la capitalidad?. 

En resumen, ¿alguien puede sostener en base a la realidad histórica y no a los prejuicios que Madrid careciera de importancia antes de 1.561?.


II.  LA CAPITALIDAD DE MADRID  FUE RESULTADO ÚNICAMENTE  DE UN CAPRICHO DE FELIPE II

Falso también. Es verdad que había otras opciones posibles, que al igual que Madrid, presentaban ventajas e inconvenientes. Pero se trató de una decisión meditada y en modo alguno de un capricho real.  Felipe II, nunca se caracterizó por tomar decisiones a la ligera. Y la elección de la capital no fue ninguna excepción. No le llamaban el "Rey Prudente" por nada. Veamos como fue el proceso. 

Primero hay que recalcar el hecho de que tradicionalmente, Castilla  no tenía capital. A diferencia del resto de reinos peninsulares cuyo gobierno estuvo siempre centralizado en la ciudad más importante (Portugal-Lisboa, Navarra-Pamplona, Aragón-Zaragoza, Cataluña-Barcelona y Reino de Valencia-Valencia) los reyes castellanos nacían, vivían, gobernaban  y morían donde sus obligaciones y las circunstancias les llevaban. Como bien apuntó don Claudio Sánchez Albornoz, los reyes castellanos fueron tan trashumantes como sus ovejas. Es verdad que algunas ciudades podían argüir cierta primacía moral por diversos motivos; tal era el caso de Toledo, (por ser la antigua capital de los visigodos y la sede del Cardenal Primado de España) o de Burgos (por ser el origen del condado de Castilla). Pero capital, no había.

Sin embargo esta situación tenía que cambiar forzosamente a la llegada de los Austrias. El gran número de territorios sobre los que debían gobernar y la consiguiente complejidad de la administración hacía inviable el mantenimiento de una corte itinerante. 
 Si quieres conservar tus reinos deja la capital en Toledo, si quieres aumentarlos, llévala a Lisboa, y si quieres perderlos, trasládala a Madrid.
 La apócrifa cita anterior, presunto consejo de Carlos I a su hijo  Felipe II se ha traído a colación continuamente, casi siempre con aviesa intención. Muchos parecen no darse cuenta de que además de falsa es imposible. Primero porque aunque Carlos residió durante temporadas en Toledo, la ciudad del Tajo no había sido nombrada capital. Segundo porque Portugal, y por tanto Lisboa, no pasarían a formar parte de los dominios de Felipe II hasta más de dos décadas después del fallecimiento de su padre. Y ello merced a la repentina muerte en batalla del joven rey Sebastián, cosa que difícilmente podía nadie preveer. Así que, en realidad, lo mismo nos  podemos creer que le había aconsejado situar la corte en Lisboa que en París o Moscú.

Lo cierto y verdad es que tras hospedar precisamente en Madrid al rey francés Francisco I, prisionero tras la batalla de Pavía, en 1.537  Carlos ordenó la reforma y ampliación del Alcázar, en lo que parece ser un paso previo para el establecimiento allí de la corte. Así lo declaró en su momento el historiador Luis Cabrera de Córdoba (1.559-1.623) cuando dejó escrito:
El Rey Católico [por Felipe II], juzgando incapaz la habitación de la ciudad de Toledo, ejecutando el deseo que tuvo el emperador su padre [por Carlos I] de poner su Corte en la Villa de Madrid, determinó poner en Madrid su real asiento y gobierno de su monarquía.
No faltan voces que claman por la conveniencia de que la capital hubiera sido establecida en alguna ciudad costera provista de un buen puerto, ya que supuestamente eso hubiera incitado el comercio y la cultura. En primer lugar habría que constatar que a lo largo de la historia ha habido y hay centenares de ejemplos de ciudades interiores -París sin ir más lejos- que formaron grandes emporios comerciales y donde brillaron sobremanera las artes. 

Y en segundo lugar habría que recordar que en el siglo XVI España estuvo enzarzada en continuas guerras con dos grandes potencias marítimas: el imperio turco y sus aliados los piratas berberiscos, e Inglaterra. Los primeros ya habían atacado entre otras Elche, Málaga, Alicante, Almuñecar y las Islas Baleares. Las incursiones alcanzaron tal frecuencia y ferocidad que hubo que poblar el litoral mediterráneo de torres vigía para avisar del peligro. El cronista Prudencio Sandoval escribió:
Diferentes corrían las cosas en el agua: porque de África salían tantos corsarios que no se podía navegar ni vivir en las costas de España.
Los ingleses, por su parte,  no tardarían en hacer otro tanto en las costas del Atlántico. La Coruña, Lisboa, y Cádiz sufrirían las consecuencias. En semejantes circunstancias, pocos podrán discutir la sensatez de mantener la corte alejada del mar.

Algunos van aun más lejos y desde una total ignorancia histórica apuntan a la idoneidad de Barcelona como candidata a capital. Confunden la Barcelona contemporánea con la del siglo XVI. Por esa época, antes de que la injusta, despiadada y "asimétrica" política fiscal de los Austrias enriqueciera a Cataluña y arruinara a Castilla, Barcelona era solo una ciudad pobre y decadente, rodeada por un territorio igualmente pobre e infestado de bandidos. Tal era así que  Carlos I, prefirió no jurar los fueros catalanes, y consiguientemente no cobrarles impuestos porque:
...las rentas y millones que pudiera recaudar de mis súbditos de Cataluña serían tan ínfimos que apenas podrían cubrir los costes del traslado de mi real persona para realizar dicho juramento
Por otra parte, resulta obvio que si Castilla  además de su propia defensa pagaba (¡y a qué precio!) la defensa de los demás reinos y de los intereses europeos de la Casa de Habsburgo, la capital debía establecerse allí. Y dentro de Castilla las mejor situadas por su privilegiada posición céntrica eran Toledo y Madrid. Ahora bien, ¿por qué se descartó a Toledo?

Parece que se debió fundamentalmente a dos motivos. Uno, la propia configuración de la ciudad, situada en un cerro y con calles estrechas y empinadas, lo que por un lado le confiere una gran belleza pero por otro dificultaba su expansión y el desempeño de la corte. Pero la razón principal apunta a ser la existencia dentro de Toledo de otra autoridad capaz de rivalizar con la del mismo rey. Nos referimos al Cardenal Primado de España. Ya se habían producido varios encontronazos, y en concreto en 1.559 tuvo lugar un grave enfrentamiento entre el rey y el primado por un conflicto entre las justicias  real y eclesiástica. Se terminó resolviendo, pero no concluyó precisamente como el monarca hubiera deseado. Felipe II era muy consciente de que en Madrid no encontraría ningún contrapeso semejante y podría organizar la nueva corte a su gusto. 


III. MADRID ANTES DE SER CAPITAL ERA UNA POBLACIÓN AISLADA QUE SOLO POR MOTIVOS POLÍTICOS FUE BENEFICIADA CON CARRETERAS RADIALES

Este tópico se ha repetido tantas veces que estamos convencidos de que se lo han terminado creyendo muchos, ¡incluso entre los madrileños!. Empezaremos por la segunda parte, las tan cacareadas carreteras radiales.


Madrid, cruce de caminos. Si viaja Vd. de Bilbao a Sevilla o de Barcelona a Lisboa y no tiene la cabeza llena de prejuicios anticastellanos, probablemente elegirá el camino más corto y económico. 

  Ni el nacionalista periférico más obtuso puede poner en duda que Madrid se encuentra en el centro de la península ibérica y por tanto, geográficamente, en un cruce de caminos evidente. Y observando el mapa anterior todo el mundo puede comprender que cualquier carretera, camino, o vía que quiera comunicar Sevilla o Málaga con Bilbao, Lisboa con Barcelona o con Zaragoza, o La Coruña o Vigo con Valencia o Alicante forzosamente tiene que pasar por Madrid o sus cercanías. ¿Que debería hacer pues un gobierno para evitar ser tachado de jacobino? ¿Decretar que las carreteras se desvíen varios cientos de kilómetros para evitar el maligno y centralista paso por Madrid?. No dudamos que muchos en Cataluña estarían muy por la labor. Pero no nos parece ni razonable, ni justo, ni eficiente.

Repertorio de caminos de España por J. Villuga (1.546). Aglomeración de caminos cerca de Madrid.
¿Centralismo estatal anterior al propio estado?. ¡El colmo para un periférico castellanófobo!

Pero es que la condición de cruce de caminos resulta tan obvia que, como puede apreciarse en el mapa anterior, el centro peninsular ya se encontraba en 1.546 perfectamente comunicado por la red viaria que unía los distintos extremos de la península y a las (por aquella época pujantes) ciudades castellanas entre sí. No se trataba de ningún lugar aislado y perdido en la meseta como pretenden hacer creer algunos movidos por el odio o la ignorancia. Y desde luego echa por tierra la rancia teoría de que fueron los Borbones en el siglo XVIII (o tal vez los liberales en el siglo XIX) los que se conjuraron para que la ciudad tuviera buenos accesos al resto de España: éstos son prácticamente inevitables desde el momento en el que la península tiene forma polígonal y Madrid se encuentra justo en el medio. 

Para terminar, simplemente añadir  que no pretendemos convencer a nadie, y menos aun a los que desde el desconocimiento y el rencor ya han declarado odio eterno a Madrid y a Castilla. Pero si a algún castellano le sirven estas líneas para que se decida a estudiar la historia de su tierra y renuncie a creerse sin más los ataques en forma de pseudohistoria que continuamente se lanzan sobre ella, daremos por muy bien empleado el tiempo que les hemos dedicado. 


(1) Entre los tópicos más gastados sobre Madrid se encuentra el de calificarle de antiguo poblachón manchego. Creemos haber dejado claro que Madrid para cuando fue nombrada capital hacía siglos que ya no era ningún villorrio. Pero es que tampoco cabe calificarle de manchego. Para llegar desde Madrid a la bonita e interesantísima comarca de La Mancha, habría que dirigirse al sur y atravesar antes las comarcas de La Sagra y La Mesa de Ocaña. Claro que pedir conocimientos ajustados sobre la geografía de Castilla  a los que precisamente han hecho del odio a la misma su vocación, quizá sea excesivo.