sábado, 10 de mayo de 2014

El Compromiso de Caspe


La barra del derecho trocaron
los que reunidos en Caspe
quedaron ciegos a la luz
por las prédicas de un santo [...]
Ay, Castilla castellana,
¡Ojalá no te hubiera conocido!
Victor Balaguer. Els Quatre Pals de Sang


Si hubiera que hacer una lista de los diez episodios históricos más utilizados por la historiografía catalanista para zaherir a Castilla, nadie duda que el Compromiso de Caspe estaría incluido en dicho "Top Ten". Lo curioso es que durante casi cuatro siglos este asunto no pareció suponer ningún problema para nadie en Cataluña. Sólo a raíz del empacho de romanticismo de mediados del siglo XIX comenzó a reescribirse apasionadamente la historia a la luz del nacionalismo catalán. Y como nos podemos temer, rezumando anticastellanismo y dejando en muy mal lugar a nuestra tierra. De repente, un complejo asunto político-jurídico de finales del medievo sepultado en los libros de Historia, se convertía en el enésimo agravio de la pérfida e imperialista Castilla contra la virtuosa e inocente Cataluña. 

Y es que en las cabezas de los catalanistas más acérrimos no cabe que los representantes de la Corona de Aragón eligieran como rey a un príncipe de una dinastía castellana. Acostumbrados a considerar siempre a Castilla y a los castellanos como enemigos seculares tienen que buscar  desesperadamente conspiraciones y traiciones para poder explicarse hecho, a su juicio, tan asombroso.

Y como, pese a que la historiografía seria hace ya tiempo que puso las cosas en su sitio, el mito sigue presente en mayor o menor medida en el imaginario colectivo, creemos nuestra obligación señalar unas cuantas cosas al respecto. La versión romántico catalanista vendría a ser más o menos  la siguiente:
A principios del siglo XV reinaba felizmente en la corona "catalano-aragonesa" Martín I el Humano. Pero la desdicha, tan constante contra  Cataluña,  quiso que su único hijo, Martín el Joven falleciese sin herederos justo después de derrotar a los genoveses en Cerdeña. El rey ya era mayor y también era por tanto probable que no tuviera más descendencia. Pero no se trataba de un problema grave. Allí estaba Jaime, Conde de Urgel, pariente del rey, tan patriota catalán como capaz, al que Martín I ya había fichado y nombrado heredero. Pero desgraciadamente el viejo rey murió pronto. Y los siempre acechantes castellanos aprovecharon la circunstancia para meter de matute como candidato a Fernando de Trastámara. Valiéndose del engaño y la violencia lograron convencer a los representantes que habían de tomar la decisión, y en una farsa celebrada en Caspe consiguieron que le nombraran Rey. A partir de entonces, una odiosa dinastía castellana iba a encargarse de roer desde dentro el elevado espíritu y las gloriosas instituciones de la pobre Cataluña, y precipitarla en la ruina y la decadencia.
Naturalmente la historia real no se parece en nada a lo anterior. El candidato de Martín el Humano para sucederle era en realidad Fadrique, Conde de Luna e hijo natural de Martín el Joven, y por lo tanto nieto suyo. Sin embargo la oposición a su nombramiento como heredero fue unánime por su condición de hijo ilegítimo. Martín, suponemos que muy contrariado, se abstuvo a partir de entonces de proponer otra solución. Había nombrado a Jaime de Urgel lugarteniente del Rey en Aragón, y tras la muerte del heredero y pese a la antipatía que parece ser que le profesaba, le nombró también  Gobernador General. 

Martín I el Humano. Tras la muerte de su único hijo no quiso nombrar heredero,
limitándose a declarar que la Corona debería pasar a quien en justicia correspondiera.

Ciertamente en ese momento Jaime debió sentir que la corona era suya, y probablemente lo hubiese sido de haber jugado mejor sus cartas.  Pero no fue así y a partir de entonces no dió una a derechas. La situación del Reino de Aragón era compleja y diversas banderías de nobles se disputaban violentamente el poder. En Zaragoza se presentó el Conde de Urgel al objeto de hacer valer sus cargos y ejercer el mando que llevaban aparejado. Pero las autoridades de Aragón se mostraban renuentes  a aceptarlo así como así. Consideraban que el cargo de lugarteniente del rey podía equivaler a reconocer su legitimidad como sucesor y por tanto,  según los fueros aragoneses, era algo que debían aprobar las Cortes. 

En lugar de buscar la concordia, Jaime se metió de lleno en las luchas de los nobles aragoneses, aliándose con algunos (fundamentalmente Antón de Luna),  enemistándose con otros (los Hijar y los Urrea) e introduciendo tropas armadas en la ciudad. La situación era de calma tensa cuando el 14 de mayo de 1.410 el Conde de Urgel convocó por sorpresa al Justicia Mayor de Aragón para jurar ante él los Fueros y Privilegios del Reino, lo que le habría convertido en Rey en funciones. Sin embargo ni el Justicia Jiménez Cerdán ni ningún otro diputado se presentó a la cita. Ante este plantón a Jaime no se le ocurrió otra cosa que enviar sus tropas al palacio del Arzobispo para obligar al Justicia Mayor a tomarle juramento por la fuerza. Sonaron las campanas en señal de alarma, la situación se descontroló y los  altercados y combates entre partidarios y detractores del pretendiente se extendieron por toda la ciudad, provocando numerosos muertos. 

Es curioso comprobar como el que, según los catalanistas de cuatro siglos más tarde, hubiera sido el garante de las libertades catalanas, no tuvo inconveniente en  saltarse a la torera y combatir violentamente las aragonesas. Cuando llegaron las noticias de las alteraciones al viejo rey Martín, éste, espantado, ordenó al Justicia que hiciera salir de Zaragoza a  todas las tropas, recriminó duramente a Jaime de Urgel su actitud y le desposeyó como lugarteniente general. Y poco después, se murió sin designar sucesor, limitándose a hacer constar que la Corona debería ser de aquel al que le correspondiera por derecho. 

A pesar de haberle sido revocada, Jaime intentó seguir hacer valiendo su lugartenencia del reino. No lo consiguió. La situación  se volvió catastrófica. Los nobles urgelistas convencidos (con razón) de que el tiempo podía jugar en su contra intentan imponerse y despejar el camino para su candidato mediante las armas. Por todas partes se extienden las disensiones y los enfrentamientos. Dando otro desafortunado paso, los partidarios de D. Jaime asesinan al Arzobispo de Zaragoza, García Fernández de Heredia, que se había significado partidario del pretendiente Luis de Anjou y por tanto contrario al de Urgel. Antón de Luna, mano derecha del conde, fue excomulgado por el crimen. Y su bando perdía así buena parte de las pocas simpatías que le pudieran quedar en Aragón. 

Cinco candidatos se disputaban el trono, y los partidos de nobles defensores de uno y de otro seguían enfrentándose abiertamente en lo que estaba a punto de convertirse en una guerra civil generalizada. Los candidatos a reinar, además de Jaime de Urgel y de Fadrique el hijo bastardo de Martín el Joven de los que ya hemos hablado, eran los siguientes: Alfonso de Aragón, duque de Gandía que falleció enseguida y fue sustituido como candidato por su hermano Juan de Prades, Luis de Anjou, duque de Calabria,  y Fernando de Trastámara, Infante de Castilla.  Todos ellos, aunque en distinto grado eran parientes del fallecido rey. Juan de Prades se quedó pronto rezagado en la carrera hacia el trono por falta de apoyos. Fadrique tenía el grave obstáculo ya mencionado de ser hijo ilegítimo. Luis de Anjou sí que contaba con numerosos partidarios, pero su causa sufrió un duro golpe tras el asesinato del Arzobispo de Zaragoza, gran defensor suyo. Además, dada la lejanía de sus dominios en Nápoles, no pudo enviar ayuda eficaz a sus acólitos, con lo que éstos, sintiéndose desamparados, fueron engrosando el bando de Fernando de Trastámara.

 Árbol genealógico de Martín el Humano y de los pretendientes al trono

Éste último había nacido en Medina del Campo, siendo el segundo hijo del rey Juan I de Castilla y de la princesa Leonor de Aragón, hermana de Martín I el Humano. Era, por tanto  sobrino del rey que esperaba  suceder.  Contaba poco más de treinta años pero ya poseía  sobrada experiencia política al haber sido regente de Castilla; y militar, al haber comandado las tropas que conquistaron Antequera, victoria que se quedaría unida a su persona como sobrenombre. Y es evidente que en circunstancias tan complejas y resbaladizas, se movió con mucha mayor inteligencia que su rival el Conde de Urgel. 

En medio de una creciente anarquía, se intentó la convocatoria de unas cortes conjuntas para toda la Corona de Aragón que resolvieran el asunto. Pero no fue posible llegar a un entendimiento. Los valencianos no eran ni siquiera capaces de convocar unas cortes únicas. Estaban divididos en dos facciones que se reunieron por separado en Vinaroz y Trahiguera. Fernando el de Antequera envía embajadas a Aragón y Valencia y consigue la adhesión de numerosos nobles. Éstos, reforzados con tropas castellanas derrotan a los urgelistas en Murviedro. En esta tesitura, Cataluña y Aragón alcanzan lo que se conoce como concordia de Alcañiz. Tanto el Reino como el Principado enviarán tres compromisarios que deberán reunirse en la localidad de Caspe y elegir entre los diversos candidatos al futuro rey. Valencia se suma posteriormente a la iniciativa. Uno de los compromisarios que representará a dicho reino será precisamente el dominico Vicente Ferrer, futuro santo. Y con él la emprenderían siglos más tarde muchos catalanistas contemporáneos, responsabilizándole de que el acuerdo final no fuese el que ellos hubieran deseado. Puede apreciarse perfectamente en la estrofa que encabeza esta entrada. 

El 22 de abril de 1.412 se inician  las deliberaciones. Los  aragoneses y valencianos son claramente partidarios del Trastámara. Los catalanes parece que  se muestran indecisos al principio, pero terminan también dándole su apoyo. Fernando es pues el elegido. El 28 de junio es proclamado Rey de Aragón y recibe el homenaje de otros candidatos como Fadrique de Luna y Juan de Prades. Se traslada a Barcelona donde convoca cortes. Quiere llegar a un acuerdo con Jaime de Urgel, al que ofrece una compensación de 150.000 florines y el matrimonio de su hijo Enrique con la hija mayor de Jaime. Este acepta la oferta y jura en Lérida, mediante representantes, obediencia al nuevo soberano (1)


Fernando de Trastámara, llamado "el de Antequera".
Infante de Castilla, su sagacidad y la torpeza de los rivales propiciaron su acceso al trono de Aragón.

Pero de repente, parece que azuzado por su madre la italiana  Margarita de Montferrato  ("fill, rex o res - hijo, rey o nada") se dice que le dijo,  se rebela contra el nuevo monarca. Confía ilusamente en el apoyo de tropas inglesas y en que se inicie un levantamiento a su favor. Nada de eso se produce.  Fracasa en el intento de conquistar Lérida, sus escasas huestes le abandonan y se encierra con los últimos fieles en el castillo de Balaguer, donde tras cuatro meses de asedio, termina rindiéndose. Será despojado de sus feudos y pasará en prisión el resto de su vida. La Historia le conocerá como "el desdichado", pero habrá que aclarar que en su desgracia tuvieron mucho que ver sus continuos y graves errores. El historiador catalanista Ferran Soldevila no puede menos que reconocer que:
El Conde no era un hombre hábil, y sus consejeros, comenzando por su madre, Margarita de Monferrato, muy faltos de ponderación y muy exaltados hacia aventuras ilusas
Estos son los hechos. Pero como suele ser habitual, desde el nacionalismo catalán los interpretaron a su manera. Con títulos del estilo "La Iniquitat de Casp" de Domenech Montaner, ya podemos imaginarnos cómo. Prat de la Riba, considerado uno de los padres del catalanismo, se agarra a que Fernando recibió los derechos al trono por parte de su madre para despachar el asunto como la entronización de la dinastía castellana en la confederación catalano-aragonesa" (sic) a través de la “violación de las sagradas costumbres que regulaban la sucesión a la Corona”. Ahí es nada. Como si la elección de Fernando hubiera sido una imposición castellana. Como si acaso hubiera existido en Aragón la ley sálica. Como si precisamente Ramon Berenguer IV no hubiera llegado a ser Rey de Aragón -y por tanto de la "confederación catalano-aragonesa"- gracias a su matrimonio con Petronila. Como si unos años después, durante la guerra civil catalana, las propias instituciones catalanas no nombraran príncipes a Enrique IV de Castilla, Pedro de Portugal y Renato de Anjou, pretendientes todos ellos por vía femenina. El prestigioso historiador catalán Jaume Vicens Vives aclara el asunto en "Els Trastámeres": 
No cabe considerar como injusta la solución de Caspe, pues todo invita a pensar que, por unos y otros motivos, Fernando era en 1.412, el candidato que contaba con más apoyos en el conjunto de la Corona de Aragón.
Vamos a comentar brevemente ahora otra de las supuestas consecuencias nefastas para Cataluña de la entronización de los Trastámara: la innegable crisis económica, demográfica y política que sufrió el principado a finales de la edad media. Pese a que desde catalanismo se insiste machaconamente en establecer una conexión entre ambos hechos, historiadores tan solventes como Vicens Vives, Carrere  o Vilar sostienen que la crisis, con sus lógicas fluctuaciones, no cabe ser atribuida al cambio de dinastía, sino que había comenzado bastante antes: en la sucesión de hambres y pestes que se inició en 1.333. 

Y por último haremos referencia a otro hecho que la historiografía catalanista a veces pasa por alto: los efectos negativos que el ascenso de Fernando el de Antequera a su  trono  supuso para Castilla. Lo cierto es que, sea porque sus hijos guardaban nostalgia de su castellana tierra de origen, sea porque su encumbramiento en Cataluña y Aragón no cumpliese del todo sus ambiciones, durante muchos años no dejaron de  enredar e inmiscuirse en los conflictos internos castellanos, causando no pocos problemas y quebrantos.  Buscaron siempre influir al máximo en su país natal desde su nuevo reino. Llegarían a enfrentarse varias veces con las armas al rey castellano Juan II y serían conocidos como "los Infantes de Aragón". Pero esa es ya otra historia. 

(1) Jaime de Urgel llegó a escribir al nuevo rey llamándole "Monsenyor lo rei" y firmando como "Vostre humil Jaume d'Aragó".

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