miércoles, 11 de junio de 2014

La Guerra Civil en Vasconia

No sabemos de que parte caerá el partido (el suyo, el Partido Nacionalista Vasco), si de los africanos o de la República. Ha dicho Ajuriaguerra que deberíamos declararnos neutrales y le apoyan dos Burukides...¡Neutrales!
Félix de Azua. Cambio de Bandera


Siempre nos ha parecido asombrosa la ligereza con la que desde algunos ámbitos nacionalistas periféricos se ha querido identificar sin más a Castilla y el franquismo. Se obvia que la mitad sur de Castilla, incluido Madrid permaneció leal a la República hasta casi el final de la guerra. Se pasa por alto que la Capital estuvo desde noviembre de 1.936 en primera línea de fuego, recibiendo constantemente los obuses de la artillería y las bombas de la aviación y aun así solo cayó en manos de los llamados "nacionales" cuando la guerra estaba a punto de terminar.

Por contra, se asume con  naturalidad que Vasconia tomó unánime y  decidido partido por la causa de la república, la democracia y la libertad. Creemos no  descubrir nada si decimos que la historia no fue exactamente así. 

División de España entre "nacionales" y republicanos al comienzo de la Guerra Civil. 
Tanto Castilla como Vasconia (País Vasco y Navarra) están divididas.

Observando el mapa anterior vemos como Navarra y Álava estuvieron desde el inicio con los sublevados. En ambas el predominio conservador y carlista era evidente. 

En concreto Navarra (Nafarroa) fue probablemente el territorio español que más se significó en la guerra civil en el bando nacional. En ninguna otra provincia se alistaron tantos voluntarios. Según algunas fuentes su número en julio de 1.936 sería de unos 8.500 , lo que  implicaría que una cuarta parte de todas las fuerzas voluntarias que tenía el ejército "nacional" en los inicios de la guerra eran navarros. Dieron para formar 24 tercios de requetés y 8 banderas de Falange. Ahí es nada. Protagonizaron la conquista de Guipúzcoa, e intervinieron en diversos frentes. Su elevado número y gran combatividad fue esencial para que la guerra tomara desde el primer momento un cariz favorable a los sublevados, y no es aventurado pensar que sin esa fuerza entusiasta en un momento tan crítico el conflicto podía haber evolucionado de muy diferente manera. Franco era muy consciente de ello y ya en 1.937 concedió a toda Navarra la Laureada de San Fernando  con estas elogiosas palabras: 
España entera rinde homenaje y simpatía a las virtudes y alto espíritu de un pueblo, en que no se sabe qué admirar más, si el valor de los que valientemente mueren en los frentes o la generosidad y patriotismo de quienes, alegres, entregan a la Patria lo más querido de los hogares.
En Vizcaya y Guipúzcoa la situación tras el alzamiento militar era muy diferente. En estos territorios los partidos de izquierda y los sindicatos tenían mucha mas fuerza que en el resto de Vasconia. Lo mismo pasaba con el P.N.V., aunque esta formación debía además afrontar un singular y difícil dilema. Por un lado su carácter conservador y marcadamente católico le acercaba a los que estaban apoyando la sublevación. Por otro,  la posibilidad de obtener un estatuto de autogobierno parecía mayor si alcanzaban el triunfo las izquierdas. Así lo recordaba el dirigente peneuvista vizcaíno Juan Ajuriaguerra:
Tenía la esperanza de escuchar alguna noticia que nos ahorrase el tener que tomar una decisión: que uno u otro bando ya hubiese ganado la partida (...) La derecha se oponía ferozmente a cualquier estatuto de autonomía del País Vasco. Por otro lado, el gobierno legal nos lo había prometido y sabíamos que acabaríamos consiguiéndolo. (...) Tomamos esa decisión sin mucho entusiasmo, pero convencidos de haber elegido el bando más favorable para los intereses del pueblo vasco. 

Sin embargo, esa "decisión", afectaba solo al P.N.V. de Vizcaya. El de Guipúzcoa también terminó adoptándola horas después. Pero el de Navarra declaró que no se uniría al gobierno de la República en el enfrentamiento que acababa de estallar. Y el de Álava llamó a sus afiliados primero a no oponerse a la sublevación militar, y luego a sumarse a la misma.

Resulta sintomático que en las provincias donde triunfó el golpe, las sedes del P.N.V. no fueran inmediatamente clausuradas, como sí lo serían las de los demás partidos que apoyaron al bando republicano. Hasta el 18 de septiembre de 1.936 no decretaría el general Mola la disolución de las organizaciones del Partido Nacionalista Vasco en el territorio controlado por sus tropas. Lo que prueba que hasta poco antes de que se promulgara el Estatuto no perdieron los sublevados la esperanza de que los nacionalistas vascos terminaran decantándose por ellos.

El por entonces joven dirigente peneuvista vizcaíno Juan Manuel de Epalza rememoraría muchos años después sus sentimientos en aquellos críticos momentos:
Estábamos decididos a impedir las atrocidades, a asegurarnos que los de izquierdas no asesinaran, robaran ni incendiaran las iglesias. Estábamos entre la espada y la pared. Era algo absurdo, trágico: teníamos más cosas en común con los carlistas que nos atacaban que con la gente con la que de pronto nos encontrábamos aliados.
Así que para cuando se configuraron los primeros frentes la situación de Vasconia se asemejaba a la de Castilla, dividida en dos mitades. La principal diferencia quizás fuera que la Vasconia republicana resistió  poco. Las columnas navarras enseguida se descolgaron  sobre Irún, privando a la zona norte leal a la república de todo contacto con la frontera francesa, con lo que quedaba aislada. Poco después cayó San Sebastián. Bilbao tuvo más tiempo para preparar su defensa. Se creó el flamante Ejército Vasco  (Euzko Gudarostea) en el que se integraron las milicias de todos los partidos, pero siempre con claro predominio del P.N.V., que asumía además el control político. También se procedió a fortificar los accesos a Bilbao, en lo que se denominó, un tanto hiperbólicamente, "Cinturón de Hierro". 

Fortificación del Cinturón de Hierro. Su objeto era proteger Bilbao y se inspiraba en la Linea Maginot francesa. 
Resultó tan inútil como aquella. 

En 1.937 tras el fracaso de su reciente ataque sobre Madrid, el alto mando de los "nacionales" planificó una gran ofensiva cuyo objetivo era en un primer término conquistar Bilbao para posteriormente ocupar el resto de la franja norte peninsular que seguía en manos republicanas. Se buscaba adquirir así la hegemonía industrial y demográfica que a la larga les permitiría imponerse. El 11 de junio comenzaron las operaciones. Gracias  a la superioridad aérea, al empuje demostrado por las Brigadas de Navarra, y ayudados por un cuerpo expedicionario enviado por el dictador italiano Benito Mussolini, consiguieron romper las defensas del "Cinturón de Hierro" y alcanzar las cercanías de Bilbao.

Ante la inminente caída de la gran ciudad vasca y consiguientemente, de las numerosas fábricas  que la rodeaban, desde el gobierno republicano se decidió su inutilización. El Ministro de Defensa, Indalecio Prieto, por lo demás bilbaíno de adopción, dio la orden de paralizar la industria de la margen izquierda de la ría. Sin embargo dicha orden no pudo llevarse a cabo. El Consejero de Justicia del Gobierno Vasco, el nacionalista Jesus María Leizaola, al mando en los últimos días del Bilbao republicano, se encargó de liberar a los presos derechistas y enviar tropas del P.N.V. a proteger los puntos más sensibles para evitar voladuras y destrucciones. 

Los sublevados entraron finalmente en Bilbao el día 19 de junio sin disparar un solo tiro. Los soldados vascos o "gudaris" entregaron las armas y desfilaron delante de los invasores.  En Baracaldo, el batallón nacionalista Gordexola se enfrentó a los dinamiteros asturianos que pretendían destruir los Altos Hornos de Vizcaya. Acto seguido y tras evitarlo se rindieron a las tropas italianas que llegaban desde el otro lado de la ría. Las fábricas estaban intactas, e inmediatamente se pusieron en marcha para apoyar el esfuerzo de guerra del bando franquista. 

Sin embargo, antes de la conquista de Bilbao buena parte de las fuerzas del Ejército Vasco, integrado ya en  el recientemente creado Ejercito Popular de la República como  "I Cuerpo de Ejercito de Euzkadi", consiguieron retirarse por la carretera de Santander. En dicha provincia se establecería otra línea de defensa para tratar de parar la ofensiva franquista y que la república no perdiera la totalidad de la franja de territorio que mantenía en el norte. 

Tuvo lugar entonces un hecho gravísimo y controvertido que trataremos de explicar en otra entrada posterior y que es conocido como el "Pacto de Santoña".




jueves, 15 de mayo de 2014

Castellanofobia: Los Cuatro Palos de Sangre

Yo tenía en la montaña / un castillo almenado
que era el rey de la sierra / y era el rey del valle.
En él mis padres guardaban / de sus abuelos heredado
un paño rojo y amarillo / listado por cuatro palos.
Mas el paño era de oro fino / y los palos eran de sangre,
de la sangre de un noble conde / el Velloso llamado.

Ay Castilla castellana / ¡ojalá no te hubiera conocido!

"El estandarte de las barras" / decían algunos al pasar
otros decían "el pendón / de las cuatro libertades".
Porque los palos eran cuatro / y eran cuatro las señales,
siendo cada barra un símbolo / siendo  un nombre cada palo.
Derecho se llamaba el primero / y el segundo Libertad;
Justicia era el nombre del tercero / Industria el nombre del cuarto.

Ay Castilla castellana / ¡ojalá no te hubiera conocido!

El palo del Derecho trocearon / aquellos que en Caspe congregados
a la luz quedaron ciegos / por las prédicas de un santo.
La barra de la Justicia / descansa bajo la losa
de una tumba donde se lee: /  "Carlos de Viana yace aquí".
Los cañones de Felipe V / dejaron la Libertad
enterrada bajo las ruinas / de Barcelona humeante.

Ay Castilla castellana / ¡ojalá no te hubiera conocido!

Si el paño de oro de mis padres / es ahora un socavón,
y en la torre del castillo / tengo el pendón arbolado;
si al pie de las almenas en ruina / sólo resuenan entre lamentos
las lástimas dispersas / del trovador catalán;
Si ya solo me queda uno / de mis cuatro palos de sangre,
es por tí la de las torres / y los leones afamados. 

Ay Castilla castellana / ¡ay si me rompes el cuarto palo!

Victor Balaguer. Los Cuatro Palos de Sangre

Dentro del apartado de castellanofobia vamos a abordar hoy esta famosa poesía, "Els Quatre Pals de Sang", publicada en catalán en 1.862, y que constituyó un tremendo éxito. Vino a marcar un punto de inflexión en el desarrollo del anticastellanismo en la Cataluña contemporánea e incluso inspiró el desarrollo de sentimientos parecidos en otros territorios, fundamentalmente en Vasconia y Galicia.

Su autor, Víctor Balaguer, nació en Barcelona en 1.824 y desarrolló una importante carrera como político, escritor y periodista. Es considerado una de las principales figuras de la "Reinaxença", el movimiento literario del que terminaría surgiendo con el tiempo el nacionalismo catalán. Escribió poesía, teatro, ensayo, y una romanticista "Historia de Cataluña", en la que condensó buena parte de los mitos que posteriormente recogería dicho nacionalismo.  Elegido diputado, se instaló en la Villa y Corte, donde no le marcharon nada mal las cosas, pues  llegó a ser varias veces ministro. Fue asímismo honrado con la membresía de las Reales Academias de la Historia y de la Lengua. Murió en Madrid, en 1.901.


Busto de Víctor Balaguer en Barcelona. Su balada catalanista "Los Cuatro Palos de Sangre" combinó magistralmente victimismo, reivindicación y amenaza velada, formula que resultaría todo un éxito atemporal.

El filólogo y filósofo alemán Horst Hina  describió así la trascendencia de la publicación de "Los Cuatro Palos de Sangre":
El poema quizá pueda calificarse de primera obra de la literatura catalana con influencia en toda España. Se trata de un ejemplo muy sutil de poesía política. En España circuló por todas partes, sobre todo el estribillo, y no fue olvidada, muy a pesar de su autor, ni siquiera cuando éste se había distanciado un buen trecho de la opinión aquí expresada.
Y es que, en efecto, políticamente Balaguer empezó representando los intereses de los industriales del principado y promoviendo el "renacimiento catalán" y terminó defendiendo un templado regionalismo de corte españolista. Al final de su vida manifestó su  oposición al catalanismo político, así como al anticastellanismo del que éste hacía gala.  Pero ya era tarde. El odio a Castilla, que en no poca medida "Los Cuatro Palos de Sangre" había contribuido a desatar, era asumido para entonces por una parte significativa de la sociedad catalana.

En el poema, Balaguer identifica los cuatro palos de la bandera catalana con cuatro virtudes: Derecho, Justicia, Libertad, e Industria.  Y la ruptura de cada uno de ellos con una etapa de la sumisión de Cataluña. En el fondo, se trata simplemente de una adaptación  del mito de la "puñalada por la espalda" en el que las presuntas intrigas de San Vicente Ferrer, el supuesto asesinato de Carlos de Viana y el bombardeo del ejército de Felipe V habrían sellado la entrega a Castilla y la pérdida de sus libertades. Solo quedaría en pie el último palo, la Industria. Y el autor desconfía de que  la "malvada" Castilla también quiera romperlo.

No disponemos aquí del espacio necesario para rebatir o matizar la sesgadísima interpretación de la Historia que hace el autor. Remitimos al lector interesado a las entradas ya publicadas en este mismo blog sobre la Guerra de Sucesión, el Compromiso de Caspe, y Carlos de Viana. Diremos simplemente que nos parecen injustas, desprovistas de fundamento y completamente inaceptables las graves insidias  que se lanzan contra  Castilla.

El victimista poema contiene sin embargo otra falsedad evidente que no nos resistimos a comentar. En concreto en la tercera estrofa se hace referencia al conde Wilfredo el Velloso como el origen de la senyera o bandera catalana. La leyenda pretendía hacer creer que las cuatro barras fueron dibujadas con la propia sangre de las heridas del conde por el emperador franco Luis el Piadoso. Éste, tras plasmarlas sobre un escudo dorado, se lo habría cedido al conde como blasón por la valentía demostrada  en la guerra contra los normandos. En realidad, Wilfredo nació el mismo año en el que murió el emperador, así que difícilmente  podría haberse distinguido ante él  guerreando contra nadie. Lo cierto es que el escudo cuatribarrado o "Señal Real" solo empezaría a utilizarse trescientos años después, por los soberanos de la corona aragonesa.

La "Señal Real". Emblema de los reyes de la Corona de Aragón, que será usado posteriormente por los diversos territorios pertenecientes a la misma, incluida Cataluña.

Vamos a centrarnos ahora en la cuarta barra, la de la Industria y la velada amenaza que lleva implícita:
Si ya solo me queda uno
de mis cuatro palos de sangre,
es por ti la de las torres
y los leones afamados.
Ay Castilla castellana, 
¡ay si me rompes el cuarto palo!
Y aquí, amigo lector, está la clave. La industria catalana, que en esta época iniciaba un importante despegue, no podía competir con la extranjera sin el apoyo de aranceles. Pero al mismo tiempo, una política proteccionista tenía graves efectos secundarios. Por un lado aumentaba el precio que los consumidores estaban obligados a pagar por los productos que compraban. La falta de competencia convertía al país en un mercado cautivo para los fabricantes locales, en este caso catalanes. Y por último, los aranceles impuestos sobre los productos ingleses, franceses o alemanes solían ser respondidos con otros a las exportaciones españolas, fundamentalmente materias primas y productos agrícolas; lo que perjudicaba gravemente el desarrollo de los demás territorios, incluida Castilla. Con esta claridad  lo expresaba en su tiempo Stendhal, el célebre escritor francés:
Los catalanes exigen que cada español que usa telas de algodón pague cuatro francos al año porque en el mundo hay una Cataluña. Es preciso que el español de Granada, Málaga o La Coruña no compre, por ejemplo, los tejidos ingleses, que son excelentes y cuestan un franco la vara, y se sirva de los tejidos catalanes, muy inferiores y que cuestan tres francos la vara.
Vemos así como este lacrimoso poema anticastellano se transforma de golpe en un alegato arancelista. Mezcla, en una sabia combinación que creará escuela y será utilizada en infinidad de ocasiones, el victimismo, con la reivindicación político-económica y la amenaza. Porque después de las barrabasadas históricas que (supuestamente) hemos perpetrado los "malvados" castellanos contra los "inocentes" catalanes (y que al parecer incluían desde el envenenamiento a la utilización maquiavélica de santos) ¿quién es el valiente que se atreve a romper el cuarto palo? ¿quién el guapo que dice no al proteccionismo?

Y efectivamente, los diputados dijeron sí. Para beneficio de Cataluña y ruina de Castilla, "la de las torres y leones afamados", las medidas proteccionistas se fueron sucediendo a lo largo de los siglos XIX y XX: Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas [1882]; Arancel Cánovas [1892]; Arancel Cambó [1.922]... 

Otra cosa distinta es que ese sacrificio de los intereses castellanos  y de buena parte del resto de las regiones españolas no haya sido en ningún momento apreciado, agradecido o incluso recreado en victimista poesía.




sábado, 10 de mayo de 2014

El Compromiso de Caspe


La barra del derecho trocaron
los que reunidos en Caspe
quedaron ciegos a la luz
por las prédicas de un santo [...]
Ay, Castilla castellana,
¡Ojalá no te hubiera conocido!
Victor Balaguer. Els Quatre Pals de Sang


Si hubiera que hacer una lista de los diez episodios históricos más utilizados por la historiografía catalanista para zaherir a Castilla, nadie duda que el Compromiso de Caspe estaría incluido en dicho "Top Ten". Lo curioso es que durante casi cuatro siglos este asunto no pareció suponer ningún problema para nadie en Cataluña. Sólo a raíz del empacho de romanticismo de mediados del siglo XIX comenzó a reescribirse apasionadamente la historia a la luz del nacionalismo catalán. Y como nos podemos temer, rezumando anticastellanismo y dejando en muy mal lugar a nuestra tierra. De repente, un complejo asunto político-jurídico de finales del medievo sepultado en los libros de Historia, se convertía en el enésimo agravio de la pérfida e imperialista Castilla contra la virtuosa e inocente Cataluña. 

Y es que en las cabezas de los catalanistas más acérrimos no cabe que los representantes de la Corona de Aragón eligieran como rey a un príncipe de una dinastía castellana. Acostumbrados a considerar siempre a Castilla y a los castellanos como enemigos seculares tienen que buscar  desesperadamente conspiraciones y traiciones para poder explicarse hecho, a su juicio, tan asombroso.

Y como, pese a que la historiografía seria hace ya tiempo que puso las cosas en su sitio, el mito sigue presente en mayor o menor medida en el imaginario colectivo, creemos nuestra obligación señalar unas cuantas cosas al respecto. La versión romántico catalanista vendría a ser más o menos  la siguiente:
A principios del siglo XV reinaba felizmente en la corona "catalano-aragonesa" Martín I el Humano. Pero la desdicha, tan constante contra  Cataluña,  quiso que su único hijo, Martín el Joven falleciese sin herederos justo después de derrotar a los genoveses en Cerdeña. El rey ya era mayor y también era por tanto probable que no tuviera más descendencia. Pero no se trataba de un problema grave. Allí estaba Jaime, Conde de Urgel, pariente del rey, tan patriota catalán como capaz, al que Martín I ya había fichado y nombrado heredero. Pero desgraciadamente el viejo rey murió pronto. Y los siempre acechantes castellanos aprovecharon la circunstancia para meter de matute como candidato a Fernando de Trastámara. Valiéndose del engaño y la violencia lograron convencer a los representantes que habían de tomar la decisión, y en una farsa celebrada en Caspe consiguieron que le nombraran Rey. A partir de entonces, una odiosa dinastía castellana iba a encargarse de roer desde dentro el elevado espíritu y las gloriosas instituciones de la pobre Cataluña, y precipitarla en la ruina y la decadencia.
Naturalmente la historia real no se parece en nada a lo anterior. El candidato de Martín el Humano para sucederle era en realidad Fadrique, Conde de Luna e hijo natural de Martín el Joven, y por lo tanto nieto suyo. Sin embargo la oposición a su nombramiento como heredero fue unánime por su condición de hijo ilegítimo. Martín, suponemos que muy contrariado, se abstuvo a partir de entonces de proponer otra solución. Había nombrado a Jaime de Urgel lugarteniente del Rey en Aragón, y tras la muerte del heredero y pese a la antipatía que parece ser que le profesaba, le nombró también  Gobernador General. 

Martín I el Humano. Tras la muerte de su único hijo no quiso nombrar heredero,
limitándose a declarar que la Corona debería pasar a quien en justicia correspondiera.

Ciertamente en ese momento Jaime debió sentir que la corona era suya, y probablemente lo hubiese sido de haber jugado mejor sus cartas.  Pero no fue así y a partir de entonces no dió una a derechas. La situación del Reino de Aragón era compleja y diversas banderías de nobles se disputaban violentamente el poder. En Zaragoza se presentó el Conde de Urgel al objeto de hacer valer sus cargos y ejercer el mando que llevaban aparejado. Pero las autoridades de Aragón se mostraban renuentes  a aceptarlo así como así. Consideraban que el cargo de lugarteniente del rey podía equivaler a reconocer su legitimidad como sucesor y por tanto,  según los fueros aragoneses, era algo que debían aprobar las Cortes. 

En lugar de buscar la concordia, Jaime se metió de lleno en las luchas de los nobles aragoneses, aliándose con algunos (fundamentalmente Antón de Luna),  enemistándose con otros (los Hijar y los Urrea) e introduciendo tropas armadas en la ciudad. La situación era de calma tensa cuando el 14 de mayo de 1.410 el Conde de Urgel convocó por sorpresa al Justicia Mayor de Aragón para jurar ante él los Fueros y Privilegios del Reino, lo que le habría convertido en Rey en funciones. Sin embargo ni el Justicia Jiménez Cerdán ni ningún otro diputado se presentó a la cita. Ante este plantón a Jaime no se le ocurrió otra cosa que enviar sus tropas al palacio del Arzobispo para obligar al Justicia Mayor a tomarle juramento por la fuerza. Sonaron las campanas en señal de alarma, la situación se descontroló y los  altercados y combates entre partidarios y detractores del pretendiente se extendieron por toda la ciudad, provocando numerosos muertos. 

Es curioso comprobar como el que, según los catalanistas de cuatro siglos más tarde, hubiera sido el garante de las libertades catalanas, no tuvo inconveniente en  saltarse a la torera y combatir violentamente las aragonesas. Cuando llegaron las noticias de las alteraciones al viejo rey Martín, éste, espantado, ordenó al Justicia que hiciera salir de Zaragoza a  todas las tropas, recriminó duramente a Jaime de Urgel su actitud y le desposeyó como lugarteniente general. Y poco después, se murió sin designar sucesor, limitándose a hacer constar que la Corona debería ser de aquel al que le correspondiera por derecho. 

A pesar de haberle sido revocada, Jaime intentó seguir hacer valiendo su lugartenencia del reino. No lo consiguió. La situación  se volvió catastrófica. Los nobles urgelistas convencidos (con razón) de que el tiempo podía jugar en su contra intentan imponerse y despejar el camino para su candidato mediante las armas. Por todas partes se extienden las disensiones y los enfrentamientos. Dando otro desafortunado paso, los partidarios de D. Jaime asesinan al Arzobispo de Zaragoza, García Fernández de Heredia, que se había significado partidario del pretendiente Luis de Anjou y por tanto contrario al de Urgel. Antón de Luna, mano derecha del conde, fue excomulgado por el crimen. Y su bando perdía así buena parte de las pocas simpatías que le pudieran quedar en Aragón. 

Cinco candidatos se disputaban el trono, y los partidos de nobles defensores de uno y de otro seguían enfrentándose abiertamente en lo que estaba a punto de convertirse en una guerra civil generalizada. Los candidatos a reinar, además de Jaime de Urgel y de Fadrique el hijo bastardo de Martín el Joven de los que ya hemos hablado, eran los siguientes: Alfonso de Aragón, duque de Gandía que falleció enseguida y fue sustituido como candidato por su hermano Juan de Prades, Luis de Anjou, duque de Calabria,  y Fernando de Trastámara, Infante de Castilla.  Todos ellos, aunque en distinto grado eran parientes del fallecido rey. Juan de Prades se quedó pronto rezagado en la carrera hacia el trono por falta de apoyos. Fadrique tenía el grave obstáculo ya mencionado de ser hijo ilegítimo. Luis de Anjou sí que contaba con numerosos partidarios, pero su causa sufrió un duro golpe tras el asesinato del Arzobispo de Zaragoza, gran defensor suyo. Además, dada la lejanía de sus dominios en Nápoles, no pudo enviar ayuda eficaz a sus acólitos, con lo que éstos, sintiéndose desamparados, fueron engrosando el bando de Fernando de Trastámara.

 Árbol genealógico de Martín el Humano y de los pretendientes al trono

Éste último había nacido en Medina del Campo, siendo el segundo hijo del rey Juan I de Castilla y de la princesa Leonor de Aragón, hermana de Martín I el Humano. Era, por tanto  sobrino del rey que esperaba  suceder.  Contaba poco más de treinta años pero ya poseía  sobrada experiencia política al haber sido regente de Castilla; y militar, al haber comandado las tropas que conquistaron Antequera, victoria que se quedaría unida a su persona como sobrenombre. Y es evidente que en circunstancias tan complejas y resbaladizas, se movió con mucha mayor inteligencia que su rival el Conde de Urgel. 

En medio de una creciente anarquía, se intentó la convocatoria de unas cortes conjuntas para toda la Corona de Aragón que resolvieran el asunto. Pero no fue posible llegar a un entendimiento. Los valencianos no eran ni siquiera capaces de convocar unas cortes únicas. Estaban divididos en dos facciones que se reunieron por separado en Vinaroz y Trahiguera. Fernando el de Antequera envía embajadas a Aragón y Valencia y consigue la adhesión de numerosos nobles. Éstos, reforzados con tropas castellanas derrotan a los urgelistas en Murviedro. En esta tesitura, Cataluña y Aragón alcanzan lo que se conoce como concordia de Alcañiz. Tanto el Reino como el Principado enviarán tres compromisarios que deberán reunirse en la localidad de Caspe y elegir entre los diversos candidatos al futuro rey. Valencia se suma posteriormente a la iniciativa. Uno de los compromisarios que representará a dicho reino será precisamente el dominico Vicente Ferrer, futuro santo. Y con él la emprenderían siglos más tarde muchos catalanistas contemporáneos, responsabilizándole de que el acuerdo final no fuese el que ellos hubieran deseado. Puede apreciarse perfectamente en la estrofa que encabeza esta entrada. 

El 22 de abril de 1.412 se inician  las deliberaciones. Los  aragoneses y valencianos son claramente partidarios del Trastámara. Los catalanes parece que  se muestran indecisos al principio, pero terminan también dándole su apoyo. Fernando es pues el elegido. El 28 de junio es proclamado Rey de Aragón y recibe el homenaje de otros candidatos como Fadrique de Luna y Juan de Prades. Se traslada a Barcelona donde convoca cortes. Quiere llegar a un acuerdo con Jaime de Urgel, al que ofrece una compensación de 150.000 florines y el matrimonio de su hijo Enrique con la hija mayor de Jaime. Este acepta la oferta y jura en Lérida, mediante representantes, obediencia al nuevo soberano (1)


Fernando de Trastámara, llamado "el de Antequera".
Infante de Castilla, su sagacidad y la torpeza de los rivales propiciaron su acceso al trono de Aragón.

Pero de repente, parece que azuzado por su madre la italiana  Margarita de Montferrato  ("fill, rex o res - hijo, rey o nada") se dice que le dijo,  se rebela contra el nuevo monarca. Confía ilusamente en el apoyo de tropas inglesas y en que se inicie un levantamiento a su favor. Nada de eso se produce.  Fracasa en el intento de conquistar Lérida, sus escasas huestes le abandonan y se encierra con los últimos fieles en el castillo de Balaguer, donde tras cuatro meses de asedio, termina rindiéndose. Será despojado de sus feudos y pasará en prisión el resto de su vida. La Historia le conocerá como "el desdichado", pero habrá que aclarar que en su desgracia tuvieron mucho que ver sus continuos y graves errores. El historiador catalanista Ferran Soldevila no puede menos que reconocer que:
El Conde no era un hombre hábil, y sus consejeros, comenzando por su madre, Margarita de Monferrato, muy faltos de ponderación y muy exaltados hacia aventuras ilusas
Estos son los hechos. Pero como suele ser habitual, desde el nacionalismo catalán los interpretaron a su manera. Con títulos del estilo "La Iniquitat de Casp" de Domenech Montaner, ya podemos imaginarnos cómo. Prat de la Riba, considerado uno de los padres del catalanismo, se agarra a que Fernando recibió los derechos al trono por parte de su madre para despachar el asunto como la entronización de la dinastía castellana en la confederación catalano-aragonesa" (sic) a través de la “violación de las sagradas costumbres que regulaban la sucesión a la Corona”. Ahí es nada. Como si la elección de Fernando hubiera sido una imposición castellana. Como si acaso hubiera existido en Aragón la ley sálica. Como si precisamente Ramon Berenguer IV no hubiera llegado a ser Rey de Aragón -y por tanto de la "confederación catalano-aragonesa"- gracias a su matrimonio con Petronila. Como si unos años después, durante la guerra civil catalana, las propias instituciones catalanas no nombraran príncipes a Enrique IV de Castilla, Pedro de Portugal y Renato de Anjou, pretendientes todos ellos por vía femenina. El prestigioso historiador catalán Jaume Vicens Vives aclara el asunto en "Els Trastámeres": 
No cabe considerar como injusta la solución de Caspe, pues todo invita a pensar que, por unos y otros motivos, Fernando era en 1.412, el candidato que contaba con más apoyos en el conjunto de la Corona de Aragón.
Vamos a comentar brevemente ahora otra de las supuestas consecuencias nefastas para Cataluña de la entronización de los Trastámara: la innegable crisis económica, demográfica y política que sufrió el principado a finales de la edad media. Pese a que desde catalanismo se insiste machaconamente en establecer una conexión entre ambos hechos, historiadores tan solventes como Vicens Vives, Carrere  o Vilar sostienen que la crisis, con sus lógicas fluctuaciones, no cabe ser atribuida al cambio de dinastía, sino que había comenzado bastante antes: en la sucesión de hambres y pestes que se inició en 1.333. 

Y por último haremos referencia a otro hecho que la historiografía catalanista a veces pasa por alto: los efectos negativos que el ascenso de Fernando el de Antequera a su  trono  supuso para Castilla. Lo cierto es que, sea porque sus hijos guardaban nostalgia de su castellana tierra de origen, sea porque su encumbramiento en Cataluña y Aragón no cumpliese del todo sus ambiciones, durante muchos años no dejaron de  enredar e inmiscuirse en los conflictos internos castellanos, causando no pocos problemas y quebrantos.  Buscaron siempre influir al máximo en su país natal desde su nuevo reino. Llegarían a enfrentarse varias veces con las armas al rey castellano Juan II y serían conocidos como "los Infantes de Aragón". Pero esa es ya otra historia. 

(1) Jaime de Urgel llegó a escribir al nuevo rey llamándole "Monsenyor lo rei" y firmando como "Vostre humil Jaume d'Aragó".

viernes, 14 de marzo de 2014

Carlos de Viana

La barra de la Justicia
permaneció bajo la losa
de una tumba donde se lee:
Aquí yace Carlos de Viana.
(...) Ay Castilla castellana,
¡Ojalá no te hubiera conocido!
Victor Balaguer. Los cuatro palos de sangre.

Carlos, Príncipe de Viana es una de esas figuras  a las que la historiografía catalanista del siglo XIX decidió reclutar para su causa sin pedir permiso. Personaje interesante, muy culto, aficionado a la música y la literatura, se mostrará en cambio como un mediocre político, indeciso y dubitativo. Su vida, muy en la línea del periodo renacentista, estuvo repleta de intrigas, traiciones y querellas familiares. Aunque en este breve espacio resulta imposible analizarlas pormenorizadamente, trataremos de hacer un somero repaso.  

Nació en 1421 en Peñafiel, cerca de Valladolid, (sitio insospechado para que vea la luz un icono del catalanismo). Era hijo  de Blanca, princesa heredera de Navarra y de Juan, hermano de Alfonso V, rey de Aragón

Carlos de Viana, nacido en Peñafiel y aliado de los reyes castellanos Juan II y Enrique IV.  Curiosamente será utilizado por la historiografía catalanista cuatro siglos después de su muerte para atacar a... ¡Castilla!.

Muy joven marchó con su familia a Navarra donde, tras la muerte de su abuelo Carlos III, su madre fue proclamada reina y su padre rey consorte. Éste,  pese a todo, seguía muy atentantamente la situación en Castilla, donde él y sus hermanos (conocidos como los "Infantes de Aragón") poseían importantes feudos e intereses y en cuya política no cesaban de inmiscuirse diplomática y militarmente. Los navarros veían mal esas costosas injerencias en reino ajeno. Los castellanos peor todavía.

Blanca de Navarra falleció en 1.441. Legó el trono a Carlos, pero a condición de  que no tomara posesión del mismo sin la aprobación y consentimiento de su padre. Lo que seguramente pretendía ser una cláusula para asegurar la concordia entre los dos tuvo el efecto contrario. Juan actuaba como rey. Carlos de lugarteniente del reino. Y como suele ocurrir, dos en un trono están muy apretados. Así que estalla la guerra entre ambos. A Juan le apoyaba el bando de los agramonteses. Carlos recibió la ayuda de los beaumonteses y también de... Castilla, (cosa sobre la que quizá deberían meditar los historiadores catalanes que siglos después insisten machaconamente en culpar a los castellanos de la desgracias del príncipe). Sin embargo, la suerte no le sonrió y Carlos fue derrotado y apresado por su padre, que mientras tanto se había vuelto a casar. Su nueva esposa, mucho más joven que él, es Juana Enríquez, una noble castellana con la que tendrá un hijo: el futuro Fernando el Católico

Llegaron al acuerdo de que el Príncipe de Viana  no tomaría el título de Rey hasta la muerte de su progenitor. Sin embargo, poco después, mal aconsejado, volvería a rebelarse. Juan invade el país y esta vez nombra heredera en su lugar a otra hija suya,  la princesa Leonor. Carlos abandona una Navarra en plena guerra civil, (que durarará medio siglo) y se refugia en Nápoles y Sicilia con su tío Alfonso V, soberano de la Corona Aragonesa, que está afincado en Italia y que apenas pisa sus dominios hispanos. 

La situación da un giro en 1.458 cuando muere Alfonso sin descendencia legítima, y Juan  pasa a ser también Rey de Aragón. Temeroso de que Carlos pudiera liderar una conspiración en su contra en Sicilia, le ordena volver a España, le perdona y le restituye sus tierras. Pero poco tiempo más tarde le acusa de traición por estar tramando una alianza con el Rey de Castilla, y ordena  encarcelarle en Lérida.


Por Cataluña se extiende una oleada de indignación. Los nobles, un poco porque creen que se trata de una víctima inocente y otro poco porque sospechan que sería un rey mucho más manejable que el temperamental Juan, se ponen de su parte. Acusan al padre de tratar de obviar los derechos sucesorios de Carlos y  preparar el terreno para que acceda al trono su otro hijo, y exigen su puesta en libertad. El gran apoyo popular y nobiliario al Príncipe de Viana hace que el Rey termine cediendo. Se llega a otro acuerdo, conocido como la "Concordia de Villafranca". Carlos es puesto en libertad y entra triunfalmente en Barcelona en 1.461...solo para morir tres meses más tarde. El frágil acuerdo alcanzado salta así por los aires y la guerra civil terminará estallando también en Cataluña. Gran parte de la nobleza  y  la alta burguesía barcelonesa se enfrenta a Juan II, que a su vez recibirá el apoyo de los siervos o "remensas", rebelados contra los abusos de los terratenientes.  Pero eso es ya otra historia.

Desde el catalanismo se ha puesto el máximo incapié en denigrar la figura histórica de Juana Enríquez. Ésta había nacido en 1.425 y fue descrita como "rubia, esbelta y de ojos muy claros", así como también poseedora de "gran talento, valer en la adversidad y encanto personal indudable". Ha sido acusada de conspirar para que su hijo (el futuro Fernando el Católico) fuera nombrado heredero en lugar de Carlos de Viana e incluso de haberle envenenado. Creemos bastante probable que Juana, como cualquier madre, deseara fervientemente el futuro más elevado para Fernando. Consta, en efecto, su insistencia en buscar el matrimonio con la princesa Isabel de Castilla (cosa que efectivamente sucedió, aunque ella no llegó a verlo) y su enfado cuando recibió la información (no se sabe si con alguna base real) de que Carlos estaba en negociaciones para "robarle" la futura pareja a su retoño. Pero entre procurar el mejor partido posible para el casamiento de su hijo y envenenar a un príncipe hay mucho trecho.

Juana Enríquez. La castellana mala de la película según los historiadores catalanistas. Una mujer valerosa que procuró interceder entre su esposo y el Príncipe de Viana, según otros menos parciales.

Existen fuentes que contradicen esa imagen de castellana despiadada  e insolente  tejida por la historiografía catalanista, diríase que buscando asemejar su perfil al de la madrastra de  Blancanieves. Para empezar, son muchas las que aluden a los intentos de Juana por reconciliar a su marido con su hijastro, así como sus esfuerzos para que éste fuera liberado de prisión. El mismo Carlos se refiere a ella en su correspondencia como "verdadera señora y madre". Cuando es recibido tras su puesta en libertad "la besa en las manos y en la boca". Y los dos juntos emprenden viaje hacia la Ciudad Condal. Son muy bien recibidos en Tortosa y Tarragona, y solo la negativa de los diputados catalanes a permitir la presencia de Juana en Barcelona impide que hiciesen juntos su entrada triunfal en esta ciudad. Pero no evitó que dejaran constancia de que Carlos les había confesado que 
tanto suplicando con gran voluntad y atención al dicho sseñor Rey por su liberación, como visitándole y con muchas otras formas, le ha demostrado y hecho obra de madre, por cuyo motivo dijo quedarle infinitamente obligado 
Parece pues que, curiosamente, la opinión que el propio Carlos tenía de su madrastra era mucho mejor que la de ciertos historiadores contemporáneos procedentes del noreste penínsular. 

Respecto al rumor que culpabiliza a Juana  de haber asesinado al Príncipe, cabe decir que no hay ni una sola prueba que lo sustente. Pese a ello, el poema citado al comienzo de esta entrada es una evidencia de que la insidia del envenenamiento ha seguido  muy  presente en el imaginario catalanista. La realidad  es que mucho antes de fallecer,  Carlos ya carecía de buena salud. Las crónicas manifiestan que padecía una enfermedad de los pulmones, probablemente tuberculosis. De hecho, cuando estaba en Sicilia se hacía transportar en litera, dada su extrema debilidad. A partir de 1460 su salud empeora incluso más. Llega al extremo, en septiembre de ese año, de peregrinar al santuario de Montserrat para implorar la curación. Se dicen continuas misas por el restablecimiento. Todo es inútil, su estado  sigue deteriorándose a la vista de todos. Por fin el 23 de septiembre de 1.461 expira. 

Los médicos diagnosticaron que la causa de la muerte fue, efectivamente, una pleurexia o inflamación pulmonar.  Todo indica pues que, en una época de elevada mortalidad, con cuarenta años cumplidos, lo que para aquella época ya suponía una cierta edad (no hay que olvidar que la propia Juana Enríquez fallecerá a los cuarenta y dos) y  tras arrastrar largo tiempo una grave dolencia, Carlos falleció de muerte natural.

En cualquier caso, nos parece un contrasentido que cientos de años después se busque desde la historiografía catalanista, por activa y por pasiva, acusar a Castilla del triste destino de este príncipe que no llegó a reinar. Como ya hemos visto, Carlos recibió toda su vida el apoyo castellano frente a las ambiciones de su turbulento padre. La razón de que éste le mandara prender fue precisamente la sospecha, fundada o no, de haber buscado una  alianza con el poderoso reino vecino. No parecen pues justos ni razonables a la luz de la Historia los intentos  de utilizar la desdichada figura del Príncipe de Viana como la enésima excusa para practicar el victimismo castellanófobo.

lunes, 3 de marzo de 2014

Castellanofobia: Madrit


La creciente afición de la política española por las teorías conspirativas ha llevado a cierto nacionalismo catalán a abrazar el alambicado revisionismo histórico que viene defendiendo Germà Bel (...)  Al parecer, toda la política de transportes aplicada en España desde Felipe II ha estado guiada por la pérfida intención de fastidiar a los catalanes en beneficio de los madrileños (...) Esta y otras excentricidades moverían a la risa si no estuvieran sirviendo para alimentar el victimismo falso con el que parte de la política catalana dificulta un análisis ponderado de nuestra realidad territorial. 
Rafael Simancas. "La Conspiración Radial". El País, 18/3/2011. 

Hemos dedicado ya varias entradas a la castellanofobia proveniente del nacionalismo periférico. Hoy vamos a centrarnos en un aspecto peculiar de la misma. Vamos a tratar sobre el odio a Madrid. Estamos convencidos de que lo segundo no es más que una manifestación de lo primero. En efecto, quien conozca la despoblación, los pueblos abandonados, las villas semi vacías de la Castilla profunda habría de ser muy desalmado para culpar a sus últimos, pobres y olvidados habitantes de todos los males que supuestamente afligen a ciertas nacionalidades históricas. Es por eso que muchos prefieren lanzar sus dardos directamente sobre Madrid. La única provincia castellana que posee el potencial demográfico e industrial que permitiría algún día el renacimiento de una Castilla próspera y sostenible.

Castellanísimo escudo de la actual Comunidad Autónoma de Madrid
Simboliza  tanto el pasado castellano de la provincia como un futuro que será castellano o no será nada.

No se trata de componer aquí una apología de Madrid. Entre sus habitantes, como entre los de cualquier otra parte, se encuentran personas buenas, malas y regulares. Tampoco es cuestión de obviar los muchos problemas a los que debe hacer frente la ciudad. Se trata simplemente de repasar algunos  aspectos de su pasado y convenir que las feroces críticas que se le hacen en base a ellos (principal aunque no exclusivamente) desde el nacionalismo catalán, están motivadas por el odio y los prejuicios, no por la razón. Veamos algunos de estos tópicos antimadrileños:

I. MADRID ANTES DE SER CORTE ERA SOLO UN PEQUEÑO VILLORRIO

Afirmación completamente falsa que de manera interesada algunos parecen querer convertir en verdadera a fuerza de repetirla. Es sabido que el traslado de la corte a Madrid se produjo en 1.561. Tres siglos y medio antes, en 1.202, Alfonso VIII le había concedido su propio fuero, lo que ya denotaba cierta importancia. 

Madrid era una de las trece ciudades castellanas con derecho a voto en cortes, e incluso había acogido la celebración de las mismas en nueve ocasiones, la primera en una fecha tan temprana como 1.309. Para entonces disponía de sus propias milicias concejiles, que habían participado a las órdenes del rey en diversas acciones de la Reconquista, incluyendo la batalla de las Navas de Tolosa. 

Otra evidencia de la categoría que tenía Madrid a finales de la Edad Media y principios de la moderna es su Alcázar. Se trataba de una antigua fortaleza de origen árabe, situada sobre el solar del moderno Palacio Real y que los sucesivos reyes habían ido ampliando y adecentando. Durante la dinastía Trastámara era ya una de las principales fortalezas de Castilla. Allí se celebraban las Cortes cuando eran convocadas en la ciudad. Allí se hospedaban los reyes cuando estaban de paso. Allí residió largas temporadas Enrique IV, hermano de Isabel la Católica, y allí nació su hija Juana la Beltraneja. 

Madrid  visto desde el oeste según dibujo de A. Van der Wyngaerde (1562) , con el Alcázar a la izquierda
Diga lo que diga el mito periférico, Madrid no era un poblachón, y tampoco fue nunca manchego.

Ciertamente, Madrid no era por entonces la principal ciudad de Castilla, pues tanto Toledo como Valladolid la aventajaban en población. También tenía menos vecinos que otras ciudades como Sevilla o Valencia. Pero con cerca de 20.000 habitantes según estimaciones, se contaría entre las diez ciudades españolas más grandes. Y, aunque muchos se sorprenderán al leerlo, en aquella época ya tenía una población similar a la de...¡Barcelona!. ¡Increible!. ¿Quien iba a sospechar que la supuesta gran metrópoli catalana, la comercial, industriosa y mediterránea Barcelona, apenas sobrepasara en habitantes al "poblachón manchego" (1) que también supuestamente era Madrid antes de la capitalidad?. 

En resumen, ¿alguien puede sostener en base a la realidad histórica y no a los prejuicios que Madrid careciera de importancia antes de 1.561?.


II.  LA CAPITALIDAD DE MADRID  FUE RESULTADO ÚNICAMENTE  DE UN CAPRICHO DE FELIPE II

Falso también. Es verdad que había otras opciones posibles, que al igual que Madrid, presentaban ventajas e inconvenientes. Pero se trató de una decisión meditada y en modo alguno de un capricho real.  Felipe II, nunca se caracterizó por tomar decisiones a la ligera. Y la elección de la capital no fue ninguna excepción. No le llamaban el "Rey Prudente" por nada. Veamos como fue el proceso. 

Primero hay que recalcar el hecho de que tradicionalmente, Castilla  no tenía capital. A diferencia del resto de reinos peninsulares cuyo gobierno estuvo siempre centralizado en la ciudad más importante (Portugal-Lisboa, Navarra-Pamplona, Aragón-Zaragoza, Cataluña-Barcelona y Reino de Valencia-Valencia) los reyes castellanos nacían, vivían, gobernaban  y morían donde sus obligaciones y las circunstancias les llevaban. Como bien apuntó don Claudio Sánchez Albornoz, los reyes castellanos fueron tan trashumantes como sus ovejas. Es verdad que algunas ciudades podían argüir cierta primacía moral por diversos motivos; tal era el caso de Toledo, (por ser la antigua capital de los visigodos y la sede del Cardenal Primado de España) o de Burgos (por ser el origen del condado de Castilla). Pero capital, no había.

Sin embargo esta situación tenía que cambiar forzosamente a la llegada de los Austrias. El gran número de territorios sobre los que debían gobernar y la consiguiente complejidad de la administración hacía inviable el mantenimiento de una corte itinerante. 
 Si quieres conservar tus reinos deja la capital en Toledo, si quieres aumentarlos, llévala a Lisboa, y si quieres perderlos, trasládala a Madrid.
 La apócrifa cita anterior, presunto consejo de Carlos I a su hijo  Felipe II se ha traído a colación continuamente, casi siempre con aviesa intención. Muchos parecen no darse cuenta de que además de falsa es imposible. Primero porque aunque Carlos residió durante temporadas en Toledo, la ciudad del Tajo no había sido nombrada capital. Segundo porque Portugal, y por tanto Lisboa, no pasarían a formar parte de los dominios de Felipe II hasta más de dos décadas después del fallecimiento de su padre. Y ello merced a la repentina muerte en batalla del joven rey Sebastián, cosa que difícilmente podía nadie preveer. Así que, en realidad, lo mismo nos  podemos creer que le había aconsejado situar la corte en Lisboa que en París o Moscú.

Lo cierto y verdad es que tras hospedar precisamente en Madrid al rey francés Francisco I, prisionero tras la batalla de Pavía, en 1.537  Carlos ordenó la reforma y ampliación del Alcázar, en lo que parece ser un paso previo para el establecimiento allí de la corte. Así lo declaró en su momento el historiador Luis Cabrera de Córdoba (1.559-1.623) cuando dejó escrito:
El Rey Católico [por Felipe II], juzgando incapaz la habitación de la ciudad de Toledo, ejecutando el deseo que tuvo el emperador su padre [por Carlos I] de poner su Corte en la Villa de Madrid, determinó poner en Madrid su real asiento y gobierno de su monarquía.
No faltan voces que claman por la conveniencia de que la capital hubiera sido establecida en alguna ciudad costera provista de un buen puerto, ya que supuestamente eso hubiera incitado el comercio y la cultura. En primer lugar habría que constatar que a lo largo de la historia ha habido y hay centenares de ejemplos de ciudades interiores -París sin ir más lejos- que formaron grandes emporios comerciales y donde brillaron sobremanera las artes. 

Y en segundo lugar habría que recordar que en el siglo XVI España estuvo enzarzada en continuas guerras con dos grandes potencias marítimas: el imperio turco y sus aliados los piratas berberiscos, e Inglaterra. Los primeros ya habían atacado entre otras Elche, Málaga, Alicante, Almuñecar y las Islas Baleares. Las incursiones alcanzaron tal frecuencia y ferocidad que hubo que poblar el litoral mediterráneo de torres vigía para avisar del peligro. El cronista Prudencio Sandoval escribió:
Diferentes corrían las cosas en el agua: porque de África salían tantos corsarios que no se podía navegar ni vivir en las costas de España.
Los ingleses, por su parte,  no tardarían en hacer otro tanto en las costas del Atlántico. La Coruña, Lisboa, y Cádiz sufrirían las consecuencias. En semejantes circunstancias, pocos podrán discutir la sensatez de mantener la corte alejada del mar.

Algunos van aun más lejos y desde una total ignorancia histórica apuntan a la idoneidad de Barcelona como candidata a capital. Confunden la Barcelona contemporánea con la del siglo XVI. Por esa época, antes de que la injusta, despiadada y "asimétrica" política fiscal de los Austrias enriqueciera a Cataluña y arruinara a Castilla, Barcelona era solo una ciudad pobre y decadente, rodeada por un territorio igualmente pobre e infestado de bandidos. Tal era así que  Carlos I, prefirió no jurar los fueros catalanes, y consiguientemente no cobrarles impuestos porque:
...las rentas y millones que pudiera recaudar de mis súbditos de Cataluña serían tan ínfimos que apenas podrían cubrir los costes del traslado de mi real persona para realizar dicho juramento
Por otra parte, resulta obvio que si Castilla  además de su propia defensa pagaba (¡y a qué precio!) la defensa de los demás reinos y de los intereses europeos de la Casa de Habsburgo, la capital debía establecerse allí. Y dentro de Castilla las mejor situadas por su privilegiada posición céntrica eran Toledo y Madrid. Ahora bien, ¿por qué se descartó a Toledo?

Parece que se debió fundamentalmente a dos motivos. Uno, la propia configuración de la ciudad, situada en un cerro y con calles estrechas y empinadas, lo que por un lado le confiere una gran belleza pero por otro dificultaba su expansión y el desempeño de la corte. Pero la razón principal apunta a ser la existencia dentro de Toledo de otra autoridad capaz de rivalizar con la del mismo rey. Nos referimos al Cardenal Primado de España. Ya se habían producido varios encontronazos, y en concreto en 1.559 tuvo lugar un grave enfrentamiento entre el rey y el primado por un conflicto entre las justicias  real y eclesiástica. Se terminó resolviendo, pero no concluyó precisamente como el monarca hubiera deseado. Felipe II era muy consciente de que en Madrid no encontraría ningún contrapeso semejante y podría organizar la nueva corte a su gusto. 


III. MADRID ANTES DE SER CAPITAL ERA UNA POBLACIÓN AISLADA QUE SOLO POR MOTIVOS POLÍTICOS FUE BENEFICIADA CON CARRETERAS RADIALES

Este tópico se ha repetido tantas veces que estamos convencidos de que se lo han terminado creyendo muchos, ¡incluso entre los madrileños!. Empezaremos por la segunda parte, las tan cacareadas carreteras radiales.


Madrid, cruce de caminos. Si viaja Vd. de Bilbao a Sevilla o de Barcelona a Lisboa y no tiene la cabeza llena de prejuicios anticastellanos, probablemente elegirá el camino más corto y económico. 

  Ni el nacionalista periférico más obtuso puede poner en duda que Madrid se encuentra en el centro de la península ibérica y por tanto, geográficamente, en un cruce de caminos evidente. Y observando el mapa anterior todo el mundo puede comprender que cualquier carretera, camino, o vía que quiera comunicar Sevilla o Málaga con Bilbao, Lisboa con Barcelona o con Zaragoza, o La Coruña o Vigo con Valencia o Alicante forzosamente tiene que pasar por Madrid o sus cercanías. ¿Que debería hacer pues un gobierno para evitar ser tachado de jacobino? ¿Decretar que las carreteras se desvíen varios cientos de kilómetros para evitar el maligno y centralista paso por Madrid?. No dudamos que muchos en Cataluña estarían muy por la labor. Pero no nos parece ni razonable, ni justo, ni eficiente.

Repertorio de caminos de España por J. Villuga (1.546). Aglomeración de caminos cerca de Madrid.
¿Centralismo estatal anterior al propio estado?. ¡El colmo para un periférico castellanófobo!

Pero es que la condición de cruce de caminos resulta tan obvia que, como puede apreciarse en el mapa anterior, el centro peninsular ya se encontraba en 1.546 perfectamente comunicado por la red viaria que unía los distintos extremos de la península y a las (por aquella época pujantes) ciudades castellanas entre sí. No se trataba de ningún lugar aislado y perdido en la meseta como pretenden hacer creer algunos movidos por el odio o la ignorancia. Y desde luego echa por tierra la rancia teoría de que fueron los Borbones en el siglo XVIII (o tal vez los liberales en el siglo XIX) los que se conjuraron para que la ciudad tuviera buenos accesos al resto de España: éstos son prácticamente inevitables desde el momento en el que la península tiene forma polígonal y Madrid se encuentra justo en el medio. 

Para terminar, simplemente añadir  que no pretendemos convencer a nadie, y menos aun a los que desde el desconocimiento y el rencor ya han declarado odio eterno a Madrid y a Castilla. Pero si a algún castellano le sirven estas líneas para que se decida a estudiar la historia de su tierra y renuncie a creerse sin más los ataques en forma de pseudohistoria que continuamente se lanzan sobre ella, daremos por muy bien empleado el tiempo que les hemos dedicado. 


(1) Entre los tópicos más gastados sobre Madrid se encuentra el de calificarle de antiguo poblachón manchego. Creemos haber dejado claro que Madrid para cuando fue nombrada capital hacía siglos que ya no era ningún villorrio. Pero es que tampoco cabe calificarle de manchego. Para llegar desde Madrid a la bonita e interesantísima comarca de La Mancha, habría que dirigirse al sur y atravesar antes las comarcas de La Sagra y La Mesa de Ocaña. Claro que pedir conocimientos ajustados sobre la geografía de Castilla  a los que precisamente han hecho del odio a la misma su vocación, quizá sea excesivo.

jueves, 6 de febrero de 2014

Imperialismo Arancelario Catalán y Guerra de Cuba


Vais a contribuir a la represión de una insurrección desalentada (...) a evitar la pérdida de una joya envidiada por su valor inestimable, a defender la integridad del territorio, a pelear para que España viva contra los que allí claman muera España
Narcis Gay, Diputado Provincial de Barcelona en la ceremonia de entrega de la bandera (española) al batallón de voluntarios catalanes con destino a Cuba.


Tras la independencia a principios del siglo XIX de las posesiones continentales americanas, Cuba, Puerto Rico y Filipinas constituían los últimos restos del antaño extensísimo imperio español. 

El más importante de ellos era sin duda la isla de Cuba. La primera tierra americana en ser colonizada, había prosperado con la producción a gran escala de azúcar y tabaco, y era considerada la colonia más rica y más floreciente en manos de cualquier potencia europea. Los movimientos separatistas que habían terminado en pocos años con la presencia española en el continente, apenas habían cuajado en la isla. La principal razón resultaba obvia. Cuba era una isla esclavista. La base de la producción azucarera, y por tanto de la riqueza de la oligarquía local, era la mano de obra esclava. Miles y miles de africanos habían sido asentados en el Caribe merced a un indigno tráfico (por cierto dominado por negreros catalanes, ya lo detallaremos en alguna entrada posterior). Los criollos cubanos ante el miedo a las grandes masas de esclavos africanos, y a que la independencia pudiera derivar en algún tipo de emancipación afrocubana se lo pensaron dos veces antes de clamar por ella.

Sin embargo, conforme avanzaba el siglo, el movimiento nacionalista cubano fue ganando fuerza. La cada vez más estrecha relación comercial de la isla con los emergentes Estados Unidos,  la abolición de la esclavitud en 1.886 y la consiguiente extensión del proletariado cubano supusieron puntos de inflexión. 

Para colmo de males, en 1.882 la burguesía catalana consiguió que se promulgara la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas. Se trataba de una disposición proteccionista que pretendía garantizar el mercado cubano para los fabricantes peninsulares, principalmente catalanes, que  por entonces tenían serias dificultades para competir con la moderna y eficiente industria norteamericana.  Por esta Ley, los puertos de Cuba, Puerto Rico, y Filipinas, pasaban a ser de cabotaje y se establecía a las importaciones extranjeras un imponente arancel de entre el 40 y el 46%. 


Embarque de los voluntarios catalanes rumbo a la Guerra de Cuba
Luciendo barretinas y desplegando bandera española y entusiasmo colonialista

Obviamente, para la industria textil de Cataluña resultó un negocio redondo. Las exportaciones del sector algodonero se triplicaron entre 1.891 y 1.898. Por contra, las importaciones de manufacturas exteriores en Cuba se redujeron en un tercio entre 1.891 y 1.901. Se produjo, en definitiva, un desequilibrio evidente en el que los industriales proteccionistas peninsulares  fueron  beneficiados a costa de los ciudadanos cubanos, cuyos intereses pasaban por el librecambismo. Quedaban obligados a pagar un sobreprecio por comprar los bienes que precisaban.

Como cabía suponer, los efectos de la Ley de Relaciones Comerciales no se hicieron esperar. El malestar de los cubanos se reflejó en un un aumento sensible de los partidarios de la independencia. Ante esta situación, se alzaron voces razonables a favor de la concesión de una autonomía, punto clave de la cual sería la relajación de la política proteccionista. Pero tal solución de compromiso contaba con la oposición cerrada tanto de los sectores más ultras como de la burguesía textil catalana, por lo que nunca terminó de llevarse a cabo. 

En sentido contrario (y razones había para ello) el apoyo en Cataluña al mantenimiento del status quo colonial era abrumador. Ya cuando estalló la primera de las guerras de independencia cubana, la denominada Guerra de los Diez Años (1.868-1.878)  se sucedieron en Barcelona las muestras de apoyo al gobierno y al ejército, incluyendo el alistamiento de un cuerpo de voluntarios. Los gastos de enganche del mismo serían sufragados mediante suscripciones populares iniciadas por la Diputación de Barcelona. En el momento en el que el Gobierno Central, partidario en aquel momento de buscar una solución negociada, trató de suspender el alistamiento, la Diputación amenazó con dimitir en bloque. El gobierno dio marcha atrás, y los jóvenes catalanes partieron a combatir a la manigua cubana, convenientemente equipados, eso sí, con las tradicionales faja y barretina del país.  Fueron agasajados y despedidos por las autoridades barcelonesas entre el entusiasmo patriótico de la población. Llegados a La Habana, el dramaturgo y político Francisco Camprodon Lafont, natural de Vic, les recibiría con estos patrióticos versos en lengua catalana.

Porti l´vent á terra lluña
lo crit de terra germana:
los españols de l´Habana
saludan á Cataluña.
Si la traició refunfuña
esperant vencer; s´engaña:
gent de la nostra calaña
no agarra l´fussel en vá:
Cuba no s´pert, ni s´perdrá
es de España y ¡viva España!

Los batallones de voluntarios catalanes llegarían a sumar la muy respetable cifra de 3.600 soldados. En su financiación colaborarían distinguidos miembros de la burguesía catalana como Claudio López Bru o Salvador Sañá. Y no nos extraña. Ya en 1.872 el Diario de Barcelona preguntaba sin medias tintas:
¿Quién consumiría lo que Cataluña produce si las Antillas dejaran de ser españolas? ¿A dónde irían nuestros vinos, nuestros aceites, los productos todos de nuestra agricultura y de nuestra industria?
Mientras, en Cuba, los levantamientos y choques armados se sucedían, y miles de reclutas fueron enviados desde la península para intentar dominarlos. Curiosamente, la extensión de la guerra no dejó de suponer también, de rebote, un lucrativo  negocio para el sector textil catalán en forma de uniformes militares. Dividendos que contrastaban sobremanera con las penosas condiciones que debían afrontar los soldados. Combatiendo en un clima tropical y faltos de pertrechos, se estima que la gran mayoría de las bajas fueron causadas por las enfermedades y las duras condiciones en las que luchaban, no por las balas enemigas.


 Caricatura patriótica aparecida en 1.896 en la revista catalana "La Campana de Gracia"
Un amenazante Tio Sam pretende poner sus malvadas manos sobre la Cuba española

Después de la entrada de Estados Unidos en la  guerra en 1.898 la situación bélica varió por completo. La flota española fue derrotada en Cavite y Santiago de Cuba y tras algunos combates en tierra, España pidió la paz. Esta se firmaría en diciembre de ese mismo año y supondría la independencia de Cuba y la cesión a E.E.U.U. de Filipinas, Puerto Rico, y la isla de Guam.

Tras el desastre del 98, y la consiguiente  pérdida de las colonias, nada volvió a ser igual en la península. Concretamente, en Cataluña, la burguesía algodonera, resentida por la pérdida del suculento mercado cubano, se volcó hacia el catalanismo. Éste enseguida abandonó su regionalismo originario para conformar un nacionalismo mucho más radical, reivindicativo y opuesto a España. Y el apelativo "imperialista" pasó a constituir uno de los venablos preferidos dentro de su extenso arsenal de improperios  hacia Castilla.  Los tiempos, efectivamente, habían cambiado.