sábado, 18 de abril de 2015

Castellanofobia: Castellanos de Castilla


Tan triste como la noche,
harto de dolor el pecho,
pídole a Dios que me mate
porque ya vivir no quiero.

Pero en tanto no me mata,
castellanos que aborrezco,
he, para vergüenza vuestra,
he de cantaros gimiendo:

Castellanos de Castilla,
tratad bien a los gallegos;
cuando van, van como rosas;
cuando vuelven como negros.
Rosalía de Castro. Castellanos de Castilla. Cantares Gallegos.


La entrada de hoy está dedicada a Rosalía de Castro, la gran poetisa gallega a la que admiramos y  cuyo valor literario nos parece fuera de toda duda. Quizá por ello nos resulte aun más dolorosa la parte de su obra en la que se deja arrastrar por el anticastellanismo.

Rosalía de Castro (1.837-1.885). Su marido fue el historiador Manuel Murguía, padre del regionalismo gallego.

Ya hemos abordado el famosísimo Los Cuatro Palos de Sangre, de Víctor Balaguer, punto de inflexión del sentimiento castellanófobo en Cataluña, y de como sus ecos resonaron ampliamente en toda España. Especialmente en aquellos territorios con idioma propio, que a la sazón estaban iniciando un proceso de revalorización literaria del mismo. La influencia de la composición de Balaguer puede apreciarse  incluso en el título del siguiente acre poema de Rosalía de Castro, perteneciente al libro Cantares Gallegos. Del catalán ¡Ay Castilla Castellana! al galaico Castellana de Castilla, en el que un supuesto y bondadoso pretendiente gallego es rechazado por una malvada y soberbia moza castellana:
Castellana de Castilla,
tan bonita y tan hidalga,
mas a quien para ser fiera
la procedencia le basta (...)
en paz señora, ya os dejo
con vuestra soberbia gracia,
y a Galicia hermosa vuelvo
donde reunido me aguarda
lo que no tenéis, señora,
lo que en Castilla no hallara:
campitos de lindas rosas,
y fuentes de frescas aguas,
sombra a orilla de los ríos,
sol en alegres montañas...
Pero es sobre todo en Castellanos de Castilla en donde se desboca la animadversión de la poetisa hacia nuestra tierra. He aquí algunos fragmentos:
Castellanos de Castilla,
tratad bien a los gallegos;
cuando van, van como rosas;
cuando vuelven, como negros
A Castilla fue a por pan
y jaramagos le dieron,
diéronle hiel por bebida,
penitas por alimento.

Diéronle, en fin, cuanto amargo
tiene la vida en su seno...
¡Castellanos, castellanos,
tenéis corazón de hierro!

Murió aquel a quien quería
y para mí no hay consuelo;
solo hay para mí, Castilla,
la mala ley que te tengo.

Permita Dios, castellanos,
castellanos que aborrezco,
que antes los gallegos mueran
que ir a pediros sustento.

Tan mal corazón tenéis,
secos hijos del desierto,
que si amargo pan os ganan
lo dais envuelto en veneno.

Van pobres y vuelven pobres,
van sanos, vuelven enfermos,
que aunque ellos son como rosas,
los maltratáis como negros.

¡Castellanos de Castilla,
tenéis corazón de acero, 
como peña el alma dura
y sin entrañas el pecho!

En tronos de paja erguidos,
sin fundamento, soberbios,
aún pensáis que nuestros hijos
para serviros nacieron.

Y nunca tan torpe idea,
tan criminal pensamiento,
cupo en cabezas más fatuas
ni en más fatuos sentimientos.

Que Castilla y castellanos,
todos en montón revueltos,
no valen lo que una brizna
de nuestros campos tan frescos.

Solo ponzoñosas charcas
sobre el ardoroso suelo
tienes, Castilla, que mojen
esos tus labios sedientos.

Ni árboles que te den sombra,
ni sombra que preste aliento...
Llanura y siempre llanura,
desierto y siempre desierto...

Eso te tocó, cuitada,
por herencia de universo,
¡miserable fanfarrona!...
triste herencia fue por cierto.

En verdad que no hay, Castilla,
nada como tú tan feo,
que mejor aun que Castilla
valiera decir infierno.
Terribles imprecaciones que marcan un antes y un después en el desarrollo de sentimiento anticastellano en Galicia. Justo Beramendi, catedrático de Historia en la la Universidad de Santiago de Compostela y Presidente de la Junta Rectora del Museo do Pobo Galego indica el cambio a que dan lugar: 
Ahora la valoración de la galleguidad alcanza una cota que exige que Castilla sea suma de todos los defectos, maldades y fealdades, desde el carácter de sus moradores hasta el paisaje.
Sobra decir que tal enfoque es falaz y radicalmente injusto. El también catedrático de la citada Universidad Xosé Ramón Barreiro lo expresa perfectamente:
Tal acumulación de dicterios revelan algo más que compasión por los segadores gallegos, revelan una rabia personal que nunca es compatible, ni en un corazón tan generoso como el de Rosalía, con la Justicia. 
Y es que algunos han querido ver la castellanofobia de Rosalía de Castro como una reacción a las duras condiciones que soportaban los jornaleros gallegos que venían a trabajar a Castilla durante la recogida de la mies. Se trataría no de una dicotomía entre naciones, sino de una contraposición entre humildes y ricos, vasallos y señores. No estamos muy de acuerdo. En realidad, en el siglo XIX resultaba evidente para cualquiera  que en la mayor parte de Castilla no se vivía mucho mejor que en Galicia. 

La razón por la que se contrataban jornaleros foráneos (no solo gallegos) era  que en las amplias zonas dedicadas  al monocultivo del cereal, la época de mayor actividad, la siega, se concentraba en unas pocas semanas. Y afectaba a todas las explotaciones al mismo tiempo, con lo que la mano de obra local simplemente no alcanzaba. Presentar al campesinado castellano de la meseta norte, en su mayor parte compuesto de pequeños y medianos propietarios, como todopoderosos terratenientes sin escrúpulos es alejarse mucho de la realidad. 

La Siega, de Vela Zanetti. Sin duda, una de las labores tradicionales más penosas del campesino. Algunos hemos llegado a vivirla (y padecerla).

Respecto a las condiciones laborales de los segadores, la obras historiográficas más serias desmienten muchos tópicos victimistas. Cedemos otra vez la palabra a Xosé Ramón Barreiro. La cita es extensa, pero consideramos que merece la pena para aclarar el asunto: 
Los segadores, gallegos, parameses o murcianos estaban organizados en cuadrillas lideradas por el mayoral (o segador de mayor prestigio y autoridad) y de las que formaban parte los segadores de primera (llamados "hoces"), los de segunda ("medias hoces"), los "atadores" que hacían las gavillas y los ayudantes, muchachos de 15 o 16 años. Por consiguiente, el colectivo estaba internamente estratificado en categorías que repercutían en los salarios percibidos, mejor dicho en la distribución interna de los salarios porque el propietario pagaba a la cuadrilla una cantidad fija, previamente acordada, y que luego la cuadrilla repartía de acuerdo con las categorías ya citadas. Esto significa que el segador gallego no trataba individualmente con los propietarios, sino siempre en cuadrilla, pudiendo de esta manera hacer frente a los propietarios con mayores garantías y con una mayor presión.

La valoración del trabajo se hacía por fanegas a segar, es decir, el trabajo estaba perfectamente objetivado, bien marcada la tarifa a realizar y fijados los pagos por la tradición, por lo que se fijara el año anterior con las modulaciones requeridas por el aumento del coste de la vida y por el valor del trigo en el mercado. No había, pues, sorpresa ya que todos partían de valores contrastados: el del trabajo a realizar y el del pago a satisfacer.

No se firmaba ningún papel, como se hacían antes las cosas. Para evitar algunos conflictos que se dieron, por errónea interpretación de las obligaciones asumidas por ambas partes, se impuso la costumbre de llegar al acuerdo verbal entre el propietario y el mayoral ante el alcalde o pedáneo del lugar que, de esta manera, actuaban como árbitros y hombres buenos en caso de conflicto. Y ya más recientemente ante los sindicatos.

Estas cautelas ponen de manifiesto que no estamos ante una situación de explotación semiesclavista, como parece deducirse de la propia composición de Rosalía de Castro y de cierta literatura costumbrista. 
Por supuesto, la siega no deja de ser un trabajo duro. Los que hemos participado en él, incluso ya muy avanzado el siglo XX, podemos dar fe de ello. Se trata de una labor ardua, bajo las altas temperaturas estivales y con larguísimas jornadas de sol a sol, en las cuales frecuentemente se dormía en el mismo campo para ganar tiempo. Son condiciones extremas que el campesino castellano ha venido soportando hasta ayer, como quien dice. Debe realizarse además a la mayor rapidez, puesto que el cereal no puede recogerse antes de que esté en su punto, y después cualquier tormenta o granizada intempestiva daría al traste con la cosecha. Pero por otra parte, los segadores gallegos  también preferían este ritmo de trabajo, pues al ser temporeros y cobrar por tarea hecha, cuanto antes la terminaran antes podían volver a su tierra y seguir con sus quehaceres habituales. 

Lógicamente,  no tiene nada de extraño que en torno a un fenómeno que se repetía a lo largo del tiempo e implicaba a muchas personas de uno y otro colectivo, en algún momento pudieran surgir desconfianzas y resquemores. Tal parece desprenderse de alguna irónica coplilla popular gallega de la época, como la que aquí reproducimos:
Castellanos de Castilla,
vais a tener que rabiar:
los gallegos  hacen los hijos
y vosotros los tenéis que criar
Pero no hay que pensar que dicha poesía popular mostrara únicamente ánimo anticastellano, pues semejantes rimas pueden encontrarse dedicadas a Andalucía, otro de  los destinos habituales de los trabajadores gallegos, o a los empresarios catalanes que se establecían en las villas costeras de Galicia:
Catalán de Cataluña,
barbas de conejo manso,
¿por qué no das al gallego
una hora de descanso?
En cualquier caso, precisamente la constatación de que muchos segadores gallegos siguieran acudiendo puntualmente cada verano, generación tras generación, a los campos trigueros de la meseta implica que los beneficios para ambas partes tuvieron que estar muy por encima de los problemas puntuales. Como bien dice Barreiro: 
El hecho de que la experiencia de los segadores durara más de tres siglos es indicativo de la mutua tolerancia que debió presidir las relaciones sociales. 

martes, 24 de marzo de 2015

El Pacto de Santoña


Nunca me gustó la palabra traición porque es una de las más militaristas del diccionario y cuando la empleamos los civiles lo solemos hacer con ligereza, aludiendo a menudo simplemente al que ha cambiado de opinión o de hábitos, como si el inmovilismo fuese una virtud. Pero hay que reconocer que la palabra traición, la más usada por los combatientes republicanos para referirse a los gudaris que con ellos compartieron bando en la guerra civil, corresponde exactamente a la primera definición que otorga al término la Real Academia Española: Delito que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.
Xuan Cándano. El Pacto de Santoña. 27/3/2006, Bilbao


Vimos en una entrada anterior las dudas y tribulaciones del Partido Nacionalista Vasco al iniciarse  la Guerra Civil sobre a que bando debía apoyar.  Y como con la aprobación del Estatuto de Autonomía en octubre de 1.936 la situación dio un giro. El P.N.V. empezó a implicarse en serio con la causa de la República y su milicia a combatir con empeño a las tropas franquistas. Pese a ello, no dejaron de mantenerse algunos contactos con los sublevados a través del Vaticano y la Italia fascista.

En junio de 1.937 caía Bilbao en poder de los rebeldes y mientras el grueso del ejército republicano en Euskadi se retiraba hacia Santander, algunos batallones de nacionalistas vascos (gudaris) protegían las grandes instalaciones industriales. Llegaron a enfrentarse con las armas en la mano a las unidades izquierdistas que pretendían destruirlas para evitar que el enemigo pudiese servirse de ellas. Así, tras la entrada de los "nacionales" en la villa, recibieron casi intactas las fábricas y consiguieron volver a ponerlas rápidamente en funcionamiento. A la larga, la producción de estas resultaría decisiva para el sostenimiento del esfuerzo de guerra de los sublevados. 

El general  Mario Roatta, interlocutor del P.N.V. en una reunión secreta celebrada en Biarritz.  Participaría luego en la Segunda Guerra Mundial, tras la cual sería condenado a cadena perpetua por crímenes de guerra.

Perdida la capital de Vizcaya, y sin que se intentase seriamente la resistencia en ningún otro punto de ella, el denominado Ejército Vasco (Euzko Gudarostea) fue asentándose en la provincia de Santander. Se pretendía crear allí nuevas líneas de defensa que salvaran el resto de la franja de territorio norteña que aun quedaba en poder republicano.

Sin embargo, la escasa motivación de las tropas abertzales para seguir combatiendo resultaba evidente. Ya el presidente Manuel Azaña lo había anticipado en marzo con asombrosa exactitud.
Madrid no se defendió en el campo, y empezó a defenderse cuando el enemigo entró en los arrabales. En Bilbao será al revés. Cuando esté vencida la defensa en el campo, la villa no resistirá. Y temo aún otra cosa: caído Bilbao es verosímil que los nacionalistas arrojen las armas, cuando no se pasen al enemigo. Los nacionalistas no se baten por la causa de la República ni por la causa de España, a la que aborrecen, sino por su autonomía y semiindependencia. Con esta moral es de pensar que, al caer Bilbao, perdido el territorio y desvanecido el gobierno autónomo, los combatientes crean o digan que su misión y sus motivos de guerra han terminado. Conclusión a la que la desmoralización de la derrota prestará un poder de contagio muy temible. Y los trabajos que no dejará de hacer el enemigo. Y la resistencia, cuando no sea oposición, a que el caserío, las fábricas y otros bienes de Bilbao y su zona padezcan o sean destruidos. 
Efectivamente, se intensifican a partir de entonces las negociaciones entre el P.N.V. y el gobierno italiano. No hay que olvidar que Mussolini había desplazado a España  un importante cuerpo expedicionario y que buena parte  del mismo combatía  en el frente del norte. El sacerdote vasco Alberto Onaindía actuaba como mediador. 

En realidad, ya antes de la caída de Bilbao las autoridades republicanas eran conscientes de la existencia de contactos, al interceptar un telegrama que el cardenal Pacelli, futuro Pio XII, enviaba al lehendakari Jose Antonio Aguirre. En él le  comunicaba las condiciones que Franco y Mola proponían para la rendición. Probablemente para evitar el desastroso impacto moral que dicho telegrama acarrearía, se optó por no hacerlo público.

El 25 de junio se produce una reunión cerca de Algorta a espaldas de las autoridades españolas. La delegación italiana está encabezada por el  coronel De Carlo.  La vasca por el dirigente peneuvista Juan Ajuriaguerra, que hace incapié en que la rendición se produzca de forma disimulada.  Para ello proponen una ofensiva italiana sobre Reinosa y el Puerto del Escudo, de forma que parezca que los batallones vascos han sido copados.

El 14 de agosto las tropas transalpinas empiezan a atacar por donde les habían sugerido. Tres días después se alcanza el acuerdo mediante una reunión celebrada en Biarritz entre De Carlo, su superior, el general Mario Roatta, y Ajuriaguerra, con la mediación habitual del padre Onaindía. Los combatientes vascos tendrán la consideración de prisioneros de los italianos, mientras que a los dirigentes  políticos y militares se les daría vía libre para huir a Francia por mar  entre los días 21 y 24, desde el puerto de Santoña. Convinieron igualmente  que el Ejército Vasco informaría de la situación exacta de cada una de sus unidades.

El 19 comienza la sedición. Los batallones nacionalistas Padura, Munguía, Arana Goiri, y Lenago II, destacados en el suroeste de la provincia de Santander, desobedecen las órdenes del mando y se dirigen a pie y en camiones hasta la zona occidental. Una vez reunidas allí todas sus tropas, el Euzko Gudarostea proclama el abandono del bando republicano. Se hacen con el control del territorio entre Laredo y Santoña deteniendo y desarmando a los escasos efectivos leales allí presentes. Y aprovechan para proclamar la República Vasca. Arrían las banderas tricolores de los ayuntamientos e izan en su lugar ikurriñas. Se dio así el hecho curiosísimo de que  la primera, y hasta el momento única república vasca independiente que ha existido tuviera lugar... en Castilla la Vieja.

El 24 oficiales fascistas y nacionalistas vascos firman un documento según el cual los gudaris procederían a la entrega de armas el día siguiente en Guriezo. Sin embargo el 25 los vascos no hacen acto de presencia, así que la división "Flechas Negras" se adentra en Laredo, sin encontrar resistencia. Posteriormente  hará lo mismo en Santoña, poniendo  fin de este modo a  la  "República Vasca de Santander".  

A partir de ese momento la confusión es total. Los peneuvistas, al no poder reunir los barcos con suficiente rapidez, han desaprovechado el plazo concedido por los negociadores italianos para que parte de sus hombres escaparan por vía marítima.  Para el 27, cuando por fin han empezado a embarcar, comienzan a hacerse con el control de la situación  oficiales españoles, que obviamente, no habían suscrito el pacto.  Imponiéndose a sus homólogos transalpinos, les hacen desembarcar. Franco zanja  la cuestión. No quiere ni oír hablar de lo que en su día prometió Roatta a los gudaris: ni se permitirá huir a los dirigentes,  ni pasarán a depender de los italianos.

Antiguo ayuntamiento de Laredo (Cantabria). Durante algunos días formó parte del surrealista estado vasco independiente que proclamaron  en la zona los soldados del P.N.V.

El impacto sobre el desarrollo de la guerra de esta sorpresiva rendición  fue enorme. El ejército republicano del norte, además de perder sin combatir un porcentaje importante de sus efectivos, y ver desarbolada la defensa, recibía un terrible golpe moral. El objetivo que se había trazado el mando republicano, aferrarse al terreno hasta la llegada del invierno que en unas provincias esencialmente montañosas impediría continuar la ofensiva del ejército "nacional", se antojaba ya claramente inviable. El presidente de la diputación de Santander, el socialista Juan Ruiz Olazarán reconocía que:
Con el abandono de las defensas encomendadas a los batallones vascos en territorios montañeses, que si hubiesen cumplido como era su deber, sin duda el avance italiano primero y falangista después, se hubiese retrasado el tiempo necesario y posible para dar tiempo a Santander a reorganizar su evacuación a Asturias, evitando ciertamente el desorden causado por las tropas montañesas, cierto, pero en mayor grado la deserción vasca, controlada, orientada y aconsejada por las autoridades vascas.
Efectivamente, pese a la tenaz resistencia que opusieron los republicanos asturianos, dos meses después toda la cornisa cantábrica había sido ocupada por los sublevados.

Sobre el Pacto de Santoña cayó durante mucho tiempo un espeso manto de silencio. De hecho, sigue siendo uno de los episodios más desconocidos de la Guerra Civil Española. La razón de que  haya sido tratado con tal discreción es evidente: a ninguna de las partes implicadas le convenía que trascendiera demasiado.

Al bando franquista porque demostraba la gran importancia que había tenido la ayuda italiana recibida, y la autonomía con la que sus militares se habían desenvuelto. Hasta el punto de permitirse el lujo de establecer negociaciones con el enemigo por su cuenta y riesgo.

Al gobierno republicano y los partidos que le apoyaron porque la defección del Ejército Vasco en plena guerra les suponía un  varapalo en su estrategia de reivindicación internacional. No en vano, habían utilizado frecuentemente  la alianza con el P.N.V. (partido conservador y profundamente católico) para desmentir  las acusaciones de anticlericalismo y sectarismo.

Y a los nacionalistas vascos porque, naturalmente,  les dejaba en muy mal lugar ante sus hasta ese momento compañeros socialistas, comunistas y republicanos. Con el agravante de que tras la segunda guerra mundial y el triunfo de los regímenes democráticos, su rendición por separado a los fascistas italianos sonaría especialmente antipática para las opiniones publicas de los países occidentales. 

Convenía pues a todos echar tierra sobre este controvertido y espinoso asunto.   

domingo, 22 de febrero de 2015

Castellanofobia: Josep Fontana


Sé que algunas cosas que he escrito irritarán. Pero editar el libro solo en catalán ayudará a que lo lean menos.
Josep Fontana. El Periódico de Cataluña 22/10/2014

Josep Fontana i Lazaro  es uno de los  historiadores más influyentes de la actualidad. Nacido en Barcelona en 1.931, fue discípulo de Jaume Vicens Vives y de Ferran Soldevila, quizás el máximo exponente de la historiografía catalanista. Miembro durante muchos años del comunista PSUC, lo abandonó en los años 80.  En 2.013 participó como ponente en el polémico congreso "España Contra Cataluña",  conocido también como el "Simposio del Odio". 

No parece haber perdido por ello crédito en el resto de España, y continúa asomándose habitualmente a periódicos, tertulias y programas radiofónicos de ámbito estatal. Por eso llama la atención y hasta espanta que alguien de su supuesto prestigio intelectual  dentro y fuera de Cataluña se despache con Castilla y  los castellanos en los términos que vamos a ver.  Comentaremos una entrevista publicada por El Periódico de Cataluña el miércoles 22 de octubre de 2.014, con motivo de la presentación del último libro de Fontana, "La Formació d'una Identitat". He aquí un fragmento:
Refiriéndose a la segunda guerra carlista Vd. dice que "Madrid no entiende nada".
- La sociedad castellana en la baja edad media tiene un problema considerable, el de las tres religiones. En lugar de tolerancia, un problema. Nosostros no nos libramos, pero no marca tanto nuestra cultura. La palabra raza es una palabra de origen castellano en cualquier lengua del mundo. Raza era un defecto en un tejido. Y se transmite ese significado a la raza de moros y judíos. Este hilo de intolerancia hace que nunca acaben de entender que los otros hablen distinto, que sean distintos. O que quieran tener una forma de vida distinta. No lo entienden. Y ese no lo entienden lo ves cada día. Han sido educados para no entender nada. Y cualquier cosa que se les ponga por delante... ahora me dicen que soy un viejo estalinista que se ha hecho nacionalista. Cuando entré en el PSUC era tan nacionalista como ahora.
La respuesta se parece mucho a la típica y tópica retahila castellanófoba que cualquier nacionalista catalán es capaz de endilgar a la mínima ocasión que se le presente: "castellanos mesetarios intolerantes casposos y bla, bla, bla". Pero en este caso, Fontana se aventura también en los mares de la filología. Especula sobre la etimología del vocablo "raza" y poco le falta para acusar a Castilla de ser la fuente del racismo mundial. Ahí es nada.

Conviene decir que sobre el origen de la palabra "raza" no hay consenso entre los especialistas, si bien la mayoría se inclina por que proviene del latín "ratia, radius", rayo (en el sentido de línea hereditaria) o "radix", raíz. Otros la hacen derivar del árabe "ras", origen. Y algunos incluso del eslavo. Pero por lo visto, para Fontana una palabra tan desagradable tiene forzosamente que ser castellana. No está de más recordar que si se puede retorcer así la Filología, que no se podrá hacer con la Historia...

Por otra parte, si D. Josep pretende investigar antecedentes de racismo, para encontrarlos no tiene por que irse tan lejos en el espacio y en el tiempo. Le basta con estudiar el pensamiento de Valentí Almirall, Pompeu Gener y otros progenitores del nacionalismo catalán que tan fervientemente profesa.

Josep Fontana. Castellanófilo al recibir homenaje en Valladolid. Castellanófobo  al promocionar su libro en Barcelona. ¡Ah sutil dualidad del alma catalanista que los castellanos hemos sido educados para no entender!

En general la entrevista, no demasiado extensa, está trufada de las tradicionales loas  a la "brillantísima" y "ejemplarísima" historia catalana, y como suele ser habitual en estos casos, las consabidas alusiones descalificadoras a su presunta  y oscura antítesis, la castellana. Por supuesto, para el entrevistado, cualquier parecido entre una y otra solo puede ser mera coincidencia:
Cataluña es un país donde no hay grandes fortunas ni grandes magnates feudales como en Castilla.

Cataluña crea una sociedad que negocia.

Se crea desde muy pronto un tipo de gobierno que genera unas constituciones y un tipo de derechos que la gente conoce porque le da garantías. (...) Es algo que los militares castellanos no entienden. 

Este fracaso del proyecto liberal era inevitable porque no se podían fusionar dos sociedades [castellana y catalana] distintas con mentalidades distintas.

Y los soldados se encuentran con problemas con sus superiores. El funcionario que reclama el impuesto suele ser castellano.

En el teatro popular bilingüe el castellano se reserva a personajes ridículos, pretenciosos y autoritarios.
Nosotros diríamos sin embargo que esto último no añade ninguna gloria  al pasado de Cataluña, ni marca ningún hito diferencial.  Solo demuestra  que  avanzada la segunda mitad del siglo XIX,  cuando eclosiona el catalanismo, la castellanofobia empieza igualmente a campar  a sus anchas por Barcelona.  Y a juzgar por las declaraciones del señor Fontana,  aun sigue ahí.

Que la visión histórica de nuestro "maestro de historiadores" no es precisamente neutral es algo que se puede intuir al constatar su opinión sobre la evolución del Estado Español durante el siglo XVIII. En la más pura línea de la historiografía catalanista, los personajes considerados enemigos de su país son denostados sin piedad y sin matices, convertidos prácticamente en el equivalente de los ogros o las brujas de los cuentos infantiles. Nada medianamente positivo puede atribuírseles nunca. Comprobemos  como se pasa factura a Felipe V y sus sucesores, que tras la Guerra de Sucesión pusieron fin a los privilegios y exenciones de los que disfrutaba Cataluña bajo los Habsburgo:
- Al otro lado  se  sigue hablando de la modernidad y el progreso traído por los borbones tras suprimir unas obsoletas rémoras medievales:

- (...) El mito del progreso borbónico es una tontería. Los borbones hacen que España, que aún era una gran potencia, pase a ser una ruina en 1.808. 
En realidad cuando España representaba la viva imagen de la  ruina y la decadencia fue bajo el pobre Carlos II, el último Austria. Hasta tal punto que los otros reyes europeos se le repartían los dominios en sus narices, mediante tratados secretos que apenas  disimulaban.  Su sucesor Felipe V, una de las bestias negras por antonomasia del catalanismo, con sus luces y sus sombras, con sus aciertos y sus errores, distó bastante de ser el peor rey que Hispania haya conocido. Tal es por ejemplo el parecer del historiador inglés William Coxe (1.748-1.828) que más cercano a los hechos y sobre todo más imparcial, tras criticar algunos aspectos de su gobierno no tiene inconveniente en reconocer al mismo tiempo que:
Por lo que toca a las mejoras saludables introducidas durante su reinado, su vivo deseo de saber todo cuanto le parecía útil y la favorable acogida con que recibió siempre a cuantos le presentaron proyectos de reformas y mejoras en todos los géneros, prueban claramente que si careció de capacidad para innovar por sí mismo tuvo por lo menos el mérito de aprobar y sancionar los planes que le parecían buenos. A su advenimiento se hallaba el Reino exhausto de hombres y dinero; sin Marina, sin Ejército bien organizado, sin género ninguno de industria, solo le quedaba de su antiguo poderío, de su riqueza y grandeza pasadas, un recuerdo que habían casi borrado las vicisitudes y las revoluciones. Sin embargo, dejó un Ejército que después de haber sido diezmado por las guerras de Italia vengó el honor nacional siempre que se ofrecía ocasión para ello, una Marina que hacía temblar a Europa e infinidad de establecimientos que prueban el renacimiento de la industria, del comercio y de las artes en España.
Muy lejos pues del desastre absoluto que Fontana y la historiografía oficiosa catalanista pretenden pintarnos. Los reinados de sus hijos Fernando  VI  y   Carlos III pueden asimismo contarse entre los más provechosos de nuestra historia, y aunque el de su nieto Carlos IV dejara bastante que desear, casi ningún experto (imparcial) niega que en el siglo XVIII se puso fin a la dinámica de ruina económica, caos administrativo y debilidad militar desatada por los Habsburgo y su "Estado Asimétrico" en el XVII. 

La Familia de Felipe V, por Van Loo. Aparecen además los futuros Fernando VI y Carlos III. Pese al interés del catalanismo en demonizarlos, fueron los suyos reinados muy superiores a la media en este país. 

Ciertamente, para que España dejara de ser una potencia habría que esperar a la llegada del siglo XIX. Fue entonces cuando, a modo de plagas bíblicas, se sucedieron la destrucción causada por la Guerra de Independencia, el nefasto reinado de Fernando VII, la pérdida de las colonias americanas, y las interminables contiendas entre  liberales y  carlistas, que asolaron el país y arruinaron una y otra vez su erario. Puede que tampoco  esté de más señalar que el retrógrado absolutismo  carlista gozaba de muchos más apoyos en Cataluña y Vasconia que en Castilla. Que cosas... ¿verdad?.

Pero volvamos a la entrevista de El Periódico, que termina de este modo:
¿No habrá traducción [al castellano]?

-  He dicho que no. Quería explicar cosas a gente que tiene la misma cultura, que ha tenido las mismas experiencias, que se ha encontrado con los mismos problemas y con la que tenemos una visión del mundo compartida que es lo que acaba fabricando toda esta identidad.

¿Se rinde? ¿No hay nada que hacer [con los castellanos]?

-  No es eso solo. He escrito este libro pensando en lectores catalanes. Si he de hacer los mismos razonamientos a lectores castellanos, lo tendría que reescribir completamente. Y no se si vale la pena el esfuerzo.
El desprecio que subyace tras esta respuesta es evidente y no parece menos ofensivo que todo lo anteriormente citado. Le replicaba pocos días después el periodista Gregorio Morán en La Vanguardia, 25/10/2014:
Josep Fontana se ha vuelto muecín de mezquita (almuédano, se decía en castellano antiguo) y ha proclamado que los catalanes históricamente somos superiores a los castellanos, que no merecen ni que se les explique su inferioridad; una idea que tuvo ya gran éxito en África del Sur.
Pero cuando uno ya se queda patidifuso es cuando se entera que hace tan solo cuatro años D. Josep fue distinguido como doctor honoris causa por la universidad de... ¡Valladolid! Y  que apenas iniciado su discurso y tras mostrar su agradecimiento al tribunal, el homenajeado  se manifestaba tal que así:
Es esta una institución a la que me siento ligado desde hace muchos años por los amigos con los que he contado y cuento en ella. Algunos ya han desaparecido como Julio Valdeon y Felipe Ruiz Martín. Otros siguen presentes en su trabajo en esta casa y en mi amistad. Es a estos amigos a quienes debo sobre todo haber aprendido a conocer y estimar a esta tierra.
¡Pues menos mal que estima y conoce a esta tierra! ¡Mejor ni imaginar que opinión tendría de ella en caso contrario! Quizás algún malpensado podría sospechar que el señor Fontana dice una cosa en Barcelona y la contraria en Valladolid. Que se expresa  en muy distinto tono según el medio al que se dirige. Y que ejecutando una suerte en la cual algunos nacionalistas catalanes son consumados maestros, modula su mensaje de tal forma que lo que frente a un público castellano son cortesías y buenas palabras, se convierten ante su equivalente catalán en desprecios y castellanofobia. Y  de ahí a la hipocresía absoluta no hay más que un paso. O menos. 

Todas estas consideraciones deberían servir también para reflexionar sobre la importancia que tiene la ideología de cada cual en la manera de contarnos la historia. Es imposible que las filias y las fobias del historiador no terminen manifestándose de algún modo en su obra.  Y si los encargados de explicar  nuestro pasado rezuman prejuicios anticastellanos ¿podemos luego extrañarnos  de que abierta o tácitamente pongan siempre a Castilla como un trapo?

lunes, 2 de febrero de 2015

El Arancel Catalanista

El catalanismo no debería prescindir de España, porque los catalanes fabrican muchos calzoncillos, pero no tienen tantos culos.
Josep Pla (1.897-1.981)

En esta entrada vamos a abordar un  aspecto vital de la relación de Cataluña con el resto de España durante los siglos XIX y XX: el diseño de la política arancelaria y su innegable repercusión sobre la marcha económica del país. Un tema sobre el que, pese a su importancia, la historiografía catalanista ha preferido pasar de puntillas, tal y como pone de manifiesto el economista Ramón Tamames:
Toda esta larga etapa de fuerte influencia de Cataluña en el resto de España, de la que extrajo grandes beneficios económicos, es generalmente poco apreciada por la historiografía nacionalista, que en el referido lapso se concentró en enaltecer la Reinaxença, las desavenencias con el Gobierno central y los esfuerzos en magnificar el hecho diferencial. Y todo ello, a pesar de que en solo cuatro años hubo tres presidentes del Consejo de Ministros catalanes: Prim, Pi y Margall y Figueras.

Cuestiones, todas ellas, que se confunden desde el historicismo secesionista, que lanzó el eslogan "tres siglos de opresión" de España. En realidad fueron tres centurias que, con toda una serie de paréntesis, dieron a los catalanes un nivel económico muy por encima del que tuvieron con los Austrias por muchos privilegios forales que hubiera entre 1.516 y 1.714
Efectivamente, tras la Guerra de Sucesión y el  establecimiento de la dinastía borbónica, la consiguiente supresión de las aduanas interiores permitió a los fabricantes catalanes vender sus productos en condiciones ventajosas en el resto de España. Un mercado que la situación de atroz ruina y decadencia en la que los Habsburgo habían precipitado a Castilla les ponía prácticamente en bandeja. 

La oportunidad fue bien aprovechada por la burguesía catalana, que inició un despegue económico notable y situó al principado muy por encima del resto de regiones españolas en cuanto a riqueza y prosperidad. Se fue así  configurando una realidad económica que se mantendría durante siglos, hasta  nuestros días. Por un lado, una Cataluña industrial y mercantil que vendía sus tejidos y demás productos manufactarados al resto del Estado. Por otro, un buen numero de zonas rurales y atrasadas, entre las que se encontraba la mayor parte de Castilla, que se limitaban a enviar a cambio productos agrícolas y materias primas de bajo valor añadido y poca rentabilidad.

La siega en Sisante (Cuenca). Óleo de José Luis Tejada. Las medidas proteccionistas adoptadas en los siglos XIX y XX beneficiaron sensiblemente a las zonas industriales a costa de las rurales.

Semejantes relaciones comerciales, muy parecidas a las que por entonces mantenían las naciones europeas con sus dominios y protectorados de ultramar, llevarían al escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez (1.885-1.964) a comentar con la retranca propia de su tierra la eclosión del nacionalismo catalán:
Barcelona es la única metrópoli del mundo que quiere independizarse de sus colonias.
El único problema era que la industria catalana no resultaba competitiva con la de otros países. Las fábricas inglesas, francesas, alemanas o belgas producían géneros de mayor calidad a mejor precio. Luego, para que sus manufacturas siguieran dominando el mercado español, los industriales catalanes necesitaban que el gobierno impidiese o cuando menos gravase mucho la entrada de mercancías foráneas. 

Pero el establecimiento de aranceles o impuestos a las importaciones causaba fuertes y perniciosos efectos sobre la economía: por un lado obligaba a los consumidores a pagar un sobreprecio por los bienes que compraban, incentivándose así industrias poco productivas. Por otro, provocaba reacciones de reciprocidad en los demás estados, que  aumentaban a su vez el precio de las exportaciones españolas con altos aranceles. 

Como lo que España vendía al extranjero era vino y materias primas, las regiones pobres, cuya economía se basaba precisamente en este tipo de producciones, veían como se les cerraban las puertas a comerciar más allá de nuestras fronteras. Perdían la posibilidad de generar unas ganancias y acumular unas rentas que con el tiempo hubieran podido servir para prosperar e industrializarse. El político y economista aragonés Joaquín Costa (1.846-1.911) nacido en el seno de una familia de pequeños propietarios rurales,  lo expresaba así en 1.881:
Los industriales beben nuestro vino, no ya al precio a que lo da la Naturaleza, sino más barato, porque nos cierran los mercados extranjeros, y, por tanto, restringen la demanda, en cambio nos obligan a vestirnos de sus telas, no ya al precio a que pueden producirse, sino más caras, porque cierran nuestro mercado a los tejidos extranjeros, que aumentarán la oferta; por manera que los agricultores pagamos impuestos que no satisfacen los industriales, sea al Estado, en forma de derechos de aduanas, sea al fabricante español, en forma de sobreprecio, sea a los contrabandistas o a las sociedades de seguros de contrabando, en forma de prima.
Y por Dios, señores, es bueno que resulte ahora que los labradores somos pecheros de los fabricantes; que medio siglo después de haberse proclamado (...) la igualdad tributaria, resulte que los labradores pagamos dos contribuciones que apenas alcanzan a ellos; una por efecto de la carestía artificial, en forma de sobreprecio, y otra directa, para mantener carabineros y cuerpo pericial que, al cerrar las puertas de España a los tejidos ingleses, cierran juntamente las puertas de Inglaterra a nuestros productos agrícolas, y cuyas bayonetas obran por esto a modo de lanceta que está picando constantemente las venas de 16.000.000 de españoles, para trasvasar su sangre en las venas de unos cuantos capitalistas, señores feudales del algodón y de la lana. 
La feroz batalla política e ideológica entre librecambistas y proteccionistas (encabezados estos siempre por los industriales textiles catalanes) se prolongará durante décadas y terminará finalmente con un claro triunfo de los últimos. El Arancel Canovas (1.891), el Amós Salvador (1.906), y el Cambó (1.922) supusieron otros tantos hitos para el proteccionismo, que convertido en hegemónico enlazará con los aranceles franquistas y en cierto modo no terminará hasta 1.986 con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea. No es exagerado decir que durante este larguísimo intervalo de tiempo el Estado español, que sería a menudo considerado uno de los más proteccionistas del mundo, privilegió a los fabricantes a costa del resto de sectores productivos.

Solo pueden constatarse dos pequeños periodos en los que la política económica basculó hacia un tímido librecambismo. El primero en 1.870, cuando el ministro Figuerola, precisamente barcelonés, consiguió imponer un arancel moderado que favorecía el comercio internacional. Duraría hasta 1.875. El segundo entre 1.882 y 1.890 en el que estuvo en vigor un tratado de comercio con Francia. En total 13 años. Curiosamente, según no pocos historiadores, resultaron beneficiosos incluso para la industria, al estimular la producción. En este sentido, el historiador catalán Vicens Vives afirmó que "la implantación del régimen librecambista más bien favoreció que perjudicó la industria textil catalana".

¿Como fue entonces posible que una política que "antes favorecía que perjudicaba" a la industria, y que indudablemente beneficiaba a la mayor parte del país se abandonara enseguida?. La razón puede buscarse en el miedo del "lobby" textil catalán a perder cuota de mercado. Y a la consiguiente y contundente presión que ejerció sobre los sucesivos gobiernos, muchos de ellos débiles e inestables. Queda para una entrada posterior recopilar algunas muestras representativas de todo ello.

viernes, 26 de diciembre de 2014

¿Qué Tendrá la Igualdad?

Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros.
Lema de Granja Animal después de instaurarse la dictadura del gorrino "Napoleón".
George Orwell. Rebelión en la Granja 

Libertad, Igualdad, Fraternidad, coreaban los revolucionarios franceses cuando a finales del siglo XVIII terminaron con los privilegios feudales de nobleza y clero, pusieron fin al absolutismo y eliminaron las exenciones medievales de las que disfrutaban ciertas provincias.

Libertad, Igualdad, Fraternidad, preciosas palabras que se convirtieron en lema de liberales, demócratas y republicanos de todos los lugares. ¿De todos? Bueno, puede que de todos no. Hay ciertos territorios en la península ibérica donde no terminaron de suscitar el mismo entusiasmo. En concreto, el segundo de los términos, como que chirriaba. 

No hablamos de sectores  ultramontanos y reaccionarios, carlistas, nostálgicos del antiguo régimen. Nos referimos incluso a sectores radicalmente progresistas. Libertad, por supuesto. Fraternidad, vale. Pero ¿Igualdad? Y ahí cortocircuitaba el pensamiento progre del buen nacionalista catalán o vasco. Y casi podríamos imaginárnoslo frunciendo el ceño mientras se rascaba la cabezota por debajo de la boina o de la barretina, al tiempo que se repetía confuso: "¿Igualdad? Hombre... en principio sí. Pero ¿igualdad entre nosotros y ellos? ¿Como van a ser Euskadi o Catalunya lo mismo que Castilla o Andalucía? ¡Inaceptable! ¡Nosotros somos muy especiales! ¡Merecemos un trato diferenciado!"

Sello postal de la República Francesa, emitido con motivo del bicentenario de la Declaración de los Derechos del Hombre. Representa una alegoría de la Igualdad. Parece que al norte de los Pirineos esta palabra no chirría.

Pero ocurre que, cuando exigen un trato diferente, no están pensando precisamente en uno peor... El escritor castellanófobo Pompeu Gener (1.848 - 1.920) lo expresó, como tantas otras cosas, con despiadada claridad: 
Así, somos catalanistas y no regionalistas, porque el regionalismo supone iguales derechos y por tanto iguales energías y organización en todas las regiones y eso es falso. Trabajamos, pues, para proporcionar un carácter propio y superior a nuestra tierra; (...) Y soñamos en un imperio intelectual y moral mediterráneo, por nuestra influencia sobre las demás naciones latinas, sin que ni las durezas e ignorancias castellanas nos desvíen (...)
Trabajaban pues para "proporcionar un carácter propio y superior a su tierra". Por lo menos es sincero. Tampoco puede calificársele de caso aislado. Su contemporáneo, el médico y compañero catalanista Hermenegild Puig i Sais abundaba en la misma línea allá por el 1.915:
En el concepto político Cataluña hoy está en una inferioridad numérica para luchar con el resto de España, y en el estado actual de la política española todo es cuestión de votos, cuestión de número; todos los hombres valen igual. 
¡Que todos los hombres valieran igual! ¡Menudo despropósito debía parecerle al buen doctor "el estado actual de la política española"!

Por supuesto, a nuestro nacionalista periférico contemporáneo no se le escapa que al abjurar de la igualdad se está internando en el terreno de lo políticamente incorrecto. Y por ello normalmente renuncia a abordar el asunto con el desparpajo de sus predecesores. 

Opta a menudo por expresarlo sin decirlo. Utilizando circunloquios y eufemismos; (¿de qué otra forma se puede calificar el lamentable planteamiento de "Federalismo Asimétrico"?). Aprovechándose de la ingenuidad, buena fe y falta de conciencia nacional de sus interlocutores castellanos, pretende hacer calar la idea de que no es necesariamente malo que su terruño pueda tener un tratamiento privilegiado. Aunque, eso sí, en cuanto alguien manifieste el lógico recelo o simples deseos de aclarar los términos, afirmará con total seriedad que él no se refería exactamente a un "tratamiento privilegiado" y que ¡se han malinterpretado sus palabras!.

Otras veces busca roer el mismo concepto de igualdad, al que de forma interesada confunde con uniformidad. Es raro que cualquier político catalán (ojo, no tiene por que ser  miembro de un partido nacionalista) no responda a la cuestión intentando confrontar dicho concepto con la existencia del idioma catalán y de otras peculiaridades culturales. Como si fueran cosas incompatibles.

Nadie en su sano juicio pretende que las competencias sobre el catalán sean comunes a Cataluña y Asturias, o que Aragón legisle sobre cabildos insulares como Canarias. Nadie con dos dedos de frente plantea tales disparates, por lo que resulta extraño el énfasis que parecen poner algunos en prevenirlos. 

No se trata tampoco de que todas las comunidades tengan que utilizar sus competencias de la misma forma y seguir idénticas políticas. Pero sí de que todos compitan con las mismas armas y de evitar que unos tengan que caminar a la pata coja y con una mano atada a la espalda mientras sus vecinos viajan en moto. 

En ese sentido, ¿por qué Cataluña debe tener una relación especial y privilegiada con el gobierno, fuera del alcance de las demás comunidades? ¿Y un techo competencial mucho más alto? ¿Es razonable que el Estado pierda toda influencia en Cataluña mientras Cataluña no solo mantenga, sino que incluso aumente la suya en el Estado? ¿Es de recibo gozar de una financiación exclusiva y diseñada a la carta para una determinada Comunidad? ¿Es aceptable que mientras Castilla o Andalucía deban delegar la defensa de sus intereses en el exterior al gobierno central, Cataluña pueda recurrir al mismo cuando le convenga o puentearlo cuando no? ¿Acaso no quedarían entonces los intereses de andaluces, aragoneses o castellanos claramente comprometidos frente a los de los catalanes? 

Castilla sabe por experiencia propia hacia donde lleva una política continuada de agravio y discriminación, y no es extraño que no quiera volver allí. 

De eso, y no de la existencia de lenguas y culturas particulares va el concepto de Igualdad, por mucho que algunos prefieran salirse por los cerros de Úbeda. Hablamos  de discriminaciones que los revolucionarios de los siglos XVIII y XIX combatieron y que fueron desterradas de las constituciones de (casi) todos los países occidentales, incluidas por supuesto las federales, y asumidas por (casi) todos los demócratas del mundo.

Otro sello postal, en este caso norteamericano con el lema "Igualdad para siempre". Empezamos a sospechar que la aprensión, repugnancia y tirria hacia esa palabra es exclusiva de los nacionalistas periféricos hispanos. 

Recientemente tuvimos ocasión de ojear "La Independencia de Cataluña Explicada a mis Amigos Españoles", del politólogo nacionalista Jaume López. Se trata de una de las muchas obras de reciente aparición destinadas a hacer propaganda de los postulados catalanistas ante la opinión pública del resto de España. Obviamente, por su propio objeto, suelen emplear un tono correcto y respetuoso, hasta simpático, pasando de puntillas sobre los temas más espinosos y empeñándose en mostrar la cara más amable de su ideología. Llenos de curiosidad consultamos los dos capítulos dedicados a la "Igualdad". 
La igualdad es un valor tan superior que, incluso ha servido para justificar las infraestructuras no rentables y sin ningún retorno económico. Los kilómetros malbaratados de AVE se han justificado como elemento de igualdad entre españoles (aunque eso sí, pasen todos por Madrid).
Pues para estar  dedicado a "sus amigos españoles" no parece un párrafo muy amigable. Incluye un palo en toda regla a Madrid (¡cuándo no!), y otro a diversas ciudades más pequeñas, algunas de ellas castellanas, con estación de ferrocarril de Alta Velocidad. Además omite significativamente  que  todas y cada una de las capitales de provincia de Cataluña están ya conectadas por AVE. Debe ser que en este caso la igualación ferroviaria no es pecado.

Siguen varias páginas dedicadas a fomentar el interesado y ya comentado confusionismo entre "uniformidad" e "igualdad". Y termina con otro glorioso párrafo:
Existe una historia en la mitología griega que habla de Procusto, un posadero sádico que ofrecía acomodo al viajero solitario. Cuando el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas de su lecho. Si la víctima sobresalía, cortaba las partes de su cuerpo que sobraban. Si era de menor estatura, lo descoyuntaba a martillazos y lo estiraba hasta adaptarlo a la medida de la cama. Todos idénticos. A golpe de hachazo.
Sadismo, amordazamientos, descoyuntamientos, martillazos, hachazos... más allá de la evidente y un tanto "gore" demagogia que gasta el autor, una conclusión resulta obvia: la Igualdad continúa provocándoles urticaria. Mucha. Está visto que para determinada gente, algunos pueblos siempre serán más iguales que otros.    


miércoles, 10 de diciembre de 2014

¿En Qué se Parecen el Castellano y el Turco?


El pensamiento supersticioso que anima al nuevo tradicionalismo ha ido a alojarse ahora en las lenguas, en las culturas e identidad filológicas, cuando ya casi no cabe en ningún sitio (seguramente, a la espera de ver dónde pueda alojarse mañana). Amparado en la aceptación que encuentra en estas parcelas, y en la ignorancia general que existe sobre ellas, actúa políticamente de acuerdo con estos principios de error y prejuicio con beneplácito casi general.
Juan Ramon Lodares. El Paraíso Políglota


¿Sigue sin ver ninguna semejanza entre uno y otro idioma?. Un poco de paciencia, lea hasta el final.

Es un hecho constatado que la exaltación de la lengua particular del territorio, si la tiene, constituye uno de los puntales para cualquier nacionalismo. El cariño a la misma y la voluntad de preservarla en el tiempo nos parecen  algo totalmente comprensible y  razonable. Emplearla con objeto de separar en lugar de  comunicar, que es la verdadera razón de ser de cualquier idioma, no tanto. Y menos aún  que sirva de excusa para zaherir y despreciar al vecino.

Veamos un inocente ejemplo de como ya desde principios del siglo XX el nacionalismo periférico mezclaba política y filología  y empleaba el cóctel resultante como proyectil contra el (y lo) castellano. Seguiremos al ilustre filólogo Juan Ramón Lodares (1.959 - 2.005) según lo reflejaba en su muy interesante obra "El Paraíso Políglota".
De 1.900 en adelante cambian mucho las personas y las circunstancias. Son momentos que expresa muy bien  mosén Antoni María Alcover -que fue vicario general de Mallorca y coautor de un magno diccionario catalán-valenciano-balear publicado hace setenta años- cuando relata sus paseos por Europa en el inigualable "Dietari de l'exida de Ms. Antoni Mª Alcover a Alemania y altres nacions lány del Senyor 1907". Les cuento una anécdota del viaje: mosén Antoni se ha  ido a Alemania vestido de paisano y con un diccionario de alemán para entenderse por la calle. En su visita a la ciudad de Halle conoce al Dr. Schaedel, profesor de filología románica, quien lo invita una tarde a su casa a tomar té con pastas. Pero el Dr. Schaedel ha invitado a alguien más: se trata de un profesor de francés, el Dr. Counson, que a pesar de ser belga y enseñar francés es un entusiasta del catalán. Habrá otro invitado todavía: el Dr. Peropulos, profesor de griego. Mosén Alcover llega puntual a la cita. La señora Schaedel lo sienta entre los dos profesores de lenguas vivas y un tercer invitado, secreto hasta entonces, muy circunspecto, vestido de negro, grave y callado, del que le dicen que es el doctor de la Universidad. De pronto, entre las pastas de té, el severo doctor descubre por sorpresa, y frente a mosén Antoni, unos pedazos de pan untados de sobrasada de Vich que le ofrece a la voz de: "¡Prenga aixó, si es servit! ¿Qui, no li agrada?". ¡Albricias! El médico de la universidad de Halle se apellida Villá y es de Granollers. 

Mossen Alcover.  Gran experto en filología catalana, defendió sus variedades dialectales, y terminó enfrentado con el sector  "oficialista" de Pompeu Fabra.
Al momento, en medio de Europa, sucede una tertulia políglota donde están representados el alemán de los anfitriones, junto al francés, el griego y el catalán de los invitados. Hablan de todo. Los invitados piden con insistencia a Alcover y a Villá que dialoguen familiarmente en catalán, a ver como les suena a los demás. Acceden a ello y a todos les resulta muy armoniosa, suave y culta esa lengua. Ahora les piden que hablen en español, a ver qué pasa. Hablan en español y a todos les parece una lengua muy áspera, dura, seca, demasiado metálica y eso que, advierte Alcover, Villá y él la han hablado con acento catalán, que dulcifica mucho la natural severidad que hubieran demostrado, por ejemplo, dos tipos de Valladolid.

Hay más: precisamente al profesor Peropulos, en boca de dos catalanes como Alcover y Villá, el español le recuerda al turco. Explico la indirecta que Alcover pone en boca del profesor de griego para quien no la capte: Grecia fue una provincia del Imperio turco desde mediados del siglo XV hasta 1.829, ese año, gracias a la intervención de Francia, Gran Bretaña y Rusia, se declaró estado independiente. Pues sí, señor: España era como ese Imperio otomano caduco, que durante cuatro siglos había sometido a Cataluña, quiero decir a Grecia, a ser mero apéndice provincial, y había acogotado al catalán, quiero decir al griego, la refinadísima lengua de los padres de la cultura universal, frente al bronco español, quiero decir, frente al bronco turco. Buena comparación. Sobre todo muy justa.
El presunto protagonista de la supuesta anécdota es Antoni María Alcover Sureda (1.862 - 1.932), sacerdote, escritor y lingüista balear. Fue impulsor del Primer Congreso Internacional de Literatura Catalana, y presidente de la sección filológica del Instituto de Estudios Catalanes. De esta época de cercanía al nacionalismo es el libro arriba referido. 

Posteriormente, a la hora de fijar unas normas para el catalán, él y sus seguidores se enfrentaron al grupo liderado por Pompeu Fabra. Mientras los primeros apostaban por una gramática más tradicional y con mayor influencia de las variedades dialectales, el grupo barcelonés de Fabra la fundamentaba en el catalán oriental y propugnaba unas reglas que lo separaran lo máximo posible del castellano. A pesar de ser al principio minoritaria, esta última facción era la más compacta, y sobre todo, la que contaba con el apoyo de la recién creada Mancomunidad Catalana, presidida por Prat de la Riba. Terminó imponiéndose. Derrotado en esa incruenta aunque ferocísima batalla, Alcover retornó a su Mallorca natal, alejándose del catalanismo político. Murió en 1.932 y hoy su memoria es reivindicada tanto por pan-catalanistas como por anti-catalanistas. Lo que, bien mirado, resulta todo un logro. 

Sobra decir, por si alguien lo dudaba, que el castellano y el turco no tienen nada en común. El primero  procede del latín, y es por tanto de origen indoeuropeo. El segundo es un idioma aglutinante,  como el japonés, surgido en Asia Central y que tiende a englobarse junto a otros idiomas asiáticos en  la macrofamilia altaica. 

Lo que resulta sorprendente es el afán que demostraron ciertos nacionalistas catalanes de principios del siglo XX en trazar similitudes entre Castilla y Turquía. Y es que, en 1.903, solo cuatro años antes que Mn. Alcover publicara su "Dietari de l'exida...", el escritor Pompeu Gener ya clamaba que la España dominada por la raza castellana a lo que mas se parecía
es al Imperio Otomano, el que predomina una raza Turco-altaica, guerrera y dura, paralizada por una religión absolutista, la cual domina por la fuerza á pueblos Arios como los Griegos, Eslavos, Armenios y otros sujetos a la Sublime Puerta, capaces de progreso y de verdadera civilización superior humana. 
He ahí, pues, el fondo que subyacía tras aquella inverosímil semejanza: los catalanes como los griegos, armenios, y otros sujetos son capaces de "verdadera civilización superior humana". Los ásperos turcos y castellanos, por lo visto, no. 

El amigo lector hará bien en no subestimar nunca la capacidad de trazar paralelismos injuriosos para Castilla que posee el nacionalismo periférico.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Primer Aniversario y 10.000 Páginas Vistas



Esta semana, en la que además se cumple el primer aniversario de la puesta en marcha de esta humilde bitácora, hemos alcanzado las 10.000 páginas vistas. Algunos pensarán que no es una cifra precisamente espectacular. Pero convendría  tener en cuenta que aquí no hablamos de fútbol, ni de cotilleos, ni facilitamos porno, ni vídeos de gatitos. El tema que nos ocupa, la Historia, tiene un lugar claramente minoritario entre  las aficiones de nuestra sociedad. Y la observamos además desde una perspectiva aun más minoritaria: la castellanista. Por eso, dentro de la modestia, permítasenos sentirnos orgullosos de haber alcanzado el primer año de vida y recibido esas visitas.

Por lo demás, la situación que nos empujó a iniciar esta andadura sigue siendo la misma. Una España donde las tendencias centrífugas se acentúan, mientras la atención general sigue volcándose sobre los territorios secesionistas, y sin que  nadie parezca preocuparse por la dignidad, el porvenir, y los intereses de nuestra querida y maltratada Castilla. Tampoco por el conocimiento y vindicación de su pasado, base imprescindible para su ¡ojalá! futuro resurgir. Nosotros, pese a todo, continuaremos aportando nuestro granito de arena en la defensa de nuestra tierra y de su Historia. 

Gracias a todos los que habéis leído nuestras entradas. Esperamos seguir contando con vosotros. 



sábado, 1 de noviembre de 2014

Castellanofobia: Valentí Almirall


España se ha ido empequeñeciendo desde que las circunstancias hicieron que la raza menos pensadora y menos ilustrada de la Península fuera la que dominase.
Valentí Almirall. Lo Catalanisme


Valentí Almirall i Llozer (1.841-1.904) fue un político, periodista y escritor barcelonés. Nació en el seno de una pudiente familia dedicada al comercio. Y como además fue agraciado con varias herencias, pudo dedicarse a la política sin ningún tipo de preocupaciones económicas.

Su figura ha sido muy exaltada por el nacionalismo catalán actual, en lo que seguramente no es ajeno el hecho de que Almirall fuera ideológicamente progresista y laico, en contraposición al catalanismo mayoritario en su época, esencialmente conservador y con fuertes raíces en el carlismo y el integrismo católico. El perfil  de Almirall es ciertamente mucho más asumible por los nacionalistas actuales que el de sus contemporáneos los clérigos Mateu Bruguera y Jaume Collell o el obispo Torras i Bages.

Valentí Almirall. Pasó del federalismo al catalanismo...y enseguida asomó el anticastellanismo.

Fue en todo caso un hombre contradictorio, tal y como podría esperarse de alguien que compaginaba un enorme fervor republicano con el título nobiliario de barón de Papiol. Empezó su carrera política en el campo de los republicanos federalistas, que dirigía Pi i Margall. Tras el fracaso de la I República,  las desavenencias con el sector encabezado por su paisano le llevarían a abandonarlo junto con sus seguidores. Se tiende a considerar  que este acto constituyó el  nacimiento del catalanismo político.

Mucho se ha escrito sobre las razones que impulsaron a Almirall a dar este paso. No faltan historiadores nacionalistas que quieren achacarlo exclusivamente a diferencias personales y de carácter entre ambos. Sin embargo, es evidente que los aspectos ideológicos desempeñaron un papel fundamental en la ruptura. 

Y más concretamente,  el concepto de la "raza".  Pi i Margall, desde su federalismo progresista, no extrae de las posibles diferencias raciales entre los pueblos ninguna consecuencia política. Valentí Almirall en cambio, sí. Se entiende pues el interés por parte del moderno nacionalismo catalán en pasar de puntillas sobre esta incómoda cuestión.  

El escritor castellanófobo Pompeu Gener explicaría con claridad el viraje ideológico de su amigo Almirall:
(...)  y vimos cómo se determinaban las naciones y las diferencias que de raza a raza había. Y viajando por Suiza y por Alemania comprendimos aquellas confederaciones como aglomerados de hombres que sólo los separan pequeñas diferencias de raza, pero todos, al fin y al cabo, arios. Almirall vino a Suiza por nuestro consejo, y de allí salió ya completamente catalanista y desfederalizado. 
Lamentablemente, sabemos ya por experiencia que al catalanismo exaltado suele acompañarle como negra sombra el anticastellanismo. Y en este sentido  Almirall no fue una excepción. En 1.886 publicó "Lo Catalanisme", considerado un clásico de este movimiento, la obra que sentó sus bases. En él expuso que los españoles se dividen en dos grandes grupos. El primero,  "el castellano o central-meridional"
bajo la influencia de la sangre semítica que debe a la invasión árabe se distingue por su espíritu soñador, por su disposición a generalizarlo todo, por su amor al fausto, a la magnificencia y a la amplitud de las formas.
Por contra, el otro grupo, el "pirenaico" al que pertenecerían los catalanes:
Se muestra mucho más positivo. Su genio es analítico y rudo como el país que habita, va al fondo de las cosas sin pararse en la forma.
Y por si alguien aun no tiene claro cual de las dos es la raza mala, Almirall despeja todas las dudas con los siguientes "piropos":
Hoy en día la gente castellana, tomada en su conjunto formando un pueblo o individualmente está completamente decaída y degenerada, pero no ha perdido ninguna de sus condiciones características.
Sus ideales son tan raquíticos como su imaginación atrofiada. Sus abstracciones no pasan de paradojas, los medios son bastos y de baja ley. Inepta para toda empresa positiva, vegeta en la miseria moral y material y aquella raza, una de las más simpáticas de las que pueblan Europa a pesar del desequilibrio de sus facultades, ha descendido hasta ocupar uno de los últimos lugares en el mundo civilizado.
Popularizó también D. Valentí uno de los clichés mas manidos de la castellanofobia, que se repetirá posteriormente hasta la saciedad. Nos referimos a la identificación de Castilla con Don Quijote. "¿Puede darse un tipo más genuinamente castellano?" llegará a proclamar, quizás porque todavía no existía el Institut Nova Historia para "descubrirnos" que Cervantes era  catalán. Un Don Quijote, por supuesto,  pintado desde el desprecio  y con los trazos más patéticos:
Débil de cuerpo pero todavía más de inteligencia y no obstante se siente con aliento suficiente para salir a combatir contra los mundos visibles e invisibles.
En 1.883 fue el encargado de redactar lo que posteriormente sería conocido como "Memorial de Agravios". Considerado otro hito del nacionalismo catalán, que lo presenta como su primer acto político, en realidad se produjo como respuesta a las conversaciones que mantenían España y Gran Bretaña al objeto de reducir los aranceles y avanzar en el librecambismo. 

Los industriales catalanes vieron el peligro evidente de perder el mercado cautivo español del que disfrutaban con la entrada de productos ingleses más económicos y de mejor calidad. Así que optaron por presionar y entregar en mano a Alfonso XII una extensa "Memoria en Defensa de los Intereses Morales y Materiales de Cataluña" (este era el nombre real del documento). En él, junto con demandas de más autonomía  y  muestras de amor a la unidad española, se incluían sobre todo peticiones de proteccionismo económico para sus negocios. Peticiones que fueron y han sido puntualmente atendidas por el Estado español, como quien dice, hasta prácticamente nuestros días.  

Fábrica catalana (1.929). Durante los siglos XIX y XX los industriales catalanes consiguieron que el Estado impusiera  fuertes aranceles a las importaciones, que  perjudicaron al resto de regiones y a los consumidores.

Este batallar a favor del arancel no deja de sorprender en un hombre de mentalidad moderna como Almirall, firme partidario del libre comercio... ¡excepto cuando  este  perjudicaba a Cataluña!. Más tarde trató de justificar su postura, y a pesar del sacrificio que en beneficio de los industriales catalanes estaban soportando los castellanos junto con los otros pueblos de España, no tuvo ningún escrúpulo en aliñar su argumentación con el anticastellanismo de rigor:
[en referencia a Gran Bretaña] Por la sólida política de sus gobernantes, por el patriotismo de todas las clases sociales, por el estado de avance y progreso que ha alcanzado en todas las ramas de la actividad, no ha de temer, sino que ha de desear la competencia [...]
Pero señores, ¡Qué diferencia de ellos a nosotros! A nosotros la naturaleza nos ha clavado en una península cuya raza dominante está prematuramente envejecida por una confluencia de causas históricas.  
Así que, por supuesto, Cataluña no es culpable de aprovecharse de la debilidad del Estado para conseguir leyes proteccionistas hechas a la medida de su burguesía industrial, que retrasan y arruinan el desarrollo de los demás. ¡Muy al contrario! Cataluña (¿como siempre?) es la víctima de la raza castellana, que ha envejecido prematuramente y ¿por qué no? también de la malvada naturaleza, que la ha "clavado" en la Península Ibérica junto a ella. Ejercicio ruin de malabarismo victimista que nos espantaría de no estar ya sobradamente acostumbrados.

En cualquier caso, Almirall fue poco a poco quedándose aislado y perdiendo apoyos en el seno del movimiento catalanista. Un movimiento que como ya dijimos, tenía por entonces un cariz reaccionario y católico con el que nuestro hombre no cesaba de chocar. Alguien definió certeramente la situación afirmando que el drama de Almirall consistía en ser "demasiado catalanista para los republicanos y demasiado republicano para los catalanistas"

Como tantos otros nacionalistas catalanes, su ideario fue evolucionando y atemperándose con el tiempo. En el prólogo que redactó en 1.902 para la traducción castellana de "Lo Catalanisme"  se observa su posición ideológica en los últimos años. Renegaba de
esta generación de catalanistas que a fuerza de exageraciones patrioteras ha llegado a descubrir que ha de declarar bárbaros a los no catalanes, y aun a los que no piensan, hablan y rezan como ellos, aunque hayan nacido en Cataluña.
En hora buena que los separatistas por odio y malquerencia sigan los procedimientos que crean que mejor les llevan a su objetivo, pero no finjan, ni pretendan engañarnos. El odio y el fanatismo sólo pueden dar frutos de destrucción y tiranía. 
Llegó al punto de manifestar públicamente su decepción con el catalanismo definiéndolo como 
un arma de reacción contra toda idea moderna, tanto en el terreno político como en el social y religioso, absorbiendo casi todo el carlismo de Cataluña (...) No podemos permitir que él nos confunda. Antes que catalanes somos hombres.
Como cabía esperar, sobre esta  última etapa de su pensamiento se ha corrido un tupido velo y apenas es tenida en cuenta por los nacionalistas catalanes contemporáneos.