sábado, 25 de julio de 2015

Castilla Unida

Únanse todos los leoneses y castellanos. Formen un frente cerrado y poderoso para construir una región autónoma, que pueda defenderse de los zarpazos de los demás y mirar el porvenir con esperanza.
Claudio Sánchez Albornoz. Por la Castilla Total

Mapa de Castilla, por el cartógrafo belga Gerardus Mercator (1.512-1.594)

Vamos a ser muy claros desde el principio: no hay ninguna razón histórica, cultural y menos aun lingüística para mantener divididas las tierras castellanas en diferentes Comunidades Autónomas.

Se alzan cada vez más voces sobre la conveniencia de un cambio en el modelo territorial, que tras casi cuarenta años de existencia parece dar signos de agotamiento. Unos hacen hincapié en la necesidad de aminorar el gasto autonómico, que en tiempos de múltiples recortes parece claramente desatado y difícil de sostener. Otros creen que es el momento de avanzar hacia  un verdadero Estado Federal en el que las nacionalidades periféricas pudieran sentirse cómodas. Lo curioso es que ni unos ni otros parezcan haberse percatado de las ventajas que en ambos casos acarrearía la unificación de las Comunidades Autónomas de raigambre castellana. 

Cualquiera puede entender que mantener una sola administración autonómica para todo nuestro territorio en lugar de las diversas actualmente en funcionamiento supondría un ahorro ingente de recursos. Y con sinceridad, ¿alguien cree que la realidad socio económica de España daría para mantener nada menos que 17 estados federados y 2 ciudades autónomas? Es simplemente inviable.

La unificación racionalizaría costes sin privar a los ciudadanos castellanos del autogobierno y de la capacidad de defender los propios intereses que, a buen seguro, mantendrán los demás pueblos de España. Porque, esa es otra. Hay quienes desde la periferia  parecen muy por la labor de apoyar un  federalismo asimétrico, reconociendo autonomías de segunda categoría... entre las de los demás. La propia, naturalmente, siempre la consideran la más histórica y la más digna de asumir todas las competencias, todas las singularidades y todos los privilegios habidos y por haber.

Durante la transición la razón principal que se dio para el descuartizamiento de Castilla fue su  extensión y por tanto las relativamente elevadas distancias entre algunas provincias. Ese argumento podría tener alguna lógica en la España de los años 70 del pasado siglo, pero desde luego, hoy no. Con la mejora incesante de los medios de transporte y vías de comunicación (autopistas, autovías, ferrocarril de alta velocidad...) es elemental que en nuestros días se pueden recorrer multitud de kilómetros en el mismo tiempo que antes se empleaba en llegar a la capital de provincia más próxima. Pero no solo eso. El enorme desarrollo de la informática, el avance continuo de las telecomunicaciones y la revolución que ha supuesto internet permiten comunicarse e interrelacionar, como antes ni se había imaginado a  ciudadanos, administraciones y empresas situados en puntos opuestos del planeta. ¿Qué sentido tiene en estas condiciones excusarse en la distancia para impedir el hermanamiento de las provincias castellanas en una sola comunidad?

Una Castilla Unida y consciente de su propia identidad tendría el peso y la fuerza suficiente para defender los intereses  de sus habitantes, sin dejarse relegar ni despreciar, ni por el Gobierno Central ni por ninguna  autonomía foránea. Podría poner en valor sus recursos económicos, su rico patrimonio cultural y su inigualable pasado histórico. Dispondría de las herramientas y potencialidades necesarias para garantizar la dignidad y el progreso de sus habitantes. Y es que ante el panorama que presenta actualmente el Estado español, cada vez resulta más clara una cosa: que solo la unidad del pueblo castellano puede asegurar su futuro.


martes, 23 de junio de 2015

Castellanofobia: ¡Cu-Cut!


- ¿Es usted castellano, y perdóneme [por sugerirlo]?
- No señor, no lo soy. ¡Ni ganas!
¡Cu-Cut!, nº 67, 8 de abril de 1.903

¡Cu-Cut! fue un semanario satírico barcelonés publicado entre 1.902 y 1.912. Estaba en la órbita de la Lliga Regionalista, un partido catalanista y de derechas antecedente de la actual CiU, cuyos máximos responsables fueron Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó. Su equivalente entre los diarios serios era la "Veu de Catalunya".

La línea política de ¡Cu-Cut! era pues la misma que la del nacionalismo catalán conservador, y los objetivos de sus chistes, caricaturas y burlas estaban perfectamente definidos: los políticos e instituciones españolas (especialmente sus representantes en Cataluña), los catalanes no nacionalistas (identificados con los seguidores del político progresista Alejandro Lerroux), el espeluznante Leviatán conocido en Cataluña como "Madrit" y  los castellanos en general. Contra todos ellos se despachó con notable eficacia y éxito de público la revista. 

Hay que precisar que no todo el mundo se tomó con filosofía sus venablos. En 1.905 tras la publicación de algunos chistes sobre el ejército, un grupo de indignados oficiales abandonaron sus cuarteles barceloneses y armados de garrotes asaltaron la sede de la revista, se llevaron parte del mobiliario e hicieron  con él una hoguera  en plena calle. Como cabía esperar, dicha tropelía provocó un movimiento de solidaridad y apoyo hacia ¡Cu-Cut!, que vio aumentar sensiblemente sus ventas y su repercusión.

Por contra, y como también cabía esperar, los continuos ataques y mofas hacia Castilla por parte del semanario no provocaron  ni reacción ni movimiento de solidaridad alguno. Fiel a su aquilatada costumbre de recibir bofetadas sin  levantar la voz, nuestra tierra asumió, una vez más, con resignación digna de mejor causa el papel de chivo expiatorio del nacionalismo periférico.

Pero, para algo estamos nosotros aquí, y vamos al menos a dejar modesta constancia de la castellanofobia destilada por la publicación durante sus diez años de vida. Aunque es difícil, por no decir imposible, encontrar un solo número de ¡Cu-Cut! que no incluya alguna puya o desprecio, hemos seleccionado unos pocos ejemplos. Como el de la portada que sigue. Una turba famélica de inmigrantes castellanos avanza furiosa. El texto lo explica todo: Los herederos de los invasores de 1.714. Un día los ejércitos de Castilla invadieron Cataluña para matar catalanes. Hoy la invaden para matar el hambre

 Nótense los colmillos y garras afiladas de los inmigrantes y su mirada enloquecida. El anticastellanismo más zafio, la demagogia más burda y la xenofobia más lamentable combinadas en una portada asquerosa.

Sobre la trayectoria anticastellana de la revista puede uno hacerse idea  ojeando los siguientes extractos del poema "Otro Golpe", publicado el 5 de julio de 1.906. Se protesta contra la construcción de un penal en Figueras y se propone sin más plantarlo en Castilla (se ve que aquí nunca ha habido ninguno) ya que al  estar más despoblada (a causa de la falta de agua y la vagancia de sus habitantes) los presos podrían estar "más aireados y cómodos". Jijí, jajá.

Otro golpe sobre nuestra cabeza, ha caído la negra baba  de estos políticos funestos que han emprendido la noble tarea de convertir esta tierra tan sufrida y maltratada, en el cuarto trastero de las provincias de España.
Otro golpe, los Romanones de esta pobrecita patria, han dado a Cataluña la centésima patada, llevando la carne de los presidios que mantienen allá en África a la ciudad de Figueras, la ciudad mas catalana.
Otro golpe, nuestra espalda ha recibido el palo de aquel poder que nos revienta, nos explota y molesta. Como si no hubiera mas tierras en Castilla y en la Mancha (tierras que nadie cultiva por falta de agua y de ganas). ¿Dónde iban a estar los presos más aireados y amplios?
¿Vienen ahora estos políticos a embadurnar una comarca donde no se ve ni un palmo de tierra que no tenga un golpe de azada y donde la tierra es siempre húmeda, dulcemente riscamorada, por el agua de los neveros y el sudor de los que trabajan?
¿No hay en España ninguna provincia, de esas tan miserables, a las cuales un presidio les daría savia nueva? Verían que es mas que inicuo mal enseñar a la gente sana, y darían el presidio a tierras abandonadas, de aquellas que allá en Castilla por desgracia no les faltan.
Eso de llevar un presidio a comarca catalana, es como si dijésemos, que la chica de la casa depositase la basura bajo la cama o en la sala.

Castilla se presenta para los lectores como  una tierra zote y gandul cuya única utilidad es acoger aquello que sea desagradable o peligroso. Idea que por lo visto sigue plenamente vigente hoy en día. Y si antes exigían que las cárceles se situasen aquí, hoy nos obsequian con cementerios nucleares. ¿Todo lo que nadie quiera? A Castilla. Tal parece ser el lema. Es normal que el poeta del ¡Cu-Cut! se indigne: ¿cómo se le puede ocurrir a alguien "poner la basura" en la preciosa Cataluña habiendo tanto sitio en la "miserable" Castilla?

Otro ejemplo de la misma línea victimista  puede observarse en el número 57 del 29 de enero de 1.953. En este caso la excusa para atizar a nuestra tierra es la oposición del periódico madrileño "El Imparcial" al proyecto  de implantación en Barcelona de un puerto franco, esto es, exento de impuestos. Consideraba este diario, con mucha razón, que supondría una ventaja competitiva para el  barcelonés en relación a otros puertos españoles e implicaría perjuicios y agravios comparativos  para las demás regiones del país. 
Efectivamente, la zona neutral es una gran ventaja para Cataluña, y aunque lesione los intereses de Castilla ¡cuántas y cuántas ventajas no disfruta aquella región que tiene la hegemonía del Estado, en detrimento del desarrollo de la nuestra!

¡No nos tendrían que hacer pocas concesiones para hacer las paces con Castilla!
Tras leer esta "amistosa" retahíla el sorprendido lector no puede dejar de preguntarse una cosa: ¿como es posible que la "hegemónica"  Castilla se encontrara en tan miserable y despoblado estado como el que con no poco recochineo se proclamaba en el poema anterior? Si de verdad hubiera disfrutado de "tantas y tantas ventajas" según pretende hacernos creer el articulito, debería ser el colmo de la riqueza y el lujo. Algo falla pues en el eterno sonsonete victimista del nacionalismo periférico. 

El gobierno, encabezado por Sagasta, es representado como una cuadrilla de toreros. En primer término versión lúgubre del escudo de Castilla coronado por una calavera con montera. Todo muy sutil, sí.

Nos equivocaríamos si pensásemos que los ataques a Castilla tienen que ver solo con aspectos políticos y económicos ¡Nada más lejos! Cualquier excusa es buena para que los redactores del ¡Cu-Cut! vomiten su castellanofobia. Incluso un par de inofensivos a la par que apetitosos huevos fritos pueden desatar la caja de los truenos anticastellanos. Vean si no con que desparpajo se desahoga contra nuestra tierra un presunto  marino,   colaborador de la revista. Firma con el seudónimo de "Marguerit" y afirma  haber viajado por medio mundo y comido todo tipo de viandas. Y luego sigue:
Entonces bien, y perdonen las alabanzas a la naturaleza y a la suerte; por cualquier sitio donde he plantado el pie, si ha habido un castellano, es decir un español no catalán, le he conocido enseguida ¿Por qué dirían? Por el primer plato del almuerzo.

El verdadero descendiente del Cid y de Quiñones, vaya donde vaya siempre come lo mismo. 

- ¡Huevos fritos!, y si tiene carpanta, ¡huevos fritos con jamón!

¡El plato de la pereza nacional! 

Lo tengo observado, no en casa, porque no tengo casa, pero sí en casa de  otros: la influencia castellana es dominadora. Se va el marido, el padre, el hermano; deja a las mujeres solas; entonces lo primero que se les ocurre comer son huevos fritos, sistema de gandulería doméstica.

Y eso es puramente castellano: a ningún castellano se le ocurre que para hacer el almuerzo, haya que pasarse tiempo en la cocina haciendo macarrones, arroz, raviolis, etc, etc... No, señores, se han de comer huevos fritos, el plato más gandul de la creación. La tortilla requiere mas trabajo; lo menos que requiere, es batir los huevos, y a los castellanos no les vengan con eso: los huevos fritos con o sin jamón, es un plato más rápido.

Por todo lugar del mundo donde vayan, conocerán enseguida al castellano, no solamente porque habla alto, o mejor dicho, grita para discutir, sino porque en una lengua u otra, demanda huevos fritos como primer plato para comer.

Y veis aquí retratado a un pueblo. El hombre que no tiene más ilusión que un plato hecho deprisa, el que representa menos trabajo y menos arte, que por cualquier lugar se cree que está en una  pensión o un hostal de Madrid, a quince duros, sin vino, que ha de soportar forzosamente a Sagasta y a Silvela, que en materia política no dan más que huevos fritos y aun con aceite, que es la esencia del castellanismo.

En la última Exposición de París, vi un agregado de la embajada de España, que en un restaurante del Campo de Marte, se empeñaba en comer huevos fritos con aceite. El cocinero del restaurante tuvo que salir de la cocina para decirle que allí no se servían porquerías...
¿Como se quedan? Uno no sabe ya si asombrarse más de la inquina contra Castilla que rezuma el autor,  de las estrambóticas hipótesis sociológicas que pergeña, o de sus  más que discutibles  gustos gastronómicos y nutricionales (¿¡preferir la manteca antes que el aceite?!). Permítasenos en cualquier caso, y  en nuestra doble condición de castellanos y fervientes degustadores de sabrosos huevos correctamente fritos en  buen aceite de oliva, sentirnos doblemente injuriados. 

Siendo sinceros, reconocemos que también es muy de nuestro agrado el típicamente catalán "pa amb tomaquet". Pero nunca hubiéramos creído que para frotar medio tomate sobre una rebanada de pan y añadirle un poco de aceite y de sal, fuera necesario pasarse toda una mañana en la cocina y poseer dos licenciaturas... o eso o es que a lo mejor la surrealista y rastrera teoría de ¡Cu-Cut!  simplemente no se sostiene.


jueves, 11 de junio de 2015

Castellanofobia: La Cueva Céltica


Pero el predominio absoluto del elemento étnico europeo y nórdico en la población gallega tenía para Murguía una significación capital: venía a representar para él la superioridad de la raza gallega por encima de todas las demás de la Península.
Vicente Risco. Manuel Murguía


La Cueva Céltica es el nombre que recibió una famosa tertulia coruñesa que se reunía a finales del siglo pasado en la librería de Uxio Carré Aldao. Sus componentes, pioneros del regionalismo gallego, tenían otra cosa en común: una notable celtofilia, atracción irrefrenable por la historia y la cultura de los antiguos celtas, a los que consideraban antepasados directos de los modernos gallegos. Por eso, aunque en un principio el nombre de la tertulia les fue asignado como un sarcasmo, los contertulios no tardaron en  adoptarlo. 

Ciertamente, para cuando la celtomanía llegó a la librería de Carré tenía ya tras de sí una larga trayectoria. En 1.765 el escritor escocés James Macpherson publicó "Los Trabajos de Ossian", una supuesta recopilación de poemas épicos de un bardo del siglo III. En realidad se trataba de un refrito de algunas viejas leyendas gaélicas que Macpherson había reformulado y adaptado al gusto moderno. Pese a que ya desde el primer momento surgieron serias dudas sobre la existencia de Ossian y la autenticidad de sus poemas, lo cierto es que el éxito fue apoteósico. No en vano sintonizaba  con el naciente  movimiento romántico, que se complacía en recrearse en todo lo antiguo, misterioso y sentimental. El arcaico mundo celta, del que en realidad bien poco se sabía, venía como anillo al dedo, pues se prestaba estupendamente a que cada cual rellenara todo lo que se desconocía con su propia imaginación.

Busto dedicado en La Coruña a Manuel Murguía, padre del regionalismo gallego y uno de los principales propagandistas del celtismo en aquella tierra.

El celtismo arraigó pues con fuerza en buena parte de  Europa occidental, y aunque su popularidad ha ido sufriendo altibajos según las modas y los países, y muchos de sus presupuestos han sido desechados por la moderna historiografía, sobrevive en nuestros días, por lo menos en ciertos lugares. Y sigue contando con defensores apasionados. En lo que respecta al asunto que abordamos aquí, creemos que basta con transcribir el siguiente clarificador texto  del reconocido historiador gallego Ramon Villares: 
La consideración de que la población antigua de Galicia y, más concretamente, la que habitaba los castros era de raza celta es una tradición que, después de haber sido hegemónica en la literatura y en la historiografía, sigue viva todavía hoy en la cultura popular. Este arraigo del celtismo tiene su origen en diversas fuentes literarias. En el texto de Rufo F. Avieno se alude a los saefes celtas que habrían desplazado a la pacífica población oestrymnia. Otros autores, como Mela, Estrabón o Plinio, sitúan constantemente a los celtici como ocupantes del noroeste de Iberia. Pero, además de estas referencias literarias, el celtismo consiguió tal fortuna historiográfica debido a que historiadores románticos, y más tarde poetas de inspiración épica como Pondal situaron a los celtas como principal mito fundador de la nacionalidad gallega. El ejemplo más destacado lo proporciona el historiador Manuel Murguía, quien, en su Historia de Galicia (1.865), considera a la raza celta como elemento central en la definición de la nación gallega, convirtiéndose así el celtismo y su dimensión racial aria en una fundamentación mítica antes que histórica de la identidad política de Galicia. Pero si este recurso al celtismo es legítimo y coherente en la obra de Murguía y en el contexto romántico en que aparece, no puede sostenerse en la actualidad esta exclusividad céltica de la población de los castros. De hecho, los testimonios arqueológicos e incluso lingüísticos de la presencia celta en Galicia son bastante débiles.  
Acerquémonos un poco más a la figura de los dos autores citados,  los más famosos integrantes de nuestra tertulia: el historiador Manuel Martínez Murguía (1.833-1.923) y el poeta Eduardo González-Pondal (1.835-1.917). 

Para el primero, personaje básico en el desarrollo del galleguismo, y marido de la famosa poetisa Rosalía de Castro,  no existe la menor duda de que Galicia es un pueblo de rancio abolengo celta:
El día en que las tribus célticas pusieron el pie en Galicia y se apoderaron del extenso territorio que componía la provincia gallega, a la cual dieron nombre, lengua, religión, costumbres, en una palabra, vida entera, ese día concluyó el poder de los hombres inferiores en nuestro país. Fuesen o no, fineses o gente más humilde todavía, de color amarillo, lengua monosilábica y vida intelectual rudimentaria, tuvieron que apartarse y desaparecer. (...) El celta es nuestro único, nuestro verdadero antepasado.
Pero lo malo no es que Murguía se empeñe en vincular galleguidad y celticidad. El problema es que utilice esa presunta celticidad como argumento racista para certificar la superioridad de un pueblo, el suyo, sobre los demás.  Veamos algunos ejemplos:
[El pueblo gallego] por el lenguaje, por la religión, por el arte por la raza está ligado estrechamente a la gran familia ariana. 
Así, no se podrá decir nunca que el estado primero en las razas inferiores es igual al de las superiores. Viven las primeras en un estado primitivo permanente, mientras las últimas apenas le conocen cuando ya se han desprendido de sus cadenas. Hay más.  El ario en sus comienzos es superior al negro en todo el esplendor de su civilización posible.
Y es que esta raza [la gallega], que por una serie de circunstancias forma en España el pueblo sensato y pacífico por excelencia, digno por su misma sensatez de mejor suerte, está destinado a servir, con su cordura y pacíficos instintos, de contrapeso a las exageraciones y locuras de otros pueblos y otras razas revueltas y levantiscas, que llenas de la sangre semita que circula por sus venas, parece que viven en la civilización a despecho suyo, y que solo ansían volver a sus desiertos, a la soledad de sus tiendas y a la vida de la tribu, que es la única que les cuadra, comprenden y practican.
Dejamos al lector la fácil tarea de identificar a esos incivilizados semitas ibéricos que solo sirven para vivir en tiendas de campaña con su tribu.  Llega Murguía a veces a extremos surrealistas en sus teorías raciales, como cuando proclama ser capaz de discernir el origen étnico de los campesinos simplemente mirándoles el rostro:
Una continuada serie de observaciones, nuestra residencia en Santiago, a cuyos mercados concurren campesinos de diversas comarcas, nos han dado la certidumbre de que en el país gallego pueden marcarse con toda certeza las localidades que colonizaron los romanos, con solo atender a los caracteres físicos de sus habitantes.
Semejante afirmación provocó la lógica rechifla del historiador gaditano Antonio Sánchez Moguel (1.847-1.913). Pero D. Manuel no reculó un ápice y  continuó en la misma lamentable línea. He aquí parte de su respuesta:
Un pueblo numeroso y superior, -por ser por entero céltico, (...) por ser más germanizado (aunque parezca a algunos absurdo), y por no haberse contaminado con la sangre semita, que tanto domina en las comarcas que ama y ensalza nuestro adversario, porque son suyas.   
Cambiamos ahora de tertuliano. Eduardo Pondal  nació en Ponteceso (La Coruña) en el seno de una rica familia que había hecho fortuna en América. Estudió medicina, y aunque llego a  ejercer durante algún tiempo como médico de la Armada, pronto abandonó la profesión para centrarse en la poesía. Es autor del poema "Os Pinos" que sería adoptado posteriormente como letra del himno de Galicia.

Eduardo Pondal. Según la fotografía mucho aspecto nórdico no puede decirse que tuviera, no.

Pondal asumió gustoso el celtismo de Murguía, que terminaría representando un importante papel en su obra, hasta el punto de interiorizar el papel de "bardo de la nación gallega", a semejanza de aquellos poetas ambulantes de la Europa antigua. Ciertos aspectos de su épica poesía resultaron sin embargo bastante polémicos.  Y en lo que nos afecta, alguna de sus composiciones solo puede ser considerada como radicalmente castellanófoba, alcanzando unos extraordinarios niveles de virulencia contra nuestro pueblo. Aquí  trascribiremos, sin añadir demasiado comentario puesto que creemos que hablan por si mismos, fragmentos del poema significativamente denominado "Da Raza". Como fácilmente se puede constatar, el criterio con el  que Pondal ubica a los diferentes pueblos en uno u otro lado de la raya entre Castilla y Galicia carece del más mínimo rigor histórico. Juzguen ustedes mismos:
Nosotros somos alanos
y celtas y suevos,
mas no castellanos,
nosotros somos gallegos.
Seréis íberos, seréis del demonio.
Nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos.
Si son castellanos
si son de los íberos,
si son de los árabes
y moros, y eso
de su prosapia
los tiene contentos:
que sean quienes quieran
y  los lleven los demonios.
Nosotros somos del norte,
nosotros somos de los suevos,
nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos.
Podrán los cultos hijos
del suelo polvoriento y yermo,
alabar el ingenio
del hidalgo manchego.
Podrán alabar del manco
el estilo duro y seco,
como los frutos del espino,
de su lugar materno.
Nosotros somos de Camoens
los incultos gallegos.
Nosotros somos del Océano,
nosotros somos de los suevos,
nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos. (..)
Si acaso presumen
de sus tierras duras
de sus duras estepas
de suelo polvoriento;
si beben la leche,
y comen los quesos
de cabra y camello:
que les aproveche,
que los lleven los demonios; (...)
Vosotros sois de los cíngaros,
de los rudos íberos,
de los vagos gitanos,
de la gente del infierno;
de los godos, de los moros
y árabes; que aún 
os lleven los demonios.
Nosotros somos de los galos,
nosotros somos de los suevos,
nosotros somos de los francos,
romanos y griegos.
Nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos.

sábado, 16 de mayo de 2015

¡Pocas Bromas con el Arancel Catalanista!


Estos señores quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduana, que se debe hacer a su gusto. Los catalanes piden que todo español que haga uso de telas de algodón pague cuatro francos al año, por el solo hecho de existir Cataluña. Es preciso que el español de Granada, de La Coruña o de Málaga no compre los productos británicos de algodón, que son excelentes y que cuestan un franco la unidad, por ejemplo, pero que utilice los productos de algodón de Cataluña, muy inferiores, y que cuestan tres francos la unidad. Con esta excepción, estas gentes son de fondo republicano y grandes admiradores del Contrato Social de Jean-Jacques Rousseau. Dicen amar lo que es útil a todos y odiar la injusticia que beneficia a unos pocos, es decir, detestan los privilegios de la aristocracia que no tienen, pero quieren seguir disfrutando de los privilegios comerciales, que su turbulencia extrajo hace tiempo a la monarquía absoluta. Los catalanes son liberales como el poeta Alfieri, que era conde y detestaba a los reyes, pero consideraba sagrados los privilegios de la nobleza.
Stendhal. Memorias de un Turista.


Repasábamos en una entrada anterior la existencia a lo largo de la mayor parte de nuestra historia moderna de una política económica de corte proteccionista. Tal política fue descrita por Ángel Puertas, al que  aquí seguiremos, en "Cataluña Vista por un Madrileño" con estas palabras:
A los industriales, artesanos y obreros catalanes se les encogía el estómago ante la posibilidad de que se firmase un tratado de comercio con otra potencia que redujera los aranceles. Durante todo el siglo XIX el gobierno aplicó casi siempre una política prohibicionista (prohibición de importar manufacturas) o proteccionista (elevados aranceles a la importación). Los perjudicados con la política gubernamental eran los sectores agrícolas de exportación (que se encontraban, a la recíproca, con altos aranceles en los países extranjeros) y los consumidores (que pagaban caras manufacturas nacionales). 
¿Cómo pudieron mantenerse durante tanto tiempo semejantes medidas injustas e ineficientes? El mismo Ángel Puertas nos da una pista:
En realidad la industria fue hiperprotegida por el Estado ante la competencia extranjera; tantos mimos hundieron la confianza de los industriales catalanes en sus posibilidades de competir por sí mismos en el mercado español. El simple anuncio de retirada momentánea del pecho materno provocaba el llanto desgarrador. 
Efectivamente. Solo el rumor (luego no confirmado) de que se iba a llevar a cabo un tratado de comercio con Gran Bretaña, provocó altercados y revueltas en Barcelona. Fue entonces, el 3 de diciembre de 1.942 cuando se produjo el famoso bombardeo de la ciudad por orden del general Espartero, hecho frecuentemente recordado desde su habitual tono victimista por los historiadores catalanistas. Hay que decir que poco después el mismo general ordenó otro tanto en Sevilla, solo que en el caso de la ciudad andaluza el bombardeo no duró un solo día sino diez, a pesar de lo cual apenas se recuerda en la actualidad. 

El periodista Mañé y Flaquer (1.823-1.901). Influyente director del Diario de Barcelona,  liberal y moderado... excepto en lo que concernía a defender la protección de la industria catalana.

Cualquier intento de introducir medidas librecambistas se traducía en manifestaciones, huelgas, campañas en Madrid, peticiones a la Corona, y llegado el caso y como hemos visto,  hasta se levantaban barricadas en las calles barcelonesas. Se comprenderá pues que para los débiles e inestables gobiernos de la época, seguir una política arancelaria más racional era generalmente una patata demasiado caliente como para abordarla.

La lucha por el arancel actuó asimismo como unificador de todos los grupos sociales y fuerzas políticas catalanas. Industriales, obreros, políticos, periodistas, todos juntos defendiendo con uñas y dientes los intereses de las fábricas locales contra la "incomprensión exterior". Sirvió asimismo como banderín de enganche del incipiente regionalismo catalán, luego convertido en nacionalismo.  Veamos algunos ejemplos de como presentaba la prensa catalana el debate.

Cuando en 1.882 se firmó un tratado de comercio hispano-francés que en realidad solo estaría ocho años en vigor, Joan Mañé y Flaqué, liberal moderado  y director del Diario de Barcelona, escribía algo tan exaltado como lo siguiente:
El puñal que han clavado en el pecho de Cataluña clavado queda y de la herida sigue manando sangre, y esa sangre enrojecerá el Ebro trazando una línea divisoria entre Cataluña y el resto de España.
Y, naturalmente, los panfletos y pasquines callejeros no le iban  a la zaga:
Cuando un pueblo se siente vejado y escarmentado, escarnecido, es cuando volviendo a su dignidad pisoteada, debe probar su virilidad. No hay que forjarse ilusiones. Madrid, ese vampiro que vive de chupar nuestra sangre, se ríe de nuestras quejas y se goza en exacerbar nuestros males. Está decidido que los catalanes seamos los siervos de la gleba condenados a sostener la holganza y el despilfarro cortesanos. [...] Si llevando al colmo la saña contra Cataluña hay tratado de comercio francés-hispano y no se modifican las tarifas ni se rebaja la contribución de consumos, nuestros representantes en Cortes tienen un gran deber que cumplir.
Demagogia, victimismo, culpabilización de Madrid, amenazas ... con el objetivo claro de mantener una situación de privilegio para los industriales catalanes. Y al final se salen con la suya. El tratado con Francia termina en 1.890 y después se suceden las medidas proteccionistas. Pero hay que estar siempre alerta. Quince años después, miembros del gobierno visitan la capital francesa, donde se espera sean calurosamente recibidos. Eso basta para poner la mosca tras la oreja al semanario nacionalista ¡Cu-Cut! :
Los políticos de Madrid están haciendo la maleta para emprender un viaje más allá de la frontera. Si fuese para no volver más, les diríamos: ¡Buenviento! y hasta les iríamos a despedir y todo para convencernos de que era verdad tanta belleza. Pero no es así. Los expedicionarios cogerán billete de ida y vuelta. Y lo más sensible con todo serlo mucho no será que vuelvan, sino que vuelvan con el compromiso de pagar una determinada compensación por la buena recepción que allí les harán  con tablas de equivalencia a un pase para poder entrar al concierto de las naciones, aunque sea para ocupar un lugar en el gallinero.

Si esta compensación consiste en conceder un par de toisones y una gran cruz de San Crispiniano, todo esto nos tendría sin cuidado y hasta nos congratularíamos de que al ramo de la quincalleria nacional  se le abriesen tan gratuitamente las puertas de la exportación, pero no es eso, ni puede serlo, toda vez que los franceses no son tan ilusos para poner en marcha el grifo de los entusiasmos de todo París de Francia por cuatro bonitos de feria.

Más claro: corre el rumor, y hay que tener en cuenta que en este país las malas noticias siempre se confirman, de que los entusiasmos que el aludido viaje motive allá, se pagarán, no a tres pesetas por cabeza, que es la tarifa implantada en Barcelona desde abril del año pasado, sino con un tratado de comercio con la república vecina, que supondría el derrumbe de nuestra industria, precio, que por otra parte, a los políticos de Madrid no les ha de parecer tan exagerado si se considera que de industria España casi no tiene más que la catalana, circunstancia que les viene como anillo al dedo, toda vez que con el mismo tiro podrán matar otro pájaro y alcanzar su deseada empresa de empobrecer y atar de manos el genio productor de nuestra tierra.

Por ahora, baste este toque de atención para que todo el mundo se ponga en guardia y permanezca atento a lo que pueda suceder.
El general catalán Juan Prim y Prats (1.814-1.870). Fue también ministro, presidente del gobierno y acérimo defensor del proteccionismo. Se dice que tras una discusión abrió la cabeza de un sablazo a un librecambista.

Por supuesto, embebidos en su victimismo no se dan cuenta, o fingen no dársela, de que lo excepcional, lo sonrojante, lo injusto, y lo ruinoso no es que se planteara la posibilidad de reducir la protección de la industria catalana, sino que dicha protección existiera para beneficio suyo y perjuicio del resto. Castilla, región agrícola por excelencia, estaba entre las perjudicadas. Pero ya para entonces se había extendido la moda de culparla de todos los males. Y si hemos visto con que rabia los catalanes la acusaban de procurar el librecambismo, el incipiente nacionalismo gallego la vilipendiaba... ¡por mantener el proteccionismo! Ver para creer. Así lo proclamaba Antón Vilar Ponte (1.881- 1.936) el 14 de noviembre de 1.916 en el periódico galleguista "A Nosa Terra":
La redención de Galicia está en estas dos cosas: en el fomento cariñoso de la lengua y en el estudio de nuestros problemas económicos que no tendrán nunca, porque no pueden tenerla, solución en el actual régimen político español. Porque Galicia es librecambista por naturaleza y el arancel protector del feudalismo de Castilla será siempre el obstáculo que nos impida ponernos en las condiciones de riqueza que tienen otros pueblos de Europa semejantes al nuestro. 
¿Sorprendente? Lo que le pasa a Castilla en el fondo no es más que lo que ocurre siempre cuando a alguien le identifican con el payaso de las bofetadas. Que le caen andanadas a diestro y siniestro, por todos lados,  por proteccionista y por librecambista, por una cosa y por la contraria.

Pero volvamos a Cataluña. Sus representantes políticos en Madrid solían tomarse con la mayor seriedad los intereses de sus paisanos industriales, tradición que se ha mantenido hasta hoy, y que también ayuda a explicar en buena medida la continuidad  del proteccionismo. Ya estudiamos con anterioridad la figura de Víctor Balaguer.  Y por supuesto no es el único caso.  El poderoso general Prim, que llegaría a ser diputado, ministro y presidente, se expresaba así  ya en 1.841: 
Lleno de la mayor indignación y sentimiento debo deciros que han sido estériles mis desvelos porque así lo quiso el Gobierno y porque le importa poco que se arruinen nuestras fábricas, perezca nuestra industria y se vea Cataluña por consiguiente sumida en la miseria. Porque entonces son indispensables conmociones y tendrán ocasión de cebarse otra vez contra nosotros
Según José Coroleu, su indignación y franqueza le hicieron trabar de palabras con un librecambista con el cual se desafió partiéndole la cabeza de un sablazo. Sí, definitivamente, ¡pocas bromas con el arancel!



sábado, 18 de abril de 2015

Castellanofobia: Castellanos de Castilla


Tan triste como la noche,
harto de dolor el pecho,
pídole a Dios que me mate
porque ya vivir no quiero.

Pero en tanto no me mata,
castellanos que aborrezco,
he, para vergüenza vuestra,
he de cantaros gimiendo:

Castellanos de Castilla,
tratad bien a los gallegos;
cuando van, van como rosas;
cuando vuelven como negros.
Rosalía de Castro. Castellanos de Castilla. Cantares Gallegos.


La entrada de hoy está dedicada a Rosalía de Castro, la gran poetisa gallega a la que admiramos y  cuyo valor literario nos parece fuera de toda duda. Quizá por ello nos resulte aun más dolorosa la parte de su obra en la que se deja arrastrar por el anticastellanismo.

Rosalía de Castro (1.837-1.885). Su marido fue el historiador Manuel Murguía, padre del regionalismo gallego.

Ya hemos abordado el famosísimo Los Cuatro Palos de Sangre, de Víctor Balaguer, punto de inflexión del sentimiento castellanófobo en Cataluña, y de como sus ecos resonaron ampliamente en toda España. Especialmente en aquellos territorios con idioma propio, que a la sazón estaban iniciando un proceso de revalorización literaria del mismo. La influencia de la composición de Balaguer puede apreciarse  incluso en el título del siguiente acre poema de Rosalía de Castro, perteneciente al libro Cantares Gallegos. Del catalán ¡Ay Castilla Castellana! al galaico Castellana de Castilla, en el que un supuesto y bondadoso pretendiente gallego es rechazado por una malvada y soberbia moza castellana:
Castellana de Castilla,
tan bonita y tan hidalga,
mas a quien para ser fiera
la procedencia le basta (...)
en paz señora, ya os dejo
con vuestra soberbia gracia,
y a Galicia hermosa vuelvo
donde reunido me aguarda
lo que no tenéis, señora,
lo que en Castilla no hallara:
campitos de lindas rosas,
y fuentes de frescas aguas,
sombra a orilla de los ríos,
sol en alegres montañas...
Pero es sobre todo en Castellanos de Castilla en donde se desboca la animadversión de la poetisa hacia nuestra tierra. He aquí algunos fragmentos:
Castellanos de Castilla,
tratad bien a los gallegos;
cuando van, van como rosas;
cuando vuelven, como negros
A Castilla fue a por pan
y jaramagos le dieron,
diéronle hiel por bebida,
penitas por alimento.

Diéronle, en fin, cuanto amargo
tiene la vida en su seno...
¡Castellanos, castellanos,
tenéis corazón de hierro!

Murió aquel a quien quería
y para mí no hay consuelo;
solo hay para mí, Castilla,
la mala ley que te tengo.

Permita Dios, castellanos,
castellanos que aborrezco,
que antes los gallegos mueran
que ir a pediros sustento.

Tan mal corazón tenéis,
secos hijos del desierto,
que si amargo pan os ganan
lo dais envuelto en veneno.

Van pobres y vuelven pobres,
van sanos, vuelven enfermos,
que aunque ellos son como rosas,
los maltratáis como negros.

¡Castellanos de Castilla,
tenéis corazón de acero, 
como peña el alma dura
y sin entrañas el pecho!

En tronos de paja erguidos,
sin fundamento, soberbios,
aún pensáis que nuestros hijos
para serviros nacieron.

Y nunca tan torpe idea,
tan criminal pensamiento,
cupo en cabezas más fatuas
ni en más fatuos sentimientos.

Que Castilla y castellanos,
todos en montón revueltos,
no valen lo que una brizna
de nuestros campos tan frescos.

Solo ponzoñosas charcas
sobre el ardoroso suelo
tienes, Castilla, que mojen
esos tus labios sedientos.

Ni árboles que te den sombra,
ni sombra que preste aliento...
Llanura y siempre llanura,
desierto y siempre desierto...

Eso te tocó, cuitada,
por herencia de universo,
¡miserable fanfarrona!...
triste herencia fue por cierto.

En verdad que no hay, Castilla,
nada como tú tan feo,
que mejor aun que Castilla
valiera decir infierno.
Terribles imprecaciones que marcan un antes y un después en el desarrollo de sentimiento anticastellano en Galicia. Justo Beramendi, catedrático de Historia en la la Universidad de Santiago de Compostela y Presidente de la Junta Rectora del Museo do Pobo Galego indica el cambio a que dan lugar: 
Ahora la valoración de la galleguidad alcanza una cota que exige que Castilla sea suma de todos los defectos, maldades y fealdades, desde el carácter de sus moradores hasta el paisaje.
Sobra decir que tal enfoque es falaz y radicalmente injusto. El también catedrático de la citada Universidad Xosé Ramón Barreiro lo expresa perfectamente:
Tal acumulación de dicterios revelan algo más que compasión por los segadores gallegos, revelan una rabia personal que nunca es compatible, ni en un corazón tan generoso como el de Rosalía, con la Justicia. 
Y es que algunos han querido ver la castellanofobia de Rosalía de Castro como una reacción a las duras condiciones que soportaban los jornaleros gallegos que venían a trabajar a Castilla durante la recogida de la mies. Se trataría no de una dicotomía entre naciones, sino de una contraposición entre humildes y ricos, vasallos y señores. No estamos muy de acuerdo. En realidad, en el siglo XIX resultaba evidente para cualquiera  que en la mayor parte de Castilla no se vivía mucho mejor que en Galicia. 

La razón por la que se contrataban jornaleros foráneos (no solo gallegos) era  que en las amplias zonas dedicadas  al monocultivo del cereal, la época de mayor actividad, la siega, se concentraba en unas pocas semanas. Y afectaba a todas las explotaciones al mismo tiempo, con lo que la mano de obra local simplemente no alcanzaba. Presentar al campesinado castellano de la meseta norte, en su mayor parte compuesto de pequeños y medianos propietarios, como todopoderosos terratenientes sin escrúpulos es alejarse mucho de la realidad. 

La Siega, de Vela Zanetti. Sin duda, una de las labores tradicionales más penosas del campesino. Algunos hemos llegado a vivirla (y padecerla).

Respecto a las condiciones laborales de los segadores, la obras historiográficas más serias desmienten muchos tópicos victimistas. Cedemos otra vez la palabra a Xosé Ramón Barreiro. La cita es extensa, pero consideramos que merece la pena para aclarar el asunto: 
Los segadores, gallegos, parameses o murcianos estaban organizados en cuadrillas lideradas por el mayoral (o segador de mayor prestigio y autoridad) y de las que formaban parte los segadores de primera (llamados "hoces"), los de segunda ("medias hoces"), los "atadores" que hacían las gavillas y los ayudantes, muchachos de 15 o 16 años. Por consiguiente, el colectivo estaba internamente estratificado en categorías que repercutían en los salarios percibidos, mejor dicho en la distribución interna de los salarios porque el propietario pagaba a la cuadrilla una cantidad fija, previamente acordada, y que luego la cuadrilla repartía de acuerdo con las categorías ya citadas. Esto significa que el segador gallego no trataba individualmente con los propietarios, sino siempre en cuadrilla, pudiendo de esta manera hacer frente a los propietarios con mayores garantías y con una mayor presión.

La valoración del trabajo se hacía por fanegas a segar, es decir, el trabajo estaba perfectamente objetivado, bien marcada la tarifa a realizar y fijados los pagos por la tradición, por lo que se fijara el año anterior con las modulaciones requeridas por el aumento del coste de la vida y por el valor del trigo en el mercado. No había, pues, sorpresa ya que todos partían de valores contrastados: el del trabajo a realizar y el del pago a satisfacer.

No se firmaba ningún papel, como se hacían antes las cosas. Para evitar algunos conflictos que se dieron, por errónea interpretación de las obligaciones asumidas por ambas partes, se impuso la costumbre de llegar al acuerdo verbal entre el propietario y el mayoral ante el alcalde o pedáneo del lugar que, de esta manera, actuaban como árbitros y hombres buenos en caso de conflicto. Y ya más recientemente ante los sindicatos.

Estas cautelas ponen de manifiesto que no estamos ante una situación de explotación semiesclavista, como parece deducirse de la propia composición de Rosalía de Castro y de cierta literatura costumbrista. 
Por supuesto, la siega no deja de ser un trabajo duro. Los que hemos participado en él, incluso ya muy avanzado el siglo XX, podemos dar fe de ello. Se trata de una labor ardua, bajo las altas temperaturas estivales y con larguísimas jornadas de sol a sol, en las cuales frecuentemente se dormía en el mismo campo para ganar tiempo. Son condiciones extremas que el campesino castellano ha venido soportando hasta ayer, como quien dice. Debe realizarse además a la mayor rapidez, puesto que el cereal no puede recogerse antes de que esté en su punto, y después cualquier tormenta o granizada intempestiva daría al traste con la cosecha. Pero por otra parte, los segadores gallegos  también preferían este ritmo de trabajo, pues al ser temporeros y cobrar por tarea hecha, cuanto antes la terminaran antes podían volver a su tierra y seguir con sus quehaceres habituales. 

Lógicamente,  no tiene nada de extraño que en torno a un fenómeno que se repetía a lo largo del tiempo e implicaba a muchas personas de uno y otro colectivo, en algún momento pudieran surgir desconfianzas y resquemores. Tal parece desprenderse de alguna irónica coplilla popular gallega de la época, como la que aquí reproducimos:
Castellanos de Castilla,
vais a tener que rabiar:
los gallegos  hacen los hijos
y vosotros los tenéis que criar
Pero no hay que pensar que dicha poesía popular mostrara únicamente ánimo anticastellano, pues semejantes rimas pueden encontrarse dedicadas a Andalucía, otro de  los destinos habituales de los trabajadores gallegos, o a los empresarios catalanes que se establecían en las villas costeras de Galicia:
Catalán de Cataluña,
barbas de conejo manso,
¿por qué no das al gallego
una hora de descanso?
En cualquier caso, precisamente la constatación de que muchos segadores gallegos siguieran acudiendo puntualmente cada verano, generación tras generación, a los campos trigueros de la meseta implica que los beneficios para ambas partes tuvieron que estar muy por encima de los problemas puntuales. Como bien dice Barreiro: 
El hecho de que la experiencia de los segadores durara más de tres siglos es indicativo de la mutua tolerancia que debió presidir las relaciones sociales. 

martes, 24 de marzo de 2015

El Pacto de Santoña


Nunca me gustó la palabra traición porque es una de las más militaristas del diccionario y cuando la empleamos los civiles lo solemos hacer con ligereza, aludiendo a menudo simplemente al que ha cambiado de opinión o de hábitos, como si el inmovilismo fuese una virtud. Pero hay que reconocer que la palabra traición, la más usada por los combatientes republicanos para referirse a los gudaris que con ellos compartieron bando en la guerra civil, corresponde exactamente a la primera definición que otorga al término la Real Academia Española: Delito que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.
Xuan Cándano. El Pacto de Santoña. 27/3/2006, Bilbao


Vimos en una entrada anterior las dudas y tribulaciones del Partido Nacionalista Vasco al iniciarse  la Guerra Civil sobre a que bando debía apoyar.  Y como con la aprobación del Estatuto de Autonomía en octubre de 1.936 la situación dio un giro. El P.N.V. empezó a implicarse en serio con la causa de la República y su milicia a combatir con empeño a las tropas franquistas. Pese a ello, no dejaron de mantenerse algunos contactos con los sublevados a través del Vaticano y la Italia fascista.

En junio de 1.937 caía Bilbao en poder de los rebeldes y mientras el grueso del ejército republicano en Euskadi se retiraba hacia Santander, algunos batallones de nacionalistas vascos (gudaris) protegían las grandes instalaciones industriales. Llegaron a enfrentarse con las armas en la mano a las unidades izquierdistas que pretendían destruirlas para evitar que el enemigo pudiese servirse de ellas. Así, tras la entrada de los "nacionales" en la villa, recibieron casi intactas las fábricas y consiguieron volver a ponerlas rápidamente en funcionamiento. A la larga, la producción de estas resultaría decisiva para el sostenimiento del esfuerzo de guerra de los sublevados. 

El general  Mario Roatta, interlocutor del P.N.V. en una reunión secreta celebrada en Biarritz.  Participaría luego en la Segunda Guerra Mundial, tras la cual sería condenado a cadena perpetua por crímenes de guerra.

Perdida la capital de Vizcaya, y sin que se intentase seriamente la resistencia en ningún otro punto de ella, el denominado Ejército Vasco (Euzko Gudarostea) fue asentándose en la provincia de Santander. Se pretendía crear allí nuevas líneas de defensa que salvaran el resto de la franja de territorio norteña que aun quedaba en poder republicano.

Sin embargo, la escasa motivación de las tropas abertzales para seguir combatiendo resultaba evidente. Ya el presidente Manuel Azaña lo había anticipado en marzo con asombrosa exactitud.
Madrid no se defendió en el campo, y empezó a defenderse cuando el enemigo entró en los arrabales. En Bilbao será al revés. Cuando esté vencida la defensa en el campo, la villa no resistirá. Y temo aún otra cosa: caído Bilbao es verosímil que los nacionalistas arrojen las armas, cuando no se pasen al enemigo. Los nacionalistas no se baten por la causa de la República ni por la causa de España, a la que aborrecen, sino por su autonomía y semiindependencia. Con esta moral es de pensar que, al caer Bilbao, perdido el territorio y desvanecido el gobierno autónomo, los combatientes crean o digan que su misión y sus motivos de guerra han terminado. Conclusión a la que la desmoralización de la derrota prestará un poder de contagio muy temible. Y los trabajos que no dejará de hacer el enemigo. Y la resistencia, cuando no sea oposición, a que el caserío, las fábricas y otros bienes de Bilbao y su zona padezcan o sean destruidos. 
Efectivamente, se intensifican a partir de entonces las negociaciones entre el P.N.V. y el gobierno italiano. No hay que olvidar que Mussolini había desplazado a España  un importante cuerpo expedicionario y que buena parte  del mismo combatía  en el frente del norte. El sacerdote vasco Alberto Onaindía actuaba como mediador. 

En realidad, ya antes de la caída de Bilbao las autoridades republicanas eran conscientes de la existencia de contactos, al interceptar un telegrama que el cardenal Pacelli, futuro Pio XII, enviaba al lehendakari Jose Antonio Aguirre. En él le  comunicaba las condiciones que Franco y Mola proponían para la rendición. Probablemente para evitar el desastroso impacto moral que dicho telegrama acarrearía, se optó por no hacerlo público.

El 25 de junio se produce una reunión cerca de Algorta a espaldas de las autoridades españolas. La delegación italiana está encabezada por el  coronel De Carlo.  La vasca por el dirigente peneuvista Juan Ajuriaguerra, que hace incapié en que la rendición se produzca de forma disimulada.  Para ello proponen una ofensiva italiana sobre Reinosa y el Puerto del Escudo, de forma que parezca que los batallones vascos han sido copados.

El 14 de agosto las tropas transalpinas empiezan a atacar por donde les habían sugerido. Tres días después se alcanza el acuerdo mediante una reunión celebrada en Biarritz entre De Carlo, su superior, el general Mario Roatta, y Ajuriaguerra, con la mediación habitual del padre Onaindía. Los combatientes vascos tendrán la consideración de prisioneros de los italianos, mientras que a los dirigentes  políticos y militares se les daría vía libre para huir a Francia por mar  entre los días 21 y 24, desde el puerto de Santoña. Convinieron igualmente  que el Ejército Vasco informaría de la situación exacta de cada una de sus unidades.

El 19 comienza la sedición. Los batallones nacionalistas Padura, Munguía, Arana Goiri, y Lenago II, destacados en el suroeste de la provincia de Santander, desobedecen las órdenes del mando y se dirigen a pie y en camiones hasta la zona occidental. Una vez reunidas allí todas sus tropas, el Euzko Gudarostea proclama el abandono del bando republicano. Se hacen con el control del territorio entre Laredo y Santoña deteniendo y desarmando a los escasos efectivos leales allí presentes. Y aprovechan para proclamar la República Vasca. Arrían las banderas tricolores de los ayuntamientos e izan en su lugar ikurriñas. Se dio así el hecho curiosísimo de que  la primera, y hasta el momento única república vasca independiente que ha existido tuviera lugar... en Castilla la Vieja.

El 24 oficiales fascistas y nacionalistas vascos firman un documento según el cual los gudaris procederían a la entrega de armas el día siguiente en Guriezo. Sin embargo el 25 los vascos no hacen acto de presencia, así que la división "Flechas Negras" se adentra en Laredo, sin encontrar resistencia. Posteriormente  hará lo mismo en Santoña, poniendo  fin de este modo a  la  "República Vasca de Santander".  

A partir de ese momento la confusión es total. Los peneuvistas, al no poder reunir los barcos con suficiente rapidez, han desaprovechado el plazo concedido por los negociadores italianos para que parte de sus hombres escaparan por vía marítima.  Para el 27, cuando por fin han empezado a embarcar, comienzan a hacerse con el control de la situación  oficiales españoles, que obviamente, no habían suscrito el pacto.  Imponiéndose a sus homólogos transalpinos, les hacen desembarcar. Franco zanja  la cuestión. No quiere ni oír hablar de lo que en su día prometió Roatta a los gudaris: ni se permitirá huir a los dirigentes,  ni pasarán a depender de los italianos.

Antiguo ayuntamiento de Laredo (Cantabria). Durante algunos días formó parte del surrealista estado vasco independiente que proclamaron  en la zona los soldados del P.N.V.

El impacto sobre el desarrollo de la guerra de esta sorpresiva rendición  fue enorme. El ejército republicano del norte, además de perder sin combatir un porcentaje importante de sus efectivos, y ver desarbolada la defensa, recibía un terrible golpe moral. El objetivo que se había trazado el mando republicano, aferrarse al terreno hasta la llegada del invierno que en unas provincias esencialmente montañosas impediría continuar la ofensiva del ejército "nacional", se antojaba ya claramente inviable. El presidente de la diputación de Santander, el socialista Juan Ruiz Olazarán reconocía que:
Con el abandono de las defensas encomendadas a los batallones vascos en territorios montañeses, que si hubiesen cumplido como era su deber, sin duda el avance italiano primero y falangista después, se hubiese retrasado el tiempo necesario y posible para dar tiempo a Santander a reorganizar su evacuación a Asturias, evitando ciertamente el desorden causado por las tropas montañesas, cierto, pero en mayor grado la deserción vasca, controlada, orientada y aconsejada por las autoridades vascas.
Efectivamente, pese a la tenaz resistencia que opusieron los republicanos asturianos, dos meses después toda la cornisa cantábrica había sido ocupada por los sublevados.

Sobre el Pacto de Santoña cayó durante mucho tiempo un espeso manto de silencio. De hecho, sigue siendo uno de los episodios más desconocidos de la Guerra Civil Española. La razón de que  haya sido tratado con tal discreción es evidente: a ninguna de las partes implicadas le convenía que trascendiera demasiado.

Al bando franquista porque demostraba la gran importancia que había tenido la ayuda italiana recibida, y la autonomía con la que sus militares se habían desenvuelto. Hasta el punto de permitirse el lujo de establecer negociaciones con el enemigo por su cuenta y riesgo.

Al gobierno republicano y los partidos que le apoyaron porque la defección del Ejército Vasco en plena guerra les suponía un  varapalo en su estrategia de reivindicación internacional. No en vano, habían utilizado frecuentemente  la alianza con el P.N.V. (partido conservador y profundamente católico) para desmentir  las acusaciones de anticlericalismo y sectarismo.

Y a los nacionalistas vascos porque, naturalmente,  les dejaba en muy mal lugar ante sus hasta ese momento compañeros socialistas, comunistas y republicanos. Con el agravante de que tras la segunda guerra mundial y el triunfo de los regímenes democráticos, su rendición por separado a los fascistas italianos sonaría especialmente antipática para las opiniones publicas de los países occidentales. 

Convenía pues a todos echar tierra sobre este controvertido y espinoso asunto.   

domingo, 22 de febrero de 2015

Castellanofobia: Josep Fontana


Sé que algunas cosas que he escrito irritarán. Pero editar el libro solo en catalán ayudará a que lo lean menos.
Josep Fontana. El Periódico de Cataluña 22/10/2014

Josep Fontana i Lazaro  es uno de los  historiadores más influyentes de la actualidad. Nacido en Barcelona en 1.931, fue discípulo de Jaume Vicens Vives y de Ferran Soldevila, quizás el máximo exponente de la historiografía catalanista. Miembro durante muchos años del comunista PSUC, lo abandonó en los años 80.  En 2.013 participó como ponente en el polémico congreso "España Contra Cataluña",  conocido también como el "Simposio del Odio". 

No parece haber perdido por ello crédito en el resto de España, y continúa asomándose habitualmente a periódicos, tertulias y programas radiofónicos de ámbito estatal. Por eso llama la atención y hasta espanta que alguien de su supuesto prestigio intelectual  dentro y fuera de Cataluña se despache con Castilla y  los castellanos en los términos que vamos a ver.  Comentaremos una entrevista publicada por El Periódico de Cataluña el miércoles 22 de octubre de 2.014, con motivo de la presentación del último libro de Fontana, "La Formació d'una Identitat". He aquí un fragmento:
Refiriéndose a la segunda guerra carlista Vd. dice que "Madrid no entiende nada".
- La sociedad castellana en la baja edad media tiene un problema considerable, el de las tres religiones. En lugar de tolerancia, un problema. Nosostros no nos libramos, pero no marca tanto nuestra cultura. La palabra raza es una palabra de origen castellano en cualquier lengua del mundo. Raza era un defecto en un tejido. Y se transmite ese significado a la raza de moros y judíos. Este hilo de intolerancia hace que nunca acaben de entender que los otros hablen distinto, que sean distintos. O que quieran tener una forma de vida distinta. No lo entienden. Y ese no lo entienden lo ves cada día. Han sido educados para no entender nada. Y cualquier cosa que se les ponga por delante... ahora me dicen que soy un viejo estalinista que se ha hecho nacionalista. Cuando entré en el PSUC era tan nacionalista como ahora.
La respuesta se parece mucho a la típica y tópica retahila castellanófoba que cualquier nacionalista catalán es capaz de endilgar a la mínima ocasión que se le presente: "castellanos mesetarios intolerantes casposos y bla, bla, bla". Pero en este caso, Fontana se aventura también en los mares de la filología. Especula sobre la etimología del vocablo "raza" y poco le falta para acusar a Castilla de ser la fuente del racismo mundial. Ahí es nada.

Conviene decir que sobre el origen de la palabra "raza" no hay consenso entre los especialistas, si bien la mayoría se inclina por que proviene del latín "ratia, radius", rayo (en el sentido de línea hereditaria) o "radix", raíz. Otros la hacen derivar del árabe "ras", origen. Y algunos incluso del eslavo. Pero por lo visto, para Fontana una palabra tan desagradable tiene forzosamente que ser castellana. No está de más recordar que si se puede retorcer así la Filología, que no se podrá hacer con la Historia...

Por otra parte, si D. Josep pretende investigar antecedentes de racismo, para encontrarlos no tiene por que irse tan lejos en el espacio y en el tiempo. Le basta con estudiar el pensamiento de Valentí Almirall, Pompeu Gener y otros progenitores del nacionalismo catalán que tan fervientemente profesa.

Josep Fontana. Castellanófilo al recibir homenaje en Valladolid. Castellanófobo  al promocionar su libro en Barcelona. ¡Ah sutil dualidad del alma catalanista que los castellanos hemos sido educados para no entender!

En general la entrevista, no demasiado extensa, está trufada de las tradicionales loas  a la "brillantísima" y "ejemplarísima" historia catalana, y como suele ser habitual en estos casos, las consabidas alusiones descalificadoras a su presunta  y oscura antítesis, la castellana. Por supuesto, para el entrevistado, cualquier parecido entre una y otra solo puede ser mera coincidencia:
Cataluña es un país donde no hay grandes fortunas ni grandes magnates feudales como en Castilla.

Cataluña crea una sociedad que negocia.

Se crea desde muy pronto un tipo de gobierno que genera unas constituciones y un tipo de derechos que la gente conoce porque le da garantías. (...) Es algo que los militares castellanos no entienden. 

Este fracaso del proyecto liberal era inevitable porque no se podían fusionar dos sociedades [castellana y catalana] distintas con mentalidades distintas.

Y los soldados se encuentran con problemas con sus superiores. El funcionario que reclama el impuesto suele ser castellano.

En el teatro popular bilingüe el castellano se reserva a personajes ridículos, pretenciosos y autoritarios.
Nosotros diríamos sin embargo que esto último no añade ninguna gloria  al pasado de Cataluña, ni marca ningún hito diferencial.  Solo demuestra  que  avanzada la segunda mitad del siglo XIX,  cuando eclosiona el catalanismo, la castellanofobia empieza igualmente a campar  a sus anchas por Barcelona.  Y a juzgar por las declaraciones del señor Fontana,  aun sigue ahí.

Que la visión histórica de nuestro "maestro de historiadores" no es precisamente neutral es algo que se puede intuir al constatar su opinión sobre la evolución del Estado Español durante el siglo XVIII. En la más pura línea de la historiografía catalanista, los personajes considerados enemigos de su país son denostados sin piedad y sin matices, convertidos prácticamente en el equivalente de los ogros o las brujas de los cuentos infantiles. Nada medianamente positivo puede atribuírseles nunca. Comprobemos  como se pasa factura a Felipe V y sus sucesores, que tras la Guerra de Sucesión pusieron fin a los privilegios y exenciones de los que disfrutaba Cataluña bajo los Habsburgo:
- Al otro lado  se  sigue hablando de la modernidad y el progreso traído por los borbones tras suprimir unas obsoletas rémoras medievales:

- (...) El mito del progreso borbónico es una tontería. Los borbones hacen que España, que aún era una gran potencia, pase a ser una ruina en 1.808. 
En realidad cuando España representaba la viva imagen de la  ruina y la decadencia fue bajo el pobre Carlos II, el último Austria. Hasta tal punto que los otros reyes europeos se le repartían los dominios en sus narices, mediante tratados secretos que apenas  disimulaban.  Su sucesor Felipe V, una de las bestias negras por antonomasia del catalanismo, con sus luces y sus sombras, con sus aciertos y sus errores, distó bastante de ser el peor rey que Hispania haya conocido. Tal es por ejemplo el parecer del historiador inglés William Coxe (1.748-1.828) que más cercano a los hechos y sobre todo más imparcial, tras criticar algunos aspectos de su gobierno no tiene inconveniente en reconocer al mismo tiempo que:
Por lo que toca a las mejoras saludables introducidas durante su reinado, su vivo deseo de saber todo cuanto le parecía útil y la favorable acogida con que recibió siempre a cuantos le presentaron proyectos de reformas y mejoras en todos los géneros, prueban claramente que si careció de capacidad para innovar por sí mismo tuvo por lo menos el mérito de aprobar y sancionar los planes que le parecían buenos. A su advenimiento se hallaba el Reino exhausto de hombres y dinero; sin Marina, sin Ejército bien organizado, sin género ninguno de industria, solo le quedaba de su antiguo poderío, de su riqueza y grandeza pasadas, un recuerdo que habían casi borrado las vicisitudes y las revoluciones. Sin embargo, dejó un Ejército que después de haber sido diezmado por las guerras de Italia vengó el honor nacional siempre que se ofrecía ocasión para ello, una Marina que hacía temblar a Europa e infinidad de establecimientos que prueban el renacimiento de la industria, del comercio y de las artes en España.
Muy lejos pues del desastre absoluto que Fontana y la historiografía oficiosa catalanista pretenden pintarnos. Los reinados de sus hijos Fernando  VI  y   Carlos III pueden asimismo contarse entre los más provechosos de nuestra historia, y aunque el de su nieto Carlos IV dejara bastante que desear, casi ningún experto (imparcial) niega que en el siglo XVIII se puso fin a la dinámica de ruina económica, caos administrativo y debilidad militar desatada por los Habsburgo y su "Estado Asimétrico" en el XVII. 

La Familia de Felipe V, por Van Loo. Aparecen además los futuros Fernando VI y Carlos III. Pese al interés del catalanismo en demonizarlos, fueron los suyos reinados muy superiores a la media en este país. 

Ciertamente, para que España dejara de ser una potencia habría que esperar a la llegada del siglo XIX. Fue entonces cuando, a modo de plagas bíblicas, se sucedieron la destrucción causada por la Guerra de Independencia, el nefasto reinado de Fernando VII, la pérdida de las colonias americanas, y las interminables contiendas entre  liberales y  carlistas, que asolaron el país y arruinaron una y otra vez su erario. Puede que tampoco  esté de más señalar que el retrógrado absolutismo  carlista gozaba de muchos más apoyos en Cataluña y Vasconia que en Castilla. Que cosas... ¿verdad?.

Pero volvamos a la entrevista de El Periódico, que termina de este modo:
¿No habrá traducción [al castellano]?

-  He dicho que no. Quería explicar cosas a gente que tiene la misma cultura, que ha tenido las mismas experiencias, que se ha encontrado con los mismos problemas y con la que tenemos una visión del mundo compartida que es lo que acaba fabricando toda esta identidad.

¿Se rinde? ¿No hay nada que hacer [con los castellanos]?

-  No es eso solo. He escrito este libro pensando en lectores catalanes. Si he de hacer los mismos razonamientos a lectores castellanos, lo tendría que reescribir completamente. Y no se si vale la pena el esfuerzo.
El desprecio que subyace tras esta respuesta es evidente y no parece menos ofensivo que todo lo anteriormente citado. Le replicaba pocos días después el periodista Gregorio Morán en La Vanguardia, 25/10/2014:
Josep Fontana se ha vuelto muecín de mezquita (almuédano, se decía en castellano antiguo) y ha proclamado que los catalanes históricamente somos superiores a los castellanos, que no merecen ni que se les explique su inferioridad; una idea que tuvo ya gran éxito en África del Sur.
Pero cuando uno ya se queda patidifuso es cuando se entera que hace tan solo cuatro años D. Josep fue distinguido como doctor honoris causa por la universidad de... ¡Valladolid! Y  que apenas iniciado su discurso y tras mostrar su agradecimiento al tribunal, el homenajeado  se manifestaba tal que así:
Es esta una institución a la que me siento ligado desde hace muchos años por los amigos con los que he contado y cuento en ella. Algunos ya han desaparecido como Julio Valdeon y Felipe Ruiz Martín. Otros siguen presentes en su trabajo en esta casa y en mi amistad. Es a estos amigos a quienes debo sobre todo haber aprendido a conocer y estimar a esta tierra.
¡Pues menos mal que estima y conoce a esta tierra! ¡Mejor ni imaginar que opinión tendría de ella en caso contrario! Quizás algún malpensado podría sospechar que el señor Fontana dice una cosa en Barcelona y la contraria en Valladolid. Que se expresa  en muy distinto tono según el medio al que se dirige. Y que ejecutando una suerte en la cual algunos nacionalistas catalanes son consumados maestros, modula su mensaje de tal forma que lo que frente a un público castellano son cortesías y buenas palabras, se convierten ante su equivalente catalán en desprecios y castellanofobia. Y  de ahí a la hipocresía absoluta no hay más que un paso. O menos. 

Todas estas consideraciones deberían servir también para reflexionar sobre la importancia que tiene la ideología de cada cual en la manera de contarnos la historia. Es imposible que las filias y las fobias del historiador no terminen manifestándose de algún modo en su obra.  Y si los encargados de explicar  nuestro pasado rezuman prejuicios anticastellanos ¿podemos luego extrañarnos  de que abierta o tácitamente pongan siempre a Castilla como un trapo?