sábado, 22 de agosto de 2015

Orgullosos de Ser Castellanos



En esta bitácora hemos dedicado abundante espacio y esfuerzo a denunciar la castellanofobia, presentando diversos ejemplos históricos de la misma. Pero en sentido contrario, también han sido muchos los escritores (forasteros y castellanos) que a lo largo de los siglos se han referido a Castilla  desde la admiración o el cariño. He aquí una pequeña muestra de castellanofilia.



Entonces era Castilla un pequeño rincón,
era de castellanos Montes de Oca mojón,
y de la otra parte Fitero el fondón.
Moros tenían a Carazo en aquella sazón.
Entonces era Castilla toda una alcaldía,
y aunque era pobre y de poca valía,
nunca de buenos hombres fue Castilla vacía.
De cuales ellos fueron parece hoy en día.
Poema de Fernán González. S XIII.


Castilla era para los italianos aquel bello país donde se alza la ciudad de Toledo y son bonitas las mujeres y los hombres ásperos y caballeros.
Brunetto Latini (1.220-1294). Escritor.


El español es diferente según la diversidad de las provincias, cada una tiene su dialecto particular. El castellano es el más rico, el más puro y el más trabajado. Es el que hablan las gentes honestas y del que se sirven para escribir.
Etienne de Silhouette (1.709-1.767). Político.


La lengua es hermosa en Castilla.
Albert Jouvin de Rochefort (c. 1.640 - c. 1710). Viajero y cartógrafo.


El verdadero castellano es indomable, no le reduce ni el frío ni el calor ni el hambre ni la tortura, ni la paz ni la guerra, es altivo y libre bajo una apariencia humilde y sencilla; y desde remotas épocas, mientras otros pueblos y razas de la historia vivían en la servidumbre, él sólo impera por la generosidad y el heroismo. Antes morir que entregarse. Fue aventurero e independiente, con orgullo y dignidad de su pobreza llega a mendigante, pero no a esclavo. En cambio se rindió siempre al que le llamó amigo.
Luis Pérez Rubín (1.856-1.942). Arqueólogo. Flor de la Vida.


En Castilla hay tantos buenos, que puedo en su confianza mi justicia y mi esperanza fiarle al que vale menos.
Guillem de Castro (1.569-1.631). Escritor. Las Mocedades del Cid.


Desprecian la muerte y así se hacen audaces, más gozan en la guerra que con el amigo. Los castellanos son gente brava y fuerte, gente que no teme beber la copa de la muerte.
Poema de Almería. S. XII. 


Esto es lo que tiene Castilla, que no es ni bonita ni fea, ni buena ni mala, ni siquiera variada o monótona, sino sorprendente, y extraña, y sobrecogedora. Por eso es tan difícil conocerla y aún más amarla. Pero también por eso, quizás, cuando se la conoce, se le ama y ya no se le puede volver la cara.
Camilo José Cela (1.913-2.002). Escritor. Judíos, Moros y Cristianos. 


Entre aquellas llanuras, en aquella soledad, en aquel silencio, se comprende la naturaleza mística del pueblo castellano, la ardiente fe de sus reyes, la sagrada inspiración de sus poetas, los éxtasis divinos de sus santos, sus grandiosos templos, sus magníficos claustros y su brillante historia. 
Edmondo de Amicis (1.846-1.908). Escritor.  


Ancha es Castilla, reza un viejo y acreditado aforismo. Pero si Castilla es ancha o no lo es depende no sólo de la perspectiva que adoptemos para contemplarla, sino de la parte del país que recorramos, lo que equivale a afirmar que Castilla, antes que ancha -y además- es varia y diversa. 
Miguel Delibes (1.920-2.010). Escritor. Castilla, lo Castellano y los Castellanos.


Tu me levantas, tierra de Castilla,
en la rugosa palma de tu mano,
al cielo que te enciende y te refresca,
al cielo, tu amo.
Tierra nervuda, enjuta, despejada,
madre de corazones y de brazos,
toma el presente en ti viejos colores
del noble antaño.
Con la pradera cóncava del cielo
lindan en torno tus desnudos campos,
tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro
y en ti santuario.
Es todo cima tu extensión redonda
y en ti me siento al cielo levantado,
aire de cumbre es el que se respira
aquí, en tus páramos.
¡Ara gigante, tierra castellana,
a ese tu aire soltaré mis cantos,
si te son dignos bajarán al mundo
desde lo alto!
Miguel de Unamuno (1.864-1.936). Escritor. Castilla.


Si el cielo de Castilla es alto es porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo.
Miguel Delibes (1.920-2.010). Escritor. Castilla, lo Castellano y los Castellanos.


Los castellanos son de todos los pueblos del mundo los que merecen primacía en línea de lealtad.
José Cadalso (1.741-1.782). Escritor y militar. Cartas Marruecas. 


Sobre todo en estos reinos de Castilla, la infantería tiene una gran reputación y es considerada como muy buena, juzgándose que en la defensa y expugnación de ciudades, donde sirven tanto la destreza y la agilidad del cuerpo, sobrepasa a todas las demás; y por esta razón y por el gran ánimo que muestran, valen también muchísimo en una batalla; de modo que se podría discutir quien fuese mejor en campo abierto, si el español o el suizo, disputa que dejo a otros.
Francesco Guicciardini (1.483-1-540). Filósofo, historiador y político. 


Créeme, Juana, y llámate Juanilla;
mira que la mejor parte de España, 
pudiendo casta se llamó Castilla.
Lope de Vega (1.562-1.635). Escritor.


Arriba: Latini, Guicciardini, Jouvin y De Amicis.
Abajo: Lope, Guillem de Castro, Unamuno y Delibes.
 
Castilla resultó ser la gran víctima de la aventura imperial al tener que sostener el peso ingente de la herencia de Carlos V o la guerra con los turcos y los piratas berberiscos que castigaban las costas mediterráneas. Tras el fracaso de las Comunidades, los procuradores de las Cortes, los escritores políticos y los arbitristas siguieron protestando contra la sumisión de Castilla a la costosa aventura exterior, contra el desorden económico y la injusticia fiscal. Fue en vano.
Fernando García de Cortázar. Historiador. Los Mitos de la Historia de España.


En Navarra y Aragón,
no hay quien tribute un real;
Cataluña y Portugal
son de la misma opinión;
sólo Castilla y León
y el noble reino andaluz
llevan a cuesta la cruz.
Católica Majestad
ten de nosotros piedad.
Pues no te sirven los otros
así como nosotros.  
Francisco de Quevedo (1.580-1.645). Escritor.


No procede así en Castilla, cuyos pueblos pagan bastante (...) En una palabra: el rey es pobre si se compara con la grandeza del país y sin Castilla sería un pordiosero porque del reino de Aragón no percibe casi nada...
Francesco Guicciardini (1.483-1.540). Filósofo, historiador y político.


Castilla hizo España y España deshizo a Castilla.
Claudio Sánchez Albornoz (1.893-1.984). Historiador.


A Castilla se le ha ido desangrando, humillando, desarbolando poco a poco, paulatina, gradualmente, aunque a conciencia. Se contaba de antemano con su pasividad, su desconexión, la capacidad de encaje de sus campesinos -en medio siglo no he asistido en mi región a otra explosión de cólera colectiva que la invasión de carreteras por los tractores en la primavera del 76- de tal modo que la operación, aunque prolongada, resultó incruenta, silenciosa y perfecta.
Miguel Delibes (1.920-2.010). Escritor. Castilla, lo Castellano y los Castellanos. 


Cuando decían ¡Castilla! todos se esforzaban.
Poema de Fernán González. S. XIII.


sábado, 8 de agosto de 2015

Madrid Es Castilla

Hay zonas de España que sí saben perfectamente cual es su identidad. Es el caso de Cataluña, pero ¿qué hacemos con Castilla? Durante los dos últimos siglos, Castilla se ha creído que era España y ahora anda dividida en dos regiones, en Castilla y León y Castilla-La Mancha, lo cual no me parece bueno. Hace ya algún tiempo, la Junta de Castilla y León me pidió que escribiese un artículo sobre la importancia del erasmismo en Castilla y claro, les dije que si no podía hablar de Alcalá de Henares, eso no tenía ningún sentido. 
Joseph Perez. Historiador francés, Premio Príncipe de Asturias 2.014. El País 6/3/1.999



Situación de Madrid y de las autonomías limítrofes. Adivina, adivinanza: si lo que hay al norte de Madrid es Castilla, lo que hay al sur es Castilla, y lo que queda al este y al oeste también es Castilla... ¿Qué es Madrid?

Es bien conocido que a partir de que en 1.083  Madrid fuera reconquistada por el rey Alfonso VI, ni la Villa ni su provincia  han tenido otra identidad regional que no sea la castellana. Sin embargo, y de forma sorprendente, durante la Transición se creó con ella y por decreto una nueva comunidad, sin ninguna raigambre histórica. Tal circunstancia, sobre la que los madrileños jamás fueron consultados, perdura a día de hoy. 

Desde entonces no han cejado  los intentos por parte de la administración  de ir difuminando el carácter castellano de Madrid y crear en su lugar un sentimiento madrileñista. Al menos en el segundo de los objetivos citados, han tenido bastante poco éxito. De hecho, la población madrileña sigue siendo la más desarraigada de la Península, y la autonomía es vista básicamente por los ciudadanos  como un mero ente burocrático.

Pese a todo, a poco que uno escarbe en los símbolos con los que se dotó a la naciente y artificial Comunidad Autónoma de Madrid, enseguida se percata de su naturaleza castellana. Dejamos a un lado el surrealista himno oficial que afortunadamente casi nunca se toca, sin duda para evitar a los madrileños el bochorno de una letra tan absurda. Pero el caso es que tanto la bandera como el escudo dejan bien sentada la profunda vinculación histórica, cultural, geográfica, y hasta sentimental de Madrid con Castilla.  

Así, en la exposición de motivos de la Ley 2/1.983 de 23 de diciembre sobre la Bandera Escudo e Himno se pueden leer párrafos tremendamente clarificadores. En primer lugar sobre el color rojo de la enseña madrileña:
La bandera de la Comunidad es roja carmesí. Madrid indica con ello que es un pueblo castellano y que castellana ha sido su historia, aunque evidentemente el desarrollo económico y de población haya sido diverso. La Comunidad de Madrid, formada en muchos casos por pueblos y municipios que pertenecieron a Comunidades Castellanas limítrofes, expresa así uno de sus rasgos esenciales.
Y en lo referente a los dos castillos y siete estrellas  que constituyen el escudo:
Los castillos de oro sobre gules del escudo escogen, recogen también, el más característico símbolo castellano. Las dos comunidades limítrofes los lucen como emblemas. El hecho de estar pareados simboliza la pretensión de la Comunidad de Madrid de ser lazo entre las dos Castillas, fundiendo el símbolo fundamental de una y otra, al tiempo que viene a proyectar su propia complexión extensiva hasta los límites precisos de las cinco provincias que la abrazan: Toledo, Guadalajara y Cuenca, pertenecientes a Castilla-La Mancha; Segovia y Ávila, integrantes de Castilla-León.

 
Veamos el escudo de la Comunidad de Madrid: las cinco puntas de las estrellas y las cinco provincias castellanas que la  "abrazan" ... el color rojo que representa a Castilla...los castillos...¿Hacen falta más pistas?

Incluso el propio Estatuto de Autonomía en su artículo 31.5 manifiesta algo tan revelador como lo siguiente:
La Comunidad Autónoma de Madrid, por su tradicional vinculación, mantendrá relaciones de especial colaboración con las Comunidades castellanas, para lo cual podrá promover la aprobación de los correspondientes acuerdos y convenios.
Visto todo la anterior, uno no puede dejar de emocionarse ante el despliegue de castellanía de los símbolos autonómicos madrileños, y de paso preguntarse el motivo por el que se renuncia a la integración en un marco castellano que por otro lado se reivindica. 

Si lo que se pretendía es que la capital del Estado estuviera en una región de nuevo cuño, creada artificialmente solo para ello y por lo tanto más "neutra", que contribuyese a limar las antipatías y recelos con los que Castilla cargaba en ciertos territorios... el fiasco no puede haber resultado mayor. Hoy, sin que tampoco Castilla haya pasado a ser mejor vista, la interesada y continua demonización a la que los medios nacionalistas someten a Madrid  ha calado en buena parte de la población, y la hostilidad que despierta la Villa del Manzanares es mayor que nunca. Justo es señalar que son precisamente los territorios castellanos aquellos en los que el antimadrileñismo ha penetrado en menor medida y que tal hecho debería ser conocido y valorado como corresponde por los madrileños (1).

Afortunadamente, la sociedad y la economía  no entienden de tales componendas políticas y ya están íntimamente relacionadas. Son muchos los madrileños, castellanoleoneses y castellanomanchegos que cruzan a diario  la "frontera" autonómica para trabajar, estudiar o comprar. Tal circunstancia se refleja fielmente en la red de ferrocarriles de cercanías de Madrid, que se interna en las provincias de Guadalajara y Segovia, y que según está previsto, pronto lo hará también en la de Toledo.  

Lo cierto es que una integración más profunda solo podría resultar beneficiosa para todas las partes, y no únicamente por el importante ahorro de gasto público que la fusión de las administraciones autonómicas conllevaría.  Madrid es actualmente el sostén demográfico y el motor económico e industrial de todo el centro peninsular. Posee además la suficiente proyección internacional como para servir de puente entre las dos mesetas y el mercado global. Castilla-La Mancha y Castilla y León por su parte pueden convertirse en nuevas áreas de desarrollo capaces de descongestionar Madrid y multiplicar su potencial. Y es que unas realidades tan complementarias siempre tienen que generar sinergias favorables para unos y otros.

En un plano menos materialista, también resulta urgente la reconciliación  de los madrileños con su propia identidad castellana. Que se ponga fin así al triste sentimiento de desarraigo que se ha ido cimentando. Y que sientan el legítimo orgullo de formar parte del pueblo castellano, con su indiscutible trascendencia cultural y su extraordinaria relevancia histórica. Todo ello tendría una repercusión psicológica difícilmente cuantificable, pero sin duda positiva, y a la larga, enormemente útil.  


(1)  En Identidades, Actitudes y Estereotipos en la España de las Autonomías, estudio de José Luis García Sangrador publicado por el C.I.S., la nota con la que calificaron a los madrileños los entrevistados de Castilla y León y Castilla la Mancha (significativamente el autor unió para este particular ambos grupos como  "Castilla") fue de 7.04, siendo esta la mejor valoración que cosechó Madrid entre todas las regiones. De manera recíproca,  Castilla y León y Castilla-La Mancha recibían sus notas más altas precisamente de los encuestados madrileños. 


sábado, 25 de julio de 2015

Castilla Unida

Únanse todos los leoneses y castellanos. Formen un frente cerrado y poderoso para construir una región autónoma, que pueda defenderse de los zarpazos de los demás y mirar el porvenir con esperanza.
Claudio Sánchez Albornoz. Por la Castilla Total

Mapa de Castilla, por el cartógrafo belga Gerardus Mercator (1.512-1.594)

Vamos a ser muy claros desde el principio: no hay ninguna razón histórica, cultural y menos aun lingüística para mantener divididas las tierras castellanas en diferentes Comunidades Autónomas.

Se alzan cada vez más voces sobre la conveniencia de un cambio en el modelo territorial, que tras casi cuarenta años de existencia parece dar signos de agotamiento. Unos hacen hincapié en la necesidad de aminorar el gasto autonómico, que en tiempos de múltiples recortes parece claramente desatado y difícil de sostener. Otros creen que es el momento de avanzar hacia  un verdadero Estado Federal en el que las nacionalidades periféricas pudieran sentirse cómodas. Lo curioso es que ni unos ni otros parezcan haberse percatado de las ventajas que en ambos casos acarrearía la unificación de las Comunidades Autónomas de raigambre castellana. 

Cualquiera puede entender que mantener una sola administración autonómica para todo nuestro territorio en lugar de las diversas actualmente en funcionamiento supondría un ahorro ingente de recursos. Y con sinceridad, ¿alguien cree que la realidad socio económica de España daría para mantener nada menos que 17 estados federados y 2 ciudades autónomas? Es simplemente inviable.

La unificación racionalizaría costes sin privar a los ciudadanos castellanos del autogobierno y de la capacidad de defender los propios intereses que, a buen seguro, mantendrán los demás pueblos de España. Porque, esa es otra. Hay quienes desde la periferia  parecen muy por la labor de apoyar un  federalismo asimétrico, reconociendo autonomías de segunda categoría... entre las de los demás. La propia, naturalmente, siempre la consideran la más histórica y la más digna de asumir todas las competencias, todas las singularidades y todos los privilegios habidos y por haber.

Durante la transición la razón principal que se dio para el descuartizamiento de Castilla fue su  extensión y por tanto las relativamente elevadas distancias entre algunas provincias. Ese argumento podría tener alguna lógica en la España de los años 70 del pasado siglo, pero desde luego, hoy no. Con la mejora incesante de los medios de transporte y vías de comunicación (autopistas, autovías, ferrocarril de alta velocidad...) es elemental que en nuestros días se pueden recorrer multitud de kilómetros en el mismo tiempo que antes se empleaba en llegar a la capital de provincia más próxima. Pero no solo eso. El enorme desarrollo de la informática, el avance continuo de las telecomunicaciones y la revolución que ha supuesto internet permiten comunicarse e interrelacionar, como antes ni se había imaginado a  ciudadanos, administraciones y empresas situados en puntos opuestos del planeta. ¿Qué sentido tiene en estas condiciones excusarse en la distancia para impedir el hermanamiento de las provincias castellanas en una sola comunidad?

Una Castilla Unida y consciente de su propia identidad tendría el peso y la fuerza suficiente para defender los intereses  de sus habitantes, sin dejarse relegar ni despreciar, ni por el Gobierno Central ni por ninguna  autonomía foránea. Podría poner en valor sus recursos económicos, su rico patrimonio cultural y su inigualable pasado histórico. Dispondría de las herramientas y potencialidades necesarias para garantizar la dignidad y el progreso de sus habitantes. Y es que ante el panorama que presenta actualmente el Estado español, cada vez resulta más clara una cosa: que solo la unidad del pueblo castellano puede asegurar su futuro.


martes, 23 de junio de 2015

Castellanofobia: ¡Cu-Cut!


- ¿Es usted castellano, y perdóneme [por sugerirlo]?
- No señor, no lo soy. ¡Ni ganas!
¡Cu-Cut!, nº 67, 8 de abril de 1.903

¡Cu-Cut! fue un semanario satírico barcelonés publicado entre 1.902 y 1.912. Estaba en la órbita de la Lliga Regionalista, un partido catalanista y de derechas antecedente de la actual CiU, cuyos máximos responsables fueron Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó. Su equivalente entre los diarios serios era la "Veu de Catalunya".

La línea política de ¡Cu-Cut! era pues la misma que la del nacionalismo catalán conservador, y los objetivos de sus chistes, caricaturas y burlas estaban perfectamente definidos: los políticos e instituciones españolas (especialmente sus representantes en Cataluña), los catalanes no nacionalistas (identificados con los seguidores del político progresista Alejandro Lerroux), el espeluznante Leviatán conocido en Cataluña como "Madrit" y  los castellanos en general. Contra todos ellos se despachó con notable eficacia y éxito de público la revista. 

Hay que precisar que no todo el mundo se tomó con filosofía sus venablos. En 1.905 tras la publicación de algunos chistes sobre el ejército, un grupo de indignados oficiales abandonaron sus cuarteles barceloneses y armados de garrotes asaltaron la sede de la revista, se llevaron parte del mobiliario e hicieron  con él una hoguera  en plena calle. Como cabía esperar, dicha tropelía provocó un movimiento de solidaridad y apoyo hacia ¡Cu-Cut!, que vio aumentar sensiblemente sus ventas y su repercusión.

Por contra, y como también cabía esperar, los continuos ataques y mofas hacia Castilla por parte del semanario no provocaron  ni reacción ni movimiento de solidaridad alguno. Fiel a su aquilatada costumbre de recibir bofetadas sin  levantar la voz, nuestra tierra asumió, una vez más, con resignación digna de mejor causa el papel de chivo expiatorio del nacionalismo periférico.

Pero, para algo estamos nosotros aquí, y vamos al menos a dejar modesta constancia de la castellanofobia destilada por la publicación durante sus diez años de vida. Aunque es difícil, por no decir imposible, encontrar un solo número de ¡Cu-Cut! que no incluya alguna puya o desprecio, hemos seleccionado unos pocos ejemplos. Como el de la portada que sigue. Una turba famélica de inmigrantes castellanos avanza furiosa. El texto lo explica todo: Los herederos de los invasores de 1.714. Un día los ejércitos de Castilla invadieron Cataluña para matar catalanes. Hoy la invaden para matar el hambre

 Nótense los colmillos y garras afiladas de los inmigrantes y su mirada enloquecida. El anticastellanismo más zafio, la demagogia más burda y la xenofobia más lamentable combinadas en una portada asquerosa.

Sobre la trayectoria anticastellana de la revista puede uno hacerse idea  ojeando los siguientes extractos del poema "Otro Golpe", publicado el 5 de julio de 1.906. Se protesta contra la construcción de un penal en Figueras y se propone sin más plantarlo en Castilla (se ve que aquí nunca ha habido ninguno) ya que al  estar más despoblada (a causa de la falta de agua y la vagancia de sus habitantes) los presos podrían estar "más aireados y cómodos". Jijí, jajá.

Otro golpe sobre nuestra cabeza, ha caído la negra baba  de estos políticos funestos que han emprendido la noble tarea de convertir esta tierra tan sufrida y maltratada, en el cuarto trastero de las provincias de España.
Otro golpe, los Romanones de esta pobrecita patria, han dado a Cataluña la centésima patada, llevando la carne de los presidios que mantienen allá en África a la ciudad de Figueras, la ciudad mas catalana.
Otro golpe, nuestra espalda ha recibido el palo de aquel poder que nos revienta, nos explota y molesta. Como si no hubiera mas tierras en Castilla y en la Mancha (tierras que nadie cultiva por falta de agua y de ganas). ¿Dónde iban a estar los presos más aireados y amplios?
¿Vienen ahora estos políticos a embadurnar una comarca donde no se ve ni un palmo de tierra que no tenga un golpe de azada y donde la tierra es siempre húmeda, dulcemente riscamorada, por el agua de los neveros y el sudor de los que trabajan?
¿No hay en España ninguna provincia, de esas tan miserables, a las cuales un presidio les daría savia nueva? Verían que es mas que inicuo mal enseñar a la gente sana, y darían el presidio a tierras abandonadas, de aquellas que allá en Castilla por desgracia no les faltan.
Eso de llevar un presidio a comarca catalana, es como si dijésemos, que la chica de la casa depositase la basura bajo la cama o en la sala.

Castilla se presenta para los lectores como  una tierra zote y gandul cuya única utilidad es acoger aquello que sea desagradable o peligroso. Idea que por lo visto sigue plenamente vigente hoy en día. Y si antes exigían que las cárceles se situasen aquí, hoy nos obsequian con cementerios nucleares. ¿Todo lo que nadie quiera? A Castilla. Tal parece ser el lema. Es normal que el poeta del ¡Cu-Cut! se indigne: ¿cómo se le puede ocurrir a alguien "poner la basura" en la preciosa Cataluña habiendo tanto sitio en la "miserable" Castilla?

Otro ejemplo de la misma línea victimista  puede observarse en el número 57 del 29 de enero de 1.953. En este caso la excusa para atizar a nuestra tierra es la oposición del periódico madrileño "El Imparcial" al proyecto  de implantación en Barcelona de un puerto franco, esto es, exento de impuestos. Consideraba este diario, con mucha razón, que supondría una ventaja competitiva para el  barcelonés en relación a otros puertos españoles e implicaría perjuicios y agravios comparativos  para las demás regiones del país. 
Efectivamente, la zona neutral es una gran ventaja para Cataluña, y aunque lesione los intereses de Castilla ¡cuántas y cuántas ventajas no disfruta aquella región que tiene la hegemonía del Estado, en detrimento del desarrollo de la nuestra!

¡No nos tendrían que hacer pocas concesiones para hacer las paces con Castilla!
Tras leer esta "amistosa" retahíla el sorprendido lector no puede dejar de preguntarse una cosa: ¿como es posible que la "hegemónica"  Castilla se encontrara en tan miserable y despoblado estado como el que con no poco recochineo se proclamaba en el poema anterior? Si de verdad hubiera disfrutado de "tantas y tantas ventajas" según pretende hacernos creer el articulito, debería ser el colmo de la riqueza y el lujo. Algo falla pues en el eterno sonsonete victimista del nacionalismo periférico. 

El gobierno, encabezado por Sagasta, es representado como una cuadrilla de toreros. En primer término versión lúgubre del escudo de Castilla coronado por una calavera con montera. Todo muy sutil, sí.

Nos equivocaríamos si pensásemos que los ataques a Castilla tienen que ver solo con aspectos políticos y económicos ¡Nada más lejos! Cualquier excusa es buena para que los redactores del ¡Cu-Cut! vomiten su castellanofobia. Incluso un par de inofensivos a la par que apetitosos huevos fritos pueden desatar la caja de los truenos anticastellanos. Vean si no con que desparpajo se desahoga contra nuestra tierra un presunto  marino,   colaborador de la revista. Firma con el seudónimo de "Marguerit" y afirma  haber viajado por medio mundo y comido todo tipo de viandas. Y luego sigue:
Entonces bien, y perdonen las alabanzas a la naturaleza y a la suerte; por cualquier sitio donde he plantado el pie, si ha habido un castellano, es decir un español no catalán, le he conocido enseguida ¿Por qué dirían? Por el primer plato del almuerzo.

El verdadero descendiente del Cid y de Quiñones, vaya donde vaya siempre come lo mismo. 

- ¡Huevos fritos!, y si tiene carpanta, ¡huevos fritos con jamón!

¡El plato de la pereza nacional! 

Lo tengo observado, no en casa, porque no tengo casa, pero sí en casa de  otros: la influencia castellana es dominadora. Se va el marido, el padre, el hermano; deja a las mujeres solas; entonces lo primero que se les ocurre comer son huevos fritos, sistema de gandulería doméstica.

Y eso es puramente castellano: a ningún castellano se le ocurre que para hacer el almuerzo, haya que pasarse tiempo en la cocina haciendo macarrones, arroz, raviolis, etc, etc... No, señores, se han de comer huevos fritos, el plato más gandul de la creación. La tortilla requiere mas trabajo; lo menos que requiere, es batir los huevos, y a los castellanos no les vengan con eso: los huevos fritos con o sin jamón, es un plato más rápido.

Por todo lugar del mundo donde vayan, conocerán enseguida al castellano, no solamente porque habla alto, o mejor dicho, grita para discutir, sino porque en una lengua u otra, demanda huevos fritos como primer plato para comer.

Y veis aquí retratado a un pueblo. El hombre que no tiene más ilusión que un plato hecho deprisa, el que representa menos trabajo y menos arte, que por cualquier lugar se cree que está en una  pensión o un hostal de Madrid, a quince duros, sin vino, que ha de soportar forzosamente a Sagasta y a Silvela, que en materia política no dan más que huevos fritos y aun con aceite, que es la esencia del castellanismo.

En la última Exposición de París, vi un agregado de la embajada de España, que en un restaurante del Campo de Marte, se empeñaba en comer huevos fritos con aceite. El cocinero del restaurante tuvo que salir de la cocina para decirle que allí no se servían porquerías...
¿Como se quedan? Uno no sabe ya si asombrarse más de la inquina contra Castilla que rezuma el autor,  de las estrambóticas hipótesis sociológicas que pergeña, o de sus  más que discutibles  gustos gastronómicos y nutricionales (¿¡preferir la manteca antes que el aceite?!). Permítasenos en cualquier caso, y  en nuestra doble condición de castellanos y fervientes degustadores de sabrosos huevos correctamente fritos en  buen aceite de oliva, sentirnos doblemente injuriados. 

Siendo sinceros, reconocemos que también es muy de nuestro agrado el típicamente catalán "pa amb tomaquet". Pero nunca hubiéramos creído que para frotar medio tomate sobre una rebanada de pan y añadirle un poco de aceite y de sal, fuera necesario pasarse toda una mañana en la cocina y poseer dos licenciaturas... o eso o es que a lo mejor la surrealista y rastrera teoría de ¡Cu-Cut!  simplemente no se sostiene.


jueves, 11 de junio de 2015

Castellanofobia: La Cueva Céltica


Pero el predominio absoluto del elemento étnico europeo y nórdico en la población gallega tenía para Murguía una significación capital: venía a representar para él la superioridad de la raza gallega por encima de todas las demás de la Península.
Vicente Risco. Manuel Murguía


La Cueva Céltica es el nombre que recibió una famosa tertulia coruñesa que se reunía a finales del siglo pasado en la librería de Uxio Carré Aldao. Sus componentes, pioneros del regionalismo gallego, tenían otra cosa en común: una notable celtofilia, atracción irrefrenable por la historia y la cultura de los antiguos celtas, a los que consideraban antepasados directos de los modernos gallegos. Por eso, aunque en un principio el nombre de la tertulia les fue asignado como un sarcasmo, los contertulios no tardaron en  adoptarlo. 

Ciertamente, para cuando la celtomanía llegó a la librería de Carré tenía ya tras de sí una larga trayectoria. En 1.765 el escritor escocés James Macpherson publicó "Los Trabajos de Ossian", una supuesta recopilación de poemas épicos de un bardo del siglo III. En realidad se trataba de un refrito de algunas viejas leyendas gaélicas que Macpherson había reformulado y adaptado al gusto moderno. Pese a que ya desde el primer momento surgieron serias dudas sobre la existencia de Ossian y la autenticidad de sus poemas, lo cierto es que el éxito fue apoteósico. No en vano sintonizaba  con el naciente  movimiento romántico, que se complacía en recrearse en todo lo antiguo, misterioso y sentimental. El arcaico mundo celta, del que en realidad bien poco se sabía, venía como anillo al dedo, pues se prestaba estupendamente a que cada cual rellenara todo lo que se desconocía con su propia imaginación.

Busto dedicado en La Coruña a Manuel Murguía, padre del regionalismo gallego y uno de los principales propagandistas del celtismo en aquella tierra.

El celtismo arraigó pues con fuerza en buena parte de  Europa occidental, y aunque su popularidad ha ido sufriendo altibajos según las modas y los países, y muchos de sus presupuestos han sido desechados por la moderna historiografía, sobrevive en nuestros días, por lo menos en ciertos lugares. Y sigue contando con defensores apasionados. En lo que respecta al asunto que abordamos aquí, creemos que basta con transcribir el siguiente clarificador texto  del reconocido historiador gallego Ramon Villares: 
La consideración de que la población antigua de Galicia y, más concretamente, la que habitaba los castros era de raza celta es una tradición que, después de haber sido hegemónica en la literatura y en la historiografía, sigue viva todavía hoy en la cultura popular. Este arraigo del celtismo tiene su origen en diversas fuentes literarias. En el texto de Rufo F. Avieno se alude a los saefes celtas que habrían desplazado a la pacífica población oestrymnia. Otros autores, como Mela, Estrabón o Plinio, sitúan constantemente a los celtici como ocupantes del noroeste de Iberia. Pero, además de estas referencias literarias, el celtismo consiguió tal fortuna historiográfica debido a que historiadores románticos, y más tarde poetas de inspiración épica como Pondal situaron a los celtas como principal mito fundador de la nacionalidad gallega. El ejemplo más destacado lo proporciona el historiador Manuel Murguía, quien, en su Historia de Galicia (1.865), considera a la raza celta como elemento central en la definición de la nación gallega, convirtiéndose así el celtismo y su dimensión racial aria en una fundamentación mítica antes que histórica de la identidad política de Galicia. Pero si este recurso al celtismo es legítimo y coherente en la obra de Murguía y en el contexto romántico en que aparece, no puede sostenerse en la actualidad esta exclusividad céltica de la población de los castros. De hecho, los testimonios arqueológicos e incluso lingüísticos de la presencia celta en Galicia son bastante débiles.  
Acerquémonos un poco más a la figura de los dos autores citados,  los más famosos integrantes de nuestra tertulia: el historiador Manuel Martínez Murguía (1.833-1.923) y el poeta Eduardo González-Pondal (1.835-1.917). 

Para el primero, personaje básico en el desarrollo del galleguismo, y marido de la famosa poetisa Rosalía de Castro,  no existe la menor duda de que Galicia es un pueblo de rancio abolengo celta:
El día en que las tribus célticas pusieron el pie en Galicia y se apoderaron del extenso territorio que componía la provincia gallega, a la cual dieron nombre, lengua, religión, costumbres, en una palabra, vida entera, ese día concluyó el poder de los hombres inferiores en nuestro país. Fuesen o no, fineses o gente más humilde todavía, de color amarillo, lengua monosilábica y vida intelectual rudimentaria, tuvieron que apartarse y desaparecer. (...) El celta es nuestro único, nuestro verdadero antepasado.
Pero lo malo no es que Murguía se empeñe en vincular galleguidad y celticidad. El problema es que utilice esa presunta celticidad como argumento racista para certificar la superioridad de un pueblo, el suyo, sobre los demás.  Veamos algunos ejemplos:
[El pueblo gallego] por el lenguaje, por la religión, por el arte por la raza está ligado estrechamente a la gran familia ariana. 
Así, no se podrá decir nunca que el estado primero en las razas inferiores es igual al de las superiores. Viven las primeras en un estado primitivo permanente, mientras las últimas apenas le conocen cuando ya se han desprendido de sus cadenas. Hay más.  El ario en sus comienzos es superior al negro en todo el esplendor de su civilización posible.
Y es que esta raza [la gallega], que por una serie de circunstancias forma en España el pueblo sensato y pacífico por excelencia, digno por su misma sensatez de mejor suerte, está destinado a servir, con su cordura y pacíficos instintos, de contrapeso a las exageraciones y locuras de otros pueblos y otras razas revueltas y levantiscas, que llenas de la sangre semita que circula por sus venas, parece que viven en la civilización a despecho suyo, y que solo ansían volver a sus desiertos, a la soledad de sus tiendas y a la vida de la tribu, que es la única que les cuadra, comprenden y practican.
Dejamos al lector la fácil tarea de identificar a esos incivilizados semitas ibéricos que solo sirven para vivir en tiendas de campaña con su tribu.  Llega Murguía a veces a extremos surrealistas en sus teorías raciales, como cuando proclama ser capaz de discernir el origen étnico de los campesinos simplemente mirándoles el rostro:
Una continuada serie de observaciones, nuestra residencia en Santiago, a cuyos mercados concurren campesinos de diversas comarcas, nos han dado la certidumbre de que en el país gallego pueden marcarse con toda certeza las localidades que colonizaron los romanos, con solo atender a los caracteres físicos de sus habitantes.
Semejante afirmación provocó la lógica rechifla del historiador gaditano Antonio Sánchez Moguel (1.847-1.913). Pero D. Manuel no reculó un ápice y  continuó en la misma lamentable línea. He aquí parte de su respuesta:
Un pueblo numeroso y superior, -por ser por entero céltico, (...) por ser más germanizado (aunque parezca a algunos absurdo), y por no haberse contaminado con la sangre semita, que tanto domina en las comarcas que ama y ensalza nuestro adversario, porque son suyas.   
Cambiamos ahora de tertuliano. Eduardo Pondal  nació en Ponteceso (La Coruña) en el seno de una rica familia que había hecho fortuna en América. Estudió medicina, y aunque llego a  ejercer durante algún tiempo como médico de la Armada, pronto abandonó la profesión para centrarse en la poesía. Es autor del poema "Os Pinos" que sería adoptado posteriormente como letra del himno de Galicia.

Eduardo Pondal. Según la fotografía mucho aspecto nórdico no puede decirse que tuviera, no.

Pondal asumió gustoso el celtismo de Murguía, que terminaría representando un importante papel en su obra, hasta el punto de interiorizar el papel de "bardo de la nación gallega", a semejanza de aquellos poetas ambulantes de la Europa antigua. Ciertos aspectos de su épica poesía resultaron sin embargo bastante polémicos.  Y en lo que nos afecta, alguna de sus composiciones solo puede ser considerada como radicalmente castellanófoba, alcanzando unos extraordinarios niveles de virulencia contra nuestro pueblo. Aquí  trascribiremos, sin añadir demasiado comentario puesto que creemos que hablan por si mismos, fragmentos del poema significativamente denominado "Da Raza". Como fácilmente se puede constatar, el criterio con el  que Pondal ubica a los diferentes pueblos en uno u otro lado de la raya entre Castilla y Galicia carece del más mínimo rigor histórico. Juzguen ustedes mismos:
Nosotros somos alanos
y celtas y suevos,
mas no castellanos,
nosotros somos gallegos.
Seréis íberos, seréis del demonio.
Nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos.
Si son castellanos
si son de los íberos,
si son de los árabes
y moros, y eso
de su prosapia
los tiene contentos:
que sean quienes quieran
y  los lleven los demonios.
Nosotros somos del norte,
nosotros somos de los suevos,
nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos.
Podrán los cultos hijos
del suelo polvoriento y yermo,
alabar el ingenio
del hidalgo manchego.
Podrán alabar del manco
el estilo duro y seco,
como los frutos del espino,
de su lugar materno.
Nosotros somos de Camoens
los incultos gallegos.
Nosotros somos del Océano,
nosotros somos de los suevos,
nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos. (..)
Si acaso presumen
de sus tierras duras
de sus duras estepas
de suelo polvoriento;
si beben la leche,
y comen los quesos
de cabra y camello:
que les aproveche,
que los lleven los demonios; (...)
Vosotros sois de los cíngaros,
de los rudos íberos,
de los vagos gitanos,
de la gente del infierno;
de los godos, de los moros
y árabes; que aún 
os lleven los demonios.
Nosotros somos de los galos,
nosotros somos de los suevos,
nosotros somos de los francos,
romanos y griegos.
Nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos.

sábado, 16 de mayo de 2015

¡Pocas Bromas con el Arancel Catalanista!


Estos señores quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduana, que se debe hacer a su gusto. Los catalanes piden que todo español que haga uso de telas de algodón pague cuatro francos al año, por el solo hecho de existir Cataluña. Es preciso que el español de Granada, de La Coruña o de Málaga no compre los productos británicos de algodón, que son excelentes y que cuestan un franco la unidad, por ejemplo, pero que utilice los productos de algodón de Cataluña, muy inferiores, y que cuestan tres francos la unidad. Con esta excepción, estas gentes son de fondo republicano y grandes admiradores del Contrato Social de Jean-Jacques Rousseau. Dicen amar lo que es útil a todos y odiar la injusticia que beneficia a unos pocos, es decir, detestan los privilegios de la aristocracia que no tienen, pero quieren seguir disfrutando de los privilegios comerciales, que su turbulencia extrajo hace tiempo a la monarquía absoluta. Los catalanes son liberales como el poeta Alfieri, que era conde y detestaba a los reyes, pero consideraba sagrados los privilegios de la nobleza.
Stendhal. Memorias de un Turista.


Repasábamos en una entrada anterior la existencia a lo largo de la mayor parte de nuestra historia moderna de una política económica de corte proteccionista. Tal política fue descrita por Ángel Puertas, al que  aquí seguiremos, en "Cataluña Vista por un Madrileño" con estas palabras:
A los industriales, artesanos y obreros catalanes se les encogía el estómago ante la posibilidad de que se firmase un tratado de comercio con otra potencia que redujera los aranceles. Durante todo el siglo XIX el gobierno aplicó casi siempre una política prohibicionista (prohibición de importar manufacturas) o proteccionista (elevados aranceles a la importación). Los perjudicados con la política gubernamental eran los sectores agrícolas de exportación (que se encontraban, a la recíproca, con altos aranceles en los países extranjeros) y los consumidores (que pagaban caras manufacturas nacionales). 
¿Cómo pudieron mantenerse durante tanto tiempo semejantes medidas injustas e ineficientes? El mismo Ángel Puertas nos da una pista:
En realidad la industria fue hiperprotegida por el Estado ante la competencia extranjera; tantos mimos hundieron la confianza de los industriales catalanes en sus posibilidades de competir por sí mismos en el mercado español. El simple anuncio de retirada momentánea del pecho materno provocaba el llanto desgarrador. 
Efectivamente. Solo el rumor (luego no confirmado) de que se iba a llevar a cabo un tratado de comercio con Gran Bretaña, provocó altercados y revueltas en Barcelona. Fue entonces, el 3 de diciembre de 1.942 cuando se produjo el famoso bombardeo de la ciudad por orden del general Espartero, hecho frecuentemente recordado desde su habitual tono victimista por los historiadores catalanistas. Hay que decir que poco después el mismo general ordenó otro tanto en Sevilla, solo que en el caso de la ciudad andaluza el bombardeo no duró un solo día sino diez, a pesar de lo cual apenas se recuerda en la actualidad. 

El periodista Mañé y Flaquer (1.823-1.901). Influyente director del Diario de Barcelona,  liberal y moderado... excepto en lo que concernía a defender la protección de la industria catalana.

Cualquier intento de introducir medidas librecambistas se traducía en manifestaciones, huelgas, campañas en Madrid, peticiones a la Corona, y llegado el caso y como hemos visto,  hasta se levantaban barricadas en las calles barcelonesas. Se comprenderá pues que para los débiles e inestables gobiernos de la época, seguir una política arancelaria más racional era generalmente una patata demasiado caliente como para abordarla.

La lucha por el arancel actuó asimismo como unificador de todos los grupos sociales y fuerzas políticas catalanas. Industriales, obreros, políticos, periodistas, todos juntos defendiendo con uñas y dientes los intereses de las fábricas locales contra la "incomprensión exterior". Sirvió asimismo como banderín de enganche del incipiente regionalismo catalán, luego convertido en nacionalismo.  Veamos algunos ejemplos de como presentaba la prensa catalana el debate.

Cuando en 1.882 se firmó un tratado de comercio hispano-francés que en realidad solo estaría ocho años en vigor, Joan Mañé y Flaqué, liberal moderado  y director del Diario de Barcelona, escribía algo tan exaltado como lo siguiente:
El puñal que han clavado en el pecho de Cataluña clavado queda y de la herida sigue manando sangre, y esa sangre enrojecerá el Ebro trazando una línea divisoria entre Cataluña y el resto de España.
Y, naturalmente, los panfletos y pasquines callejeros no le iban  a la zaga:
Cuando un pueblo se siente vejado y escarmentado, escarnecido, es cuando volviendo a su dignidad pisoteada, debe probar su virilidad. No hay que forjarse ilusiones. Madrid, ese vampiro que vive de chupar nuestra sangre, se ríe de nuestras quejas y se goza en exacerbar nuestros males. Está decidido que los catalanes seamos los siervos de la gleba condenados a sostener la holganza y el despilfarro cortesanos. [...] Si llevando al colmo la saña contra Cataluña hay tratado de comercio francés-hispano y no se modifican las tarifas ni se rebaja la contribución de consumos, nuestros representantes en Cortes tienen un gran deber que cumplir.
Demagogia, victimismo, culpabilización de Madrid, amenazas ... con el objetivo claro de mantener una situación de privilegio para los industriales catalanes. Y al final se salen con la suya. El tratado con Francia termina en 1.890 y después se suceden las medidas proteccionistas. Pero hay que estar siempre alerta. Quince años después, miembros del gobierno visitan la capital francesa, donde se espera sean calurosamente recibidos. Eso basta para poner la mosca tras la oreja al semanario nacionalista ¡Cu-Cut! :
Los políticos de Madrid están haciendo la maleta para emprender un viaje más allá de la frontera. Si fuese para no volver más, les diríamos: ¡Buenviento! y hasta les iríamos a despedir y todo para convencernos de que era verdad tanta belleza. Pero no es así. Los expedicionarios cogerán billete de ida y vuelta. Y lo más sensible con todo serlo mucho no será que vuelvan, sino que vuelvan con el compromiso de pagar una determinada compensación por la buena recepción que allí les harán  con tablas de equivalencia a un pase para poder entrar al concierto de las naciones, aunque sea para ocupar un lugar en el gallinero.

Si esta compensación consiste en conceder un par de toisones y una gran cruz de San Crispiniano, todo esto nos tendría sin cuidado y hasta nos congratularíamos de que al ramo de la quincalleria nacional  se le abriesen tan gratuitamente las puertas de la exportación, pero no es eso, ni puede serlo, toda vez que los franceses no son tan ilusos para poner en marcha el grifo de los entusiasmos de todo París de Francia por cuatro bonitos de feria.

Más claro: corre el rumor, y hay que tener en cuenta que en este país las malas noticias siempre se confirman, de que los entusiasmos que el aludido viaje motive allá, se pagarán, no a tres pesetas por cabeza, que es la tarifa implantada en Barcelona desde abril del año pasado, sino con un tratado de comercio con la república vecina, que supondría el derrumbe de nuestra industria, precio, que por otra parte, a los políticos de Madrid no les ha de parecer tan exagerado si se considera que de industria España casi no tiene más que la catalana, circunstancia que les viene como anillo al dedo, toda vez que con el mismo tiro podrán matar otro pájaro y alcanzar su deseada empresa de empobrecer y atar de manos el genio productor de nuestra tierra.

Por ahora, baste este toque de atención para que todo el mundo se ponga en guardia y permanezca atento a lo que pueda suceder.
El general catalán Juan Prim y Prats (1.814-1.870). Fue también ministro, presidente del gobierno y acérimo defensor del proteccionismo. Se dice que tras una discusión abrió la cabeza de un sablazo a un librecambista.

Por supuesto, embebidos en su victimismo no se dan cuenta, o fingen no dársela, de que lo excepcional, lo sonrojante, lo injusto, y lo ruinoso no es que se planteara la posibilidad de reducir la protección de la industria catalana, sino que dicha protección existiera para beneficio suyo y perjuicio del resto. Castilla, región agrícola por excelencia, estaba entre las perjudicadas. Pero ya para entonces se había extendido la moda de culparla de todos los males. Y si hemos visto con que rabia los catalanes la acusaban de procurar el librecambismo, el incipiente nacionalismo gallego la vilipendiaba... ¡por mantener el proteccionismo! Ver para creer. Así lo proclamaba Antón Vilar Ponte (1.881- 1.936) el 14 de noviembre de 1.916 en el periódico galleguista "A Nosa Terra":
La redención de Galicia está en estas dos cosas: en el fomento cariñoso de la lengua y en el estudio de nuestros problemas económicos que no tendrán nunca, porque no pueden tenerla, solución en el actual régimen político español. Porque Galicia es librecambista por naturaleza y el arancel protector del feudalismo de Castilla será siempre el obstáculo que nos impida ponernos en las condiciones de riqueza que tienen otros pueblos de Europa semejantes al nuestro. 
¿Sorprendente? Lo que le pasa a Castilla en el fondo no es más que lo que ocurre siempre cuando a alguien le identifican con el payaso de las bofetadas. Que le caen andanadas a diestro y siniestro, por todos lados,  por proteccionista y por librecambista, por una cosa y por la contraria.

Pero volvamos a Cataluña. Sus representantes políticos en Madrid solían tomarse con la mayor seriedad los intereses de sus paisanos industriales, tradición que se ha mantenido hasta hoy, y que también ayuda a explicar en buena medida la continuidad  del proteccionismo. Ya estudiamos con anterioridad la figura de Víctor Balaguer.  Y por supuesto no es el único caso.  El poderoso general Prim, que llegaría a ser diputado, ministro y presidente, se expresaba así  ya en 1.841: 
Lleno de la mayor indignación y sentimiento debo deciros que han sido estériles mis desvelos porque así lo quiso el Gobierno y porque le importa poco que se arruinen nuestras fábricas, perezca nuestra industria y se vea Cataluña por consiguiente sumida en la miseria. Porque entonces son indispensables conmociones y tendrán ocasión de cebarse otra vez contra nosotros
Según José Coroleu, su indignación y franqueza le hicieron trabar de palabras con un librecambista con el cual se desafió partiéndole la cabeza de un sablazo. Sí, definitivamente, ¡pocas bromas con el arancel!



sábado, 18 de abril de 2015

Castellanofobia: Castellanos de Castilla


Tan triste como la noche,
harto de dolor el pecho,
pídole a Dios que me mate
porque ya vivir no quiero.

Pero en tanto no me mata,
castellanos que aborrezco,
he, para vergüenza vuestra,
he de cantaros gimiendo:

Castellanos de Castilla,
tratad bien a los gallegos;
cuando van, van como rosas;
cuando vuelven como negros.
Rosalía de Castro. Castellanos de Castilla. Cantares Gallegos.


La entrada de hoy está dedicada a Rosalía de Castro, la gran poetisa gallega a la que admiramos y  cuyo valor literario nos parece fuera de toda duda. Quizá por ello nos resulte aun más dolorosa la parte de su obra en la que se deja arrastrar por el anticastellanismo.

Rosalía de Castro (1.837-1.885). Su marido fue el historiador Manuel Murguía, padre del regionalismo gallego.

Ya hemos abordado el famosísimo Los Cuatro Palos de Sangre, de Víctor Balaguer, punto de inflexión del sentimiento castellanófobo en Cataluña, y de como sus ecos resonaron ampliamente en toda España. Especialmente en aquellos territorios con idioma propio, que a la sazón estaban iniciando un proceso de revalorización literaria del mismo. La influencia de la composición de Balaguer puede apreciarse  incluso en el título del siguiente acre poema de Rosalía de Castro, perteneciente al libro Cantares Gallegos. Del catalán ¡Ay Castilla Castellana! al galaico Castellana de Castilla, en el que un supuesto y bondadoso pretendiente gallego es rechazado por una malvada y soberbia moza castellana:
Castellana de Castilla,
tan bonita y tan hidalga,
mas a quien para ser fiera
la procedencia le basta (...)
en paz señora, ya os dejo
con vuestra soberbia gracia,
y a Galicia hermosa vuelvo
donde reunido me aguarda
lo que no tenéis, señora,
lo que en Castilla no hallara:
campitos de lindas rosas,
y fuentes de frescas aguas,
sombra a orilla de los ríos,
sol en alegres montañas...
Pero es sobre todo en Castellanos de Castilla en donde se desboca la animadversión de la poetisa hacia nuestra tierra. He aquí algunos fragmentos:
Castellanos de Castilla,
tratad bien a los gallegos;
cuando van, van como rosas;
cuando vuelven, como negros
A Castilla fue a por pan
y jaramagos le dieron,
diéronle hiel por bebida,
penitas por alimento.

Diéronle, en fin, cuanto amargo
tiene la vida en su seno...
¡Castellanos, castellanos,
tenéis corazón de hierro!

Murió aquel a quien quería
y para mí no hay consuelo;
solo hay para mí, Castilla,
la mala ley que te tengo.

Permita Dios, castellanos,
castellanos que aborrezco,
que antes los gallegos mueran
que ir a pediros sustento.

Tan mal corazón tenéis,
secos hijos del desierto,
que si amargo pan os ganan
lo dais envuelto en veneno.

Van pobres y vuelven pobres,
van sanos, vuelven enfermos,
que aunque ellos son como rosas,
los maltratáis como negros.

¡Castellanos de Castilla,
tenéis corazón de acero, 
como peña el alma dura
y sin entrañas el pecho!

En tronos de paja erguidos,
sin fundamento, soberbios,
aún pensáis que nuestros hijos
para serviros nacieron.

Y nunca tan torpe idea,
tan criminal pensamiento,
cupo en cabezas más fatuas
ni en más fatuos sentimientos.

Que Castilla y castellanos,
todos en montón revueltos,
no valen lo que una brizna
de nuestros campos tan frescos.

Solo ponzoñosas charcas
sobre el ardoroso suelo
tienes, Castilla, que mojen
esos tus labios sedientos.

Ni árboles que te den sombra,
ni sombra que preste aliento...
Llanura y siempre llanura,
desierto y siempre desierto...

Eso te tocó, cuitada,
por herencia de universo,
¡miserable fanfarrona!...
triste herencia fue por cierto.

En verdad que no hay, Castilla,
nada como tú tan feo,
que mejor aun que Castilla
valiera decir infierno.
Terribles imprecaciones que marcan un antes y un después en el desarrollo de sentimiento anticastellano en Galicia. Justo Beramendi, catedrático de Historia en la la Universidad de Santiago de Compostela y Presidente de la Junta Rectora del Museo do Pobo Galego indica el cambio a que dan lugar: 
Ahora la valoración de la galleguidad alcanza una cota que exige que Castilla sea suma de todos los defectos, maldades y fealdades, desde el carácter de sus moradores hasta el paisaje.
Sobra decir que tal enfoque es falaz y radicalmente injusto. El también catedrático de la citada Universidad Xosé Ramón Barreiro lo expresa perfectamente:
Tal acumulación de dicterios revelan algo más que compasión por los segadores gallegos, revelan una rabia personal que nunca es compatible, ni en un corazón tan generoso como el de Rosalía, con la Justicia. 
Y es que algunos han querido ver la castellanofobia de Rosalía de Castro como una reacción a las duras condiciones que soportaban los jornaleros gallegos que venían a trabajar a Castilla durante la recogida de la mies. Se trataría no de una dicotomía entre naciones, sino de una contraposición entre humildes y ricos, vasallos y señores. No estamos muy de acuerdo. En realidad, en el siglo XIX resultaba evidente para cualquiera  que en la mayor parte de Castilla no se vivía mucho mejor que en Galicia. 

La razón por la que se contrataban jornaleros foráneos (no solo gallegos) era  que en las amplias zonas dedicadas  al monocultivo del cereal, la época de mayor actividad, la siega, se concentraba en unas pocas semanas. Y afectaba a todas las explotaciones al mismo tiempo, con lo que la mano de obra local simplemente no alcanzaba. Presentar al campesinado castellano de la meseta norte, en su mayor parte compuesto de pequeños y medianos propietarios, como todopoderosos terratenientes sin escrúpulos es alejarse mucho de la realidad. 

La Siega, de Vela Zanetti. Sin duda, una de las labores tradicionales más penosas del campesino. Algunos hemos llegado a vivirla (y padecerla).

Respecto a las condiciones laborales de los segadores, la obras historiográficas más serias desmienten muchos tópicos victimistas. Cedemos otra vez la palabra a Xosé Ramón Barreiro. La cita es extensa, pero consideramos que merece la pena para aclarar el asunto: 
Los segadores, gallegos, parameses o murcianos estaban organizados en cuadrillas lideradas por el mayoral (o segador de mayor prestigio y autoridad) y de las que formaban parte los segadores de primera (llamados "hoces"), los de segunda ("medias hoces"), los "atadores" que hacían las gavillas y los ayudantes, muchachos de 15 o 16 años. Por consiguiente, el colectivo estaba internamente estratificado en categorías que repercutían en los salarios percibidos, mejor dicho en la distribución interna de los salarios porque el propietario pagaba a la cuadrilla una cantidad fija, previamente acordada, y que luego la cuadrilla repartía de acuerdo con las categorías ya citadas. Esto significa que el segador gallego no trataba individualmente con los propietarios, sino siempre en cuadrilla, pudiendo de esta manera hacer frente a los propietarios con mayores garantías y con una mayor presión.

La valoración del trabajo se hacía por fanegas a segar, es decir, el trabajo estaba perfectamente objetivado, bien marcada la tarifa a realizar y fijados los pagos por la tradición, por lo que se fijara el año anterior con las modulaciones requeridas por el aumento del coste de la vida y por el valor del trigo en el mercado. No había, pues, sorpresa ya que todos partían de valores contrastados: el del trabajo a realizar y el del pago a satisfacer.

No se firmaba ningún papel, como se hacían antes las cosas. Para evitar algunos conflictos que se dieron, por errónea interpretación de las obligaciones asumidas por ambas partes, se impuso la costumbre de llegar al acuerdo verbal entre el propietario y el mayoral ante el alcalde o pedáneo del lugar que, de esta manera, actuaban como árbitros y hombres buenos en caso de conflicto. Y ya más recientemente ante los sindicatos.

Estas cautelas ponen de manifiesto que no estamos ante una situación de explotación semiesclavista, como parece deducirse de la propia composición de Rosalía de Castro y de cierta literatura costumbrista. 
Por supuesto, la siega no deja de ser un trabajo duro. Los que hemos participado en él, incluso ya muy avanzado el siglo XX, podemos dar fe de ello. Se trata de una labor ardua, bajo las altas temperaturas estivales y con larguísimas jornadas de sol a sol, en las cuales frecuentemente se dormía en el mismo campo para ganar tiempo. Son condiciones extremas que el campesino castellano ha venido soportando hasta ayer, como quien dice. Debe realizarse además a la mayor rapidez, puesto que el cereal no puede recogerse antes de que esté en su punto, y después cualquier tormenta o granizada intempestiva daría al traste con la cosecha. Pero por otra parte, los segadores gallegos  también preferían este ritmo de trabajo, pues al ser temporeros y cobrar por tarea hecha, cuanto antes la terminaran antes podían volver a su tierra y seguir con sus quehaceres habituales. 

Lógicamente,  no tiene nada de extraño que en torno a un fenómeno que se repetía a lo largo del tiempo e implicaba a muchas personas de uno y otro colectivo, en algún momento pudieran surgir desconfianzas y resquemores. Tal parece desprenderse de alguna irónica coplilla popular gallega de la época, como la que aquí reproducimos:
Castellanos de Castilla,
vais a tener que rabiar:
los gallegos  hacen los hijos
y vosotros los tenéis que criar
Pero no hay que pensar que dicha poesía popular mostrara únicamente ánimo anticastellano, pues semejantes rimas pueden encontrarse dedicadas a Andalucía, otro de  los destinos habituales de los trabajadores gallegos, o a los empresarios catalanes que se establecían en las villas costeras de Galicia:
Catalán de Cataluña,
barbas de conejo manso,
¿por qué no das al gallego
una hora de descanso?
En cualquier caso, precisamente la constatación de que muchos segadores gallegos siguieran acudiendo puntualmente cada verano, generación tras generación, a los campos trigueros de la meseta implica que los beneficios para ambas partes tuvieron que estar muy por encima de los problemas puntuales. Como bien dice Barreiro: 
El hecho de que la experiencia de los segadores durara más de tres siglos es indicativo de la mutua tolerancia que debió presidir las relaciones sociales.