miércoles, 20 de enero de 2016

Sobre el Origen de Fueros y Privilegios


El fuerismo del siglo XIX y posteriormente el nacionalismo vasco sostuvieron la teoría de que los fueros derivaban de las libertades ancestrales y de los usos jurídicos espontáneos de los vascos de tiempos inmemoriales y que los señores y los reyes no hicieron otra cosa que confirmarlos porque así se les exigía como requisito para aceptar su autoridad. En rigor, esta visión idealizada y mítica de los fueros surgió en el seno de la pequeña nobleza derrotada por la alianza de la corona castellana y las villas a finales del siglo XV.
Jon Juaristi. Historia Mínima del País Vasco.


Para hallar el origen de las "asimetrías"  conocidas como fueros, debemos remontarnos hasta la Edad Media. En aquella época no existía el concepto de igualdad ante la ley que disfrutamos actualmente, y los monarcas y demás señores feudales concedían a voluntad mercedes y regalías a individuos, grupos sociales y territorios.  

Esta forma de proceder tiene su justificación. Y es que a pesar de sus amplios poderes y la discrecionalidad para utilizarlos, los reyes medievales rara vez tenían motivos para sentirse seguros en sus tronos. Estaban expuestos a que cualquier intriga palaciega, conjura nobiliaria o guerra desafortunada les dejara a ellos y a sus descendientes sin corona, y puede que también sin vida. Y ni que decir tiene que mantener ambas era el objetivo principal, cuando no el único, de todo soberano.

Por ello resultaba normal que con frecuencia buscaran ganarse  la lealtad de individuos y colectivos concediéndoles privilegios como títulos, rentas, y exenciones. Así, la regla básica a la hora de distribuir prebendas era que cuanto más se manifestase la debilidad del rey y más estratégica resultara la cooperación de determinados súbditos, mayores ventajas arrancaban estos.

Naturalmente, los beneficiarios no solían explicar el asunto de manera tan descarnada, sino que procuraban adornar la historia y pintarla con tintes heroicos y legendarios. Si la época se prestaba a ello, incluso echaban mano de la mitología. Tal es el caso de  Jaun Zauría, el fabuloso primer señor de Vizcaya, al que con objeto de ensalzar la posición de sus presuntos sucesores, algunos cronistas querían  hacer hijo de un duende y una princesa escocesa. Ya a mediados  del siglo XIX,  "El Vigilante Cántabro", contrario al mantenimiento de los fueros vascos, se expresaba así:
¿Quien ignora ya que el origen que se les atribuía fue lanzado al país de las fábulas desde fines del siglo pasado? ¿Que se fundaba en narraciones de autor de cuentos ridículos de duende íncubo, que sacó gravida a una princesa errante, como las hadas, en las altísimas montañas vascongadas, y que las olas habían lanzado a sus costas? En el reinado de Carlos III algunos sabios de la Academia de la Historia desmoronaron este edificio levantado sobre los duendes y las hadas; en el de Carlos IV acabó de venir a tierra; y en las dos restauraciones de Fernando VII brilló sobre sus ruinas la luz de la sana crítica y de la verdad; poniendo fuera de combate las exageradas pretensiones de los que se atribuían el origen de los fueros a una soñada e imposible independencia y soberanía. 
Besamanos de las Juntas de Vizcaya a Fernando el Católico en 1.476, tras la jura de los fueros. Obra de Vazquez de Mendieta (1.609)

No siempre los privilegios se concedían a cambio de lealtad militar. También las peculiaridades  de una zona animaban a los soberanos a hacerlo. Por ejemplo, es conocido que los habitantes de Leitariegos estaban exentos de tributos y servicio militar a cambio de mantener una hospedía para los viajeros que atravesaban el puerto, así como de salir a buscar a los que se perdieran durante alguna de las frecuentes nevadas.  El escritor y filólogo vasco Jon Juaristi describe así la situación:
Los fueros medievales son privilegios concedidos por los reyes y por los señores a villas, estamentos y comarcas, por motivos diversos y con diferentes propósitos. Hubo fueros para hidalgos y fueros para villanos, fueros para estimular determinadas actividades económicas o para impedirlas. Las fundaciones de villas iban generalmente acompañadas del otorgamiento de un fuero a sus moradores, porque la economía de las villas representaba una fuente de ingresos fiscales para la corona y los señores, mientras la pequeña nobleza que dominaba los campos estaba exenta de impuestos. 
Refiriéndose en concreto al País Vasco y Navarra añade:
Además de los fueros  de villas, existían en la Vasconia medieval fueros estamentales (de hidalgos), corporativos (de ferrones y mareantes) de castas (fueros particulares para judíos o mudéjares), eclesiásticos, etcétera. Lo característico del entramado jurídico medieval fue una enorme dispersión. No hay  nada parecido a una legalidad uniforme. El llamado fuero viejo de Vizcaya, que regía en la tierra llana, era un fuero de hidalgos, de codificación tardía (siglo XV) y, por supuesto, no se aplicaba a los labradores, que carecían de privilegios. Hasta las codificaciones forales del siglo XIV no existieron fueros provinciales, los llamados fueros nuevos que, como se verá, tienen carácter y función muy distintos de los privilegios medievales.
Y en lo concerniente a las juntas de gobierno de Vizcaya, Guipúzcoa o Álava, que tienen su origen en esa misma época:
Las instituciones representativas de los territorios aparecen históricamente en conexión directa con la conflictividad derivada de la dispersión foral. La visión romántica del fuerismo decimonónico contemplaba una Vasconia anterior a la Edad Media organizada en aldeas o "repúblicas" independientes cada una de las cuales se regía por su propia junta o "biltzar". Sobra decir que tal visión carece de fundamento. Las juntas no son anteriores al siglo XIV, y surgieron al mismo tiempo que otras estructuras afines en Europa occidental.
En cualquier caso, con el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón  cambiaron muchas cosas en España. El rey Católico impuso la política exterior propia de sus reinos patrimoniales, para los cuales el principal enemigo era desde hacía centurias Francia. Castilla y la poderosa Francia, hasta entonces  aliados, se verían así arrastradas a dos siglos de continuas guerras. 

Cataluña y Vasconia, donde se encuentran los principales pasos para atravesar los Pirineos, se convirtieron en zonas estratégicas de primer nivel. Y fueron consiguientemente mimadas por los monarcas, para los que una rebelión en estos territorios, que inmediatamente recibiría el apoyo militar y económico del vecino francés, suponía la peor de las pesadillas. Por contra, una fuerte lealtad de sus habitantes, aunque fuera comprada a precio de oro, facilitaría tanto la defensa de la península en caso de invasión, como las expediciones a territorio enemigo.  

Las instituciones de Cataluña comprendían perfectamente las enormes ventajas que les ofrecía su situación geográfica. Se pone de manifiesto en un panfleto catalanista de 1.697 conocido como "Luz de la Verdad", en el que el protagonista, un tal Joan Roca, hace una encendida defensa de los privilegios de los que gozaba su tierra. Ante las quejas de sus compañeros por el diferente trato fiscal, compara a Cataluña con una muralla, en la que es justo y conveniente gastar el dinero del Estado, por mucho que no se reciba nada de ella: 
¿De qué aprovecha el muro a la ciudad? Mucho. ¿Qué saca la ciudad dél? Nada, antes gasta en conservarlo y con todo le es de provecho. ¿Por qué? Porque la defiende, pues así Catalunya por España, que aunque Magestad no sacase cosa della y gastase en conservarla, le es de provecho, porque es el muro de España.
He aquí pues la causa principal de que, al mismo tiempo que los fueros y particularidades  de la mayor parte de España languidecían y desaparecían, los de Vasconia y Cataluña se renovaran, reforzaran y adquirieran  mayor lustre y protagonismo. Naturalmente, y siguiendo esa misma lógica, cuando  Francia dejó de convertirse en el enemigo por antonomasia,  carecía de sentido la metáfora del muro. Y más aun cuando los ideales de la Ilustración y del liberalismo se extendieron, acorralando y eliminando las rémoras feudales, de las cuales una de las más sangrantes era la desigualdad legal de personas y territorios. Los países europeos fueron racionalizando su administración y equiparando la situación legal de sus ciudadanos y provincias.

Ilustración del diario republicano barcelonés "La Madeja Política". Una España revolucionaria tala el árbol de los fueros, que tiene la cara del pretendiente carlista y las raíces "Absolutismo", "Intolerancia" y "Fanatismo".

Pero naturalmente, y como cabía esperar, los beneficiarios hispanos de los privilegios se resistían con uñas y dientes a desprenderse de ellos. Después de siglos gozando de determinadas ventajas, nadie les iba a convencer de que éstas ya no tenían sentido.  Presentaron los fueros como derechos ancestrales, de origen cuasi divino, con preeminencia sobre cualquier otra legislación, y por tanto, absolutamente blindados e intocables. Que las desigualdades pudiesen suponer graves perjuicios o  evidentes agravios comparativos para con los vecinos era lo de menos. 

Sirva como ejemplo la situación del puerto cántabro de Castro Urdiales, cuyos comerciantes debían pagar impuestos a la importación de mercancías de los que sus competidores vizcaínos estaban exentos. Así rezaba una petición que los habitantes de la localidad elevaron a las Cortes
Los que suscriben, vecinos de Castro Urdiales, verían con honda pena la subsistencia y continuación de los privilegios de las provincias vascas. Hagan los representantes de la Nación que concluya de una vez para siempre el organismo y modo de ser de esas provincias y que igualándolas con las demás de España coadyuven a sobrellevar las cargas del Estado en la misma proporción. 
No es sorprendente que a lo largo del siglo XIX la defensa del fuerismo  encontrara eco y apoyo en los partidos españoles más refractarios a la modernidad: conservadores y carlistas Precisamente los que más se oponían a la libertad y la igualdad que preconizaban liberales y republicanos.   

Sin embargo, no puede decirse que aquella linea de argumentación, pese a estar basada como hemos visto en mitificaciones, inexactitudes y manipulaciones, no haya resultado tremendamente exitosa. Aun hoy se mantienen  privilegios en forma de concierto vasco y navarro. Y a juzgar por el interés con el que algunos, sobre todo desde Cataluña, pretenden convencernos de las "bondades" del federalismo asimétrico, no sería de extrañar  que, antes que desaparecer, dichos privilegios se extendieran a otras autonomías. Sobra precisar en que comprometida situación quedarían entonces los territorios "de segunda"... entre los que mucho nos tememos habrían de incluir a Castilla.


sábado, 24 de octubre de 2015

La Cuestión del Rosellón (II)

Temed más las lisonjas de los franceses que las fanfarronadas de los españoles
Advertencia a los catalanes de la Condesa de Cardona, recogida por Jean Villanove en "Histoire Populaire des Catalans". 


Esta entrada es continuación de La Cuestión del Rosellón (I)

La rebelión y consiguiente cambio de chaqueta de Cataluña en plena Guerra de los Treinta Años tuvo efectos inmediatos y desastrosos para la Corona española. En medio de las dificultades arrastradas por un conflicto tan largo, su situación de extrema debilidad resulta ya evidente para todos. En el exterior los enemigos redoblan sus ataques. En el interior se suceden las conspiraciones y los levantamientos: Andalucía,  Nápoles, Sicilia, Aragón... y sobre todo Portugal. Naturalmente, a Francia todo ello le viene de perlas. Su causa recibe un aldabonazo increíble. Ya casi tiene la partida ganada. El agente del Cardenal Richelieu en Cataluña, Du Plessis-Besançon, se muestra exultante:
Se puede decir sin exageración, que las consecuencias de este acontecimiento (la revuelta catalana) fueron tales que (aparte la revuelta de Portugal, cuya pérdida fue tan perjudicial, no sólo a la reputación de España, sino a toda la estructura de su monarquía... y que nunca se habría producido sin el ejemplo de Cataluña), nuestros asuntos que en Flandes no iban nada bien y peor aún en el Piamonte, súbitamente empezaron a prosperar por todas partes, incluso en Alemania, pues las fuerzas de nuestros enemigos, contenidas dentro de su país, quedaban reducidas a debilidad en todos los demás teatros de la guerra. 
Más claro, agua. Pese a todo, la guerra aun se alargará bastantes años, durante los cuales buena parte de Cataluña será ocupada por tropas francesas. Los campesinos catalanes tendrán ocasión de comprobar que estas en absoluto se comportaban mejor  que las castellanas e italianas de los tercios. El catalán pro-francés José Margarit le confiesa  al Cardenal Mazarino (1.602-1.661), sucesor de Richelieu:
Nuestras tropas viven muy peor que si fuesen de turcos, no respetando el mismo Dios Sacramentado en las iglesias...¡Cuando menos respetarán los bienes terrenos!
Los canónigos de la Seo de Urgel, que tanto habían destacado pocos años antes por su simpatía hacia Francia y su animadversión a los castellanos escribían ahora un memorial a París denunciando las brutalidades de los soldados franceses:
no perdonan a las iglesias ni a los edificios sagrados, y así sólo diré que la rabia llega hasta quitar los ojos y cortar las orejas a los paisanos; la codicia, a echar los hijos en el fuego delante de los padres para sacarles el dinero; la luxuria, a pretender una donzella para cada día; la herejía, a prohibir que vayan a missa y a tirar en competencia nieve a la cara llevando el viático a los enfermos; y todo sin algún castigo. 
El ejército español consigue penosamente reconquistar Lérida en 1.644. Allí se presenta Felipe IV y promete mantener los fueros y privilegios de Cataluña. En 1.651 logra sitiar Barcelona, que se rendirá al año siguiente. Las tropas francesas se retiran de la Ciudad Condal, pero siguen ocupando la zona norte de Cataluña, donde se fortifican y desde donde lanzan duros contraataques. 

Luis XIV. Derrotó a los Habsburgo y es considerado uno de los forjadores de la "Grandeur" francesa. Hay que señalar no obstante que el cambio de bando de Cataluña le facilitó mucho la tarea.

El estado de España era deplorable. Portugal se había separado definitivamente. Castilla estaba más arruinada que nunca. Los reveses en Flandes se suceden. Los Habsburgo austriacos abandonan a sus parientes españoles y firman por separado la paz con Francia. En 1.658 un  ejército francés reforzado con 6.000 soldados ingleses inflinge una dura derrota a los españoles en las Dunas. Ya no hay nada que hacer. Es imprescindible solicitar la paz.

Y Francia, naturalmente, impone sus condiciones. Quiere Metz, Toul, Verdún... y los condados norpirenaicos. Está dispuesta a devolver parte del territorio catalán que aún mantiene en su poder (Rosas, la Seo de Urgell, Olot, Camprodón, Ripoll, Puigcerdá, Cadaqués...) pero en ningún caso el Rosellón. El fallecido Cardenal Richelieu lo expresó claramente "No hay que pensar en devolver la Lorena...Perpiñan y el Rosellón".  Y el Cardenal Mazarino no se movió ni un ápice de esa línea: "El Rey no puede nunca, pase lo que pase, admitir la restitución del Rosellón"

Todavía habría más guerras entre los dos países durante los siguientes siglos, y en alguna ocasión se intentó seriamente su reconquista. Se dice que incluso Franco planteó este asunto a Hitler durante la famosa entrevista que mantuvieron en Hendaya. Pero lo cierto es que las fronteras quedarían así fijadas finalmente, para cólera de los modernos nacionalistas catalanes. Víctor Balaguer, uno de sus predecesores, ya clamaba a finales del siglo XIX:
Muy al contrario: los catalanes recibieron con sentimiento y desagrado la condición impuesta para las paces de ceder á Francia el Rosellón y el Conflent. No podían avenirse á ver desgajarse estas ricas joyas de la corona condal de Barcelona. ¿Era así, tan fácilmente, por medio de un tratado hecho por astutos diplomáticos en la quietud de un gabinete, como debíamos perder esas bellas comarcas, teatro de nuestras antiguas glorias, conquistadas por nuestros padres á costa de tanta sangre y sacrificios? ¿Era así como Cataluña había de ceder la patria del que fue su primer conde soberano? Lo cierto es que, con ceder el Rosellón, se faltó al compromiso solemne de pactos sagrados; y es que el rey de España no podía vender, ni enajenar, ni ceder aquel territorio. 
Este último argumento nos parece ciertamente notable por su interesado infantilismo. Como si en alguna guerra a lo largo de la Historia los vencedores, en este caso Francia, se hubieran abstenido de cobrarse los réditos de su victoria en consideración a que las leyes, pactos o costumbres de los vencidos dijesen esto o aquello. En todo caso, ni que decir tiene que si la Generalitat  no hubiese allanado el camino a los ejércitos franceses pasándose a su bando en medio de la guerra, quizá otras condiciones de paz hubiesen sido posibles.

Naturalmente, para la historiografía catalanista no supone ningún problema buscar culpables para esta (o cualquier otra) desgracia: Castilla y el gobierno central. Según otra retorcida teoría catalanista, la causa de la pérdida del Rosellón no habría sido la derrota de la Corona española tras una larga y agotadora guerra, sino que simplemente los negociadores españoles eran tontitos,  no conocían el terreno y se dejaron engatusar por la diplomacia de Mazarino a la hora de fijar los nuevos límites. Lo que sigue se puede leer en Culturcat -portal de internet de la Generalitat de Cataluña- en el apartado sobre  el "Tratado de los Pirineos". En este, entre otras cuestiones,  se estipulaban los territorios que España debía ceder a Francia en Flandes, Luxemburgo, y la frontera franco-española:
Luis XIV supo escoger unos negociadores más hábiles y con un conocimiento real del territorio catalán, entre ellos Pierre de la Marca y Plessis de Besançon, conocedores directos de Cataluña durante el periodo de la guerra de los Segadores. Los representantes de Felipe IV, capitaneados por Luis de Haro, en cambio no tenían un conocimiento efectivo del territorio que trataban. Los plenipotenciarios franceses supieron sacar ventaja del desconocimiento de los españoles que, por otro lado, pese a ser conscientes de que cedían un trozo importante de Cataluña, no consiguieron llevar a cabo una buena negociación. (1)
Se hace responsable a Castilla, en este caso personalizada en el vallisoletano Luis de Haro (1.598-1.661), sucesor del Conde duque, y se ocultan dos hechos evidentes. Primero, que en la delegación española también estuvieron presentes diplomáticos catalanes, como Miquel de Salvá de Vallgonera, marqués de Vilanant y Josep Romeu de Ferrer. Segundo, y todavía más importante, que por muy hábiles que sean los representantes y por mucho que se empeñen, nunca  una guerra desastrosa puede acarrear un buen tratado de paz.

Encuentro en la Isla de los Faisanes entre Felipe IV de España y Luis XIV de Francia. El Tratado de los Pirineos constató el declive de España y el ascenso de Francia como principal potencia Europea.

Recapitulando, y para aclarar de una vez el asunto. ¿A quién cabría achacar la conquista francesa del Rosellón? ¿A Castilla, que envió miles y miles de soldados e ingentes cantidades de dinero para defenderlo, aun siendo territorio ajeno? ¿O  a aquellos que considerándolo propio se  mostraron  tibios en su defensa,  cicateros a la hora de aportar recursos para ello, y de remate se pasaron al enemigo en plena contienda? La respuesta, creemos, cae por su propio peso.

Enseguida  Luis XIV, contraviniendo lo pactado y a diferencia de Felipe IV, se apresuró a hacer tabla rasa de los privilegios y usos tradicionales en el Rosellón, procediendo a una decidida política de asimilación. No tuvo inconveniente incluso en declarar nulos todos los procedimientos y actos públicos que no estuvieran escritos en francés, explicando, eso sí, que:
El uso del catalán repugna y es de alguna manera contrario a nuestra autoridad y al honor de la nación francesa. 
Ahí es nada. Se cumplía puntualmente la advertencia de la condesa de Cardona, que encabeza nuestra  entrada.

(1) Página visitada el 24/10/2015.

 

miércoles, 30 de septiembre de 2015

La Cuestión del Rosellón (I)


Cataluña llorará con lágrimas de sangre lo que celebra hoy con gritos de alegría
Miguel Parets (1.610-1.661), cronista catalán en referencia a los festejos con los que celebraron los barceloneses sublevados contra la monarquía española la noticia de la conquista de Perpiñán por el ejército francés.

El Rosellón (Rosselló en catalán, Roussillon en francés) es una pequeña región del sureste de Francia, al norte de los Pirineos y fronteriza con Cataluña. Incluye el antiguo condado del mismo nombre y una parte del de la Cerdaña. Desde el nacionalismo catalán se prefiere llamar a ese territorio Catalunya Nord. En la actualidad conforma la mayor parte del departamento francés de Pyrénées-Orientales, cuya capital y ciudad más importante es Perpiñán.

Durante la Edad Media,  igual que Cataluña, primero formó parte del Imperio Carolingio y después del reino de Francia. Entró pronto bajo la órbita del conde de Barcelona y cuando en 1.258 mediante el tratado de Corbeil el monarca francés renunciaba definitivamente a sus derechos sobre los condados catalanes, entre estos  se incluyó también el Rosellón. Parecía pues que la cuestión quedaba zanjada.

Desgraciadamente, Francia no terminó nunca de aceptar la pérdida del condado. Los sucesivos gobiernos de París, igual monárquicos que republicanos, han venido considerando desde tiempo inmemorial, y con admirable persistencia,  que las fronteras naturales de su país estaban conformadas por el Rin, los Alpes y los Pirineos, los límites de la antigua Galia. Y allí deberían volverse a situar en cuanto la potencia de su ejército lo permitiera.

Situación del departamento de los Pirineos Orientales. Durante los siglos XVI y XVII el Rosellón fue defendido una y otra vez de los ataques franceses con tropas y dineros provenientes de Castilla.

Tal era el caso a finales de la Edad Media. Terminada victoriosamente la Guerra de los Cien Años con la expulsión de los ingleses, Francia, tradicionalmente el reino más rico y poblado de Europa, estaba también más unido y mejor organizado de lo que lo había estado en siglos. En 1.462 el rey aragonés Juan II, en medio de la contienda civil entre sus partidarios y los de la Generalidad, ya se vio obligado a ceder el Rosellón y la Cerdaña a Luis XI. Y en poder de Francia permanecerían hasta que su hijo Fernando el Católico logró recuperarlos en 1.493 mediante el Tratado de Barcelona. 

Sin duda, la clara conciencia de la fortaleza del rival norteño y la falta de recursos de la Corona de Aragón para contrarrestarla, representaron un importante papel en la insistencia de Juan II en conseguir la alianza de Castilla mediante la boda de su hijo Fernando y la princesa Isabel. De hecho, las hostilidades en los Pirineos con los franceses  no tardarían en comenzar. Ya en 1.502 estos invadieron el Rosellón. Tuvieron que retirarse al año siguiente ante el contraataque de un ejército comandado por el propio rey Católico y compuesto de 10.000 catalanes y ... 18.000 castellanos. El escritor catalán Javier Barraycoa reconoce que:
El "egoísmo" castellano brilló por su ausencia y, como pasaría más de una vez en la historia, los castellanos salvaron el Rosellón para Cataluña.
Efectivamente, para desgracia de Castilla, que había sido tradicional aliada de Francia, daban comienzo dos siglos de continuas guerras entre las dos coronas que, una y otra vez, chocaban en el Rosellón. Dos siglos en los que las tropas y dineros castellanos fueron imprescindibles para equilibrar las contiendas.

Más todavía si tenemos en cuenta que los soldados catalanes, por decirlo suavemente,  en ocasiones no demostraban estar a la altura.  Y eso a pesar de que peleaban por su propio territorio. Tal era el parecer del Gran Duque de Alba, encargado en 1.543 de contrarrestar la enésima ofensiva francesa. Se dirigía al emperador Carlos informándole de la situación,  y en lo referente a la calidad de las tropas locales, lo hacía en los siguientes y elocuentes términos:
Aca he visto alguna parte de la gente que se haze en Cataluña, y vengo descontento della que no lo oso decir a V. Mgd. Supplico mande que se de grandissima prisa en el venir de la gente de Castilla y de las otras partes donde se haze.
Había constatado con horror que se empezaban a producir cuantiosas deserciones entre los reclutas. Y recomendaba al rey que de los soldados catalanes no se haga V. Mt.  ningún fundamento y es que estos catalanes los que hombre tiene a la noche le faltan a la mañana. Solicitaba pues el envío urgente de 3.000 soldados castellanos para la defensa de Perpiñán y 8.000 más si tenían que ocuparse de toda la zona.

De este modo fueron pasando los años y las guerras, y nos metemos en el siglo XVII con una Castilla cada vez más debilitada, más arruinada, más despoblada. Una Castilla que ya no podía hacerlo todo por todos, que simplemente no daba más de sí. Fue entonces cuando el Conde Duque de Olivares, valido de Felipe IV solicitó al resto de reinos hispanos su colaboración para aportar los soldados y dineros que Castilla ya era incapaz de suministrar en solitario. No hubo manera. La Generalitat  se enroca en negativas y dilaciones, y la tensión entre Cataluña y la Monarquía se dispara. 

El Cardenal Richeliu,  astutamente, huele la debilidad hispana y vuelve a lanzar al ejército francés sobre el Rosellón. El 19 de julio cayó la fortaleza de Salses. Y para colmo se repiten las deserciones masivas. De los 12.000 reclutas que se había comprometido a pagar la Generalitat, un recuento en Perpiñán en el mes de agosto reveló que no había más que 6.654. El 19 de septiembre se produjo el primer enfrentamiento con los franceses. Tres días después se hizo otro recuento. Ya solo quedaban 3.100 soldados catalanes en el campamento. A este ritmo pronto no quedaría ninguno, y el Capitán General marqués de los Balbases escribe a la Corte tan compungido como su predecesor el duque de Alba  un siglo antes:
Es lo peor, señor, que los que hay no sabemos qué hacernos con ellos, porque no quieren obedecer, ni trabajar, ni alojarse donde el cañón les puede alcanzar...El país [por Cataluña] o no puede o no tiene disposición de asistir, que no sé como lo diga V. E. que se nos huyen muchos
La desbandada resultaba tan evidente que incluso el escritor Gaspar Sala i Beralt (1.605-1.670),  no tuvo mas remedio que reconocerla en su "Proclamación Católica a la Magestad Piadosa de Felipe IV". Eso sí, como buen propagandista catalán, se volcó en justificarla. Su insólita excusa era que los reclutas catalanes en realidad no desertaban sino que... se marchaban a comer. Tal cual.
Faltaron algunos, pero no huyeron: cansados y perdidos del trabajo pasado, se partieron para buscar que comer, con harto peligro de su vida, porque los podía ofender el Castillo. A esta diligencia necesaria dieron nombre de huyda [...] Y como los catalanes eran los que más auian padecido, no es mucho que faltasen más que de los otros Tercios.  
Felipe IV tiene que enviar refuerzos con urgencia al ejército que defiende el Principado. Pero al mismo tiempo carece de los medios económicos suficientes para mantenerlo. Los soldados están pues pésimamente pagados y abastecidos, y por tanto son proclives a la indisciplina y los abusos. El consiguiente malestar de los campesinos se traduce en quejas,  altercados y peticiones de que las tropas salgan de territorio catalán.    

Pau Claris. Clérigo y presidente de la Generalitat en 1.640, declaró a Cataluña república independiente. Tan solo una semana después la puso bajo la protección y soberanía de Francia.

Angel Puertas en su fenomenal libro "Cataluña Vista por un Madrileño" resume algunas realidades sobre las que la historiografía catalanista prefiere pasar de puntillas cuando aborda este asunto, para centrarse (como siempre) en culpabilizar de todo a los castellanos.
La guerra de 1.640 se describe como una sublevación campesina contra las tropelías de las tropas castellanas, omitiendo que las tropas eran mixtas (castellanas e italianas, entiendo por Castilla toda la España Occidental). Se omite que las tropas eran costeadas por unos exhaustos castellanos para defender el territorio catalán de los ataques franceses; mientras, las Cortes de Cataluña no votaban al rey los tributos suficientes para defender la frontera. Es decir, la España Occidental o Castilla se desangraba en impuestos y hombres para proteger Perpiñán, Salses o Gerona.
El hombre fuerte del gobierno de Felipe IV  era el Conde Duque de Olivares (1.587-1.645), político inteligente y muy trabajador. Las circunstancias extremadamente adversas que le tocó capear hicieron que sus ambiciosas intenciones de modernizar y fortalecer el Estado de los Habsburgo fracasaran estrepitosamente. Tuvo que conformarse con pasar a la Historia como  una de las bestias negras recurrentes del catalanismo. Algo es algo. Tampoco él daba crédito ante la actitud que mantenían las autoridades catalanas en un momento de semejante gravedad:
Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual a ella... Si la acometen los enemigos, la ha de defender su rey sin obrar ellos de su parte lo que deben ni exponer su gente a los peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, ha de cobrar las plazas que se perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de echarle el tiempo que no se puede campear, no le ha de alojar la provincia...Que se ha de mirar si la constitución dijo esto o aquello, y el usaje, cuando se trata de la suprema ley, que es la propia conservación de la provincia
El 7 de junio de 1.640 algunos campesinos rebeldes entran en Barcelona junto con los segadores que esperaban ser contratados para recoger la cosecha. Estalla la rebelión en la ciudad. Los funcionarios reales son asesinados, y se desencadena una infame matanza de castellanos. El propio virrey, el catalán Dalmau de Queralt, es linchado en una playa cuando trataba de huir por mar. 

Poco después, Pau Claris (1.586-1.641) al frente de la Generalitat proclama la república  independiente. Pero en realidad era una proclamación de mentirijillas. Una semana después reconoce a Luis XVI como conde de Barcelona. Cataluña pasa a depender de Francia y acepta sufragar a su ejército y cederle una parte de la administración... precisamente lo mismo que negaba una y otra vez al Conde duque. 

En 1.642 el ejército galo tomó por fin Perpiñán a las tropas españolas que aún resistían allí. En París se celebró la noticia con un Te Deum. En Barcelona con fuegos artificiales y diversos festejos. De haber sabido que el Rosellón ya nunca dejaría de ser territorio francés, quizá se hubieran tirado menos petardos.

Esta entrada continúa en La Cuestión del Rosellón (II)

sábado, 22 de agosto de 2015

Orgullosos de Ser Castellanos



En esta bitácora hemos dedicado abundante espacio y esfuerzo a denunciar la castellanofobia, presentando diversos ejemplos históricos de la misma. Pero en sentido contrario, también han sido muchos los escritores (forasteros y castellanos) que a lo largo de los siglos se han referido a Castilla  desde la admiración o el cariño. He aquí una pequeña muestra de castellanofilia.



Entonces era Castilla un pequeño rincón,
era de castellanos Montes de Oca mojón,
y de la otra parte Fitero el fondón.
Moros tenían a Carazo en aquella sazón.
Entonces era Castilla toda una alcaldía,
y aunque era pobre y de poca valía,
nunca de buenos hombres fue Castilla vacía.
De cuales ellos fueron parece hoy en día.
Poema de Fernán González. S XIII.


Castilla era para los italianos aquel bello país donde se alza la ciudad de Toledo y son bonitas las mujeres y los hombres ásperos y caballeros.
Brunetto Latini (1.220-1294). Escritor.


El español es diferente según la diversidad de las provincias, cada una tiene su dialecto particular. El castellano es el más rico, el más puro y el más trabajado. Es el que hablan las gentes honestas y del que se sirven para escribir.
Etienne de Silhouette (1.709-1.767). Político.


La lengua es hermosa en Castilla.
Albert Jouvin de Rochefort (c. 1.640 - c. 1710). Viajero y cartógrafo.


El verdadero castellano es indomable, no le reduce ni el frío ni el calor ni el hambre ni la tortura, ni la paz ni la guerra, es altivo y libre bajo una apariencia humilde y sencilla; y desde remotas épocas, mientras otros pueblos y razas de la historia vivían en la servidumbre, él sólo impera por la generosidad y el heroismo. Antes morir que entregarse. Fue aventurero e independiente, con orgullo y dignidad de su pobreza llega a mendigante, pero no a esclavo. En cambio se rindió siempre al que le llamó amigo.
Luis Pérez Rubín (1.856-1.942). Arqueólogo. Flor de la Vida.


En Castilla hay tantos buenos, que puedo en su confianza mi justicia y mi esperanza fiarle al que vale menos.
Guillem de Castro (1.569-1.631). Escritor. Las Mocedades del Cid.


Desprecian la muerte y así se hacen audaces, más gozan en la guerra que con el amigo. Los castellanos son gente brava y fuerte, gente que no teme beber la copa de la muerte.
Poema de Almería. S. XII. 


Esto es lo que tiene Castilla, que no es ni bonita ni fea, ni buena ni mala, ni siquiera variada o monótona, sino sorprendente, y extraña, y sobrecogedora. Por eso es tan difícil conocerla y aún más amarla. Pero también por eso, quizás, cuando se la conoce, se le ama y ya no se le puede volver la cara.
Camilo José Cela (1.913-2.002). Escritor. Judíos, Moros y Cristianos. 


Entre aquellas llanuras, en aquella soledad, en aquel silencio, se comprende la naturaleza mística del pueblo castellano, la ardiente fe de sus reyes, la sagrada inspiración de sus poetas, los éxtasis divinos de sus santos, sus grandiosos templos, sus magníficos claustros y su brillante historia. 
Edmondo de Amicis (1.846-1.908). Escritor.  


Ancha es Castilla, reza un viejo y acreditado aforismo. Pero si Castilla es ancha o no lo es depende no sólo de la perspectiva que adoptemos para contemplarla, sino de la parte del país que recorramos, lo que equivale a afirmar que Castilla, antes que ancha -y además- es varia y diversa. 
Miguel Delibes (1.920-2.010). Escritor. Castilla, lo Castellano y los Castellanos.


Tu me levantas, tierra de Castilla,
en la rugosa palma de tu mano,
al cielo que te enciende y te refresca,
al cielo, tu amo.
Tierra nervuda, enjuta, despejada,
madre de corazones y de brazos,
toma el presente en ti viejos colores
del noble antaño.
Con la pradera cóncava del cielo
lindan en torno tus desnudos campos,
tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro
y en ti santuario.
Es todo cima tu extensión redonda
y en ti me siento al cielo levantado,
aire de cumbre es el que se respira
aquí, en tus páramos.
¡Ara gigante, tierra castellana,
a ese tu aire soltaré mis cantos,
si te son dignos bajarán al mundo
desde lo alto!
Miguel de Unamuno (1.864-1.936). Escritor. Castilla.


Si el cielo de Castilla es alto es porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo.
Miguel Delibes (1.920-2.010). Escritor. Castilla, lo Castellano y los Castellanos.


Los castellanos son de todos los pueblos del mundo los que merecen primacía en línea de lealtad.
José Cadalso (1.741-1.782). Escritor y militar. Cartas Marruecas. 


Sobre todo en estos reinos de Castilla, la infantería tiene una gran reputación y es considerada como muy buena, juzgándose que en la defensa y expugnación de ciudades, donde sirven tanto la destreza y la agilidad del cuerpo, sobrepasa a todas las demás; y por esta razón y por el gran ánimo que muestran, valen también muchísimo en una batalla; de modo que se podría discutir quien fuese mejor en campo abierto, si el español o el suizo, disputa que dejo a otros.
Francesco Guicciardini (1.483-1-540). Filósofo, historiador y político. 


Créeme, Juana, y llámate Juanilla;
mira que la mejor parte de España, 
pudiendo casta se llamó Castilla.
Lope de Vega (1.562-1.635). Escritor.


Arriba: Latini, Guicciardini, Jouvin y De Amicis.
Abajo: Lope, Guillem de Castro, Unamuno y Delibes.
 
Castilla resultó ser la gran víctima de la aventura imperial al tener que sostener el peso ingente de la herencia de Carlos V o la guerra con los turcos y los piratas berberiscos que castigaban las costas mediterráneas. Tras el fracaso de las Comunidades, los procuradores de las Cortes, los escritores políticos y los arbitristas siguieron protestando contra la sumisión de Castilla a la costosa aventura exterior, contra el desorden económico y la injusticia fiscal. Fue en vano.
Fernando García de Cortázar. Historiador. Los Mitos de la Historia de España.


En Navarra y Aragón,
no hay quien tribute un real;
Cataluña y Portugal
son de la misma opinión;
sólo Castilla y León
y el noble reino andaluz
llevan a cuesta la cruz.
Católica Majestad
ten de nosotros piedad.
Pues no te sirven los otros
así como nosotros.  
Francisco de Quevedo (1.580-1.645). Escritor.


No procede así en Castilla, cuyos pueblos pagan bastante (...) En una palabra: el rey es pobre si se compara con la grandeza del país y sin Castilla sería un pordiosero porque del reino de Aragón no percibe casi nada...
Francesco Guicciardini (1.483-1.540). Filósofo, historiador y político.


Castilla hizo España y España deshizo a Castilla.
Claudio Sánchez Albornoz (1.893-1.984). Historiador.


A Castilla se le ha ido desangrando, humillando, desarbolando poco a poco, paulatina, gradualmente, aunque a conciencia. Se contaba de antemano con su pasividad, su desconexión, la capacidad de encaje de sus campesinos -en medio siglo no he asistido en mi región a otra explosión de cólera colectiva que la invasión de carreteras por los tractores en la primavera del 76- de tal modo que la operación, aunque prolongada, resultó incruenta, silenciosa y perfecta.
Miguel Delibes (1.920-2.010). Escritor. Castilla, lo Castellano y los Castellanos. 


Cuando decían ¡Castilla! todos se esforzaban.
Poema de Fernán González. S. XIII.


sábado, 8 de agosto de 2015

Madrid Es Castilla

Hay zonas de España que sí saben perfectamente cual es su identidad. Es el caso de Cataluña, pero ¿qué hacemos con Castilla? Durante los dos últimos siglos, Castilla se ha creído que era España y ahora anda dividida en dos regiones, en Castilla y León y Castilla-La Mancha, lo cual no me parece bueno. Hace ya algún tiempo, la Junta de Castilla y León me pidió que escribiese un artículo sobre la importancia del erasmismo en Castilla y claro, les dije que si no podía hablar de Alcalá de Henares, eso no tenía ningún sentido. 
Joseph Perez. Historiador francés, Premio Príncipe de Asturias 2.014. El País 6/3/1.999



Situación de Madrid y de las autonomías limítrofes. Adivina, adivinanza: si lo que hay al norte de Madrid es Castilla, lo que hay al sur es Castilla, y lo que queda al este y al oeste también es Castilla... ¿Qué es Madrid?

Es bien conocido que a partir de que en 1.083  Madrid fuera reconquistada por el rey Alfonso VI, ni la Villa ni su provincia  han tenido otra identidad regional que no sea la castellana. Sin embargo, y de forma sorprendente, durante la Transición se creó con ella y por decreto una nueva comunidad, sin ninguna raigambre histórica. Tal circunstancia, sobre la que los madrileños jamás fueron consultados, perdura a día de hoy. 

Desde entonces no han cejado  los intentos por parte de la administración  de ir difuminando el carácter castellano de Madrid y crear en su lugar un sentimiento madrileñista. Al menos en el segundo de los objetivos citados, han tenido bastante poco éxito. De hecho, la población madrileña sigue siendo la más desarraigada de la Península, y la autonomía es vista básicamente por los ciudadanos  como un mero ente burocrático.

Pese a todo, a poco que uno escarbe en los símbolos con los que se dotó a la naciente y artificial Comunidad Autónoma de Madrid, enseguida se percata de su naturaleza castellana. Dejamos a un lado el surrealista himno oficial que afortunadamente casi nunca se toca, sin duda para evitar a los madrileños el bochorno de una letra tan absurda. Pero el caso es que tanto la bandera como el escudo dejan bien sentada la profunda vinculación histórica, cultural, geográfica, y hasta sentimental de Madrid con Castilla.  

Así, en la exposición de motivos de la Ley 2/1.983 de 23 de diciembre sobre la Bandera Escudo e Himno se pueden leer párrafos tremendamente clarificadores. En primer lugar sobre el color rojo de la enseña madrileña:
La bandera de la Comunidad es roja carmesí. Madrid indica con ello que es un pueblo castellano y que castellana ha sido su historia, aunque evidentemente el desarrollo económico y de población haya sido diverso. La Comunidad de Madrid, formada en muchos casos por pueblos y municipios que pertenecieron a Comunidades Castellanas limítrofes, expresa así uno de sus rasgos esenciales.
Y en lo referente a los dos castillos y siete estrellas  que constituyen el escudo:
Los castillos de oro sobre gules del escudo escogen, recogen también, el más característico símbolo castellano. Las dos comunidades limítrofes los lucen como emblemas. El hecho de estar pareados simboliza la pretensión de la Comunidad de Madrid de ser lazo entre las dos Castillas, fundiendo el símbolo fundamental de una y otra, al tiempo que viene a proyectar su propia complexión extensiva hasta los límites precisos de las cinco provincias que la abrazan: Toledo, Guadalajara y Cuenca, pertenecientes a Castilla-La Mancha; Segovia y Ávila, integrantes de Castilla-León.

 
Veamos el escudo de la Comunidad de Madrid: las cinco puntas de las estrellas y las cinco provincias castellanas que la  "abrazan" ... el color rojo que representa a Castilla...los castillos...¿Hacen falta más pistas?

Incluso el propio Estatuto de Autonomía en su artículo 31.5 manifiesta algo tan revelador como lo siguiente:
La Comunidad Autónoma de Madrid, por su tradicional vinculación, mantendrá relaciones de especial colaboración con las Comunidades castellanas, para lo cual podrá promover la aprobación de los correspondientes acuerdos y convenios.
Visto todo la anterior, uno no puede dejar de emocionarse ante el despliegue de castellanía de los símbolos autonómicos madrileños, y de paso preguntarse el motivo por el que se renuncia a la integración en un marco castellano que por otro lado se reivindica. 

Si lo que se pretendía es que la capital del Estado estuviera en una región de nuevo cuño, creada artificialmente solo para ello y por lo tanto más "neutra", que contribuyese a limar las antipatías y recelos con los que Castilla cargaba en ciertos territorios... el fiasco no puede haber resultado mayor. Hoy, sin que tampoco Castilla haya pasado a ser mejor vista, la interesada y continua demonización a la que los medios nacionalistas someten a Madrid  ha calado en buena parte de la población, y la hostilidad que despierta la Villa del Manzanares es mayor que nunca. Justo es señalar que son precisamente los territorios castellanos aquellos en los que el antimadrileñismo ha penetrado en menor medida y que tal hecho debería ser conocido y valorado como corresponde por los madrileños (1).

Afortunadamente, la sociedad y la economía  no entienden de tales componendas políticas y ya están íntimamente relacionadas. Son muchos los madrileños, castellanoleoneses y castellanomanchegos que cruzan a diario  la "frontera" autonómica para trabajar, estudiar o comprar. Tal circunstancia se refleja fielmente en la red de ferrocarriles de cercanías de Madrid, que se interna en las provincias de Guadalajara y Segovia, y que según está previsto, pronto lo hará también en la de Toledo.  

Lo cierto es que una integración más profunda solo podría resultar beneficiosa para todas las partes, y no únicamente por el importante ahorro de gasto público que la fusión de las administraciones autonómicas conllevaría.  Madrid es actualmente el sostén demográfico y el motor económico e industrial de todo el centro peninsular. Posee además la suficiente proyección internacional como para servir de puente entre las dos mesetas y el mercado global. Castilla-La Mancha y Castilla y León por su parte pueden convertirse en nuevas áreas de desarrollo capaces de descongestionar Madrid y multiplicar su potencial. Y es que unas realidades tan complementarias siempre tienen que generar sinergias favorables para unos y otros.

En un plano menos materialista, también resulta urgente la reconciliación  de los madrileños con su propia identidad castellana. Que se ponga fin así al triste sentimiento de desarraigo que se ha ido cimentando. Y que sientan el legítimo orgullo de formar parte del pueblo castellano, con su indiscutible trascendencia cultural y su extraordinaria relevancia histórica. Todo ello tendría una repercusión psicológica difícilmente cuantificable, pero sin duda positiva, y a la larga, enormemente útil.  


(1)  En Identidades, Actitudes y Estereotipos en la España de las Autonomías, estudio de José Luis García Sangrador publicado por el C.I.S., la nota con la que calificaron a los madrileños los entrevistados de Castilla y León y Castilla la Mancha (significativamente el autor unió para este particular ambos grupos como  "Castilla") fue de 7.04, siendo esta la mejor valoración que cosechó Madrid entre todas las regiones. De manera recíproca,  Castilla y León y Castilla-La Mancha recibían sus notas más altas precisamente de los encuestados madrileños. 


sábado, 25 de julio de 2015

Castilla Unida

Únanse todos los leoneses y castellanos. Formen un frente cerrado y poderoso para construir una región autónoma, que pueda defenderse de los zarpazos de los demás y mirar el porvenir con esperanza.
Claudio Sánchez Albornoz. Por la Castilla Total

Mapa de Castilla, por el cartógrafo belga Gerardus Mercator (1.512-1.594)

Vamos a ser muy claros desde el principio: no hay ninguna razón histórica, cultural y menos aun lingüística para mantener divididas las tierras castellanas en diferentes Comunidades Autónomas.

Se alzan cada vez más voces sobre la conveniencia de un cambio en el modelo territorial, que tras casi cuarenta años de existencia parece dar signos de agotamiento. Unos hacen hincapié en la necesidad de aminorar el gasto autonómico, que en tiempos de múltiples recortes parece claramente desatado y difícil de sostener. Otros creen que es el momento de avanzar hacia  un verdadero Estado Federal en el que las nacionalidades periféricas pudieran sentirse cómodas. Lo curioso es que ni unos ni otros parezcan haberse percatado de las ventajas que en ambos casos acarrearía la unificación de las Comunidades Autónomas de raigambre castellana. 

Cualquiera puede entender que mantener una sola administración autonómica para todo nuestro territorio en lugar de las diversas actualmente en funcionamiento supondría un ahorro ingente de recursos. Y con sinceridad, ¿alguien cree que la realidad socio económica de España daría para mantener nada menos que 17 estados federados y 2 ciudades autónomas? Es simplemente inviable.

La unificación racionalizaría costes sin privar a los ciudadanos castellanos del autogobierno y de la capacidad de defender los propios intereses que, a buen seguro, mantendrán los demás pueblos de España. Porque, esa es otra. Hay quienes desde la periferia  parecen muy por la labor de apoyar un  federalismo asimétrico, reconociendo autonomías de segunda categoría... entre las de los demás. La propia, naturalmente, siempre la consideran la más histórica y la más digna de asumir todas las competencias, todas las singularidades y todos los privilegios habidos y por haber.

Durante la transición la razón principal que se dio para el descuartizamiento de Castilla fue su  extensión y por tanto las relativamente elevadas distancias entre algunas provincias. Ese argumento podría tener alguna lógica en la España de los años 70 del pasado siglo, pero desde luego, hoy no. Con la mejora incesante de los medios de transporte y vías de comunicación (autopistas, autovías, ferrocarril de alta velocidad...) es elemental que en nuestros días se pueden recorrer multitud de kilómetros en el mismo tiempo que antes se empleaba en llegar a la capital de provincia más próxima. Pero no solo eso. El enorme desarrollo de la informática, el avance continuo de las telecomunicaciones y la revolución que ha supuesto internet permiten comunicarse e interrelacionar, como antes ni se había imaginado a  ciudadanos, administraciones y empresas situados en puntos opuestos del planeta. ¿Qué sentido tiene en estas condiciones excusarse en la distancia para impedir el hermanamiento de las provincias castellanas en una sola comunidad?

Una Castilla Unida y consciente de su propia identidad tendría el peso y la fuerza suficiente para defender los intereses  de sus habitantes, sin dejarse relegar ni despreciar, ni por el Gobierno Central ni por ninguna  autonomía foránea. Podría poner en valor sus recursos económicos, su rico patrimonio cultural y su inigualable pasado histórico. Dispondría de las herramientas y potencialidades necesarias para garantizar la dignidad y el progreso de sus habitantes. Y es que ante el panorama que presenta actualmente el Estado español, cada vez resulta más clara una cosa: que solo la unidad del pueblo castellano puede asegurar su futuro.