El fuerismo del siglo XIX y posteriormente el nacionalismo vasco sostuvieron la teoría de que los fueros derivaban de las libertades ancestrales y de los usos jurídicos espontáneos de los vascos de tiempos inmemoriales y que los señores y los reyes no hicieron otra cosa que confirmarlos porque así se les exigía como requisito para aceptar su autoridad. En rigor, esta visión idealizada y mítica de los fueros surgió en el seno de la pequeña nobleza derrotada por la alianza de la corona castellana y las villas a finales del siglo XV.Jon Juaristi. Historia Mínima del País Vasco.
Para hallar el origen de las "asimetrías" conocidas como fueros, debemos remontarnos hasta la Edad Media. En aquella época no existía el concepto de igualdad ante la ley que disfrutamos actualmente, y los monarcas y demás señores feudales concedían a voluntad mercedes y regalías a individuos, grupos sociales y territorios.
Esta forma de proceder tiene su justificación. Y es que a pesar de sus amplios poderes y la discrecionalidad para utilizarlos, los reyes medievales rara vez tenían motivos para sentirse seguros en sus tronos. Estaban expuestos a que cualquier intriga palaciega, conjura nobiliaria o guerra desafortunada les dejara a ellos y a sus descendientes sin corona, y puede que también sin vida. Y ni que decir tiene que mantener ambas era el objetivo principal, cuando no el único, de todo soberano.
Por ello resultaba normal que con frecuencia buscaran ganarse la lealtad de individuos y colectivos concediéndoles privilegios como títulos, rentas, y exenciones. Así, la regla básica a la hora de distribuir prebendas era que cuanto más se manifestase la debilidad del rey y más estratégica resultara la cooperación de determinados súbditos, mayores ventajas arrancaban estos.
Naturalmente, los beneficiarios no solían explicar el asunto de manera tan descarnada, sino que procuraban adornar la historia y pintarla con tintes heroicos y legendarios. Si la época se prestaba a ello, incluso echaban mano de la mitología. Tal es el caso de Jaun Zauría, el fabuloso primer señor de Vizcaya, al que con objeto de ensalzar la posición de sus presuntos sucesores, algunos cronistas querían hacer hijo de un duende y una princesa escocesa. Ya a mediados del siglo XIX, "El Vigilante Cántabro", contrario al mantenimiento de los fueros vascos, se expresaba así:
¿Quien ignora ya que el origen que se les atribuía fue lanzado al país de las fábulas desde fines del siglo pasado? ¿Que se fundaba en narraciones de autor de cuentos ridículos de duende íncubo, que sacó gravida a una princesa errante, como las hadas, en las altísimas montañas vascongadas, y que las olas habían lanzado a sus costas? En el reinado de Carlos III algunos sabios de la Academia de la Historia desmoronaron este edificio levantado sobre los duendes y las hadas; en el de Carlos IV acabó de venir a tierra; y en las dos restauraciones de Fernando VII brilló sobre sus ruinas la luz de la sana crítica y de la verdad; poniendo fuera de combate las exageradas pretensiones de los que se atribuían el origen de los fueros a una soñada e imposible independencia y soberanía.
Besamanos de las Juntas de Vizcaya a Fernando el Católico en 1.476, tras la jura de los fueros. Obra de Vazquez de Mendieta (1.609)
No siempre los privilegios se concedían a cambio de lealtad militar. También las peculiaridades de una zona animaban a los soberanos a hacerlo. Por ejemplo, es conocido que los habitantes de Leitariegos estaban exentos de tributos y servicio militar a cambio de mantener una hospedía para los viajeros que atravesaban el puerto, así como de salir a buscar a los que se perdieran durante alguna de las frecuentes nevadas. El escritor y filólogo vasco Jon Juaristi describe así la situación:
Los fueros medievales son privilegios concedidos por los reyes y por los señores a villas, estamentos y comarcas, por motivos diversos y con diferentes propósitos. Hubo fueros para hidalgos y fueros para villanos, fueros para estimular determinadas actividades económicas o para impedirlas. Las fundaciones de villas iban generalmente acompañadas del otorgamiento de un fuero a sus moradores, porque la economía de las villas representaba una fuente de ingresos fiscales para la corona y los señores, mientras la pequeña nobleza que dominaba los campos estaba exenta de impuestos.Refiriéndose en concreto al País Vasco y Navarra añade:
Además de los fueros de villas, existían en la Vasconia medieval fueros estamentales (de hidalgos), corporativos (de ferrones y mareantes) de castas (fueros particulares para judíos o mudéjares), eclesiásticos, etcétera. Lo característico del entramado jurídico medieval fue una enorme dispersión. No hay nada parecido a una legalidad uniforme. El llamado fuero viejo de Vizcaya, que regía en la tierra llana, era un fuero de hidalgos, de codificación tardía (siglo XV) y, por supuesto, no se aplicaba a los labradores, que carecían de privilegios. Hasta las codificaciones forales del siglo XIV no existieron fueros provinciales, los llamados fueros nuevos que, como se verá, tienen carácter y función muy distintos de los privilegios medievales.Y en lo concerniente a las juntas de gobierno de Vizcaya, Guipúzcoa o Álava, que tienen su origen en esa misma época:
Las instituciones representativas de los territorios aparecen históricamente en conexión directa con la conflictividad derivada de la dispersión foral. La visión romántica del fuerismo decimonónico contemplaba una Vasconia anterior a la Edad Media organizada en aldeas o "repúblicas" independientes cada una de las cuales se regía por su propia junta o "biltzar". Sobra decir que tal visión carece de fundamento. Las juntas no son anteriores al siglo XIV, y surgieron al mismo tiempo que otras estructuras afines en Europa occidental.En cualquier caso, con el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón cambiaron muchas cosas en España. El rey Católico impuso la política exterior propia de sus reinos patrimoniales, para los cuales el principal enemigo era desde hacía centurias Francia. Castilla y la poderosa Francia, hasta entonces aliados, se verían así arrastradas a dos siglos de continuas guerras.
Cataluña y Vasconia, donde se encuentran los principales pasos para atravesar los Pirineos, se convirtieron en zonas estratégicas de primer nivel. Y fueron consiguientemente mimadas por los monarcas, para los que una rebelión en estos territorios, que inmediatamente recibiría el apoyo militar y económico del vecino francés, suponía la peor de las pesadillas. Por contra, una fuerte lealtad de sus habitantes, aunque fuera comprada a precio de oro, facilitaría tanto la defensa de la península en caso de invasión, como las expediciones a territorio enemigo.
Las instituciones de Cataluña comprendían perfectamente las enormes ventajas que les ofrecía su situación geográfica. Se pone de manifiesto en un panfleto catalanista de 1.697 conocido como "Luz de la Verdad", en el que el protagonista, un tal Joan Roca, hace una encendida defensa de los privilegios de los que gozaba su tierra. Ante las quejas de sus compañeros por el diferente trato fiscal, compara a Cataluña con una muralla, en la que es justo y conveniente gastar el dinero del Estado, por mucho que no se reciba nada de ella:
¿De qué aprovecha el muro a la ciudad? Mucho. ¿Qué saca la ciudad dél? Nada, antes gasta en conservarlo y con todo le es de provecho. ¿Por qué? Porque la defiende, pues así Catalunya por España, que aunque Magestad no sacase cosa della y gastase en conservarla, le es de provecho, porque es el muro de España.
He aquí pues la causa principal de que, al mismo tiempo que los fueros y particularidades de la mayor parte de España languidecían y desaparecían, los de Vasconia y Cataluña se renovaran, reforzaran y adquirieran mayor lustre y protagonismo. Naturalmente, y siguiendo esa misma lógica, cuando Francia dejó de convertirse en el enemigo por antonomasia, carecía de sentido la metáfora del muro. Y más aun cuando los ideales de la Ilustración y del liberalismo se extendieron, acorralando y eliminando las rémoras feudales, de las cuales una de las más sangrantes era la desigualdad legal de personas y territorios. Los países europeos fueron racionalizando su administración y equiparando la situación legal de sus ciudadanos y provincias.
Sirva como ejemplo la situación del puerto cántabro de Castro Urdiales, cuyos comerciantes debían pagar impuestos a la importación de mercancías de los que sus competidores vizcaínos estaban exentos. Así rezaba una petición que los habitantes de la localidad elevaron a las Cortes:
Sin embargo, no puede decirse que aquella linea de argumentación, pese a estar basada como hemos visto en mitificaciones, inexactitudes y manipulaciones, no haya resultado tremendamente exitosa. Aun hoy se mantienen privilegios en forma de concierto vasco y navarro. Y a juzgar por el interés con el que algunos, sobre todo desde Cataluña, pretenden convencernos de las "bondades" del federalismo asimétrico, no sería de extrañar que, antes que desaparecer, dichos privilegios se extendieran a otras autonomías. Sobra precisar en que comprometida situación quedarían entonces los territorios "de segunda"... entre los que mucho nos tememos habrían de incluir a Castilla.
Ilustración del diario republicano barcelonés "La Madeja Política". Una España revolucionaria tala el árbol de los fueros, que tiene la cara del pretendiente carlista y las raíces "Absolutismo", "Intolerancia" y "Fanatismo".
Pero naturalmente, y como cabía esperar, los beneficiarios hispanos de los privilegios se resistían con uñas y dientes a desprenderse de ellos. Después de siglos gozando de determinadas ventajas, nadie les iba a convencer de que éstas ya no tenían sentido. Presentaron los fueros como derechos ancestrales, de origen cuasi divino, con preeminencia sobre cualquier otra legislación, y por tanto, absolutamente blindados e intocables. Que las desigualdades pudiesen suponer graves perjuicios o evidentes agravios comparativos para con los vecinos era lo de menos. Sirva como ejemplo la situación del puerto cántabro de Castro Urdiales, cuyos comerciantes debían pagar impuestos a la importación de mercancías de los que sus competidores vizcaínos estaban exentos. Así rezaba una petición que los habitantes de la localidad elevaron a las Cortes:
Los que suscriben, vecinos de Castro Urdiales, verían con honda pena la subsistencia y continuación de los privilegios de las provincias vascas. Hagan los representantes de la Nación que concluya de una vez para siempre el organismo y modo de ser de esas provincias y que igualándolas con las demás de España coadyuven a sobrellevar las cargas del Estado en la misma proporción.No es sorprendente que a lo largo del siglo XIX la defensa del fuerismo encontrara eco y apoyo en los partidos españoles más refractarios a la modernidad: conservadores y carlistas. Precisamente los que más se oponían a la libertad y la igualdad que preconizaban liberales y republicanos.
Sin embargo, no puede decirse que aquella linea de argumentación, pese a estar basada como hemos visto en mitificaciones, inexactitudes y manipulaciones, no haya resultado tremendamente exitosa. Aun hoy se mantienen privilegios en forma de concierto vasco y navarro. Y a juzgar por el interés con el que algunos, sobre todo desde Cataluña, pretenden convencernos de las "bondades" del federalismo asimétrico, no sería de extrañar que, antes que desaparecer, dichos privilegios se extendieran a otras autonomías. Sobra precisar en que comprometida situación quedarían entonces los territorios "de segunda"... entre los que mucho nos tememos habrían de incluir a Castilla.