viernes, 20 de diciembre de 2013

Llorente y el Origen de los Fueros Vascos (I)


No por eso se piense que yo extraño adoptasen los vascongados la opinión de su antigua soberanía; pues ya se por los historiadores que suele ser lisonjero a todas las naciones el creer que su patria tuvo elevados principios. Los griegos defendieron que sus ciudades habían sido construidas por diferentes dioses. Los romanos atribuyeron a Marte la fundación de su capital: casi todas las gentes fingieron fábulas de esta clase; y contrayéndonos más, tenemos iguales ideas en la Castilla misma. 
Noticia Histórica de las Tres Provincias Vascongadas. Juan Antonio Llorente


El País Vasco ha tenido históricamente una legislación diferenciada de la común de Castilla. Un compendio de fueros o leyes viejas que han evolucionado con el tiempo y que tampoco eran iguales en cada uno de los tres territorios Alava, Vizcaya y Guipuzcoa, ni aún en ocasiones dentro de cada uno de ellos. Dichos territorios tenían instituciones y ordenamiento jurídico propios, pero también privilegios con respecto a sus vecinos castellanos. Por ejemplo, la exención de impuestos y de levas militares. De algún modo, este régimen especial ha llegado hasta nuestros días en la forma del concierto o cupo vasco.

Conforme nos adentramos en la Edad Moderna, muchos se preguntaron la razón de que estas provincias tuvieran un tratamiento tan ventajoso por parte de la monarquía. En línea con el espíritu de la época aparecieron y se recompusieron leyendas que procuraban aclarar esta circunstancia. Algunos  lo explicaban no por concesiones reales, sino por una supuesta independencia originaria de los territorios vascos al comienzo de la reconquista. Los privilegios serían las condiciones que habrían pactado posteriormente los vascos para aceptar a los reyes castellanos. Obviamente, a los naturales de las provincias vascas y a  las familias nobles de allí originarias tal teoría les resultaba la mar de satisfactoria, y no dudaron en darle pábulo. Fue reiterada en sucesivos relatos de genealogistas, y poco a poco, asumiéndose por la población. Y aunque, como ocurre siempre que los hechos carecen de demasiado fundamento, las versiones variaban sensiblemente, podría resumirse la leyenda así:
Los vizcaínos, después de haber rechazado a los invasores sarracenos, se encontraron con que los leoneses tampoco pudieron resistirse a la tentación de dominarlos e invadieron su país. Pero en  ayuda de los locales llegó un gran guerrero (inglés, escocés, vikingo, o incluso, de la propia cantera,  vizcaíno, que en esto los genealogistas no se ponían de acuerdo), conocido como Jaun Zuria. En castellano Señor Blanco,  denominación  que se anticiparía en más de un milenio a los coloristas nombres utilizados en Reservoir Dogs. A sus órdenes los vascos derrotaron a los invasores en Padura o Arrigorriaga y les persiguieron hasta el Árbol Malato, que a la sazón, estaría en un monte de Alava. Tras la victoria, los vizcaínos agradecidos nombraron a Zuria primer señor de Vizcaya. Y solo cuando los Reyes de Castilla pasaron a heredar el señorío,  empezaron a depender de ellos, siempre a condición de mantener sus privilegios. Algo parecido arguían los guipuzcoanos y los alaveses.

 Retrato idealizado de Jaun Zuria, el legendario primer señor de Vizcaya. En base a las pruebas documentales, su existencia real es bastante menos factible que la del Rey Arturo

Pero con la Ilustración y la extensión del método científico empezó la Historia su forcejeo por alejarse lo más posible de mitos, leyendas y relatos propagandísticos. Y sobre este particular tuvo mucho que decir un clérigo  llamado Juan Antonio Llorente. 

Llorente nació en el pueblecito riojano de Rincón del Soto, (casualmente el mismo pueblo del famoso futbolista contemporáneo con el que comparte apellido) en 1.756. Se hizo sacerdote, se doctoró en Derecho Canónico y ocupó diversos cargos religiosos. Cuando era vicario general de la diócesis de Calahorra, ésta tuvo un encontronazo con las autoridades forales de Álava, y Llorente se dedicó a buscar y examinar viejos diplomas de los archivos de la  zona. Todo con el fin de acumular argumentos y razones para el pleito. Posteriormente, comprobando que las escrituras consultadas no confirmaban, sino más bien contradecían las leyendas acerca del origen de los fueros vascos, se propuso escribir un libro sobre ello. Se dirigió al gobierno en busca de apoyo económico para su obra, y también de protección para su persona, pues sabía que unos trabajos anteriores, críticos con la Inquisición, le podían acarrear serios problemas con el Santo Oficio.

El momento parecía oportuno. Durante la recien acabada Guerra de la Convención (1.793-1.795)  las tropas francesas habían invadido el País Vasco sin encontrar demasiada resistencia. Y peor aún,  la Junta de Guipúzcoa había llegado a negociar con los invasores su inclusión en Francia. Por ello surgieron voces a favor de la abolición, o al menos de la reforma de los fueros. Se veían como un sistema de privilegios medievales, que perjudicaban a las provincias castellanas vecinas sin que, por lo visto, sirvieran para garantizar la lealtad a la corona de las vascongadas. 

Así que el gobierno, o mejor dicho, "los gobiernos", porque la situación de grave inestabilidad política hizo que se  sucedieran varios, recibieron el proyecto positivamente, pero con cautela. Sabían  que cualquier asunto relacionado con los fueros levantaría suspicacias en Vasconia, y discutir su origen legendario, no iba a ser una excepción, por más que se apoyaran las conclusiones con documentos. Se sucedieron las dilaciones, y no fue hasta 1.805 cuando vio la luz "Noticias Históricas de las Tres Provincias Vascongadas".

Esta entrada continúa en Llorente y el Origen de los Fueros Vascos (II)

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