martes, 24 de diciembre de 2013

Guerra de Sucesión: ¿Por Qué Castilla Fue Felipista?


Admirará la posteridad el amor, la constancia y la fe de los reinos de Castilla que a porfía, no cansados, sino estimulados de la desgracia de su príncipe, ofrecían sus bienes, sus haciendas y sus vidas para reparar el daño.
Comentarios a la Guerra de España. Vicenzo Bacallar
   
La Guerra de Sucesión (1.701-1.715) está de moda. El tricentenario de la conclusión de la misma en Barcelona, y la visión que de este hecho se ha venido dando desde el nacionalismo catalán ha provocado un aluvión de publicaciones, columnas de periódicos y opiniones radiofónicas como pocas veces se ha visto en un acontecimiento histórico. No es extraño que unos sucesos tan importantes, complejos, y por lo que parece, con tanta trascendencia en el debate político actual hayan sido estudiados desde muy diversos puntos de vista. Sin embargo, consciente o inconscientemente, se ha hecho girar el debate historiográfico sobre la Guerra y las repercusiones de la misma en el territorio catalán, desplazando un tanto todo los demás. Nos proponemos aquí dar unas simples pinceladas sobre  Castilla y La Guerra de Sucesión.

Se ha convenido tradicionalmente en que Castilla fue partidaria de Felipe V de Borbón, mientras que los territorios de la Corona de Aragón, especialmente Cataluña, lo fueron de su rival Carlos (III) de Austria. Se trata, por supuesto, de una simplificación evidente, puesto que ambos príncipes tuvieron partidarios y detractores en todos los territorios, pero tampoco se puede decir que sea completamente falaz. En Castilla, la opción felipista fue siempre la mayoritaria. Y pese a la toma de partido de muchos de los principales nobles por el austracismo, se fue haciendo aun más hegemónica conforme avanzaba la guerra, y lo que es más extraño, independientemente de la suerte de las  batallas que se iban librando. 


Carlos de Austria, pretendiente al trono español 
(no lo consiguió, pero se consoló con el austriaco, que heredó tras la repentina muerte de su hermano)

Mucho se ha escrito sobre las razones de Cataluña para rebelarse contra Felipe V y apoyar a su rival solo tres años después de jurar lealtad al Borbón en las Cortes de Barcelona de 1.701. Debió pesar el sentimiento antifrancés, muy extendido en el principado y con hondas raíces históricas. También parece que aunque Felipe V prometió mantener todos sus privilegios, e incluso los aumentó, hubo catalanes que no terminaron de creerse que cumpliría lo pactado. No puede decirse que estuvieran en lo cierto, pues Navarra y el País Vasco, que se mostraron leales al bando borbónico, vieron respetados todos sus fueros. Otros quizá pensaron que se podía sacar aun más tajada del pretendiente austriaco. En ese caso, simplemente les salió el tiro por la culata. 

Pero, Castilla, ¿por qué permaneció fiel a Felipe V?. Una primera respuesta nos viene casi sola. Si la Corona de Aragón apoyó al partido austríaco con la idea de mantener sus fueros, ese argumento no podía ser utilizado en Castilla. Los mismos Habsburgo ya se habían encargado de laminar las libertades castellanas tras la derrota de los Comuneros, hasta dejar sus fueros en algo casi testimonial, y desde luego, poco o nada efectivo. En las Castillas tampoco había temor a que la instauración de los borbones sangraran al país a  impuestos, porque los Austrias, mayores y menores, ya la habían exprimido hasta el límite. Castilla hacía doscientos años que se encontraba sometida casi por completo a la voluntad real, y no era creíble que la misma dinastía que la fue sujetando con tan despiadada mano se convirtiera de repente en su libertadora. El mismo secretario del pretendiente austríaco, Juan Antonio Romeo constataba:
Porque las disposiciones en Castilla son libres de la Real Voluntad de V. M. sin consideración de fueros, puede V.M. dar la planta que quisiera y hallare más conveniente, sin que nadie se oponga
Probablemente nunca se le ocurrió pensar al Sr. Romeo que la dinastía a la que él lealmente servía había tenido mucho que ver en tan importante menoscabo de la representación de los súbditos castellanos.

Otro factor que se ha argüido para explicar la preferencia castellana por Felipe es el religioso. Parece claro que en una sociedad tan católica como la castellana de comienzos del XVIII, la religión no pudo dejar de representar un importante papel. Ciertamente los propagandistas borbónicos hicieron cuanto pudieron por despreciar el catolicismo de Carlos en base a la estrecha alianza de éste con los protestantes ingleses, y holandeses. Pero convendría matizar la importancia del factor religioso por dos motivos. Primero por que muchos eclesiásticos se declararon partidarios del pretendiente. Tal es el caso del cardenal Portocarrero, quizá el de mayor influencia, y que tras apoyar inicialmente la causa felipista se pasó posteriormente a la austracista. Y por otra parte, no hay que olvidar la toma de partido del Papa precisamente por Carlos (III) en 1.709, llegando a reconocerle como "Rey Católico de las  Españas", lo que supuso un fuerte aldabonazo para sus pretensiones. 

Por otra parte, en Castilla, tras dos siglos de continuas guerras con el país galo, también existía cierto sentimiento anti-francés, pero no era tan intenso como el que se respiraba en Cataluña. No en vano, a diferencia de ésta, Castilla no tenía litigios fronterizos con el país vecino, y durante la Edad Media ambos reinos habían sido frecuentemente aliados. El resentimiento contra los franceses no era seguramente mayor que el que se concedía a los ingleses, competidores cada vez más poderosos y osados en el Nuevo Mundo

Un argumento que jugaba claramente a favor de la causa de Felipe V eran las circunstancias de su proclamación. Ciertamente había sido designado sucesor en el testamento de  Carlos II, y posteriormente había sido jurado como Rey. Por más que los propagandistas austracistas se esforzaran en invocar distintos pretextos para declarar inválidos ambos acontecimientos, lo cierto es que el pretendiente austríaco partía en la carrera  por el trono con un serio déficit de legitimidad. 

Los indudables éxitos que el rey francés Luis XIV, conocido como "El Rey Sol", había cosechado al frente de su país, suponían por si mismos un claro elemento propagandístico a favor de su nieto. Durante su largo reinado había racionalizado la administración, mejorado la hacienda pública, y modernizado el ejército. Francia era poderosa como en sus mejores tiempos, se había rehecho de las sucesivas derrotas sufridas a manos de los tercios durante el siglo XVI y ahora era el estado hegemónico dentro de Europa. Es natural que muchos castellanos, constatada la decadente inoperancia de la antigua dinastía, viesen en Francia un modelo a seguir.

Por último, la misma evolución del conflicto se encargó de suministrar argumentos bien elocuentes en contra del austracismo. A lo largo de la guerra, el pretendiente Carlos consiguió entrar en Madrid en dos ocasiones. Bien es verdad que ninguna de las dos pudo mantenerse demasiado tiempo en la capital, pues la falta de suministros, y el acoso de los partidarios felipistas le obligaron a retirarse enseguida. Pero la presencia en la Meseta de su ejército, mal abastecido y lejos de sus bases, se tradujo en una pesadilla para los castellanos. Sus tropas, un variopinto conjunto compuesto principalmente de alemanes, ingleses, portugueses y catalanes cometieron todo tipo de tropelías y abusos. Parla, Alcorcón, Barajas, Aravaca, Leganés, Daimiel entre otras muchas localidades fueron saqueadas. Y lógicamente la antipatía general  de los castellanos hacia la causa austracista alcanzó  entonces las máximas cotas. El marqués de San Felipe lo expresaba así:
No daba paso que no fuese infeliz el rey Carlos en Castilla, porque era menester para la obediencia usar del mayor rigor, que degeneró en ira, y en tal desorden que ejecutaban los alemanes e ingleses las más exquisitas crueldades contra los castellanos.
No es extraño que, cuando tras retirarse por última vez de Madrid, las tropas del pretendiente fueron derrotadas en Brihuega y Villaviciosa por el ejército franco-castellano al mando del duque Vendome, éste fuera recibido en Madrid con aclamaciones de ¡Viva Vendome, nuestro libertador!.


Batalla de Villaviciosa, ganada por Felipe V
Tras ella los ejércitos austracistas salieron de Castilla para no volver

Después del segundo fiasco madrileño de Carlos (III), su causa en España estaba finiquitada. Carecía de suficientes soldados y medios económicos y las circunstancias internacionales también jugaban claramente en su contra. Pero sobre todo, para entonces Castilla ya le era completamente hostil, tal y como confesaba el duque de Moles:
Porque por mucho que los castellanos nos fueran contrarios, siempre podíamos tratar de halagarlos, domarlos y endulzar su ánimo; mas ahora hemos perdido la estima de la clase noble y de los ciudadanos que nos eran favorables, y hemos confirmado el odio y la antipatía mortal de la plebe que siempre nos había sido contraria.      
 Era cierto. Y no podemos dejar de pensar que quizá, en el fondo, Carlos de Austria solo había recogido la animadversión que la  poca sensibilidad y la discriminación de su dinastía hacia el pueblo castellano habían ido sembrando a lo largo de dos siglos. 

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